Por muchas, muchas razones, debemos ser indulgentes con las paradojas de la vida. El color rosa, combinado con el verde algo eléctrico, en la pintada que, se supone da nombre a lo que contiene, que debe ser una "peña", o sea, un grupo de incondicionales de lo que sea, acaso de la música clásica, acaso de un doberman llamado así. Debemos ser, sí, indulgentes con los impactos visuales que nuestras retinas reciben, sobre todo cuando la caligrafía nos muestra mucho mimo y dedicación, que acaso no reciban sus parejas, hijos o electrodomésticos o, sin ir más lejos, el resto del muro. Debemos ser indulgentes, está claro, con las transgresiones más o menos agresivas que la vida nos traslada hoy sobre los muros de nuestras calles. Pero con la vulgarización de la exquisitez más absoluta, bajo ningún concepto, ¡indulgencia mínima, tolerancia cero!; o menos que cero, si cupiera.
viernes, 18 de enero de 2008
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1 comentario:
Toda la tolerancia cuando se trata de alegrarnos la vista, aunque sea por un segundo. Esa casona vieja, con muros desgastados por el tiempo, jamás atraparía nuestra atención sino fuera por esa especie de rótulo lleno de color y que nos transporta automáticamente a sonidos celestiales.
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