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domingo, 20 de noviembre de 2011

MICRORRELATO

EQUIVOCACIONES DE ULISES, VIEJO

Yo, que tantos hombres he sido, que tantos mares surqué, y que tan tarde regresé a mi hogar, debo reducirme en estos tiempos a la situación de invalidez inmóvil a que los años implacables me someten. Yo, que revestí mi cuerpo de disfraces cuyas vidas fui absorbiendo sin cesar, que hallé siempre el modo de encontrar metas sin agotar la energía que me impulsaba, que he apurado placeres que otros ni siquiera imaginaron, he de verme ahora conducido por manos que no deseo, por sendas que detesto. Yo, que fui amado mucho más de lo que amé, que descubrí tierras extrañas mientras conducía a mis hombres a inciertos destinos, al tiempo que los dioses me perseguían con una saña incomprensible, pero que a su vez acrecentaba mi gloria, he de ser alimentado como un recién nacido, sin poder limpiarme siquiera mi descuidada barba. Yo, que hice de mi astucia el estandarte que todos seguían sin discutir, que jamás tembló en el combate y que tantos alientos quebró con armas bien templadas, debo contemplar a diario cómo mi palabra es la primera en olvidarse y la última en tenerse en cuenta. Por eso yo, que tantos hombres fui, mientras burlaba a las parcas, postergando la laguna postrera, yo, el gran Odiseo, el astuto, el sagaz, el sabio rey de Ítaca, sólo alcanzo a contemplar en el espejo (cuando me lo acercan) sólo una imagen impensable hace años, sucia y decrépita, que no es la de quien he sido, ni la de quien soy ahora mismo, sino el trasunto mismo de lo que ya seré para siempre.
Del libro Micrólogos

lunes, 15 de noviembre de 2010

PENSANDO A LA HORA DE LA SIESTA

jueves, 20 de agosto de 2009

REFLEXIÓN EN VACÍO

miércoles, 3 de junio de 2009

Y AUN DICEN QUE NO PIENSAN

martes, 12 de mayo de 2009

sábado, 10 de enero de 2009

PIENSO, LUEGO... (¿CÓMO ERA?)

lunes, 23 de junio de 2008

Disfrute estival


Sí, parece que llegó el momento en que todo contribuye a que disfrutemos sin tasa del tiempo de estío, donde todas las ilusiones posibles cobran cuerpo otra vez, donde el calor nos obliga a mostrar la carne y la piel antes ocultas, donde podremos relajarnos de las intempestivas jornadas laborales, donde llegaremos a lugares desconocidos y sentir que todo cuanto existe está puesto a nuestro servicio, donde, acaso, alguien distinto, especial y único, acceda a nuestras vidas por un período que nos parecerá una eternidad. También es la época en que las frustraciones son directamente proporcionales a la intensidad de las expectativas que las generan, en que el hastío ante la falta de obligaciones nos mueve a replantearnos toda nuestra vida, en la que hacemos balance de logros y fracasos, en la que convivimos mucho más tiempo con quienes compartimos la vida, en la que los gastos superan con mucho a los ingresos, en la que la tradicional obligación de disfrutar ocasiona más desengaños, en la que todo placer parece más corto y por tanto más fugaz.
En cambio, nada de estas reflexiones puede impedir que unos chiquillos extraigan toda la sustancia a la vida y arrojen sus cuerpos a un río, que viene aún bien crecido y dispuesto a ser el marco de sus aventuras veraniegas. Y frente a eso, nada sirve; ni el pensamiento, ni
la palabra.

viernes, 13 de junio de 2008

Con los pies colgando


A menudo, no caemos en la cuenta de en qué momento del año estamos, porque con frecuencia vivimos demasiado deprisa, y dedicamos pocos momentos a pensarnos, a mirar para ver, a oír para escuchar, a sentir únicamente. A veces, sin embargo, algo nos permite detenernos, porque el destello fugaz de un brillo nos abruma los ojos, porque un estruendo o un murmullo destaca sobre todo lo demás, o un pensamiento nos asalta, derrotando nuestra rutina diaria. Puede ser de muchas formas, en muchas situaciones distintas, deseando que ocurra o tan sólo viviendo sin más. Mientras uno pasea, si tiene la mirada atenta, uno ve signos, señales, muestras de que lo que nos rodea ya no es lo que estábamos acostumbrados a ver, oír o sentir en los últimos meses. Sin aviso previo, unas piernas sobre la balaustrada al borde de una playa urbana pueden obrar el milagro. Unas piernas jóvenes, femeninas, bien formadas, sin encasillar, calzadas con comodidad no exenta de cuidado estético. Unas piernas mostradas con el generoso regalo de que la desidia y el orgullo adolescentes suelen hacer gala. Unas piernas, casi estáticas, cuya posición, brillo y proporciones me han hecho recordar que el verano ya está aquí, que yo aún no estaba mentalmente preparado y que ahora, gracias a esa imagen, comenzaré el reciclaje estacional necesario para que tanta belleza no me pille sin cuidado ni aviso.

