El animal que se halla en primer término era el custodio de un harén gallináceo en un pueblo de Toledo. Se supone que sus funciones, además de las copuladoras y generatrices, tienen que ver con el cuidado y la protección de su elenco (14 gallinas a su cargo, que pululaban por un corral casi a pie de calle, de unos 50 m2). Ello debería implicar luchar contra los intrusos, atacantes o curiosos, fueran quienes fuesen. Se supone. Debería. Pero, no. O al menos, no me quedó tan claro en aquel momento.
Cuando me acerqué a la endeble valla que separaba la calle del corral, el mismo gallo que aquí vemos en claro contraste cromático con dos de sus protegidas, no osó enfrentarse a mi avance en ningún momento -como ya me sucedió otras veces-. Sólo retrocedió unos pasos lentamente, y mantuvo la posición, desde la que no dejó de observarme en ningún momento, pues su curiosidad resultó superior a la obligación de defensa de su serrallo. Como mi interés en hacerle alguna foto decente era muy superior a mi propia curiosidad sobre su comportamiento algo anómalo, me quedé sin saber qué habría hecho de haber proseguido mi avance. Por ello, su curiosidad quedó en el mismo punto que la mía. Él sólo vio un humano abrigadísimo con prendas negras al que algo negro le tapaba la cara y que a veces reflejaba destellos de luz. Yo únicamente llegué a ver de verdad a este trío protagonista y al conjunto más desordenado de aves, a quienes también fotografié. Pero de esas imágenes no se ha podido salvar ni una.
En Guadamur (Toledo, Castilla-La Mancha, España)
Diciembre, 2018 ----- Nikon D500
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