martes, 28 de febrero de 2017

HITOS DE MI ESCALERA (15)

Acostumbro a asociar la cerveza con las bicicletas, y aunque no tienen nada que ver, para mí sí, y mucho, como intentaré exponer a continuación.

Al acabar el infausto 1º de BUP, que supuso una severa cura de humildad para un petulante acostumbrado a ser de los primeros de la clase, creí llegada la hora de conseguir una de mis inveteradas reivindicaciones, jamás satisfecha: que mis padres me compraran una bicicleta. Casi todos mis amigos la tenían, y yo me sentía marginado por ello. No pensaba que fuera un gasto excesivo, y llevaba muchos años deseándolo con ganas, desde que aprendiera a montar en ellas, en una de las bodas a las que había asistido hacía poco. Yo no creía que las pesetas que costara una bici fueran demasiadas, pero mi madre -responsable de las finanzas familiares y de cuanto se gastara en casa- opinaba justo lo contrario. Pensaba que no sólo era cara, sino que era un gasto superfluo, del que se podía prescindir. Pero aquel verano del 77 tanto debí porfiar, que propuso una transacción que yo consideré justa. Buscaríamos el dinero para comprarla, haciendo algo que no habíamos hecho antes: trabajar. Y lo haríamos ella, mi hermano (que también se beneficiaría de su compra) y yo. La tarea sería sólo quince o veinte días en el mes de agosto, y consistía en ir a pelar lúpulo a una finca de las afueras, que se hallaba a poco más de un kilómetro de donde vivíamos. Con lo que obtuviéramos, se compraría la ansiada bicicleta. Yo estaba entusiasmado; y al principio, mi hermano también. Pero la cosa tenía sus dificultades.

Como es sabido, el lúpulo es una planta trepadora, cuyos frutos contienen un polvillo amarillento, que es lo que le añade el amargor típico a la cerveza. En aquellos tiempos, León y Valladolid tenían casi toda la producción española de dicho producto. El problema es que aunque la rama es muy voluminosa y puede alcanzar los 5 y 6 m. de altura, el fruto es muy pequeño y, sobre todo, pesa poquísimo. Como se pagaba a razón de la cantidad que marcara la báscula, cesta a cesta, era cosa de pelar mucho para sacar mucho, porque si no, no rentaba. Pero también estaba el asunto de la higiene. Es una tarea no demasiado engorrosa, que no requiere demasiada pericia, pero sí una constancia rigurosa, dado el carácter mecánico de su extracción, pero que es enormemente sucia, y uno acaba muy manchado (se llevaba ropa vieja, porque quedaba inservible después). También, oliendo de un modo tan característico -y nauseabundo- que aún hoy distinguiría esos efluvios donde quiera que los hallase de nuevo.

Con todo, la cosa se inició con gran brío por parte de mi madre y mía. Mi hermano se cansaría pronto. No le veía recompensa a corto plazo, y con 9 años lo que más le gustaba era jugar sin descanso, y no parar quieto un minuto. De modo que los que llevamos el peso de la tarea fuimos mi madre y yo. Fueron sólo dos semanas largas, ya digo, y era estimulante tener una meta que cumplir, animados por la ambición de lograr el objetivo sobre dos ruedas. Recuerdo con una sonrisa grata algunas conversaciones, las alabanzas sobre mi actitud “laboral” con que mi madre solía acompañarlas, tanto a mí como a los otros trabajadores, eventuales como nosotros. También, el ir a pesar una cesta llena hasta los bordes, aunque sólo pesara 6 ó 7 kg, a 5-8 pesetas/kg, era una experiencia maravillosa, no sólo por descansar un rato, sino por ver cómo engordaba el premio final. De igual modo, la hora del almuerzo, con la tartera llena de legumbres o pasta, y la fiambrera con huevos rellenos o tortillas variadas, era un momento de felicidad suprema. Además, mi madre, aquellos días, reverdecía. Estaba en su mejor momento del año, y eso que trabajaba todavía más. Porque dejaba todo inmaculado en casa, hacía la comida y llegaba sólo un par de horas después que yo, sobre las 11 de la mañana, y allí hasta las 8 u 8'30, casi sin parar. Estaba radiante como nunca la volví a ver. O sea, que la pela de lúpulo tenía a pesar de sus aspectos desagradables, un atractivo evidente.

Y llegó el día de cobro. Lamento no recordar cuánto fue, pero aunque no estuvo mal la cantidad definitiva, no conseguimos el total de lo que costaba la “BH” que a mí me gustaba. Yo propuse que bien podrían mis padres aportar lo que faltaba, pero mi madre enseguida evaporó toda esperanza al respecto. Porque: 1) el trato era que había que conseguir TODO el dinero, y no parte; y 2) ya estábamos a finales de agosto, quedaba poco para comenzar el curso, y “la iba aprovechar poco”. Mis lágrimas, pataletas, silencios y el disgusto prolongado no ablandaron esa vez su sensible corazón. Eso sí, me ofreció esperanzas muy fundadas de que con la temporada del año siguiente, la conseguiríamos fijo. Y en eso quedó la cosa. Hasta el año próximo. Y otros tres más, que fue los que realizamos dicha actividad. De ahí que cuando bebo una cerveza...

Pd/ Ni que decir tiene que la bicicleta jamás se compró. La única de la que dispuse durante unos cuantos años fue una que tenía una tía en el pueblo de mi abuela, que aquélla había traído de Francia, y se había quedado allí, tras su mudanza definitiva a Sevilla. Eso sí, mi madre no se quedó el dinero, sino que lo ingresó en nuestras libretas de ahorro, que nos habían abierto al nacer.

lunes, 27 de febrero de 2017

RECLAMO INTERESADO



Al perenne gesto del cocinero glotón no le afecta el paso de los años, ni las inclemencias del tiempo, ni siquiera la desconsideración de su dueño, que hace tiempo que dejó de cuidarlo, aunque siga sirviendo para lo que se lo creó, de reclamo publicitario. Ajado y descolorido, al cocinero tragaldabas no le importa nada, porque sabe que cuando terminen todos de comer, él comerá hasta hartarse, en un rincón apartado del restaurante. Por eso su gesto hambriento sabedor de su posterior hartazgo es menos actuación que convencimiento. Conoce lo que sucederá, aunque también sabe que más comerá cuanta más gente entre en el local. De ahí esa lengua que repasa su bigote curtido y denso. Señala lo apetitoso de lo que allí se ofrece, todo delicioso y muy apañado de recio. “Entren, entren, aquí se come de fábula -parece decir-, y cuanto más coman ustedes, más sobras quedarán para mí”. Su cara bonachona casi nos convence, hasta que tras dos tímidos pasos hacia el interior nos empuja hacia fuera un rancio olor a fritanga y a pucheros no muy fiables. La cantidad de gente que abarrota el local no parece aquejada de nuestros escrúpulos, y engulle a mandíbula llena lo que allí se ofrece. Salimos, al tiempo que una pareja joven con dos niños entra para ocupar la última mesa libre. Nos alegramos por ellos. También por el cocinero gordo y hambriento. Hoy tendrá buena ración de sobras. Antes de irnos, le susurro al oído: “hoy seguro que triunfas, gordinflón; buen provecho tengas”.
En una trattoria de Sta. Margarita de Ligure (Liguria, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 26 de febrero de 2017

