La libertad del agua es relativa. Pareciera que es lo más
libre que existe, junto con el aire y los vientos, pero tampoco ellos están
libres de exigencias de continente. Los fluidos carecen de forma propia,
adoptando la de la vasija que los contiene. En este caso, el surtidor viene
precedido de unas cañerías que constriñen su anchura, favoreciendo mayor velocidad
y potencia de salida. Al ser liberada, entre comillas, dicha agua forma figuras
que pueden ser o no captadas. Pero ni aun así su libertad se incrementa, porque
una vez lanzada fuera del cañerío anterior, una ráfaga de viento puede acabar
con sus gotas lejos de la trayectoria prevista, o una mano furtiva alterar su
dirección y dinamismo. Con todo, el agua que vemos es consecuencia de uno de
los “defectos” más maravillosos con que cuenta el cuerpo humano: la
persistencia en la retina. Es la misma que permite que podamos ver cine o
televisión con la impresión de movimiento realista sin que la sensación de
verosimilitud se resienta lo más mínimo. Gracias a ella, el agua de cualquier
surtidor que veamos, la contemplamos continua y más o menos uniforme. Sin
embargo, con una velocidad de obturación brevísima, pongamos 1/4000 de segundo,
puede aparecer parte de la verdadera naturaleza de esa agua, que de ese modo es
desenmascarada un poco más en su intimidad y desnudez. Vemos, pues, no chorros
continuos, sino miríadas de caóticas pequeñas masas de agua que recorren una
misma senda, dando la ilusión de un chorro uniforme y rectilíneo. Nada más
lejos de la realidad. Sin embargo, en este caso la realidad no desmerece la
ilusión, y muestra otra belleza, acaso más abstracta, más geométrica, pero no
menos interesante.
Jardines de García Lorca, en Almería (Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6
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