viernes, 23 de marzo de 2012

EL MÉTODO (GRONHÖLM)

La duda entre lo conocido y lo por conocer, a medida que uno envejece, se hace menos turbulenta, y la claridad se impone a la tiniebla, del mismo modo que el goce sobrepuja a la ansiedad. Me pasa a menudo con los libros; también, aunque en menor medida, con el cine.
Viene esto a cuento de que ayer, a la hora de mi película diaria, se estableció la duda entre si ver una película de nuevo cuño  (Moneyball, de Bennett Miller, el director de Truman Capote) o ver una más antigua y que ya había visto tres veces antes (El método, de Marcelo Piñeyro). En el caso de ayer, la duda tardó cuatro segundos y medio en resolverse a favor de esta última, porque yo en ese momento requería emociones fuertes, sin que hubiera tiros ni apocalipsis, y la primera las prometía, pero la segunda las aseguraba. De modo que vi otra vez El método.
La experiencia, no por repetida menos intensa, fue como un subidón de adrenalina pura. En un marco muy reducido, unos personajes perfectamente dibujados e individualizados, luchan con todas sus armas mentales y caracterológicas, en una lucha de la que sólo acabará venciendo uno: quien ocupará el puesto para el que una empresa ha convocado esa selección de personal. La anécdota puede consultarse en cualquier lado, no procede explayarla acá.
Pero qué trama, qué actores, qué alternancia de planos, qué guión, qué intensidad, qué crítica más feroz al capitalismo salvaje, qué sensación de novedad a pesar de conocer perfectamente lo que sucede. 
Con obras así, ¿quién se arriesga a que lo vayamos a ver nos defraude? He aquí la reflexión de un viejo.

martes, 20 de marzo de 2012

ARTE EN EL REFLEJO


Llovía bastante. A ratos de forma violenta. Luego paraba. Cuando llueve, las cámaras se vuelven trémulas y contagian sus miedos a sus dueños. Pero a veces hay que violentarlas, forzar su tendencia tradicional a minimizar los riesgos. Y es entonces cuando uno comprueba que hay mundos distintos, y que se pueden ver de otro modo, con otra mirada.
Aquel día vimos el Colegio de la Compañía de Monforte de Lemos, como no lo habíamos visto nunca. En el suelo, reflejado en los charcos de esa lluvia que tanto nos quería molestar y que tanto nos dio, al final.

martes, 13 de marzo de 2012

MIL ENTRADAS DE BLOG


Me he enterado de casualidad. Quizá porque el guarismo "cantó" mucho el otro día, después de la entrada de la luna. Qué curioso, me dije. Mil entradas. Habría sido más interesante, como querría Borges,  que el número hubiera sido más contundente, como "Mil entradas y una entrada", remedando las "Mil noches y una noche" de Burton. Pero yo soy más clásico. Y el número me impacta. Claro que como ésta es la entrada 1001, los dos quedaremos satisfechos. 

Decía que es una cifra que impacta. Y lo hace porque no se va buscando. Si lo hubiera hecho, la ansiedad por alcanzar la meta no me habría dejado vivir. En cambio, así, poco a poco, de forma constante, foto a foto, relato a relato, sin pensarlo demasiado, como si fuera un juego (aunque muy serio, que no admite desmayo), uno llega donde nunca pensó llegar.

Esto es lo más fascinante de los blogs. Y de la voluntad que debe conllevar, como es lógico. Porque abrir una bitácora, vulgo blog, lo puede hacer cualquiera. Mantenerlo con cierta regularidad es más costoso. Conservarlo varios años, complica su existencia. Alcanzar cifras sorprendentes es más inhabitual. La sensación de repetirse, las fallas de la voluntad, la impresión de que nadie lee, nadie contempla, nadie comenta, todo ello contribuye al cansancio, a la tentación de dejarlo todo y de dedicarse a tareas más gratas, más rentables, acaso más lúdicas. No ha sido mi caso, de momento.

En realidad, el blog surgió hace cuatro años por una causa práctica. No era capaz de aprender a manejar Photoshop, ese programa maravilloso y cabrón, que fue diseñado para prometer paraísos, a cambio de infiernos. Aprendía algo, y como no lo reforzara y prosiguiera practicándolo, se me olvidaba todo. De modo que probé a obligarme a algo, con la finalidad de generar una continuidad que me apretara las tuercas con el programa. Dio resultado, he de añadir.

Pocas cosas me han cambiado la vida tanto en los últimos años -y tan gratamente- como esta bitácora chiquita.

Fotografías y palabra. Es de lo único que sé algo. Por aquí seguirán los tiros...

domingo, 11 de marzo de 2012

LUNA LLENA

 

El otro día, al levantarme sobre las 7'15, vi refulgir frente a mi ventana una luna tan llena como incitante. El impulso de fotografiarla brotó de inmediato. Poner el trípode y montar la cámara con el objetivo, llevó sólo unos minutos, aunque iba con el tiempo algo justo. La verdad es que no es más que un objetivo de 500 mm catadióptrico, que sumado al sensor de la d300 se convierte en 750 mm de longitud focal. Pero quedó con una impresión de proximidad similar a como la sentimos algunas veces, tan lejos, tan cercana, tan influyente en todo y en muchos. Y así quedó. Convenientemente enmarcada, claro.

sábado, 10 de marzo de 2012

OJALÁ CREÁSEMOS MENOS, Y MEJOR

Steven Soderbergh ha sido noticia estos días pasados por haber afirmado que deja su oficio, que ha de reinventarse de nuevo, que ha de aniquilar todo cuanto ha creado, y volver a empezar. Soderbergh es, como se sabe,  director de cine ("Sexo, mentiras, cintas de vídeo", "Erin Brockovich", Ocean's eleven", "Traffic", "Che", y varias otras). Sorprende su afirmación, pero se comprende. Lo que se comprende menos es que la haga. Sorprende su sinceridad (o su deseo de llamar la atención, que nunca se sabe), su desgarro. No, en cambio, su agotamiento, admisible desde cualquier punto de vista, ya que tiene estrenada o a punto de hacerlo tres películas.