CÓMO TITULAR UNAS MEMORIAS

Como los escasos -pero valiosísimos- amigos que siguen este blog conocen bien, soy asiduo lector de literatura autobiográfica, de la que destacan diarios, epistolarios y memorias. De estas últimas quisiera hablar hoy siquiera breve y parcialmente. Con brevedad, pues el espacio es el que es, y uno nunca quiere abusar de la paciencia de lectores tan ocupados y amantes de su tiempo. Y tocando sólo una faceta de las mismas, que es el tema que hoy nos ocupa: sus títulos. Es uno de los aspectos más singulares de estas obras tan especiales, y que me llama más la atención. De hecho, la capta hasta el punto de ser determinante en ocasiones, a la hora de elegir alguna como compañera de viaje temporal. “Automoribundia” (Ramón Gómez de la Serna), “Camina o revienta” (El Lute), “Vivir para contarla” (Gabriel Gª Márquez), “Un armario lleno de sombra” (Antonio Gamoneda), “Confieso que he vivido” (Pablo Neruda), Jardín y laberinto” (Clara Janés), El tiempo amarillo” (Fernando Fernán-Gómez), “Todos náufragos” (Ramón Lobo), “Doble esplendor” (Constancia de la Mora), “Mira por dónde” (Fernando Savater), “Desde el amanecer” (Rosa Chacel), por mencionar sólo autores en nuestra lengua, podrían ser impactantes ejemplos.

Es por ello, y teniendo en cuenta que es muy aburrido titular, como hace la mayoría, sólo con la palabra “Autobiografía”, o “Memorias”; entendiendo, además, que cualquier título podría ser válido para identificar tales libros, me he permitido crear una lista de diez posibles títulos, por si pudiera servir de ayuda a algún creador bloqueado ante tamaña empresa, bien porque sin el título no la comienza, bien porque, una vez elaborada le falta la guinda que corone el pastel. Ahí van.
  1. Vuelo rasante
  2. La poda y el injerto
  3. En construcción
  4. Mudando la piel
  5. La espiral en zig-zag
  6. Andadura de papel
  7. La forja del cristal
  8. Ensayo perpetuo
  9. La curva de Gauss
  10. Haciendo hueco

Ahí ofrezco diez, pero podría poner cien: una vez puesto… Pido no obstante disculpas por si alguno de mis magníficas propuestas ya ha sido utilizada con anterioridad por alguien con grandes luces para esa tarea engorrosa de titular libros tan importantes como son las memorias. Uno ha leído unas cuantas, pero ni mucho menos los miles de obras que en el mundo habrá, y de la que siguen saliendo cada año una buena cantidad al mercado. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que la originalidad es una cualidad sobrevalorada, entre otras cosas porque la verdadera abunda poco, y suele ser atributo exclusivo de personas geniales. Uno, todo lo más, recicla, reescribe, retoma…

sábado, 25 de febrero de 2017

HOMBRE EN EL AIRE


Cuando contemplé esta escultura, me fijé sobre todo en la posición inestable, y me pregunté cómo se sostenía. Solucionadas las cuestiones técnicas, reparé en los correajes que la envolvían. Luego, en su gesto, su postura, el inestable escorzo de su conjunto. Pero había muchas obras en ese museo, muchas sorpresas que apurar en los tres cuartos de hora que faltaban para que ese universo minúsculo y gigantesco ubicado en Portofino cerrara sus puertas hasta el día siguiente.


Es ahora, meses después, al seleccionar, clasificar, distribuir y elegir para editar, cuando me percato de la posible semántica de la obra, cuya autoría no hallé por ningún lado en su momento. Envuelta por unas tiras de tela frágil, que no parece haber sido repuesta desde su creación, y que expuesta al aire libre como está, no tardará en destruirse lenta e inexorablemente. Apoyada sobre una parte del pie izquierdo (ni siquiera sobre el pie entero). En un escorzo casi imposible, que habrá requerido abundosos cálculos físicos para lograr sortear las atracciones de la gravedad. Con la cabeza gacha bajo los brazos, como si estuviera protegiéndose de algo que podrá golpearlo. Desnudo, y de cuerpo esbelto, clásico, bello. De bronce, duro pero hueco, recubierto de una pátina oxidada no se sabe si por acción del aire y el salitre o por decisión del artista que la concibió. Una sorprendente mixtura de tradición clásica formal y modernidad crítica. El modo en que se nos muestra ¿no nos lo hermana en conjeturas, en miedos y en pensamientos? Su inestable equilibrio ¿no es un aviso certero sobre nuestra condición de mortales bajo amenaza? Su paso en el aire (sobre la nada) ¿no muestra la misma zozobra de nuestra cotidianidad? Él, en su conjunto ¿no viene, desde su silencio tembloroso, a representarnos a todos?

Escultura en el Museo del Parco, en Portofino (Liguria, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

viernes, 24 de febrero de 2017

DROGAS CONTRA LA REALIDAD INFORMATIVA

En los últimos tiempos me drogo cada vez más. Mucha serie adictiva. Mucha película reciente. Mucho libro de memorias. Mucha foto atrasada. Mucho tirar folletos turísticos. Mucho ordenar mi piso. Mucha conversación novedosa. Y aunque aún no he dado el paso hacia las sustancias estupefacientes, ni tampoco he probado las alucinógenas, que nadie descarte nada. Todo, con la ingenua pretensión de no escuchar o dar al olvido las noticias que la radio, la prensa y la televisión llevan dando desde que comenzó el año (como si el precedente hubiera dado alegrías). Todo, para inflarme una vez más con el pecado imperdonable de incurrir en la ingenuidad más inmadura o el tancredismo más estúpido, y seguir creyendo que la justicia es casi igual para todos, que quien la hace la paga, que de las decisiones democráticas no pueden salir malas decisiones, que el capital no gobierna el mundo, que hoy los artistas más preclaros tienen el mismo valor que los del pasado. No tengo remedio. Por tanto, ¿necesito o no necesito drogarme para asumir la realidad?

jueves, 23 de febrero de 2017

EL BOSCO Y SU PERENNE MAGNETISMO



En la cartela que hay al lado de este Juicio final, además de sus características físicas y algunas semánticas y simbólicas, aparece la apreciación: “Autor: atribuido al Bosco”. Pues claro. A varios metros de distancia, sin haberlo previsto ni leído con anterioridad, y con una sorpresa mayúscula de mi parte, me encontraba en un museo local de una ciudad donde no pensaba hallar algo semejante, ni por asomo: una tabla pintada al óleo con figuras cuya adscripción atribuyo yo también de inmediato al controvertido pintor flamenco. Hasta que me acerco más, lo verifico y exclamo un “¡claro!”, muy satisfecho por mi intuitiva identificación.

