Mostrando entradas con la etiqueta Crueldad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crueldad. Mostrar todas las entradas

domingo, 4 de septiembre de 2011

MICRORRELATO

PICADILLOS

La agotadora tarea del despiece le había dejado exhausto y sudoroso. Notó también que se le había despertado bruscamente el apetito, y decidió que la ocasión bien merecía un homenaje. Dejó los cuerpos restantes desparramados por el suelo, troceados y deshechos, aunque alguien con mentalidad sensible y objetiva habría detectado un calculado orden en la disposición, como de cuadro abstracto, matérico, de tonos cálidos, suaves, sobre fondo rojo intenso. Una ducha relajó su ansiedad y aclaró sus dudas. Terminó de acicalarse y se dirigió a un restaurante cercano, famoso por sus carnes a la parrilla. Pidió una ración grande de picadillo fresco bien adobado. Cuando lo probó, asintió con un gesto admirativo, pero en voz baja musitó para sí, seguro de sí mismo: “el que he hecho yo es mucho mejor, más intenso, más inusual, más artístico, ¿dónde va a parar?”. Nadie lo escuchó. Ni siquiera el camarero. Nadie pudo, por tanto, ni confirmar ni replicarle. A cambio, cuando terminó el banquete, pudo proseguir su tarea en la soledad más creativa, cercana a la impunidad.
Del libro Micrólogos

domingo, 24 de abril de 2011

MICRORRELATO

TU BAÚL

Me emociona volver a ver tu baúl, claveteado de gruesas tachuelas doradas, sobre terciopelo rojo, ya gastado. Creo que es tuyo, sí. Esta memoria me juega malas pasadas. Pero creo que sí, que lo es. Algún chispazo dentro me lo advierte. Es el tuyo. Tú jugabas con él, o, mejor, jugabas con lo que había dentro, tus muñecas, tus revistas, tus vestiditos. Ahora que he regresado a la casa, sudoroso, algo me ha hecho subir al desván. Lo primero, subir al desván. No sé por qué, pero ha sido el primer impulso. Y ahí enfrente, ese baúl. Sí, tiene que ser el tuyo, no puede ser otro. En otras circunstancias, creo, verlo tal vez me provocaría oleadas de recuerdos de nuestra infancia. Ahora, después de mi accidente... Ha pasado sólo una semana, me han dicho, pero...  Ahora, mis recuerdos son algo frágil e inconexo. Por eso quería volver. Algo me estaba fracturando el alma, porque estos últimos días te he recordado. Y, sí, creo que me va a ayudar. Tiemblo al abrirlo porque uno nunca sabe si está preparado para que el pasado le sobrevenga a uno de golpe. Tiemblo, sí. Y dudo en hacerlo. Pero al final levanto la tapa. No huele muy bien. Está cerrado y está oscuro, pero algo me provoca un vómito. Cuando enciendo la luz, aún queda demasiado lejos para que ilumine bien. Pero aun así te veo, aunque no me lo puedo creer. De nuevo, sí, tú. Ahí, echada, con tu vestido desgarrado y manchas púrpura. Con la cabeza vuelta hacia un lado, no te veo la cara. Pero es tu vestido, sí. Lo reconocería siempre. Resulta increíble que puedas caber ahí. Aunque cuando éramos pequeños éramos capaces de entrar los dos. Y de ese modo, cuando nos buscaban, cerrábamos la tapa y mirábamos por la rendija en silencio hasta que se iban. Pero cabes, y eres tú. Aunque en una posición extraña. Sí, voy recordando poco a poco. Debo contemplarte con más detenimiento, con más tiempo. Sí, eso es. El tiempo me lo va desgranando todo. Y, sí, voy comprendiendo. Voy comprendiéndolo todo.
Del libro Micrólogos

domingo, 20 de marzo de 2011

MICRORRELATO

VOCACIÓN DE ARTISTA (JOVEN)

El chico se aburría. No sabía qué hacer. Además, carecía de vocación alguna, lo cual le reconcomía aún más por dentro. Pero un día, por aburrimiento, recaló en un suplemento dominical que le había pasado su padre. En él un artículo afirmaba que se estaba poniendo de moda ser cruel, y que podía llegar a adquirir categoría artística. Asombrado y decidido, desde ese día, se dedicó de manera sistemática a torturar al gato, a tirarle piedras a los hijos de sus vecinos, a capturar cucarachas y ranas vivas para abrirlas luego en canal, a no contestar a sus padres cuando éstos preguntaban algo, a aplicar cerillas encendidas al pelo de sus compañeros de colegio, a violentar a las hijas de las vecinas en el rellano de la escalera, a destruir nidos de pájaros en el descampado cercano, a romper la correspondencia del inmueble, y otras delicadezas por el estilo. Así se pasó dos años exactos: desde los doce a los catorce años. Cuando al final hizo balance, verificó desalentado que no había logrado obra de arte alguna. Probó entonces otras vías. Dos semanas después  comprobó extasiado que lo que un día leyó era cierto. Ocurrió cuando le dio por fotografiar la carne de su hermano pequeño, chamuscada a conciencia con una vela durante varios segundos. Al contemplar la copia de 20 x 30 que encargó, pudo deleitarse con unos magníficos tonos cálidos y con la logradísima textura de la costra requemada, que formaba un atípico dibujo abstracto, lo cual le produjo un momentáneo arrobo. Entonces, sí, aquel adolescente se sintió por primera vez un artista, un verdadero artista de su tiempo, que optaría de inmediato por su verdadera vocación.
Del libro  Micrólogos

AVISO A VISITANTES

Todas las imágenes (salvo excepciones indicadas) y los textos que las acompañan son propiedad del autor de esta bitácora. Su uso está permitido, siempre que se cite la fuente y la finalidad no sea comercial
Si alguien se reconociera en alguna fotografía y no deseara verse en una imagen que puede ver cualquiera, puede contactar conmigo (fredarron@gmail.com), y será retirada sin problema ninguno.