sábado, 14 de junio de 2008

Molestia por las gaviotas

Las gaviotas son las reinas de la movilidad, de la rapiña, de la molestia, del aprovechamiento de cualquier grado de debilidad en beneficio propio. Algunos las despreciamos por ello, pero no pueden hacer otra cosa. Como diría aquel bello relato chino, "es su carácter". Nadie es su amigo. Tampoco respetan nada. Mucho menos, a la escultura del surfero que atraviesa inmóvil el océano artificial que su creador imaginó para él. Pese a que se lo ve entusiasmado con su pose tensa y dispuesto a encarar la ola con la postura más adecuada, las gaviotas harán lo imposible por amargarle inconscientemente la existencia. Le dejarán encima pútridas señales de sus digestiones, afilarán sus picos contra su bronce oxidado, desconcentrarán su actividad eterna y perturbarán el objetivo por el que allí se halla a la vista de todos.
Pero, en ocasiones, el instante se alía con la fort
una, y lo que antes rezumaba odio o enfado se trueca en admiración contemplativa. Es entonces cuando uno se reconcilia con el mundo, al comprobar que el reino animal, la naturaleza, y la creación humana pueden coexistir sin que la unión resulte desequilibrada o forzosa. Y durante unos minutos, uno recobra cierta dicha interior, tan escasa y puntual, tan necesaria.


viernes, 13 de junio de 2008

Con los pies colgando


A menudo, no caemos en la cuenta de en qué momento del año estamos, porque con frecuencia vivimos demasiado deprisa, y dedicamos pocos momentos a pensarnos, a mirar para ver, a oír para escuchar, a sentir únicamente. A veces, sin embargo, algo nos permite detenernos, porque el destello fugaz de un brillo nos abruma los ojos, porque un estruendo o un murmullo destaca sobre todo lo demás, o un pensamiento nos asalta, derrotando nuestra rutina diaria. Puede ser de muchas formas, en muchas situaciones distintas, deseando que ocurra o tan sólo viviendo sin más. Mientras uno pasea, si tiene la mirada atenta, uno ve signos, señales, muestras de que lo que nos rodea ya no es lo que estábamos acostumbrados a ver, oír o sentir en los últimos meses. Sin aviso previo, unas piernas sobre la balaustrada al borde de una playa urbana pueden obrar el milagro. Unas piernas jóvenes, femeninas, bien formadas, sin encasillar, calzadas con comodidad no exenta de cuidado estético. Unas piernas mostradas con el generoso regalo de que la desidia y el orgullo adolescentes suelen hacer gala. Unas piernas, casi estáticas, cuya posición, brillo y proporciones me han hecho recordar que el verano ya está aquí, que yo aún no estaba mentalmente preparado y que ahora, gracias a esa imagen, comenzaré el reciclaje estacional necesario para que tanta belleza no me pille sin cuidado ni aviso.

jueves, 12 de junio de 2008

Inteligencia en la mirada


Si las miradas nos parecen tan sugerentes es porque el contacto de unos ojos con otros ojos establece un vínculo -temporal y finito- de gran fuerza e intensidad. Hay miradas que nos comunican un deseo soterrado, un afecto, una intención, una súplica. Otras nos reconocen como iguales, nos animan a seguir a su lado para ayudarse a crecer en compañía. Las más de las veces no las recordamos, pues pueden darse varias en un día. Otras, en cambio, se recordarán siempre. Como siempre recordaré yo el diálogo que mantuve yo con esta paloma, aupada a la modernista fachada de un conservatorio de música. Yo sé que ella sabía que la miraba con gusto, por su forma, su belleza, su quietud. Yo sé que ella sabía que yo conocía que su silencio se debía a que escuchaba los gorjeos de los diferentes instrumentos musicales que allí dentro pugnaban por ensamblarse con coherencia. Ella sabía que yo la reconocía en su mirada. Ambos nos reconocimos desde nuestras posiciones, porque durante unos instantes ambos fuimos iguales en inteligencia compartida, en sensibilidad artística, en respeto mutuo. Sí, los dos nos igualamos durante un lapso pequeño de tiempo, que resultó infinito porque nos sentimos cómplices de escucha. Y porque, además, le hice la foto.

