martes, 27 de mayo de 2008

Ancianidad sin esperanza


El viejo ha notado la brisa fresca de la mañana y se ha decidido a salir de la residencia donde pasará el último tramo que le resta de vida. Ha paseado un poco por el centro, con un ritmo cansino, despreocupado, sin prisa, porque no la tiene. Ahora, lo que le sobra es tiempo. Tiempo y recuerdos, que moldea a su gusto, porque el cerebro debe ayudarlo a vivir y no a castigarlo con la conciencia de una vida que unos podrían tachar de inútil o perdida, demasiado entregada a los demás, sobre todo a unos demás que ahora no miran por él. El viejo recorre la ciudad por las partes más bulliciosas, pero siempre acaba en una pequeña plazoleta interior de una manzana de edificios. Allí se sienta siempre a una hora en que no hay demasiado ruido porque los críos aún están en la escuela. Hay silencio y hay soledad. Justo los ingredientes que ahora son su temática más recurrente. ¿Qué le queda? La paciencia, la experiencia que le permite valorar las pequeñas cosas, y saber que sólo lo que construya día a día será tu tesoro vital, su alimento diario hasta que el final sobrevenga, más pronto que tarde. El viejo, al final de la caminata, se sentirá un poco más viejo, pues cuando uno piensa en exceso en sí mismo, vive más aprisa, lo que no quiere decir que viva más, ni mucho menos. Su realismo le impide hacerse idílicas ilusiones de mejora, pero tampoco le proporcionará duros desengaños para cuya defensa cada vez se tienen menos recursos. Sentado en su banco de frío metal pintado de blanco, destaca sobre el entorno por sus vestimentas oscuras pero elegantes. Dentro de poco, se levantará y deshará el camino andado de vuelta al único sitio que le queda, la residencia donde ha aprendido que las palabras "hogar" y "esperanza" puede cambiar radicalmente de significado y también de sentido.

3 comentarios:

la cocina de frabisa dijo...

En muchas ocasiones he intentado adivinar que pasaría por la cabeza de personas mayores que he visto en situaciones parecidas al del protagonista de tu fotografía.

Como uno no se acuesta una noche siendo joven para levantarse al día siguiente convertido en un anciano, supongo que iremos evolucionando no solo fisicamente, sino preparándonos psiquicamente para vivir esa etapa.

He sentido todos y cada uno de los pensamientos del señor mayor tan bien reflejados en tu relato.

Tiene un toque de tristeza, pero...¿acaso la vejez es alegre?

un beso

Anónimo dijo...

Hay muchos ancianos como ese de tu foto:Sentado,se halla solo con su soledad.Te miran con mirada profunda,con unos ojos muy abiertos como si quisieran que veamos sus adentros.
En sus marcadas arrugas llevan escritas historias,de soledad,de amor, de despecho,de dias de sol y de otros cuantos de frio.
No es tarea fácil llegar a ser anciano y hay que saberlos escuchar han logrado sobrevivir esa guerra que luchamos diariamente.M.T.

Ana Vázquez dijo...

Otra muestra más de que los viejos ocupan la mitad de los bancos de España, raro que no esté entre cabezas de palomas y con un trozo de pan en la mano :D

Muy bueno el texto!

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