Naturalmente que se trata de un Bosco. Y eso, incluyendo que la autoría no fuera la suya. Ese universo es suyo por derecho propio. Igual no lo pintó él, pero daría igual, siendo, como es, una obra fechada a principios del XVI. Acaso fuera alguien cercano, alguien fascinado, como tantos a lo largo de la historia, por sus mundos alucinados y personalísimos, y que copiara con fidelidad su mundo y sus rasgos. Incluso puede que, como otros comentan, sea una obra verdaderamente pintada por el llamado Bosco, catalogada en su momento entre las posesiones de Felipe II, pero que acabó perdiéndose en su devenir, y hallada varios años después. Al espectador estas cosas le traen un poco al pairo. A mí, al menos. Cuando uno conecta con las figuras creadas por su intelecto torturado y visionario, ya no puede alejar la vista de ellas. Cuando la sorpresa se añade a lo que la potencia de sus figuras transmite, el placer es infinitamente mayor.

La inmensa cantidad de estudios realizados sobre la obra de este excelso autor, de biografía dudosa e interpretación esquiva, no satisfarán nunca la necesidad de conocimiento que su figura nos promueve. Basta con ver esas anatomías incompletas; esos contrastes entre seres híbridos y gigantescos y los humanos tan pequeños y vulnerables en su desnudez permanente; esa coexistencia entre el universo divino e inmutable y la aparente anarquía y disposición de una humanidad desorientada; esa imaginación impensable a finales del medievo, aleada con su capacidad anticipativa y la minuciosidad del óleo flamenco sobre tabla; basta con eso para quedarse un buen rato extasiado ante tanta pequeñez física (76x70 cm) y tanta grandeza simbólica y estética. Que la autoría real viniera a ratificarlo con la legalidad pertinente no añadiría un ápice al disfrute obtenido en ese momento. Del mismo modo que la comprobación de una autoría diferente o novedosa no empañaría tampoco nada de cuanto queda dicho. Y dicho queda.

Juicio Final, óleo sobre tabla atribuido al Bosco, que se halla en el Palacio Decanal, sede del Museo de Tudela (Navarra, España)

Marzo, 2015 ----- Panasonic Lumix G6

miércoles, 22 de febrero de 2017

LA COMIDA, NEXO DE UNIÓN

La comida podría llegar a unir a los humanos, si éstos, tan exclusivistas como siempre, no se obcecaran en marcar las diferencias. En cinco días consecutivos, he comido con tres personas diferentes. Solos, frente a frente, que es como a mí me gusta comer más que nada. En un diálogo gestual, olfativo, conversacional, gustativo, total, en el que dos personas se transmiten lo que su cuerpo recibe por varias vías distintas, todas ellas confluyentes en la sensualidad que caracteriza esos momentos.

La comida sería un nexo de unión, una posibilidad para que quienes discrepan, se oponen, se odian, pudieran ofrecerse una oportunidad de compartir, de paladear. Y aunque todo el mundo sabe de las posibilidades de una buena comida para limar asperezas y rencores, no suele recurrirse a ello en la medida que se debiera. Por desgracia.

He dicho y escrito hasta la saciedad que lo peor que conlleva mi vida de solitario impenitente es tener que comer solo la mayoría de los días. Pues bien, cuando esta situación se altera por alguna causa, sorpresiva o planificada, el día se ilumina de un modo especial. Este fin de semana, con X ayer con Y y hoy con Z. Todos ellos, en mi casa, con comidita preparada por mí, sencilla, pero gustosa y que produjo gran satisfacción, si hemos de creer a los comensales. Carnes, vinos, copas bellas, conversación entusiasta, pletórica, personal. Comunión de un tiempo congregados alrededor de unos alimentos y bebidas que suelen ser una excusa, un medio, para que la palabra, el acercamiento y los sentimientos me enlacen más a unos seres que quiero en mi cercanía, que me ayuden a sentirme miembro de una comunidad algunas veces por lo menos y que, al tiempo, me permitan apurar esa dosis de relación social que todo humano debe disfrutar para que pueda degustar su propia soledad adecuadamente. He comido cinco días seguidos con tres personas diferentes. Y aún casi no me lo creo.

Diario de 2001, inédito. Entrada de 16 de enero

martes, 21 de febrero de 2017

EDUCAR, JUGAR ¿CON O SIN ARMAS?


La imagen es simple, pero acaso haya que describirla y contextualizarla un punto. Dos niños están jugando en un parque, en Valença do Minho, con espadas de madera compradas en ese mismo lugar; es verano y hace calor; los padres y acompañantes están fuera de cuadro, pero a pocos metros. Para su análisis, la escena se puede enfocar de dos modos, antitéticos ambos y de difícil concordancia.

En el primero, se podría aducir que en verdad están jugando, que por lo que se pudo ver no hubo lesiones de ningún tipo, que el crío pequeño también rió en ocasiones a pesar de su papel inferior en la contienda; además, las armas son antiguas, pues son espadas medievales, no son revólveres ni fusiles de asalto; y, a mayores, están hechas en madera blanda bien lijada, por lo que es muy difícil que se hagan daño. Luego, se podría argumentar también que de esa forma se curten en las luchas por la supervivencia; que vivir requiere capacidad de lucha y de resistencia; que si no estás dispuesto a pelear eres carne de cañón; que los juegos de los niños deben imitar acciones adultas, pues para eso están concebidos: para crecer y aprender; que entre hermanos, es natural la rivalidad y de todos es sabido que el pez grande se come al chico: siempre fue así, y nadie salió traumatizado por ello; por lo cual conviene que la tarea de prepararse para lo dura que es la vida comience cuanto antes, en la primera infancia.

Sin embargo, el argumento contrario se fija en que a pesar de ser juguetes de madera roma y en apariencia inofensiva, siempre puede, blandirse a modo de porra y hacer daño, por no hablar de que la punta siempre puede alojarse en un ojo, boca o similar y producir heridas graves. Además, esta idea se fija sobre todo en que los instrumentos del juego son armas; que, si bien son antiguas, no dejan de ser un objeto que prolonga la capacidad humana para la dominación y el dolor; por otro lado, añade, aunque sea un juego y tal vez pueda divertir, no resulta instructivo, pues busca la destrucción o daño del rival, y eso no construye, sino que segrega. La educación, prosigue el razonamiento, no puede ser una cuestión de lucha por la supervivencia, sino una instrucción en aceptar las diferencias que busque la integración de todos, y no la lucha constante, como si nos halláramos en la selva. Si se educa con armas, se entiende que éstas son algo cotidiano y habitual, necesario casi, y que de ahí a una mentalidad violenta con consecuencias y posibilidades de todos conocidas, sólo hay un paso.


