miércoles, 30 de noviembre de 2016

 CERVANTES, ENVIDIOSO

Anteayer caí en la cuenta, llegué a saberlo por fin. Antes de ayer, después de terminar mi quinta lectura de El Quijote, que Cervantes no hace morir a su protagonista como resultado de una evolución natural o de una planificación predeterminada. No. Este escritor comprobó que su personaje era ya más que él mismo, que lo había sobrepasado con creces, que formaría parte de la inmortalidad más real que la que puede generar la gloria. Envidioso, pues, de su fama, no pudiendo soportar que la fantasía pesara más en la memoria de sus coetáneos que su mísera realidad de escritor manco y fracasado, lo dejó morir del modo más deplorable que se pueda imaginar, con una sobredosis de cordura realista que desvirtúa de una manera absoluta al personaje, convirtiéndolo en algo material, es decir, manipulable, es decir, destructible.

Anteayer, al acabar el libro, reflexioné un buen rato y deduje esto que ahora apunto. Por la noche dormí mal. Ayer hubiera matado al autor, con aplicación deleitosa incluso, si un encantamiento maravilloso me lo hubiese puesto delante. Esta noche me he visto inundado de pesadillas que presentaban un rostro siempre idéntico. Hoy, impulsado por una violencia contenida a duras penas, he renegado públicamente de su autor, he deplorado la imagen caricaturesca de su principal personaje, y he elevado una ferviente plegaria por la eterna memoria de aquel caballero que fue sabio, que lo fue todo, gracias a la locura. A continuación, sin un ápice de remordimiento, he arrojado con furia los dos volúmenes al fuego imparcial de mi chimenea. Cuando hoy me acueste, como siempre de madrugada, seguro que podré descansar a gusto.

  Del diario inédito Desperdicios sueltos desperdigados, entrada de 8 de Febrero de 1998

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