martes, 21 de febrero de 2017

EDUCAR, JUGAR ¿CON O SIN ARMAS?


La imagen es simple, pero acaso haya que describirla y contextualizarla un punto. Dos niños están jugando en un parque, en Valença do Minho, con espadas de madera compradas en ese mismo lugar; es verano y hace calor; los padres y acompañantes están fuera de cuadro, pero a pocos metros. Para su análisis, la escena se puede enfocar de dos modos, antitéticos ambos y de difícil concordancia.

En el primero, se podría aducir que en verdad están jugando, que por lo que se pudo ver no hubo lesiones de ningún tipo, que el crío pequeño también rió en ocasiones a pesar de su papel inferior en la contienda; además, las armas son antiguas, pues son espadas medievales, no son revólveres ni fusiles de asalto; y, a mayores, están hechas en madera blanda bien lijada, por lo que es muy difícil que se hagan daño. Luego, se podría argumentar también que de esa forma se curten en las luchas por la supervivencia; que vivir requiere capacidad de lucha y de resistencia; que si no estás dispuesto a pelear eres carne de cañón; que los juegos de los niños deben imitar acciones adultas, pues para eso están concebidos: para crecer y aprender; que entre hermanos, es natural la rivalidad y de todos es sabido que el pez grande se come al chico: siempre fue así, y nadie salió traumatizado por ello; por lo cual conviene que la tarea de prepararse para lo dura que es la vida comience cuanto antes, en la primera infancia.

Sin embargo, el argumento contrario se fija en que a pesar de ser juguetes de madera roma y en apariencia inofensiva, siempre puede, blandirse a modo de porra y hacer daño, por no hablar de que la punta siempre puede alojarse en un ojo, boca o similar y producir heridas graves. Además, esta idea se fija sobre todo en que los instrumentos del juego son armas; que, si bien son antiguas, no dejan de ser un objeto que prolonga la capacidad humana para la dominación y el dolor; por otro lado, añade, aunque sea un juego y tal vez pueda divertir, no resulta instructivo, pues busca la destrucción o daño del rival, y eso no construye, sino que segrega. La educación, prosigue el razonamiento, no puede ser una cuestión de lucha por la supervivencia, sino una instrucción en aceptar las diferencias que busque la integración de todos, y no la lucha constante, como si nos halláramos en la selva. Si se educa con armas, se entiende que éstas son algo cotidiano y habitual, necesario casi, y que de ahí a una mentalidad violenta con consecuencias y posibilidades de todos conocidas, sólo hay un paso.


Ambas posiciones poseen unas argumentaciones razonables y cuentan con ejemplos contrastados. Pero parecen incompatibles entre sí, y poco propensas al consenso. ¿Por qué, pues, las dos me parecen falsas y verdaderas al tiempo? ¿Por qué no me convence ninguna de las dos en su totalidad?

Robado en Valença do Minho (Portugal, frontera hispano-portuguesa)
Agosto, 2006 ----- Nikon D100

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