Ambas posiciones poseen unas argumentaciones razonables y cuentan con ejemplos contrastados. Pero parecen incompatibles entre sí, y poco propensas al consenso. ¿Por qué, pues, las dos me parecen falsas y verdaderas al tiempo? ¿Por qué no me convence ninguna de las dos en su totalidad?

Robado en Valença do Minho (Portugal, frontera hispano-portuguesa)
Agosto, 2006 ----- Nikon D100

lunes, 20 de febrero de 2017

MI PALABRERÍO CANALLA (16)

AUDACIA: Postura ante la vida que, como ya recordase el adagio latino, supone la mejor carta de presentación para que la fortuna nos deleite con su presencia y con sus goces.
AUTARQUÍA: Se llama así a la situación en la que una unidad económica se las debe ingeniar para mantenerse por sí misma sin recurrir a trueques, comercios o imperialismos. Como genera mucha necesidad, suele dar origen  a muchos inventos que suelen ser ignorados por las estultas mentalidades de quienes gobiernan y provocan tales situaciones.
AUTODETERMINACIÓN: Pretensión de toda nación o nacionalidad de gobernarse por sí misma y no como parte de otro Estado, para acabar comprobando de forma práctica que se está mucho mejor contra alguien que teniéndoselo que hacer uno todo.
AUTOESTIMA: 1. Conjunto de incapacidades e insultos que sobre uno mismo es capaz de autoinfligirse cada cual en un momento determinado. Esto, en el caso de que sea baja. 2. Ramillete variado de loas y autoalabanzas que uno puede proferir con cierta asiduidad. Esto, en el caso de que sea alta. En cualquiera de los dos casos, no tiene por qué coincidir con la situación real.
AUTOMÓVIL: Carruaje motorizado al que el prefijo auto le queda un poco grande, pues no se mueve por sí mismo; de igual modo, el automóvil suele quedarle un poco grande, si no mucho, a quienes no disponen de otros argumentos o habitáculos cerrados desde donde poder presumir.
AUTONOMÍA: Zanahoria que los estados conceden a determinadas regiones o nacionalidades para que se entretengan y no den más la murga en su deseo de lograr la autodeterminación (v.).
AUTORIDAD: Concepto que mucha gente confunde con el poder, aun cuando son conceptos muy distintos. La autoridad se gana por la propia valía y los actos de cada cual; en este sentido sería algo relacionado con el respeto. Para obtener el poder basta el dinero, controlar la imagen, y que otros te crean y después te voten; eso, en una democracia; en una dictadura aún es más fácil. No sé si me explico, oiga.
AVARICIA: Afán acumulador y conservacionista (con preferencia por el dinero) de ambiciosas raíces, que se ha visto privado de la facultad para disfrutar de lo acumulado y de lo conservado, razón por la que produce una tremenda infelicidad que se intenta remediar aumentando la acumulación.
AVIÓN: nave metálica y ruidosa que pasa por ser la cabeza del sistema de transporte más seguro, salvo cuando se tiene un accidente, en el que las probabilidades de fallecer son cercanas al 100 %.
AYATOLLAH: Enturbantado y energúmeno personaje iraní que ejerce de religioso musulmán —en su variante chiíta—, versado según sus adeptos en cuestiones “de rito, moral y diezmos”, además de en hacerle la puñeta a todos aquellos que no piensan como él —sobre todo, escritores o pensadores— o no acatan sumisamente sus prescripciones.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

domingo, 19 de febrero de 2017

LA ARTESANÍA, LO MÁS PROFUNDAMENTE HUMANO


Siempre lo he dicho. A mí me encanta la tecnología, pero sin tecnología es cuando más damos de sí. A mí me fascina la tecnología, sobre todo aquella que nos impulsa, nos amplía, nos hace mejores en los diferentes ámbitos. Me encuentro cómodo con ella. Yo poseo mucha tecnología: tengo móvil, tableta, televisor plano con disco duro multimedia, cadena de música, ordenador, portátil, cámara y equipo fotográfico semiprofesional, varios discos duros, etc. Sí. Y en mi profesión la uso en todos los ámbitos, de modo constante, todos los días, desde hace mucho. Sí. Pero en conversaciones de café -y de otro tipo- siempre he afirmado que lo que no pudiera explicar con mi voz y una tiza con su correspondiente pizarra, malamente lo podré enseñar con un equipo multimedia. Las clases las doy yo, no mi ordenador. Las fotos las tomo yo, ni mi cámara. Y si yo soy malo, la tecnología no me va a ayudar demasiado, ni a sacar de pobre.

Por eso me atrae tanto la artesanía. En realidad, comencé a escribir esto porque NOS atrae mchísimo la artesanía. Y lo hace, porque logra convencernos del proceso de la elaboración o ejecución de algo. De que eso es algo auténtico, un producto, acaso único, y no algo fabricado en serie. En esta foto se puede apreciar bien. Es un alfarero de tantos que se pueden ver en estas ferias pseudo-medievales que ahora abundan por doquier. Pero si se las encuentra por todos lados, es porque tienen mucho tirón entre la gente, que demuestra un interés muy particular. Los niños, en concreto, se arremolinan en torno a cualquier persona que HAGA algo, porque hoy en realidad nadie hacemos nada: lo realizan las máquinas. Y cuando observamos el proceso por el que algo informe como una pella de barro se convierte en pocos minutos en una vasija, tras el modelado sabio, experto y paciente de un alfarero que lleva haciendo eso años, algo en nuestro interior asiente, cabecea, y dice: “esto está bien”. Y se le esponja a uno el alma, porque pensamos: “aún no está todo perdido, aún pervive el homo faber que casi desaparece con la Revolución Industrial hace más de doscientos años, que es el mismo que nos sirvió hace menos de un siglo para distinguir a un inteligente simio llamado australopithecus de un todavía más inteligente homo habilis, que además de usar las mismas herramientas, fue el primero que las elaboró con sus manos y les dio forma. Con las mismas manos que el alfarero de la imagen, cuyos dedos lograron la magia de tranformar lo informe en algo útil, a veces hasta bello, pero, sobre todo, algo profundamente humano.

Robado en la feria medieval de Olite (Navarra, España)
Agosto, 2005 ----- Nikon, D100

sábado, 18 de febrero de 2017

EL MUNDO EN MANOS DE ENFERMOS (MENTALES)

El conocimiento de la Historia pasada no impide que determinados sujetos, aquejados de graves enfermedades mentales, accedan al poder, bien por la fuerza, bien de forma legítima y hasta legal. Esto ha ocurrido siempre, y volverá a suceder. El ser humano es una criatura extraña. Pudiendo convivir en paz, no puede o no sabe hacerlo, porque cuando parece que ha domeñado sus impulsos violentos y combativos, pareciera que le falta algo en su fuero interno, y mueve piezas (o deja mover) de tal modo que las situaciones acaban en un nuevo conflicto del que siempre se saldrá malparado, pero cuya ausencia parece generar ansiedad o falta de lo más necesario para vivir. Parajodas de la vida, que diría una querida amiga.