Admitamos a juicio la totalidad de sus afirmaciones. Está cansado. Siente que todo lo hecho no lo justifica. Puede que tenga que sacrificar cuanto ha llevado a cabo para reinventarse. Se retira en el momento de máxima actividad. Admitámoslo. ¿Por qué, pues, uno no acaba de creérselo del todo? Porque no suele ser común esa postura. La "droga" de la creación, o de lo que uno piensa que es creación, motiva la "recaída" de casi todos cuantos anuncian su abandono o su retirada. Sucede en todos los ámbitos, sean o no ligados a la creatividad: la música, el toreo, el cine, el arte, la política... A la inmensa mayoría de quienes anuncian que se van, los vemos regresar al poco, como corderillos, a la escena pública, intentando argumentos para explicar la vuelta al tajo: necesidad de dinero, ausencia de motivación, síndrome de abstinencia, necesidad de cubrir un hueco "vacío" desde su marcha, ofertas imposibles de rechazar, perentoriedad...

El resultado es la hipertrofia de libros, películas, canciones, obras de arte (o sucedáneos con dicho nombre). Sobra demasiado de todo ello. Sobra basura en cualquiera de los mundos que acabo de enumerar. Quizá si creásemos menos, corrigiéramos más y no dependiéramos tanto de la opinión ajena, acaso la creación se beneficiaría de una mayor autenticidad y una energía contagiosa, más propensa a la expansión.

Pd/ Sería bueno lanzar una hipótesis algo envenenada sobre cuánto tardará Soderbergh en asomar de nuevo por el mundo del celuloide. Yo no le doy más de dos o tres años.

domingo, 4 de marzo de 2012

EL PROBLEMA ES LA IMPUNIDAD

Desayuno los domingos con morosidad manifiesta. Lo hago habitualmente, pero los días festivos remoloneo más, y me detengo en detalles que la velocidad de la vida cotidiana impide realizar a diario. Me detengo, entonces, en una carta al director de un ejemplar de dominical -XL Semanal, nº 1270, muy reciente-. (Algún día alguien tendrá la idea de realizar una completa sociología de nuestro país, llevando a cabo un estudio serio de lo que pensamos, analizando en profundidad estas cartas que los ciudadanos de a pie mandan a los diarios, con la esperanza de ver publicadas alguna vez sus palabras, fruto de sus pensamientos. Pero me desvío.)

Apuntaba que una carta al director había llamado mi atención. En ella, se nos habla de alguien que es conductor de autobús escolar desde hace muchos años, que todos los días las vidas de unos 50 críos dependen de su pericia y su cumplimiento de las normas, y que su sueldo se cierra en 18.200 € anuales. A continuación, nos habla de una señora que dirige el departamento de cardiología de un importante hospital, con muchas vidas salvadas a sus espaldas, se nos recalca, que es recompensada con un salario de 38.000 € al año. Por último nos habla de un fulano cuya profesión es banquero de alta graduación, cuya gestión "ha dejado a centenares de personas sin vivienda, ha hecho que miles de empresas tenga que cerrar y  dejará próximamente sin trabajo a más de 700 personas". Nos refiere la preocupación de este hombre, porque el Gobierno acaba de limitar su salario a un máximo de 600.000 € anuales. El artículo compara las responsabilidades de los tres, y es concluido con una ironía, que busca una pequeña sonrisa que compense tales atropellos, pero que a mí se me resiste.

Pasemos por alto que el hecho de que sea relativamente fácil conducir un autobús (e incluso lograr el empleo) y de que el sueldo de la cardióloga sea incorrecto (es bastante superior). Centrémonos en las responsabilidades, y en las utilidades. No es verdad que la responsabilidad del conductor sea superior o inferior a la de la cardióloga, y la de éstos, mayores o menores que la del banquero. Todos formamos piezas de un engranaje, y todas las piezas son importantes, porque cuando dejan de funcionar, nos resentimos todos. Nadie duda de las utilidades de los dos primeros, aunque muchos ignorantes cuestionen la del tercero. Pero yo no defiendo a este compungido ejecutivo.

Lo que a mí me hace hervir la sangre es que mientras los dos primeros, con toda su responsabilidad a cuestas, si cometen errores (humanos y no dolosos, se entiende), tendrán que pagar por ello, aun no teniendo culpa directa, si el tercero comete desfalcos, desviaciones y tropelías diversas (obsérvese el diferente matiz inculpatorio), puede acabar impunemente limpio, a poquito que haya urdido bien su red de caída.

El problema no es cuánto gane cada cual, aunque resulte insultante que en esta época de globalización informativa, sepamos hasta cuánto se gastan en moqueros los famosos. El problema no es la diferencia abusiva entre pobres, medianos y ricos. El problema es que quienes son culpables de gestiones incorrectas, prevaricadoras, explotadoras, mentirosas y con ánimo de lucro personal, queden sin castigo proporcionado a sus delitos. Eso es lo que genera alarma social, desidia hacia lo político y desesperanza hacia el futuro.

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