No sé cómo alejar de mí esta sensación de pesar constante, de perenne culpabilidad. Soy consciente de que entendí sin problemas cuanto me dijeron sobre aquella biblioteca medieval. Me acuerdo perfectamente de las palabras de aquella docta guía que nos habló de los famosos códices, sellados durante siglos, de los tipos de encuadernación, de la forma especial de guardarse, del lugar donde se hallaban, de los huecos que había bajo las tarimas para que los ventilara el aire y también quedaran a salvo de animales ignaros, pero devotos del buen sabor del pergamino. También, de sus comentarios sobre la fragilidad extrema de aquellas obras, que no se podían microfilmar siquiera, por su delicado estado. Soy consciente de todo. Pero no soy consciente de en qué momento me sentí impulsado a tocar uno de aquellos lomos, y cómo mis dedos se impregnaron de inmediato de polvo, y cómo ante mis ojos, aquellos volúmenes se desintegraban, y eran arrastrados hacia los sumideros inferiores, por la misma corriente de aire que antaño los protegía. Soy culpable, lo admito. La curiosidad me pudo más. Ahora nada puede remediarlo, ni el desastre, ni mi permanente compunción.
martes, 11 de marzo de 2008
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4 comentarios:
Ver códices, facsímiles, Atlas medievales, biblias es algo que me apasiona. Siempre me ha sorprendido su tamaño, su olor, la forma tan delicada de su escritura, el color del pergamino, mis ojos hurgan en su contenido con la curiosidad de adivinar, imaginar, descubrir.
He tenido la suerte de ver unos cuantos, aunque los más espectaculares los vi en la biblioteca de San Millán de Cogolla. La fotografía, por tanto, me encanta ya por la temática en sí.
Y del relato, ¿qué decirte? Quedas condonado, entiendo perfectamente ese impulso incontrolable de querer tocar, incluso acariciar joyas tan espectaculares.
Un beso.
Buf, niégalo anda, al menos te ahorrarás la bronca de los de arriba ;)
besicos
La foto me encanta, el relato menos, aunque después del del perrillo de peluche...
En fin, a ver si descansas, te recuperas de los avatares de estos días y vuelves por tus fueros.
Me encantan las bibliotecas antiguas aunque no te dejen tocar nada y sólo puedas observar todas aquellas palabras encerradas tras vitrinas de cristal. Dos recomendaciones: la cercana, la biblioteca antigua de la Universidad de Salamanca y la lejana, la biblioteca del Trinity College en Dublín, aunque su primer piso y la parte clausurada. Fantástico.
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