jueves, 22 de enero de 2015

PARA ESCRIBIR

Para escribir, no basta haber vivido. Vivir sólo puede alcanzar para que uno se empantane en la primera frase y se arranque por una tautología molesta aunque necesaria. Para escribir hay que prestar atención al ritmo de las flautas sobre el tambor, recoger el rumor del agua por entre las peñas y los cabos, atender sus mensajes en clave, dejar que miríadas inmensas de sus fragmentos nos penetren mientras inhalamos su sentido. Para escribir es necesario comprobar que el pasado sigue a nuestra vera, sin abandonar a su ya para siempe heredero portador; mimar los recuerdos y transformarlos con automatismos atávicos, según ellos mismos lo vayan necesitando, sugiriendo. Pero también se requiere un proyecto, el diseño de asonancias y disonancias que confluyan en un futuro que nos llame, que nosotros mismos modelamos y que nos modela, arrastrándonos, presentándose como el motor de nuestros latidos y el surtidor de la materia nutricia primordial: las expectativas, las ganas.

Pero no sólo eso. Hace falta también el acceso a alguna cumbre que nos acerque la soledad más pura y majestuosa hacia el convencimiento de la exclusividad, de la individualidad más perfecta. De igual modo, se precisan algunos descensos a las profundidades del tormento sin el éxtasis, que nos inocule la idea de la vanitas medieval y que atempere prepotencias a ilusiones no fundamentadas.

Entrada del 29 de Septiembre de 1997 del Diario "Instantes intestinos e inconstantes"

martes, 20 de enero de 2015

¡QUÉ MAL ENVEJECEMOS! (LOS HOMBRES)


¡Qué mal envejecemos los hombres! Dirán que sí, que las mujeres, perdida el aura inicial y diluida la lozanía de su juventud en la madurez que conduce ineluctablemente a su climaterio, pierden mucho más con el paso de los años. Y con mayor rapidez. Las mismas actrices parecen corroborarlo, como si supieran que la dependencia del físico fuera el único capital por el que fueran admiradas y contratadas. Pero, no. Niego rotundamente la mayor.

Como apoyo gráfico, tenemos esta imagen, que fue realizada en la plaza central ante el santuario de Lourdes, en el Pirineo francés. Si observamos la foto, que es individual e instantánea, no tardaríamos en sacarle varios rasgos que convertiríamos en arquetipos o modelos a contemplar en cualquier lado. Fijémonos mejor. Un matrimonio de ancianos, que si no ha cumplido cada uno los 80, les falta bien poco. Se nota que ambos son personas mayores: su piel, sus vestimentas, su aspecto exterior. Se nota bien a las claras. Pero, ¡qué diferencia de posición al caminar! En la mujer, todo es rectitud, postura erguida, gesto adusto, decisión irrevocable, paso seguro; incluso la vestimenta es “juvenil” o “moderna”; hasta su pelo se revuelve como si quisiera evidenciar también su velocidad de desplazamiento. Por contra, el hombre viste “como un viejo”, de un modo no más descuidado, pero sí buscando más la comodidad que la estética; además se escora hacia un lado, se apoya en un paraguas a modo de bastón, su cuerpo renquea desde su encorvamiento, y casi parece que escuchamos su respiración jadeante escapársele por entre los labios y el bigote; nos da la impresión de que está ahí porque ha sido obligado a estar, como si la decisión de pasarse por el principal centro de peregrinación francés hubiera sido tomado exclusivamente por su mujer. Esta, en cambio, parece mucho mejor de salud, de capacidad de aguante, de resistencia ante lo inevitable. El hombre parece un reniegas, en tanto que ella parece la directora de una empresa a punto de cerrar un negocio. En el episodio real, la mujer andaba más deprisa, y debía aguardar cada tanto a su marido, al que increpaba su lentitud o falta de diligencia, o acaso le recriminaba su escepticismo o su malestar en un lugar rancio que tal vez no cuadrara con sus creencias. Sin embargo, y pese a todo, ahí están ambos, portando una bolsa entre sus dos brazos, a modo de mochila, que resultaría impropia en personas de su edad y condición, y donde con toda probabilidad se oculten unos bocadillos, un par de botellas de agua, una fiambrera con embutido, unas servilletas y, seguro, una radio para acompañar su insoportable silencio mientras comen. 

