domingo, 25 de octubre de 2015

DÍA PESIMISTA

Hay días en los que se evidencia que todo cuanto nos decían los abuelos buenos es verdad verdadera. Sobre todo, en lo que se refiere a negativo del ser humano. Hay días en los que uno confía muy poco en que esta especie primate, que tanto ha evolucionado, que tantos retos ha superado, que tanto ha logrado, se separe algo más de ese arquicórtex reptiliano que aún nos tiene sujetos al instinto más primitivo y animal. Éste es uno de ellos.

Si uno ve que cada pocos días un hombre asesina a una mujer sólo porque ésta no se sometió a sus dictados y no soporta la libertad ajena. Si escucha que la raza humana produce un 60 % más de lo que necesitaría para alimentar a los casi 7.500 millones del planeta, mientras más de más de 20.000 personas mueren de hambre en el mundo ¡al día! Si a un juez murciano le da por sentenciar que el hecho de que un hombre rocíe a una mujer de gasolina provisto de un mechero no implica dolo o intencionalidad de asesinato. Si se contemplan las agresivas y excluyentes palabras que varios políticos europeos escupen sobre los que huyen de las guerras que en parte promocionamos. Si se observan las lecciones de ética que unos cuantos de nuestros dirigentes más cercanos nos ofrecen a diario, bien al soslayar la corrupción en que se hayan enfangados hasta las trancas, bien haciendo de la paranoia victimista una estrategia con la que difuminar sus latrocinios. Y si, encima, uno contempla en directo cómo el más grande motorista de la historia (Valentino Rossi) tira al suelo de una patada en carrera a uno de los que tal vez le arrebate con el tiempo dicho palmarés (Marc Márquez), entonces es mejor apagar el día, meterse en cama de nuevo y anestesiarse con alguna imaginación acaso irreal, pero amnesiógena (o, como mínimo, cicatrizante).

sábado, 17 de octubre de 2015

NECESIDAD DEL LUJO DEL ARTE


La frase está en francés, pero podría haber sido en cualquier lengua, porque cualquier ser humano inteligente del planeta se la ha podido formular alguna vez. Esta imagen, capturada en una muestra colectiva titulada “Errancias. Exposición nómada de arte contemporáneo”, nos plantea una interrogante. ¿Es el Arte un lujo o una necesidad? Mi respuesta es clara y sin exclusión. Yo creo que es ambas cosas,  a la vez o alternativamente.

Cuando le preguntaron a Gandhi qué representaba para los hindúes la democracia, él repuso que para la mayoría de ellos suponía un poco de pan con mantequilla. Es decir, que antes de hablar de política, hay que tener el estómago lleno. Es una cosa de prioridades. Al menos, para la mayoría. Aun así, habría hindúes que careciendo de lo esencial, jugaría sus cartas políticas. Con el Arte sucede lo mismo.

Se halla documentado desde hace más de 40.000 años, de modo que es una pulsión ancestral de nuestra especie, aunque sólo algunos la podemos necesitar y disfrutar a plenitud. Resulta obvio que no se necesita el Arte para sobrevivir, aunque para algunos nos resulta básico para vivir. La diferenciación no es baladí. La mayoría de las personas no tienen la culpa de ello, pero la mayoría de los humanos de la Tierra no vive, sólo sobrevive, incluyendo en este apartado a los que viven en zonas desarrolladas. Vivir es algo mucho más rico que sobrevivir, y para ello hacen falta una serie de requisitos medioambientales, biológicos y mentales. Lo básico es lograr que el cuerpo esté atendido. Una vez logrado esto es cuando accedemos a otro nivel, donde el Arte se ubica, al lado de otras manifestaciones humanas de calado trascendente.

El Arte representa lo inútil, por definición, lo no-práctico, lo que no se precisa en primera instancia. Los homínidos del paleolítico, antes de plantearse dibujar o pintar en las cuevas, antes de grabar astas y huesos, hubieron de ser prácticos: había que alimentarse, procrear y defenderse. El Arte surge cuando tenemos un minuto para pensar en algo más. El Arte es un lujo de las sociedades o de las clases opulentas que disponen de ocio pensante. Pero cuando aparece, su utilidad sensitiva, emocional, humanizadora, resulta manifiesta. Por tanto, también resulta una necesidad para algunos, sin la que nuestra vida sería mucho más pobre y, una vez habiéndola paladeado, acaso insufrible. 

Exposición colectiva en Carennac (Lot, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio de 2014 ----- Panasonic Lumix G6

martes, 6 de octubre de 2015

BODAS DE PLATA COMO DOCENTE

El muy caluroso mes de julio de 1990 resultó inolvidable. Recuperando de golpe toda la suerte que se me había negado los tres años anteriores (muerte en accidente del director de mi tesis, traslado de proyecto a otra universidad, denegación dos años consecutivos de una beca de investigación), quien esto escribe aprobó contra todo pronóstico una oposición a profesores de enseñanza secundaria. Dos meses después iniciaba mi andadura docente en el mismo instituto donde yo cursé el bachillerato y el COU. Pero ésa es otra historia que será contada en otro momento. Lo que hoy me ocupa es que este septiembre pasado he cumplido 25 años como profesor. Mis bodas de plata.

