sábado, 26 de noviembre de 2016

MUEREN LOS POLÍTICOS (Y SIEMPRE NOS SORPRENDEN)

Esta semana han muerto dos personas muy diferentes en todo (hasta en el género), salvo que ambas se dedicaron a la política. Una, fue alcaldesa de Valencia bastantes años; otro fue el jefe del estado de Cuba durante medio siglo. Ambos han muerto de manera muy diferente. La mujer, de forma un tanto sorpresiva, de un infarto. El hombre, en la fase final de su dilatada vida, de vejez inevitable. No admiten comparaciones, ni en los modos, ni en el contexto, ni en el lugar, ni en la importancia histórica. Sin embargo, han muerto casi a la vez, como si se hubieran puesto de acuerdo para que se hablara de ellos de forma simultánea.

Nadie esperaba que muriera la mujer. Todo el mundo aguardaba que lo hiciera el hombre; por motivos obvios y por otros motivos. Pero, cuando sucede, nos sorprende siempre. Pareciera como si no acabáramos de creernos lo que tantas veces hemos pensado, o como si no nos encajara esa noticia sorpresiva en el marco de nuestras actividades cotidianas. En todo caso, sirve de marco para las conversaciones diarias, para los análisis apresurados, para los especiales informativos, para correr cortinas de humo, para rellenar huecos de prensa, para insistir en lo ya reivindicado, para defender lo indefendible, para atacar lo derruido, e incluso para mostrar la falta de educación y hasta para mostrarse grosero.


La muerte siempre es noticia. Por un lado, sirve de alivio a los que continúan, aunque -sincera o hipócritamente- se compunjan del óbito. Por otro, alcanza para reflexionar sobre trayectorias, significados, futuros. De hecho, los informativos la consumen en cantidades desorbitadas; tantas, que uno piensa que, sin ella, los telediarios y noticieros languidecerían y acabarían por desaparecer. La muerte siempre es noticia, y la de los personajes públicos más. Da mucho juego. Permite deshojar muchas margaritas con personajes muy distintos que opinan, diseccionan y hasta vaticinan. La muerte de los políticos es un maná para la profesión antaño llamada periodismo. Con este tipo de sucesos, se pone de relieve la verdadera catadura moral de quienes afirman pertenecer a ella. La muerte nos retrata a todos, a los muertos y a los vivos. Pero sobre todo a los que aquí quedamos, que somos los únicos que tenemos oportunidad de decir algo distinto a lo ya dicho. Aunque al final siempre acabemos diciendo lo mismo.

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