¡Ay!, sí: los hombres envejecemos mal. Tal vez nos consumimos antes. Tal vez llegados a cierto punto no nos parezca rentable mantener la impostura de la vida. Tal vez estemos más incapacitados para vivir sin metas, que habrán ido hundiéndose todas con el transcurso de la vida. O tal vez envejezcamos igual, pero la coquetería femenina alcance a ocultarlo con sabios recursos que induzcan al despiste. De todos modos, eso sí, morir, nos morimos antes. Y como prueba pericial que ratifique el argumento, alcanza de sobra.

Robado en la explanada ante la Basílica de Ntra. Sra. del Rosario en Lourdes (Hautes Pyrénées, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2011 ----- Nikon D300

lunes, 19 de enero de 2015

EL EXCREMENTO DEL BLUE MONDAY

Seguro que muchos recordamos la escena. En “El Club de los Poetas Muertos” hay  un momento del inicio en que el profesor John Keating explica la teoría de no sé qué profesor de no sé qué universidad, en virtud de la cual la calidad de un poema se medía por la intersección de dos líneas de puntos que convergían en un diagrama de ordenadas y abscisas. Tanto talento en un eje, tanta repercusión en el otro, et voilà, tenemos un ránking de marcas de calidad poética. Cuando, después de hacer como que la explicaba según indicaba el manual del fulano en cuestión, el profesor Keating dejaba el libro a un lado, marcaba una pausa con efecto, y profería sólo dos palabras más, para indicar lo que le parecía dicha teoría literaria: “un excremento”.  Luego, mandaría arrancar toda la introducción del libro a todos sus alumnos.

Pues bien, eso es justo lo que me parece a mí la teoría de este fulano de no sé qué país, de no sé qué universidad, de no sé qué disciplina concreta, que estableció que las razones de que hoy sea lo que se viene llamando en inglés blue monday (lunes  azul, lunes deprimente) son mostrables mediante una fórmula matemática, con sus números, corchetes, potencias, signos, líneas y resultado final. Un excremento.

Pero recapacitemos. No es que las causas esgrimidas para intitular así al tercer lunes del mes de enero sean baladíes. En modo alguno. Nadie duda que los lunes son el día de la semana más odiado por los trabajadores. Si todavía no se ha cobrado el sueldo, y aún falta para hacerlo; si los gastos navideños de las tarjetas se están abonando estos días; y si además las rebajas añaden menguas de la cuenta corriente, entonces el asunto cobra visos de gravedad. Pero si se añade que el tiempo en esta época suele ser frío y gris; que a varios días vista del subidón propio del cambio de año, uno declina hacia el mundo real; que los propósitos realizados con motivo de ese cambio quedan un tanto en entredicho; y, a mayores, la motivación flojea asaltada por el pragmatismo de la monotonía, convendremos en que no faltan motivos para pensar que hay épocas mucho mejores.