Si repasáramos la lista de fulanos enfermos mentales (o directamente psicópatas) que a lo largo de los siglos han dirigido los destinos de millones de personas, nos echaríamos un rato largo que ocuparía más de un café o de un gin-tónic. Y aunque en tiempos remotos ese tipo de situaciones no eran evitables, por ser la fuerza bruta el más eficaz de los salvoconductos, es hoy cuando el mantenimiento de dicho planteamiento sigue chocando, y apabulla por comparación. Que el mundo pueda estar en manos de la gelidez calculadora y robótica de un Putin, la paranoia endiosada y acomplejada de un Kim Jong-un, o la estúpida ceguera capitalista de un Trump, avalada por sus éxitos empresariales y legitimada en las urnas, es como para echarse a temblar y solicitar plaza en otro planeta, por si acaso. Y ello, sin aludir a protagonistas menores en influencia, pero no menos enfermos de diversa consideración, como los defenestrados dictadores Hussein o Gadafi (ambos ejecutados, legalmente uno, ilegalmente otro), los fantoches tipo Berlusconi o Maduro, o asesinos legalizados como Erdogan y en menor medida Netanyahu. Y tampoco menciono ejemplos patrios, por su falta de influencia desestabilizadora a nivel mundial, pero la lista de incapaces o de golfos también ocuparía mucho espacio y tiempo.


Así que, con las perspectivas apuntadas, ¿nos quedan motivos para ser optimistas? Tal vez sí. El siglo pasado, a estas alturas, ya estábamos inmersos en la mayor matanza que habían contemplado los siglos hasta ese momento, que comenzó denominándose la Gran Guerra, y luego, tras comprobarse la insensata pertinacia humana sólo dos décadas después, terminó llamándose Primera Guerra Mundial. Tal vez sí debamos ser moderadamente optimistas. Lo justo para no bajar los brazos y claudicar definitivamente.

viernes, 17 de febrero de 2017

LA MADRE, EL MEJOR REFUGIO


En la plaza había mucha gente. Era un día de fiesta, y las palomas se aprovechaban de ello. La actividad favorita de los padres en ese momento era darle unas monedas a los niños para que compraran alimento para los roedores alados que inundaban el lugar. Así se los quitaban un rato de encima, y podían departir con otros padres en iguales circunstancias.

Pero de pronto, un perro sin correa se abalanzó sobre las aves, dispersándolas de inmediato, y provocando un desconcierto general. En algunos, incluso estupor y enfado. Pero el niño de la imagen salió aterrorizado de donde se encontraba y corrió a refugiarse con su madre, que lo aupó en brazos y lo cubrió de besos durante un buen rato, tratando de calmarlo con palabras suaves. Aun así, como se reflejaba bien en su cara, al crío no se le pasaba el susto. No se sabe bien si por la avasalladora incursión de aquel bóxer incontrolado, si porque todavía no comprendía bien lo sucedido, o porque el regazo con los mimos de su joven y bella madre eran el mejor lugar donde encontrarse esos instantes. Lo cierto es que más de uno habríamos refrendado la tercera opción con el mayor de los consensos, y a continuación nos habríamos cambiado por el chico sin dudarlo ni un click.

Robado en Plaza Cataluña (Barcelona, Cataluña, España)

Abril, 2006 ----- Nikon D100

jueves, 16 de febrero de 2017

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (2)

Pregunta 6

Usted descubre que, debido a una confusión en el hospital, su maravilloso hijo de un año no es suyo. ¿Querría cambiar a la criatura para tratar de enmendar el error?

Para nada. A mí me importa un pimiento la transmisión genética, y si ese niño era una maravilla, ¿a qué cambiarlo? Habida cuenta de los riesgos que supone ser padre, habiendo comprobado que muchos de ellos se habían evaporado, ¿a qué  repetir la experiencia? ¿Por un estúpido y absurdo —aunque comprensible— deseo de que aquel hijo sea propio en un 100 %? Para nada, insisto.

Entiendo, desde luego, las ansias paternas de que la criatura engendrada y concebida lo haya sido en circunstancias normales por el padre y la madre reales. Pero es tan difícil educar, es tan, tan, tan difícil lograr que tu descendencia tenga unas características positivas, que el simple hecho de comprobar lo que era esa criatura me haría levitar de contento. De hecho, es más que posible que al haberse eliminado la posibilidad de fracasar con él, hasta yo variaría un tanto mi inveterada oposición a la paternidad. Además, cualquiera puede tener un hijo. Ahora bien, lograr que ese nuevo ser posea nuestro marchamo y lo mejore, eso sólo lo logran unos pocos.

No obstante, la mayoría sentiría que al no ser propio algo se derrumbaba a su alrededor. ¡Qué sé yo! Igual se planteaban complejos de inferioridad del tipo: “ya me parecía a mí que era demasiado bueno para ser mío”; o incluso aflorarían ideas de infidelidad soterrada o de potencia personal. Es una ridiculez, bajo mi punto de vista. La cuestión genética puede estar bien, o tal vez el gen egoísta del que hablara Dawkins nos impulsara a rechazarlo de súbito. Pero creo que la razón y lo que aquí planteo debería ser lo suficientemente convincente como para que la calidad estuviera desvinculada de algo tan incontrolable y etéreo y animal como la bioquímica. (Aunque mucho me temo que la realidad sería muy otra, y la necesidad de que un hijo sea el hijo de uno, al completo, y no sirva otro, p. ej. de adopción, sería la opción preeminente). Pero en mi caso, no. Para nada. Vuelvo a insistir. No lo querría menos sabiendo que no alberga mi carga genética ni la de la mujer que fuese su madre teórica. E insistiría en que la situación no se cambiase, llegando hasta la lucha más enconada por conservarlo.


Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

miércoles, 15 de febrero de 2017

LA BELLEZA INSULTANTE DEL SÚPER-LUJO


Esta belleza que aquí contemplan es un yate de los denominados de súper-lujo. A simple vista, y sin haber consultado de cuál se trata o sus características, podríamos aventurar unos 80-100 metros de eslora, que estilizan de forma horizontal sus cuatro cubiertas; las cuentas encajan, si lo comparamos con la lancha que servirá -imaginamos- para desplazamientos cortos o desembarcos ocasionales. Su estilizada figura se encontraba atracada en Portofino, el famoso pueblo italiano al lado de Génova, meca de muchos ricos o aspirantes a serlo o de mirones sobre cómo lo son quienes lo son. Para rematar sus cualidades, quien esto escribe puede atestiguar una situación insólita (para el común de los mortales, se entiende), que tuvo lugar en este impresionante barco. En un momento determinado, un pequeño helicóptero particular sobrevoló la zona, y mientras lo hacía, una plataforma circular ascendió de las tripas del yate, para convertirse en improvisado helipuerto, donde la nave, en efecto, se posó con suavidad sin parar el motor, recogió a dos personas, y elevó otra vez el vuelo para perderse en dirección oeste. Con este apunte, entenderán que no se precisen más datos del buque, porque con ello ya queda todo dicho y se entiende todo. Seguro que el resto podrán imaginarlo con facilidad.

