jueves, 23 de febrero de 2017

EL BOSCO Y SU PERENNE MAGNETISMO



En la cartela que hay al lado de este Juicio final, además de sus características físicas y algunas semánticas y simbólicas, aparece la apreciación: “Autor: atribuido al Bosco”. Pues claro. A varios metros de distancia, sin haberlo previsto ni leído con anterioridad, y con una sorpresa mayúscula de mi parte, me encontraba en un museo local de una ciudad donde no pensaba hallar algo semejante, ni por asomo: una tabla pintada al óleo con figuras cuya adscripción atribuyo yo también de inmediato al controvertido pintor flamenco. Hasta que me acerco más, lo verifico y exclamo un “¡claro!”, muy satisfecho por mi intuitiva identificación.

Naturalmente que se trata de un Bosco. Y eso, incluyendo que la autoría no fuera la suya. Ese universo es suyo por derecho propio. Igual no lo pintó él, pero daría igual, siendo, como es, una obra fechada a principios del XVI. Acaso fuera alguien cercano, alguien fascinado, como tantos a lo largo de la historia, por sus mundos alucinados y personalísimos, y que copiara con fidelidad su mundo y sus rasgos. Incluso puede que, como otros comentan, sea una obra verdaderamente pintada por el llamado Bosco, catalogada en su momento entre las posesiones de Felipe II, pero que acabó perdiéndose en su devenir, y hallada varios años después. Al espectador estas cosas le traen un poco al pairo. A mí, al menos. Cuando uno conecta con las figuras creadas por su intelecto torturado y visionario, ya no puede alejar la vista de ellas. Cuando la sorpresa se añade a lo que la potencia de sus figuras transmite, el placer es infinitamente mayor.

La inmensa cantidad de estudios realizados sobre la obra de este excelso autor, de biografía dudosa e interpretación esquiva, no satisfarán nunca la necesidad de conocimiento que su figura nos promueve. Basta con ver esas anatomías incompletas; esos contrastes entre seres híbridos y gigantescos y los humanos tan pequeños y vulnerables en su desnudez permanente; esa coexistencia entre el universo divino e inmutable y la aparente anarquía y disposición de una humanidad desorientada; esa imaginación impensable a finales del medievo, aleada con su capacidad anticipativa y la minuciosidad del óleo flamenco sobre tabla; basta con eso para quedarse un buen rato extasiado ante tanta pequeñez física (76x70 cm) y tanta grandeza simbólica y estética. Que la autoría real viniera a ratificarlo con la legalidad pertinente no añadiría un ápice al disfrute obtenido en ese momento. Del mismo modo que la comprobación de una autoría diferente o novedosa no empañaría tampoco nada de cuanto queda dicho. Y dicho queda.

Juicio Final, óleo sobre tabla atribuido al Bosco, que se halla en el Palacio Decanal, sede del Museo de Tudela (Navarra, España)

Marzo, 2015 ----- Panasonic Lumix G6

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