miércoles, 11 de junio de 2008

Vino salvador


-Ya, ¿para qué seguir? Todo en la vida me ha sido negado, y cada empresa que inicié se vio truncada por el destino que ha asolado todo cuanto he emprendido. Todos los hombres que amé, y que aun me amaron, me han ido abandonando uno tras otro. Varias de las propiedades de mi dote se han visto arrasadas por el fuego o por la furia del populacho. Casi estoy en una ruina de hecho. En otro orden de cosas, la naturaleza de mi vientre no me ha permitido concebir, y la esterilidad ha cancelado mi deseo de descendencia tanto como mis ansias artísticas, truncadas siempre por una u otra incapacidad, añadiendo otra frustración a una larga lista iniciada ya en mi infancia. ¿Para qué permanecer con vida? Es más digno, más hermoso también, concluir de una vez, y ahogar el sufrimiento continuo que me embarga en esta copa de vino a la que añadiré el tósigo adecuado para que no prolongue más mi agonía espiritual. Pero antes, una copa de este vino nuevo, recién llegado. Después, el olvido. Pero... mmmm. Dios mío, qué color cereza con irisaciones de rubí tan bien conjugados, qué paladar más untuoso, qué cuerpo tan redondo, mmmm, qué excelsa combinación de aromas de vainilla con retrogusto de regaliz, qué delicia, y qué bien apunta en boca, anticipando un excelente maridaje con un buen queso graso o una pieza de caza mayor. Esto es una maravilla de los cielos. Creo que me tomaré otra copa. Sí, desde luego, admite ser tomado en sí mismo, sin precisar de la mezcla con otros alimentos. Otra copa no me hará daño. Mmmm. Manjar de dioses. Esta botella bien vale un disfrute lento de su bouquet. ¡Y cómo lo transforma todo! No sé ni qué estaba pensando hace un rato. No sé...

martes, 10 de junio de 2008

Patitos al agua


En aquel río, apareció otra generación de patitos guapos (no había ninguno feo, según consta en las crónicas), nacidos todos el mismo día, como es de rigor en estos casos. Quiso la mala suerte que la pata madre falleciera en el intento de ayudar a sus hijos a ver la luz, por lo que aquellos patitos nacieron huérfanos. Privados, pues, de la referencia materna, todos los patos se fijaron en el más grande de los hermanos, el cual inició la marcha hacia el río, ufano de su recién estrenado poder de convocatoria. Allí se lanzaron al agua, sin más dilación. Aquí cabría apuntar que los patitos son de natural muy inteligentes, pero muy vagos, por lo que suelen tener problemas para lograr trabajos bien remunerados. Pero en el caso que nos ocupa, el problema no fue cosa laboral, sino que los patitos siguieron a su hermano mayor sin más ni más, y como el líder navegara río arriba, los otros le seguían detrás; si lo hiciera río abajo, los otros hacían lo propio; eso sí, en formación de cuña perfecta, como sólo la genética puede establecer. El pato grande comandaba la tropa con mucha soltura y movía el grupo de aquí para allá, pero no tenía ni idea de qué más hacer; hasta que el hambre los fue venciendo, y poco a poco cada vez que miraba hacia atrás, notaba que había un hermano menos siguiendo su estela. Alarmado, se paró a reflexionar sobre las causas de las desapariciones. Pero aunque se paró, notó que seguía la dirección de la corriente, río abajo. Como aún no comprendía la causa de este fenómeno, también le dio motivo para iniciar otro puñado de sesudas reflexiones. Por desgracia, éstas no pudieron llegar a una conclusión satisfactoria, pues los tremendos remolinos adonde las rápidas aguas les encaminaron acabaron con dichos pensamientos de forma un tanto brusca, dado que no se salvó ninguno.

lunes, 9 de junio de 2008

Roca y ladrillos


Prueba de agudeza visual.
En menos de dos horas y media, y sin ayudas informáticas, telemáticas o tradicionales, adivinar la relación simbólica que el esforzado fotógrafo entrevió a la hora de componer la toma. O, en su defecto, hallar una semántica a la imagen adjunta.
No se promete premio si se acierta, salvo exactitud improbable, pero se tendrá muy en cuenta a su persona cuando el nómada camarógrafo solicite consejo sobre la ubicación de su próxima vivienda.

