viernes, 25 de enero de 2008

La iglesia sobre el castillo


Dicen que es verdad, que de noche el frío invernal se infiltra en la ciudad amurallada, y que cuando todos duermen, algunas zonas se llenan de movimiento, pero nadie alcanzó a a ver con nitidez las formas que se mueven como centellas.
Dicen los más viejos del lugar que el castillo está encantado porque se construyó sobre una iglesia, donde había enterrada una comunidad de monjes, que en las noches gélidas de invierno se desperezan y se revuelven, filiformes, por toda la ciudad, observando los desafueros de quienes les sucedieron en el solar donde ellos moraron un día no tan lejano.
Dicen también que la fortaleza, acosada por las almas en pena, cede siempre al asedio y que, mientras sus lienzos de muralla se derrumban uno tras otro, emerge, imponente y deslumbrante, la espadaña de aquel templo donde un día rezaron a su dios sus antiguos propietarios. Los más atrevidos afirman que su color es de un rojo sangre, ajado por el tiempo, por la melancolía de la reaparición cíclica, nunca completa ni definitiva.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonita la foto y el relato. Inspira un mundo de fantasia donde apetece perderse y por esa sola noche vivir sin las preocupaciones e inquietudes cotidianas y ser uno mismo.M.T.

la cocina de frabisa dijo...

Si en verdad existen los fantasmas y se manifiestan en todas las culturas y desde tiempos inmemoriales, hay ciertos lugares que han ganado fama por su población espectral y los extraños fenómenos que ahí se suceden. Aunque yo no termino de creer, tampoco tengo el convencimiento absoluto de lo contrario. Esta ambigüedad me permite disfrutar de la posibilidad de su existencia ante una imagen tan bella como electrificante. La literatura y el cine nos han transportado en múltiples ocasiones al mundo fantasmagórico con buenos resultados. ¿Porqué no soñar durante un instante (con los ojos abiertos) y pensar que existen?

Mármara dijo...

¿A qué me suena a mí esto? Me suene a lo que me suene, me suena de maravilla. Exquisita cadencia, a fe mía.

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