La elección de esta imagen coincide con un reportaje que hace unas semanas leí en un suplemento semanal. Hablaba de los 4.400 ejemplares que existen en el mundo de este tipo de yates. Son ésos, y no más, según el articulista, los miembros de ese selecto club de poseedores de estas naves donde viven algunas semanas al año. Al parecer, el más largo de todos mide 180 metros (o sea, la mitad de un superpetrolero) y vienen costando entre 250 y 1.000 millones de dólares (las cifras son reales, asegura el reportaje, aunque se consideran fluctuantes, y siempre ascendentes por cuestiones de mercado).

Y todo ello para que un puñado de personas (la capacidad de estos barcos no es grande, paradójicamente: entre 10 y 25 personas) puedan disfrutar de una exclusividad a la que le da derecho la posesión de una cantidad de millones que sobrepasa la imaginación y produce vértigos comparativos. Claro que si dichos millones hubieran sido ganados con honradez y duro esfuerzo, uno no tendría nada que decir, porque cada uno hace con su dinero lo que le apetece. No obstante, aun sabiendo con certeza que la realidad es muy otra, uno tampoco va a decir nada de lo que tenía previsto, porque a medida que iba llenando las líneas de esta entrada se le fue diluyendo el interés y, sobre todo, la necesidad personal del comentario pertinente.
Yate Madame Gu, fondeado en Portofino (Génova, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

lunes, 13 de febrero de 2017

DESDE LA CUMBRE (MICRORRELATO)

Asciendo desde hace dos horas. Son sólo unos pocos cientos de metros. Nada que mi experiencia no controle. Pero el tiempo apremia, el amanecer me aguarda y no debo perderlo. Tal vez sea el último, y hoy está despejado; habrá buena visibilidad. Parece que te siento otra vez a mi lado, como entonces. Pero sé que es tu fantasma, que jamás me desampara. He querido venir solo, de nuevo, para ver si mi recuerdo activa algo de lo que sentí por ti. Los pasos que oigo son los que producen mis botas contra el camino. Los jadeos, los míos, que se agudizan a medida que la altura aumenta. Ya queda poco. Como poco es lo que recuerdo de tu cara, que cada vez tiene menos rasgos definidos. Por eso subo hasta aquí, donde alguna vez ocurrió algo, eso sí lo sé. Pero no sé bien qué fue. Me dejo llevar por las sensaciones: aquí sucedió algo una vez. Tal vez te dijera lo que sentía por ti. Acaso te besara. Incluso pudimos planear nuestra vida juntos. No lo sé. Ahora, sólo siento que el sudor desborda mis cejas, y me ciega algún instante. Ya falta poco. La aurora se presiente. El frío arrecia por momentos. Llego al fin a la cima. Por fin la panorámica resulta completa, en derredor. Ahora sólo me acompaña el sol, que acude puntual a la cita. Pero su resplandor creciente no logra evaporar mi soledad, ni tampoco ilumina mi memoria. No sé lo que pasó aquel día. No sé qué por qué he subido, en realidad. Tampoco sé para qué bajar. Sólo el paisaje que clarea entre la bruma desvela algunos de sus secretos. Me pregunto qué haré aquí, el porqué de esta ascensión, a mis años. Aunque las vistas no pueden ser más hermosas. Y siempre puedo imaginarte, de nuevo.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

jueves, 9 de febrero de 2017

EL CENTRO DE TODAS LAS MIRADAS


 
Aunque es el joven del centro quien se estaba moviendo, y a gran velocidad, bien pareciera que es al revés, y que la imagen congelada de su pirueta boca abajo, se ofrece mejor como contrapunto a todas las demás que lo circundaban en la plaza. Y aunque ellos se hallaban más o menos inmóviles, sorprende su mayor capacidad de movimiento que la del rapero bailarín. Acaso sea porque éste no tiene más que una idea en la mente, y es la que proyectan sus evoluciones ante la mirada de todos que, por el contrario, parecen pensar en muchas cosas, y eso es lo que muestra la fotografía. Tal vez. Enigmas de la imagen.
Con todo, pese a sus misterios, las caras nos revelan mucha información. Y, de nuevo en este caso, la del rapero no queda a la vista. Puede que resultase redundante porque, como decimos, su mente sólo atiende a una idea, a una concatenación de movimientos y acrobacias que ha ido aprendiendo con el tiempo y que ha memorizado con tesón, tarde a tarde, sábado a sábado. Y no, su cabeza no se le ve. En cambio, las de los demás, sí. Y sus rostros dicen mucho. Dicen de su envidia (saber bailar como él, tener su agilidad, su sentido del ritmo, su edad, su capacidad para concitar la mirada), de su deseo (el cuerpo fibroso y duro del muchacho, en la flor de la juventud, podría dar muchas satisfacciones, piensan algunas -y alguno que otro-), de su alegría (la música, el ritmo machacón, la proximidad de sus amigos, que ríen), de su sorpresa o interés (son turistas, o es la primera vez que lo ven a él, o acaso la primera vez que ven un espectáculo de este tipo), de su hartazgo (porque hay quien lo lleva viendo todos los domingos en esa plaza haciendo lo mismo, con los mismos pasos, con la misma música -que ya podría poner otra, o aprenderse otras evoluciones-, etc.). Porque cada uno tiene una mente ágil y voluble que caracolea a la par que el bailarín. Porque los rostros hablan con franqueza. Y porque la cámara lo congela casi todo.
Robado en la Plaza Mayor de Bilbao (Vizcaya, País Vasco, España)
Diciembre, 2004 ----- Nikon D100 

miércoles, 8 de febrero de 2017

HITOS DE MI ESCALERA (14)

Los dos primeros años de mi estancia en el nuevo centro educativo, no son como para sentirse orgulloso de mis resultados. En plena adolescencia, un año menor que mis compañeros, y con un montón de asignaturas que no me decían nada, pasé de ser alguien en la escuela, a no ser nadie en el instituto, e incluso a cosechar -algo inaudito hasta entonces- algún suspenso en las evaluaciones intermedias. Las asignaturas de ciencias ya suponían por aquel entonces mi mayor tormento, sobre todo las matemáticas y la física.

En ese período, cabría destacar tres aspectos interesantes, ajenos al mundo académico, que comentaré en otra ocasión. El primero sería que llevaría a cabo el último acto religioso puro y auténtico de mi fe católica: la confirmación, que realicé tras dos meses de prescriptiva catequesis, con 14 años, y consiguiendo que uno de mis nuevos amigos, compañero de clase y protector frente a ciertas injusticias, ejerciera de padrino de la ceremonia. A partir de ese momento, mis lecturas, mi idea de la coherencia y mi propia evolución personal me encaminaron a la pérdida de dicha fe, y a profundizar en mi ateísmo militante, lo cual desarrollaré en un próximo capítulo de estos "hitos".