jueves, 29 de mayo de 2008

Ambición desmedida


Contaban en ese pueblo que aquel gallo no estaba allí arriba por casualidad, sino como resultado de un comportamiento pernicioso para todos, incluido para él. Referían las crónicas de antaño que desde polluelo había tenido una infancia normal y que su paso al estado adulto no había dado ninguna nota fuera de lo común. Pero una primavera, aquel gallo ya no se contentó con despertar a todos con su canto mañanero. Tampoco le bastó dominar a sus gallinas, como es de ley en su especie. Ser el jefe del corral le parecía poco. Y dejó sus tareas para concentrarse en otras que él consideraba de mayor altura, como subirse al cable de la luz del mismo modo a como hacían el gavilán o los vencejos, y observar cuanto sucedía a sus pies. Decían que también le dio por pensar o filosofar, y que ya no montaba a sus hembras, lo cual fue hecho digno de comentario. Después se fijó en el nido de las cigüeñas, y cuando éstas iban a comer o a inspeccionar la zona, él se encaramaba a lo alto de su nido, y muy ufano se pavoneaba recorriéndolo de cabo a rabo varias veces, con aire marcial y seguro de sí mismo. Pero nada le satisfacía a plenitud, porque su mirada estaba puesta en el pico más alto de la torre de los Hernando. Un buen día, y de varios trancos, que le costaron lo suyo, se encaramó a dicho lugar. Desde lo alto, la visión del pueblo le pareció maravillosa: se sintió un dios, alguien a quien nadie podría alcanzar, aunque se lo propusiera. Y, en efecto, nadie lo alcanzó. Lo que lo hizo fue un rayo de potencia mediana, proveniente de una tormenta repentina, que lo carbonizó en el acto. Pero el relato de cómo lo descubrieron y bajaron, y colocaron en su lugar una veleta conmemorativa con su figura, es ya otra historia, y no será contada a continuación.

jueves, 8 de mayo de 2008

Elitismos


-Sí, podéis estar alineados conmigo sobre vuestras peanas, y haber sido cincelados en los materiales más nobles, y haber inmortalizado a personajes de importancia variable, cuyos nombres lleváis inscritos, y haber pertenecido a coleccionistas de renombre, y ser tan valiosos que varios se han peleado por vuestra posesión. Sí, podéis alardear de una condición exquisita, de vuestro abolengo bien reputado, y de haber salido de manos expertas. Pero en el fondo no sois más que piedra, memoria esculpida sólo para durar, en una muestra más de la vanidad humana, también de sus fútiles quimeras. Yo, en cambio, me pienso, me reconozco, calculo el alcance de mis contradicciones, siento la calidez del aire, percibo la impostada atracción que representamos, y a su vez la frialdad o la indiferencia de los alientos que se nos acercan. Yo lo capto todo. Por eso nuestras existencias no discurren próximas. No, no somos iguales: jamás lo hemos sido. Yo siento, yo pienso. Vosotros, no.

domingo, 4 de mayo de 2008

Reflexión sobre una bobada


Paseaba distraído, cuando me encontré con un chico que intentaba pararse para observar una escultura de tubos metálicos en espiral. El interés del niño no logró la comprensión de su padre, que tiró de él con fuerza, mientras le ordenaba que dejara de mirar bobadas. Yo, en cambio, me quedé con la palabra "bobadas", y desde ese momento no pude dejar de mirar esos tubos, dispuestos en una doble espiral que se unían en el centro formando una figura abstracta. Arriba, el cielo, veteado de nubes, se erigía en testigo del buen tiempo que nos regalaba ese verano. El infinito de ambos bucles me llevó a calibrar la posibilidad de encontrar un principio y un fin donde poder iniciar o concluir la observación, pero no me fue posible. Entonces, la mirada se me enredó varias veces en mis recuerdos, que me llevaban desde mi infancia hasta una predicción de mi muerte, afortunadamente lejana. Los brillos de los lados de los tubos prismáticos se juntaban con los oscuros de las aristas, formando una cuadrícula imperfecta, pero atrayente hasta el hipnotismo. De ahí pasé a pensar en los claroscuros de mi vida, de la vida en general, y también en la de los dos protagonistas que ya se habían ido. Pensé en la vida, en la muerte, en los aciertos, en los fracasos, en la felicidad y en el dolor. Pensé en todo ello mientras no dejaba de observar la escultura de aquel paseo, al tiempo que iba dando vueltas al rededor de ella. Y ahí fue cuando comprendí por completo la actitud de aquel padre sabio y educador, que impidió que su hijo se obcecara en reflexiones vacías e inconsistentes que no llevan a nada positivo. Lo comprendí, desde luego. Pero ello no me impidió seguir pensando de él lo que pensé en el mismo instante en que se llevó a su hijo de allí con la violencia del totalitario, con la urgencia del acomplejado, con la tozudez de la bestia uncida a la noria.

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