sábado, 26 de enero de 2019

HITOS DE MI ESCALERA (35)

A cualquiera con dos dedos de frente y escaso sentido patriótico o localista, León se le queda irremediablemente pequeño enseguida. Ya el hecho de que me coincidiera la fundación de la universidad con el inicio de mi carrera fue un hecho penoso con el que hube de cargar tres años, aunque eso sólo lo supe tiempo después, cuando pude comparar con otra institución, otra facultad, otros profesores. Pero cuando estaba en 3º, yo comprendí que en León sólo podría estudiar Historia general, cuando yo deseaba una especialidad, en concretel el mundo contemporáneo. Por ello, hube de plantearme primero a mí mismo la posibilidad de efectuar esa rama de la Historia. Una vez asumido que en mi carrera, sólo se podía lograr algo si destacabas con claridad, y acepté el reto que me suponía cambiar mi vida, el siguiente paso era plantearlo a mis padres. Eso ya fue otro cantar.

De primera mano, mi madre planteó serias objeciones: económicas, umbilicales, egoístas. En aquella no sobraba el dinero en casa, y mi hermano aún no trabajaba, por lo que la aventura de “estudiar fuera” se planteaba peliaguda, cuando no inviable. Por otro lado, mi vinculación emocional con mi madre era alta, pues de aquélla era su único apoyo en casa, con un hermano en plena adolescencia salvaje y un padre que se desentendía de demasiadas cosas. Por último, mi madre no comprendía que para estudiar lo que me gustaba hubiera de hacerlo fuera. O lo comprendía, pero le fastidiaba todo lo que iba a perder con ello.

En segundo lugar, mi padre, parco en comunicación como siempre, preguntó los porqués y los cómos. Yo los expliqué de todas las formas posibles. Y teniendo en cuenta que yo había elegido mi carrera, en franca oposición al Derecho que habría preferido él, esperaba que ahora pudiera desquitarse, limitando mis posibilidades de expansión. La verdad es que lo habría tenido fácil, pues ya digo que sólo con la cuestión económica podría haber justificado una negativa de lo más razonable. Pero, no. Ésa fue la primera gran sorpresa (la segunda la sabría tiempo después, cuando tuvo que tomar un empleo para las tardes, para compensar los gastos del "exiliado"). No sé cómo lo decidió ni cuándo, pero dio su consentimiento. Y a mi madre ya no le quedaron argumentos ni fuerzas (estaba en una etapa muy delicada, muy depresiva, sufriendo mucho por muchas causas), como para oponerse frontalmente, lo que en otras circunstancias podría haber sucedido, y yo me habría quedado en León y sin especialidad.

Admitida por la magistratura gerente -con reservas- mi matriculación en otra universidad, había que decidir cuál. Eché tres instancias, por orden de interés. La Complutense y la Autónoma (Madrid), y la de Valladolid. El plan de estudios que menos me gustaba era el pucelano, pero también era la ciudad que más cerca estaba, y eso siguió pesando hasta muy al final. Y allá por mayo del 1983, en vísperas de un tardío y ya casi irrelevante estupendo expediente académico en ese curso último en León, contestaron las universidades. La Complutense denegó el traslado, pues no admitía en esa facultad a gente que no hubiera realizado el COU en Madrid. Las dos restantes contestaron afirmativamente.

Me decidí por la Autónoma de Madrid (y mis padres acabaron aceptándolo, al final) por varias razones. La primera, el prestigio de dicha entidad (iba a recibir clase de D. Miguel Artola, nada menos, y yo quería recibir la mejor enseñanza posible). Luego intervinieron otros aspectos. Huir de León lo más lejos que fuera posible resultó casi una necesidad, teniendo en cuenta lo que estaba sucediendo en mi familia por aquel entonces, haciendo gala del más absoluto egoísmo que me caracteriza. El atractivo cultural del Madrid de la Movida era absoluto y con un potencial incontestable, con el añadido que en aquella época del socialismo de los inicios, todos los museos estatales eran gratuitos. La posibilidad de “volar” del nido familiar, y desenvolverme por mí mismo sin el control paterno, se mostraba como muy tentadora. Y la excitación propia de cualquier cambio de etapa, que si bien convivía con las zozobras, era más poderosa que los miedos. Todo ello junto concluyó con mi matriculación en la Facultad de Historia de Universidad Autónoma de Madrid, en la especialidad de Hª Moderna y Contemporánea de España, 4º curso. Hacia allí dirigí mis pasos el curso 1983-84. Era octubre. Había cumplido 20 años hacía 5 meses justos.

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