El segundo, el inicio de mi afición por la filatelia, que se prolongaría unos cuantos años, y a la que contribuiría mi padre, suscribiéndome de su bolsillo al Servicio Filatélico de Correos, que me enviaba cada serie nueva de sellos a casa. La admiración por la belleza bien realizada, y por el orden que requiere una tarea como ésa, serían cuestiones que no me eran ajenos ya, a lo que parece.

El tercero, sería el inicio de una etapa de timidez extrema, de inhibición ante las dificultades (ejemplo extremo eran mis pellas cuando, al ir a clase de gimnasia, veía montados los aparatos en el gimnasio, lo que me provocaba pánico), de problemática en mis relaciones sociales, que no me facilitaban la vida; antes al contrario, la dificultaban, y añadían peso al desconcierto de una etapa demasiado hormonal y desajustada.

Cuando rememoro los dos primeros cursos de aquel BUP, la memoria se me desvae con facilidad. Es más que posible que mi mente, en su intento por aminorar los efectos perjudiciales de momentos confusos o dolorosos, haya ido erosionando los recuerdos de aquellos años con una pátina de indulgente neblina; tan densa a veces, que ha llegado incluso a volatilizar muchas piezas de mi puzle personal.  No fueron buenos tiempos, no. A mi edificio le faltaban muchos cimientos y tabiques que lo conformaran. Algunos de ellos tardarían muchos años en brotar.

martes, 7 de febrero de 2017

LA NIÑA NO SE FÍA


La madre sabe que el imponente cocodrilo de bronce con extremidades antropomorfas no se va a mover de donde está. Pero la niña no distingue ese detalle, y no está convencida del todo. A pesar de que sabe que su madre le ha permitido bajar al canal de agua donde se encuentra, y que por ello no puede haber un peligro inminente, no las tiene todas consigo. Con unas hojas en la mano, su objetivo parece ser colocarlas en la boca del monstruo. O coger las que ya tiene entre sus fauces. Pero no está segura del todo. No se fía. Ya sus pies sienten el frescor del agua que baña a ambos, al animal y a ella, pero su mano izquierda agarra con fuerza la de su madre, como sostén y defensa ante lo imprevisto. Su mirada no se dirige al cuerpo, sino adonde puede brotar el peligro: a la cabeza. Porque no confía en la inmovilidad completa del animal. Parece pensarlo con detenida prudencia, inhabitual entre los niños. Su madre no puede evitar una leve sonrisa de superioridad, pero en el fondo se la nota orgullosa de esa prevención que, con seguridad, la protegerá ante otros peligros más reales. Sin embargo, la niña considera ese momento muy real; y al cocodrilo, muy amenazador, con esa bocaza llena de dientes que prometen atraparla si se acerca demasiado o no es lo suficientemente rápida. Durante unos instantes, parece que va a dar el paso, pero el temor prevalece, y la mano izquierda no se suelta, y sus pies no se mueven. La niña es prudente y temerosa. La niña no se fía.

Robado en Vitoria (Álava, País Vasco, España)
Agosto, 2014 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 5 de febrero de 2017

DOBLE VIDA (MICRORRELATO)

Llevo una doble vida. Al principio, era muy excitante, y en ambas situaciones lograba disfrutes distintos, complementarios, alternativos: las situaciones se alternaban de un modo delicioso, sin brusquedad alguna.  Luego, sin apenas darme cuenta, me fui cansando de tanto cambio cada jornada. Hoy, en las dos ya soy el mismo, hago las mismas cosas, me visto de igual forma, frecuento los mismos ambientes, malvivo con las mismas personas. Creo que en algún momento algo hice mal. Tal vez no debí consentir que novelaran mi ejemplo.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

sábado, 4 de febrero de 2017

LO MISTERIOSO DE LA FASCINACIÓN




Sabemos que las proporciones anatómicas no son las adecuadas, que la elongación de los dedos, su repetición estereotipada uno al lado del otro siguiendo esquemas preconcebidos y repetidos hasta la saciedad, no son los que podríamos llamar canónicos, correctos. También percibimos que la mezcla de hueco-relieve y pintura no siempre es la más feliz combinación para representar realidades, por las sombras y volumetrías cambiantes dependientes de la angulación de la luz incidente; o que el estuco arañado y la desvaída pintura al fresco no son los materiales más solemens o cortesanos. De sobra conocemos que la antigua simbología egipcia nos resulta demasiado misteriosa (y hasta en ocasiones chocante), por su omnipresente religiosidad y por sus significados aún no bien desvelados, a pesar de los muchos avances llevados a cabo en casi dos siglos de efervescente actividad interpretativa. Sí, sabemos eso y muchas cosas más que nos desconciertan en lo más profundo. ¿Por qué, pues, nos atraen y nos fascinan tanto?


Detalle de una mano sosteniendo un ankh, o cruz ansada, proveniente de una tumba egipcia del Imperio Medio, que se halla en el Museo del Louvre (París, Francia)
 Julio, 2012 ----- Nikon D300

viernes, 3 de febrero de 2017

RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (1)

Pregunta 4

Si pudiera pasar un solo año en perfecta felicidad, pero después no recordara nada de la experiencia, ¿lo haría? En caso contrario, ¿por qué no? 

Si dicha posibilidad existiese (que no existe, puesto que la felicidad es una sensación, no un estado, y es puntual, no duradera), lo verdaderamente útil de la experiencia sería poder recordarlo, es decir, tener conciencia de lo que fue para poder proseguir en los tiempos en que dicha sensación no se posea. Si después de un año de intensa felicidad, uno no recordara nada, no tendría para mí ningún objeto. Sin memoria, sin la posibilidad del recuerdo, la vida no vale nada, ni lo malo ni lo bueno. Por tanto, mi respuesta sería un rotundo no. No me merecería la pena. Aunque objetivamente fuese beneficioso para mi cuerpo y mi mente, un año separado de problemas, frustraciones, dolor y sufrimiento sólo resulta rentable si se puede recordar y comparar, para poder creer que se puede volver a conseguir.