Pero ¿por qué este lunes y no el anterior? Puede que éste haga bueno, y el anterior malo. Puede que hoy me den una buena noticia, un beso inesperado, un encuentro casual. Tal vez hoy comience el libro que cambiará mi vida, o al menos parte de la que me resta. Es posible que hoy me reconcilie con mi pareja, mi superior o mi madre. Pudiera que hoy surgiera el flechazo que llevo esperando años, y me enamore como nunca sucedió. El lunes tiene mala fama, pero hay que considerar que es el día desde el que la mayoría sale del tedio del domingo, jornada en la que nadie sabe qué hacer. Y los temas de dinero parece que no detienen a nadie. En este país llevamos unos cuantos años de crisis, pero nadie deja de ir al fútbol o a la feria de abril o a los chiringuitos correspondientes. Por otro lado, el tiempo invernal tiene mucho de fascinante, como bien saben los fanáticos de Instagram, que no dejan de subir estupideces del momento, asociadas a la nieve y sus trompadas. Y tampoco hay que olvidar que todo el mundo sabe que los planes establecidos para el nuevo año representan otro más de los lugares comunes de la navidad, como el turrón o las peleas familiares, pero que nadie en su sano juicio prevé cumplirlos, pues a nadie le interesa cambiar, porque el coste emocional es superlativo.

Pero, aun con todo, convengamos en que todo podría ser. ¿Quién sabe? Ahora, lo de reducirlo a una fórmula matemática, concretamente ésta:

1/8C+(D-d) 3/8xTI MxNA

es propio de infraseres con el frenillo de la amígdala muy tirante, como consecuencia de la liposucción llevada a cabo en la mielina de los axones de sus neuronas, producida por una cualidad in crescendo en nuestros días: la estupidez tontolábica (adquirida o congénita, que de todo hay). Resumiendo, que esto ya se extiende mucho: que lo de la fórmula matemática del blue monday, para que nos entendamos, me parece eso, un excremento. Lo malo es que después de eso no puedo mandar arrancar nada a los pocos que me leen. Ni siquiera la cabeza de ese genio norteamericano, padre de la fórmula. Y, claro, eso hace que mi lunes sea muy blue.

domingo, 18 de enero de 2015

DOMINGO CON FRÍO Y LLUVIA

Llueve, y hace frío. Es un domingo de principios de un año nuevo que comienza. En realidad, los días se suceden con regularidad, pero nos gusta ponerles término e inicio. Nos dan la perspectiva de poder controlar el riguroso paso del tiempo. También acostumbramos a hacer balance de vez en cuando. Acaso, para sugerirnos la idea del transcurso como una sucesión de etapas, de peldaños, de fragmentos. Nos revitaliza. No podemos evitarlo. Necesitamos ese auxilio de las efemérides, para darnos el ánimo suficiente para proseguir. Sin embargo, ese mismo pasar de una celebración a otra a lo largo del año, produce también el efecto de que ese mismo tiempo, esa misma vida, vuelan sin detención ni regreso posibles.

Llueve de forma constante, los árboles se hallan hibernando a su modo, y no nos muestran más que sus leños desnudos, mientras su interior se acomoda y prepara un nuevo advenimiento florido que tendrá lugar, si las circunstancias lo propician, dentro de unas cuantas semanas. Hace frío, porque es la época. En cambio, ahora parece que debiéramos sorprendernos de ello, y le ponemos nombres técnicos, como la ciclogénesis, le dedicamos muchos minutos de los informativos, y hasta, en ocasiones, le asignamos nombres propios a estas perturbaciones atmosféricas. Nos debe dar la impresión de que así el combate del hombre contra la naturaleza cobra ropajes nuevos, advirtiéndonos del próximo dominio de lo natural por lo humano. Nunca más lejos de la verdad, por descontado, pero...

Hoy tenía pensado hacer tres o cuatro cosas. Pero he hecho sólo dos. Y diferentes de las que había planeado. Eso es lo que algunos llamamos vivir Después de cuatro horas matinales de un domingo frío y lluvioso, cuatro rostros hermosos de dos personas diferentes han brotado a la luz desde las bodegas de mi habitáculo. Y donde antes había la entrada de blog envejecida de un mes remoto de finales de 2014, ahora aparece ésta, recién salida del obrador, e inspirada por un capuccino con sabor a caramelo. No prometo nada. Constato. Siento. Disfruto. Comunico. No prometo nada, como siempre. Pero, pensar, lo pienso.

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