El pollo llegó a casa convencido de que el trato sería justo: recibiría una alimentación extra y la seguridad que el lugar del que provenía no aportaba; a cambio, él aportaría colorido a la familia, juegos varios e incluso habría incentivos si acertaba a despertarlos a la hora a cada uno. Pero lo que vino después de cruzar el umbral le hizo albergar serias sospechas de incumplimiento de contrato. Con el cuchillo en mitad del cuello, el pollo, ya pelado, piensa que algo está mal, que algo falla.
martes, 1 de enero de 2008
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4 comentarios:
El cuchillo en el cuello del pollo, impacta a primera vista. Sobre todo porque se aparta de las primeras fotos y una, no se espera algo así. Pasados los primeros segundos, la sonrisa afluye. Es simpática
UFF qué fuerte esta no me gusta nada.En defensa del pollo hablaré:Es imposible qué cante a su hora ,con estos cambios de clima hasta los gallos están despistados cantan de noche en lugar de madrugada.Además en el contrato no le enseñaron la letra pequeña.M.T.
Cuando he visto esta foto del pollo no he podido evitar recordar un texto que leí en el instituto, del cuál sabes que tengo muy buenos recuerdos.
Aquí te lo dejo escrito, se titula "El pavo inductivista":
Un pavo llega a una granja. A la mañana siguiente, a las nueve, un hombre entra y le da de comer. Al día siguiente ocurre lo mismo. Como buen inductivista, el pavo no saca conclusiones precipitadas. Consigna los hechos, apunta esos dos enunciados individuales y sigue realizando observaciones. Llueve, entra el hombre y el pavo come a las nueve. Hace sol, lo mismo. Domingo, o martes, o viernes, el hombre entra y el pavo come a las nueve. Cuando esto ha ocurrido ya cientos de veces, en todo tipo de circunstancias, el pavo cree haber descubierto su ley y dará por sentado su enunciado universal: en esta granja siempre se come a las nueve. Tranquilo por hacer previsto el futuro, espera a que sean las nueve, ve llegar al hombre y agacha la cabeza en la confianza de que es la hora de comer. Sin embargo, es el día de Navidad y, aunque el pavo no lo sabrá nunca, la ley demuestra no ser tal: el pavo no volverá a levantar el cuello.
Cosas del ingenio de Russel y de tu foto.
Un abrazo, Sandra.
Es lo malo de las letras, que pueden establecer pocas leyes, en comparación con las ciencias.
Sin saberlo, Russell y yo hemos coincidido en el tiempo y acaso en las intenciones, y sin habernos conocido recíprocamente. ¡Qué encuentro tan gozoso habría sido!, de haberse dado, aun no comiendo pollo en el menú.
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