lunes, 28 de diciembre de 2015

LIMPIEZA EN EL FACEBOOK

Todos los años, por estas fechas navideñas, en ratos libres que la familia y los amigos me dejan, procedo a hacer limpieza de “amigos” del feisbuc. No es una limpieza étnica, pero casi. Es más bien del tipo práctico, porque hace poco superé los 100 contactos, por lo que la urgencia es más acuciante. Me explicaré.

El concepto amigo es muy sugerente, muy atractivo, y el señor Zuckerberg lo supo muy bien desde el principio y a los contactos les llamó amigos. De ese modo, el número total de “amigos” podía servir de comparanza y exhibición, y hasta de resumen estadístico de una vida cualquiera, sea de famosos o de particulares. Y, de hecho, el tipo acertó, porque la mayoría de la gente entró al trapo encantada. Pero esa idea de amigo nunca fue la mía.

Cuando creé mi cuenta, quise que el número de contactos no fuera excesivo, como el de mis alumnos, que se cuentan por centenares ya desde muy tempranos cursos. Tampoco iba a admitir en esa lista a alumnos a quienes diera clase (o pudiera dársela antes de salir del instituto). Y el otro requisito estructural sería que fueran ya no amigos -no tenemos tantos en la vida-, sino personas con quienes al menos yo tuviera una conexión mínima (hablar alguna vez, saludarnos si nos vemos, pedirnos y recibir favores, mantener alguna relación profesional, vecinal, familiar o de cualquier tipo). De esta condición se sigue que en mi caso, no iba a añadir a cualquiera sin más. Creo que tampoco es mucha exigencia. Aun así, el número de personas sube sin apenas sentirlo. Por fortuna, tengo mi proceso de autolimpieza navideño que me lleva un rato, pero me procura buenas sensaciones.

Siempre comienzo con los ex-alumnos. Los hay de varios tipos, desde los pocos que se han elevado a la categoría de amigos reales, hasta quienes sólo me piden el contacto por contar con un profesor más en sus listas o por quién sabe qué motivos. Por eso, voy comprobando con quiénes he tenido al menos una conversación, aunque sea sólo la de felicitación cumpleañera. Y si durante este año no ha habido ninguna conversación, el contacto es eliminado sin piedad. A continuación, sigo con los compañeros del trabajo. Algunos se han marchado, otros han evolucionado. Pero el criterio es el mismo. Si no hay al menos, una conversación registrada, fuera. Con los amigos reales, me cuesta más, he de admitir, pero también lo he llegado a hacer, aunque bastantes menos veces.

Adviértase por último que no culpo a quienes borro, pues en algunos casos mantengo cierto tipo de aprecio, variable. La culpa puede ser mía, de ellos o de ambos; más probablemente esto último. Si el desinterés es mutuo, ¿a qué mantener  la impostura? ¿Para qué ver tantas tonterías y noticias que ni me interesan ni me agrada ver? Por eso, estas fechas van asociadas también a un adelgazamiento de mi lista del feisbuc y a un tráfico de noticias más fluido, más abarcador, y menos lleno de tonterías para nada interesantes. Así que por lo que se ve las navidades pueden no resultan un período tan malo, después de todo.

domingo, 20 de diciembre de 2015

NUESTRA CRISIS DE DECENCIA Y MORALIDAD

Antes de ir a votar, hago una última reflexión desde el más puro escepticismo que, pese a todo, no me aleja por completo del sistema. Repaso cuanto han supuesto estos últimos años (no sólo los cuatro de este infausto gobierno) de crisis, de reajustes en el día a día, de impotencia creciente, de rebajas en los derechos, de desigualdad progresiva, de impunidades insultantes. Mientras me duchaba, pensaba en cómo reducir todo ese cúmulo de sensaciones. Cuando me vestía, lo vi algo más claro.

Esta no ha sido, ni es, una crisis de esencia económica. Es una manifestación perfectamente orquestada por unos poderes a quienes no podemos elegir, pero a los que, caso de que pudiéramos hacerlo, daría igual, pues nuestra opinión sólo se tiene en cuenta una vez cada 3 ó 4 años. Es, sobre todo, una crisis de decencia. Tampoco ha sido una crisis donde todo el sistema haya fallado estrepitosamente, pero ha quedado bien a las claras que no cuenta con medios suficientes para defender a los ciudadanos de todas las tropelías que se han edificado contra ellos. Es, por tanto, una crisis de las prioridades que la gobernanza debiera poseer. Por último, tampoco ha supuesto una variación de los valores que con anterioridad habíamos experimentado en esta imperfecta democracia: lo que se ha dado es una reducción drástica y un enmascaramiento consumista de los mismos. Por ello, es también una crisis de valores y esencias (en las que -aquí sí- todos hemos sido cómplices).

Hay que solucionar, pues, dos problemas gravísimos, previos a la solución del que todos demandan -pese a todo- en primer lugar (el económico, monetario, laboral, etc.). La indecencia de nuestros gobernantes (y su impunidad manifiesta, a continuación), la insuficiencia de elementos preventivos y coercitivos que desanimen a los golfos apandadores  (y su impunidad manifiesta, a continuación). Y, claro, la necesidad acuciante de dinero y de su adecuada redistribución social.

Todo ello se lograría con facilidad si la categoría moral y personal de nuestros políticos fuese la que se le debiera exigir a quienes debieran ser servidores públicos. Si las unidades de control fiscal fueran ampliadas a gran escala, y respaldadas y azuzadas conforme los nuevos tiempos requieren. Si la legislación se transformara radicalmente para hacer insoportable a los corruptos la comisión de cualquier corruptela y poder extirpar la impunidad que hemos observado hasta el hartazgo. Si el poder judicial adquiriese de verdad su no-dependencia de los otros dos poderes, y, además, viese incrementada extraordinariamente su dotación en medios humanos y materiales. Si la exigencia de responsabilidades a quienes tienen a su cargo dineros públicos tuviera graves consecuencias si se realiza una gestión ineficaz o delictiva. Y si, por último, las personas que han sido timadas en cualquiera de las variantes que estos años nos han mostrado con singular crudeza, evaporen su aparente masoquismo, y voten en conciencia contra quienes les prometieron A y les aplicaron Z.

Todo ello se resumiría una necesidad perentoria de decencia y categoría moral. Si se tiene en cuenta lo que estas dos categorías ha ocupado a los candidatos estos días de campaña, ¿se comprende ahora mejor la palabra “escepticismo” con que abría esta entrada? 

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