Yo nunca había querido ser profesor. Nunca me había planteado “rebajarme” a ese nivel; y, menos, de secundaria. Mi misión era más elevada, para elegidos: la investigación y, porque no quedaba otro remedio, la enseñanza, sí, pero pocas horas, en una universidad excelsa. Como decía es historia para otra ocasión, pero se conoce que están muy mezcladas, y en la narración se infiltran sus respectivos ramales. Pero, no, no. Yo nunca quise ser profesor. ¿Por qué entonces un cuarto de siglo después puedo decir, alborozado, que me encanta lo que hago?

En primer lugar, porque cambié. Aquel petulante ególatra de carácter maximalista y propenso al rencor, no dejó de serlo del todo, pero rebajó poco a poco sus presupuestos. El contacto con adolescentes supone una forma de erosión que, trabajada convenientemente, puede dar lugar a ciudades encantadas de Cuenca o torcales de Antequera. Los cambios fueron lentos, pero progresivos y, sobre todo, constantes. No se puede enseñar sin cambiar. Por dentro y por fuera. Todo el tiempo. Adaptando cuanto se sabe a quienes se tiene enfrente, que siempre tienen la misma edad, pero cuyas mentalidades (y las de sus padres y la de la sociedad que nos alberga a todos) cambian con una rapidez tan esperanzadora como acongojante.

En segundo lugar, porque me di cuenta del valor tan estimulante de enseñar algo que uno sabe a quien todavía no ha llegado hasta ese punto. Adivinar la revolución interior de quienes, al oír las palabras del enseñante, cambian la mirada y recomponen la postura del cuerpo y encuentran el asombro y la explicación que da sentido a los interrogantes previos. Comprobar que se puede ejercer de vaso comunicante que traspasa los conocimientos a quienes inician la dura tarea de vivir, que revivo la experiencia ancestral del viejo de la tribu. Captar el brillo de unos ojos cuando el hallazgo se produce, tras la comunicación de dos mentes en un acto mágico que no siempre se da, pero que cuando sobreviene muestra una fuerza inefable. Noté que explicar lo que sabía (y lo que aún hube de aprender) me encantaba. Y comprobé que la misma paciencia y perseverancia que me habían caracterizado como estudiante, brotaban de nuevo desde el otro lado del muro académico. Soy pesado, insistente, recurrente, indesmayable. Creo que a pesar de las muchas y crecientes dificultades que comporta, pocas tareas pueden ser tan hermosas como ésta de enseñar al que no sabe (y quiere aprender). De igual modo, pocas pueden ser tan frustrantes, pero uno debe saber seleccionar lo positivo de todo.

En tercer lugar, porque preparar lo que se enseña hace comprender la esencia del aprendizaje, y yo mismo he aprendido muchísimas cosas en todos estos años. Tanto a nivel cuantitativo como cualitativo. Aunque también he olvidado otras muchas, perfilando y afinando el disco duro interno. Pero la resolución de los diferentes problemas que la enseñanza plantea, me ha servido de entrenamiento diario para encarar los que a su vez la vida coloca en mi transcurso. De modo que enseñar me ha ayudado a aprender, pero también a vivir.

Y en cuarto lugar, porque he tenido la suerte de tener un trabajo que interactúa con personas y no con objetos. Con toda la problemática que conlleva (que ahora no abordo, pero que no es menor), el trato con adolescentes es enriquecedor en grado sumo. Te enseñan mucho de lo que desconoces. Trabajas con personas que aún no lo son del todo, pero a las que ayudas con tu ejemplo a tener otra referencia distinta de la de sus padres, que pueden ser buenas, pero que a menudo no lo son tanto. Y servirles de modelo de valores, de comportamientos, de hábitos de vida, complementa también todo lo anterior. Y comprobar los cambios, las mejoras, los crecimientos, es algo hermoso, sin duda. Incrementa la responsabilidad, pero corona con una guinda especial la otra tarea: además de enseñar, he de educar. Aquello a lo que yo siempre me resistí más, pero a lo que acabé sucumbiendo. No se puede enseñar sin educar. Son tareas paralelas e indisociables. Eso lo comprendí mucho después. Pero nunca es tarde para aprender.

Veinticinco años, vistos así, en retrospectiva, no son nada. Y son tanto. Hoy sólo quería comunicar mi alborozo a los pocos fieles que por aquí me seguís. Sabedlo: estoy contento. Llevo estándolo mucho tiempo. Me dedico a lo que nunca soñé. Pero no siempre los sueños son el mejor camino de la felicidad.

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