domingo, 23 de marzo de 2014

AMOR DE MADRE



Es una imagen de gran sencillez, con pocos elementos que la conformen. La parte superior de una mujer de rasgos orientales, sus manos, el borde de un cochecito de bebé, cuyo ocupante nos muestra sus dos manitas y una de sus piernas. Pero la sencillez muchas veces significa mucho más de lo que puede parecer a simple vista. La toma aísla otros componentes de la escena, que sobran para lo que se pretendía captar, pero que existen. Enumerarlos ahora, del mismo modo que decir dónde tenía lugar la escena, qué la precedió, qué siguió al disparo de la cámara, resulta del todo inútil, cuando no improcedente.

Fijémonos tan sólo en el lenguaje que emana de un rostro y de las manos. El otro rostro, el de la criatura que se halla oculta por la estructura que lo transporta. No se aprecia, pero lo intuimos. Y lo hacemos porque la suma de los gestos tiernos de su madre nos lo comunican todo: lo que siente ella, lo que transmite a su hijo, y lo que éste, a su vez, siente y devuelve a su madre.

Es sólo una sonrisa, una cercanía física, una voz susurrante y, sobre todo, una caricia efectuada sobre el piececito del bebé, por su planta, aunque no con la intención de hacerle cosquillas, sino con la de acariciar, relajar, aproximar, comunicar. Todo ello con una emisión de sonidos apenas audible, sin escorzos, conformando una intimidad (en plena calle de una localidad infestada de turistas), aislando a los dos protagonistas de todo lo demás. Y, con el gesto abarcador de una piel cálida contactando con otra cálida piel, enseñar a todo a quien tuviera la suerte de poder mirar en ese momento, todo lo que una madre puede transmitir a su hijo con el más pequeño de los gestos. Es una escena íntima, donde no cabe nadie más que dos. Ni el padre o los hermanos que pululaban alrededor. Ni, mucho menos, el fotógrafo, que sólo gracias al poder de una lente pudo atravesar el muro de amor que esta madre construía en ese instante para ellos dos.

Escena robada en Ronda (Málaga, Andalucía, España)
Julio, 2004 ----- Nikon D100

sábado, 22 de marzo de 2014

¿Y SI SÓLO ME QUEDARAN UNAS HORAS?

Una persona muy querida me requiere para responder una de esas preguntas con mucha miga, futuribles sorprendentes, situaciones imposibles. “Si supieras que sólo te quedaran unas horas de vida, ¿qué harías con ellas?” Este tipo de interrogantes implica que la respuesta será siempre errónea o, como poco, insuficiente. Y, además, está el asunto de en qué edad tiene lugar la prueba. No es lo mismo formular la cuestión a alguien joven, que a alguien en su madurez -como es mi caso- o a quien ya se encuentra en el tramo final de su existencia.

Lo que apetece decir tal vez no sea lo procedente, y lo que procediera, tal vez fuera una aburrida estupidez. ¿Qué haría uno en tales circunstancias? Las opciones tampoco son tantas. O lo mismo de siempre (caso de que se tenga una vida plácida); o algo muy diferente (caso de que la existencia haya resultado pesada o dura); o algo excepcional o extravagante (restringido espacialmente a un radio kilométrico cercano).

En mi caso personal, debo confesar que siento tentaciones por las tres, pero no de manera intensa, sino vagamente difusa y alternativa. Mi amor por la rutina que no caiga en la monotonía destructora, y mi situación vital, que es lo suficientemente agradable como para llegar a suscitar alguna envidia, me decantarían de primera mano por la solución primera. Mi carácter poco social y escasamente amante de los riesgos no me abocaría a la segunda más que de un modo puntual, y después de haber pensado bien qué “diferencia” querría experimentar (y acaso no hubiera tiempo para ello). Y en un radio de acción razonable ¿por qué hecho o acción excepcional o extravagante me podría decantar? Algunos me vienen a la cabeza, pero...

Otra cosa es dilucidar si desearía estar solo o acompañado. Y también en este punto encuentro tentaciones en ambos sentidos. Mi vida solitaria me ha hecho asumir perfectamente una de las lacras para la mayoría de los humanos, y hacerla parte de mi vida cotidiana. Pero también, el ejemplo del Fedón platónico nos recuerda el goce intelectual de estar rodeado en los últimos momentos por quienes te amaron por tu persona y tu intelecto. Y ¿qué decir de hacerlo en la compañía de la persona amada? Si se trata de la persona elegida en el recíproco sentido, y esas horas no se convirtieran en un llanto anticipatorio de la desaparición, podría ser delicioso y acaso lo más recomendable. 

Pero ¿qué elegiría yo en particular? Pues bien: debo confesar que a las 11 horas 44 minutos del día 22 de marzo de 2014, en la ciudad de Avilés, no sabría responder con precisión. Si acaso resurgiera la pregunta, acaso me la replanteare.

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