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viernes, 19 de noviembre de 2010

RESISTENCIA

jueves, 24 de diciembre de 2009

ESPONTÁNEA EXPOSICIÓN

lunes, 21 de diciembre de 2009

martes, 8 de diciembre de 2009

ESFERAS EN REPOSO

martes, 17 de marzo de 2009

VELOCIDAD EN LOS JARDINES

domingo, 22 de febrero de 2009

domingo, 11 de mayo de 2008

Rosa altanera


Aquella rosa creció sola rodeada de enredaderas diversas y de arbustos bien podados de naturaleza humilde y colectiva. Su soledad resultaba más notoria porque su colorido destacaba muchísimo ahora que había florecido. Se trataba de una flor muy individualista, y tan petulante que creía que era la única planta que daba glamour al jardín de aquella casa: todo lo demás sobraba o era claramente inferior. Esto duró unas semanas, en las cuales se dedicó a fustigar a sus compañeras, a hacerlas de menos y a atajar cualquier intento de amistad o de conversación siquiera. Hasta que un día, con todos bien hartos por la postura de la bella flor, el anciano portavoz del arbusto más cercano le dijo lo siguiente: "Está bien. Todos convenimos que eres muy hermosa y que tu colorido destaca sobre todos los demás. Dicho esto, te preguntamos: ¿y?" La rosa no respondió, pues se sentía muy por encima de ello. El anciano prosiguió: "Bien. Ya que eres tan maleducada que ni respondes, te formularé varias preguntas que no necesitan respuestas, pero que esperamos te carcoman por dentro". La rosa no dijo nada, pero se quedó a la escucha muy atenta, por si acaso. "En fin, ahí van. ¿En realidad, tu postura excluyente te sirve de algo? ¿Sabes que naces de la misma tierra aderezada con mierda de vaca que todos nosotros? ¿Tienes idea de lo que durarías si nosotros no te protegiéramos del viento y los intrusos? Y por último: ¿sabes que nosotros tenemos hoja perenne y tú tienes una floración de apenas tres semanas?". La rosa no estaba acostumbrada a pensar, sino a formular juicios y opiniones. Aun así, tenía buena memoria y almacenó todas las preguntas en la cabeza, y les fue dando vueltas. Pero cuando todavía estaba por la tercera, ya había perdido todas las hojas y tras un golpe de lluvia se murió, ante el alivio generalizado de todos los arbustos circundantes; el alivio y una muy intensa alegría interior que no llegó a brotar del todo.

sábado, 26 de enero de 2008

Incubación


Tras perder las hojas, los árboles del bosque se morían de frío, pero ninguno osaba decirlo. Ni el castaño, tan imponente, ni el haya, desde su altura, ni el roble, tan anciano, ni ninguno de los otros querían confesar que se encontraban helados. Sin embargo, no dejaban de mirar al suelo, donde se hallaban los restos que habían ido dejando escapar a lo largo del crudo otoño. La escarcha lo cubría todo y el silencio era rotundo. Mientras los árboles tiritaban, debajo, cubierta por el lecho de hojas y aislada de la gelidez del aire, dormitaba la única semilla que se encontraba intacta, segura contra todo, aguardando tiempos mejores. Todos los árboles miraban con sus ramas hacia el suelo, porque la oían palpitar. Ninguno sabía con exactitud a quién pertenecía ese futuro inmediato ni a quién le sería otorgada la ansiada descendencia. Ninguno lo sabía, pero cada uno confiaba en ser él el elegido. Entre tanto, seguían helándose a la intemperie. En silencio, pues ninguno dijo nada. Sólo aguardaban.

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