lunes, 28 de noviembre de 2016

VIDA AVENTURERA DEL FUNCIONARIO (MICRORRELATO)

Ayer caí en la cuenta. Soy un aventurero. Como trabajo de funcionario de ventanilla de un negociado con poco público, sé que no tengo una profesión de alto riesgo. A eso debería añadirse que mi despacho sólo posee iluminación artificial. Pero, a cambio, cada día lo compenso con una serie de acciones que rozan el riesgo más peligroso. Por ejemplo, para salir de mi garaje, sorteo como una serpiente los morros y traseros de otros vehículos mal ubicados, amén de unos pilares colocados ex profeso para rayar laterales y defensas. Luego, algún semáforo en ámbar que atravieso a toda velocidad; cuando tengo suerte, dos o tres. El otro día hice el amago de atropellar a una vieja que siguió con su mismo ritmo cansino una vez cerrado su derecho a pasar. Aunque no llegué a arrancar a tiempo, la adrenalina me subió muchísimo, lo que me alegró definitivamente el día. Ya en la oficina, antes de entrar, esquivar la mirada asesina del conserje, que me odia por tener mejor sueldo que él, me pone en situación de afrontar la mañana con solvencia. En el despacho, los papeles presionan el ambiente para asfixiarme, pero yo soy más audaz y rocío la estancia con ambientador de lavanda. Es otra victoria frente a las agresiones del medio. Y luego, la fauna con la que convivo requiere una precisa estrategia de combate corporal y conocimientos de los principales antídotos contra los venenos más habituales. Las miradas, por ejemplo, de algunos compañeros en la cola del café, que requieren ejercitarse en el desprecio o la indiferencia, según vengan dadas. O los comentarios pertinaces de alguna compañera sobre cómo me visto. En verano podríamos añadir la lucha a muerte con los voraces mosquitos que desde el río cercano nos asaltan al mediodía, o las moscas compitiendo por el premio a la pirueta más inútil y asimétrica. Aunque nada más peligroso que el mordisco que pega en mi tarjeta la máquina de fichar cuando marcho a casa. Algunos días, es tan violento que me queda temblando el brazo unos minutos. Podría estar horas y horas refiriendo los apurados compromisos que mi vida diaria me obliga a asumir y a resolver. Pero habitualmente estoy siempre muy contento. Con esta existencia tan plagada de aventuras, ¿cómo me voy a aburrir?

Del libro inédito Micrólogos, 2012

3 comentarios:

Carlos Sierra dijo...

Había una dentadura postiza en la estantería. Ahora está en el lavabo de mi casa. Había una maleta en la estantería. Ahora está en el armario de mi casa. Había un bastón en la estantería. Ahora está en el paraguero de mi casa. Había un misal en la estantería. Ahora está en mi mesilla de noche. Ya no soy funcionario .Me han jubilado. Ya no trabajo en el servicio de objetos perdidos. La dentadura me vale, la maleta me es útil, el bastón me ayuda. En el misal he encontrado la esquela de mi bisabuelo Ramon Leng. Yo me llamo Deogracias Hurtado Leng. Me vestí con la ropa de la maleta y con el bastón en mi mano fui a la iglesia donde se casaron mis abuelos segun encontré en un recordatorio del misal. Allí encontré ujn sepulcro con una inscrición que decía: Aquí yace Deogracias Hurtado Leng fallecido el 28 de de diciembre de 1866.

la cocina de frabisa dijo...

Un tiempecito en Siria sería el TOP para completar esa vida tan "interesante", jajjajajjaja

Emma Valdeón Menéndez dijo...

Igual podía añadirle un plus de aventura si se fuera al trabajo andando...
Tambien me sumo a la aportación de Isa.

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