Por otro lado, ¿sería aguantable una experiencia de la felicidad absoluta durante un largo año? No creo que el ser humano esté preparado para carecer de obstáculos. Una de sus esencias es justamente la insatisfacción y la ambición subsiguiente para erradicar esa situación desagradable o carencial. Y si durante 365 días uno viviera en la más dulce, maravillosa y parcialmente deseable felicidad completa, estoy seguro de que el hombre dejaría de ser tal. Pasaría a ser... no sé, no se me alcanza a imaginar con detalle. Pero con seguridad sería otra cosa. Y con seguridad, peor.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock (V. entrada del 1-II-2017),
 fueron creados entre 1998 y 1999

jueves, 2 de febrero de 2017

LO QUE LE AGUARDA AL NIÑO AL NACER (SI NO SE REMEDIA ANTES)


En esta original pintada que hallé un día en uno de los barrios periféricos de León, hay un mensaje terrible, si se la examina con cierto detalle. Por lo general, los niños (menos, los bebés), no suelen ser objeto de tratamiento de este tipo de manifestaciones parietales. Por eso, impresiona más ver que el protagonista de la misma es un recién nacido, a quien en su parte superior, a modo de sonajero móvil rotatorio, le han colocado cinco símbolos reveladores de lo que es el mundo actual. Cinco símbolos que muestran aquellos elementos que van a atrapar al niño ya desde la infancia, y de ahí a su estado adulto. La violencia constante de las armas, la estulticia de la televisión, el borreguismo (o fanatismo) religioso, el poder corruptor del dinero y la alienación a que abocan las drogas. Como la pintada aspira a un mayor dramatismo todavía, coloca en la boca del niño un cigarrillo, que bien pudiera ser un porro. De modo que, según las ideas de quienes idearon esta imagen, el futuro que aguarda al infante resulta desolador. Se puede estar de acuerdo con la radicalidad de dicha predicción, o no. Se puede tomar como una advertencia que remediar, o no. Sin embargo, yo echo de menos otro símbolo que colgar del carrusel de cuna: un móvil. Con él quedaría más completo el panorama que a un recién nacido hoy le podrá tentar desde el primer día de vida. Con él el grafiti adquiriría un carácter más global, y si no más terrorífico, sí más despersonalizador y gregarizante.

Pintada en León (Castilla y León, España)

Julio, 2015 ----- iPhone 6 Plus

miércoles, 1 de febrero de 2017

EL LIBRO DE PREGUNTAS DE GREGORY STOCK

Gregory Stock es una persona de quien no sé nada (aunque podría averiguarlo, vía Internet): sólo que hace preguntas. Tantas, que las puso por escrito en una relación numerada, y hasta logró que alguien la publicara. Como digo, no tengo ni idea de quién es, ni si ha escrito más libros, ni siquiera su nacionalidad, que imagino estadounidense, por motivos fáciles de adivinar. Mi encuentro con él tuvo lugar de un modo fortuito, en la sección de oportunidades de librería de unos grandes almacenes. Veinticinco de las antiguas pesetas me costó el exiguo volumen, donde figura la lista de sus preguntas. Cuando  lo compré, lo hice en una parte por curiosidad y sobre todo porque el lote de libros precisaba de otro ejemplar más para que el precio saliera tan barato. Fue un libro de relleno. En su momento, lo hojeé, no me interesó, lo abandoné y lo coloqué en su sección correspondiente.

Por lo común, la gran mayoría de las conversaciones que mantenemos habitualmente, adolecen de superficial banalidad o de inercia social, cuando no de inutilidad manifiesta, repetición rutinaria o de absurdo. Y eso está bien, por supuesto, genera vínculos personales y hace más soportable la vida. Sin embargo,  muchas veces nos quedamos con las ganas de hablar de algo que tenga un interés más profundo, algo que nos deje la sensación de que somos más y mejores tras un buen rato de diálogo bien templado. Cualquiera que eche en falta ese tipo de conversaciones entenderá bien por qué decidí dedicarme a responder las preguntas que me formulaba un extraño.

Cuatro años después de aquel olvidado encuentro, tuve una idea curiosa, venida a cuento por otro asunto que no recuerdo. Dicha idea es la que originó el presente volumen. Me propuse realizar una empresa inusual, imprevista: la de responder personalmente a todas las preguntas que el autor plantea en su obra, incluso las estúpidas o ridículas -de las que hay varias-. Resultaron ser 263, nada menos (217 principales, y 46 adicionales añadidas por el propio Stock al final). Me dediqué sobre todo a responderlas por el mismo orden en que figuraban en el libro, con la mayor claridad posible y sin pararme en profundizar, a no ser que el tema me atrapara en una espiral incontrolable, ante lo cual nunca me puse freno alguno, como se comprobará por la diferente longitud de cada respuesta. Aunque lo más lógico fuera pensar que cada respuesta sería relativamente corta, hubo algunas que se extendieron más de lo previsto. Por contra, las que consideré insípidas o tan sólo inútiles fueron despachadas con una rapidez que no se detuvo ni ante los monosílabos, sin que ello me acabara preocupando lo más mínimo.

El objetivo del trabajo, que me llevó un trimestre resultó muy claro par mí. En primer lugar, saber más de mí mismo. Después, construir un buen número de andamios o cimientos sobre los que trepar o crecer luego, o modelar una cantidad respetable de ideas sobre las que poder trabajar más adelante. Es decir, que en esencia tomaba este trabajo de dos formas: como una excusa para inspirarme otras empresas y como un medio conocimiento personal sobre el que profundizar después.

Imagino que los propósitos iniciales también tendrían mucho que ver con mi incomunicación para según qué facetas y temáticas. Imagino, claro, porque saber, lo que se dice saber, no lo sé. Está muy claro que no puedo hablar de todo con todos, y ni siquiera con algunos pocos tengo la disponibilidad de hablar cuando y donde me apetezca. El deseo de charlar es algo demasiado profundo en mi persona como para dejar escapar la mano que este señor me tendía involuntariamente. Y además lo hizo de un modo sencillo, sin imponerse. No sé cómo se editaría este libro en Norteamérica (¿dónde, si no, se podría haber concebido dicho engendro?), pero el caso es que en España, con su encuadernación chapucera, su reducidísimo formato y sus escasas perspectivas editoriales me vinieron al pelo para poder afirmar luego que de una escasez ridícula extraje una inmensidad, válgaseme la petulancia, necesaria de veras a la hora de emprender el camino, que no acabó siendo tortuoso, sino antes al contrario. Me encanta que me pregunten. Yo no he hecho sino responder.
No se me ocultó en ningún momento que este trabajo podría tener mucho de introspección profunda (y aun de psicoanálisis sin yo quererlo) y que podía suponer unos riesgos no muy calculados. No obstante, pensé que las conexiones de todo ello con mi tarea diarística eran muy fuertes, tanto, que era como construir mi diario por otros medios, quizá más sencillos, pues la iniciativa siempre está en quien pregunta. Todo ello me tranquilizó por completo, por un lado. Y por otro me atrajo lo suficiente como para que arrostrara los supuestos peligros y las imprevisibles contingencias sin demasiada preocupación inicial. Debo aclarar también una última cuestión: no he querido averiguar nada del autor, a sabiendas, para que el propósito que me inspiró no se perturbara en exceso.

Esto es el prólogo a la obra terminada de corregir en 1999
En entradas sucesivas, iré incluyendo algunas de las preguntas y respuestas de mayor interés

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