miércoles, 4 de febrero de 2015

LOS PROFESORES GANAMOS, INCLUSO CUANDO PERDEMOS

Mientras afuera la chaparrada de granizo motiva a mis alumnos más que yo, y les distrae de mis deliciosas explicaciones, al hilo del tema tratado en estos días, profiero en clase una de mis afirmaciones categóricas. Un alumno levanta la mano, y dice: “pues no, no, Adidas no es británica, es alemana”. “¿De veras? Siempre lo pensé”, respondo sin darle demasiada importancia, porque el alumno en cuestión afirmó no hace muchos días, en uno de los arranques de sinceridad que le caracterizan que la lectura... no es que le reviente, pero casi. Pero, no contento con ello, insiste, con educadas maneras: “Y, sí. Y además tiene antecedentes nazis, lo que les trajo problemas durante unos años”. Lo dice con tal seguridad que he de tomarle en consideración. Una vez consultada la red y buscados los datos pertinentes, cuanto había dicho el chiquillo (no tan joven, va a hacer 17) resulta absolutamente cierto. La cosa es muy comentada entre todos. Elogio su conocimiento en este asunto puntual, y agradezco la colaboración. La sonrisa del protagonista se le sale de la cara. 1-0.

La siguiente clase era con un grupo de menor edad, y se trataba de una introducción al arte del siglo XIX. Conecto el ordenador del aula, y, pese a que todos los cables están conectados, y he apretado las teclas correspondientes, no logro que la imagen del aparato se vea en la pantalla. En esto, al ver mi ostensible cabreo por la situación, una alumna, muy dulcita y servicial, ella, me sugiere que le dé tres veces a una tecla con simultaneidad a otra: “así se podrá ver tanto en el ordenador como en la pantalla, profe”. Es una de las alumnas más sorprendentes de clase. Capaz de hacer preguntas tan inocentes que suscitan la carcajada cruel de todos los compañeros, y a la vez de traer a colación interrogantes interesantísimos inusuales en esta edad, es una de las alumnas del grupo que peores notas sacan, con diferencia. La miro un instante, y su candor en el rostro me acaba pudiendo. Ejecuto la combinación de teclas, y efectivamente, la luz toma su camino correcto, y se canaliza como procede, para alborozo de todos. Sorprendido de nuevo, doy las gracias, y refuerzo su intervención. La sonrisa de la protagonista la eleva a un universo paralelo. 2-0.

La mañana concluye con los enanos. Los más revoltosos, los más habladores, los más interesados (llegado el caso), los más maleables, los más desesperantes; en este grupo, además, los que ostentan el mayor grado de ignorancia. Nueva clase con ordenador, sobre mapas históricos de la Grecia antigua. Con las nuevas pizarras electrónicas instaladas, no sé si se puede pintar en ellas, o no, pero me gustaría dibujar algunas líneas que dejaran más claro aún lo que muestro. Pero al usarlo poco, no soy capaz de encontrar el programa en cuestión. Una alumna gitana, de lo peor académicamente del grupo, aunque muy zalamera y pizpireta, me indica dónde debo pinchar con el ratón para iniciar el programa. Le hago caso. El programa arranca sin dificultad. Luego, no hallo dónde picar para lograr un tipo de grosor y color concretos para el pincel. Frunzo el ceño. Me molesta quedar en desventaja con mis alumnos, aunque no soy de los que desprecie su ayuda. De nuevo, la alumna, imagino que despatarrándose por dentro de la inoperancia de su “muy capaz” profesor de Historia, me indica el camino a seguir, que es jaleado por la parroquia de compañeros, sobre todo de su etnia. Yo inclino la cabeza hacia ella, reconozco su valía, y agradezco. El brillo de los ojos de alumna se alía con su sonrisa, no dice nada, pero me mira y me lo dice todo. 3-0.

Hoy, día de gran goleada en contra. Hoy, día de mucho aprendizaje. Al menos, por mi parte.

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