domingo, 8 de junio de 2008

El centro del universo


Para aquella turista japonesa, el centro del universo comenzaba allí, en el patio bajo del palacio de Carlos V, en Granada. La rejilla que se encuentra en el medio, sólida, metálica y negra, le parecía la barrera que la separaba de un viaje en vertical descendente repleto de maravillas. Su cuerpo (con sus gestos), y su voz (con chillidos de tono agudo) lo hicieron notar varias veces. Se mostraba entusiasmada y se la notaba muy feliz, aunque no estábamos seguros de que se diera cuenta de la atención que estaba concitando. Por nuestra parte, ninguno de los presentes nos dimos cuenta de lo que hacía o decía, hasta que un guía nos lo tradujo. Entonces, le hicimos un corro en ambos pisos y de forma espontánea prorrumpimos en un sonoro aplauso, que en aquel interior aún se hizo más notorio. Ella se sintió muy halagada. Tal vez fuera la primera vez que se sentía el centro real de una concurrencia tan nutrida. Nos hizo dos reverencias muy teatrales. Al término de la misma, levantó la cabeza sin deshacer la pose, nos guiñó un ojo, y acto seguido, sin más, desapareció.

sábado, 7 de junio de 2008

Héroes anónimos (reos de insurrección)


Sí, sintieron un pánico atroz. Como casi todos. Sabían que iban a morir, y la perspectiva les fue llenando de terror, a medida que se iba acercando el momento final. Se habían portado como valientes, y se habían levantado contra lo que consideraban una injusticia. Es verdad que se equivocaron en el juicio de la realidad, pero ello no resta un ápice de importancia a su gesto. Ellos no murieron bajo los cascos de la caballería imperial, ni tiroteados por los fusileros alsacianos. Sólo fueron detenidos, e iban a ser utilizados para dar un escarmiento. Morirían fusilados, en la oscuridad, al día siguiente, teniendo por testigos a sus mismos verdugos, al relente nocturno y a su propia dignidad. Pero, sí, tuvieron miedo. Notaron cómo la sangre se les iba acelerando conforme los minutos pasaban, cómo nada iba a interrumpir la maquinaria militar en que habían sido introducidos por fuerza. Tuvieron mucho miedo, aunque nada ni nadie fue a impedir su muerte. Pero en el último momento, la luz de un fanal reflejada en un pecho abierto, nos dejó en la retina una imagen más nítida de lo que sucedió, para ayudar a la memoria a construir un símbolo imperecedero, que reconoceremos de inmediato, para siempre.

viernes, 6 de junio de 2008

Peregrinos de postal



Santiago de Compostela. Año Santo Jubilar. Gentío en oleadas. Día festivo, además. La Puerta Santa muestra una cola descomunal. A un lado, una mendiga sentada solicita limosna con un cartel.
A primera vista, todo encaja y resulta de lo más natural. Si miramos de nuevo, comprobamos que no, y que varias cosas rechinan o disuenan.
En primer lugar, los supuestos peregrinos van vestidos de calle, de paseo, y no parecen haber hecho ni siquiera un kilómetro para haber llegado hasta la cabecera de la catedral. En segundo lugar, la mendiga está sentada en el suelo, y muestra un cartel donde se leerán algunas palabras apropiadas para su cometido, pero se halla ligeramente apartada de la puerta de acceso, y tampoco mira a la gente que tiene enfrente. En tercer lugar, los que están en la fila parecen haberse puesto de acuerdo en dar todos la espalda a la zona donde se encuentra la mujer que pide limosna.
En este punto, no sabemos si todos estos datos son producto de una casualidad estadística. Pero cabe plantear conjeturas razonables.
  1. Quienes aguardan para entrar son tan peregrinos como progresistas los miembros de la Conferencia Episcopal española. Más bien parecen familias con ropa festiva en trance de cumplir una tradición ancestral. Eso sí, sin excesivos sacrificios.
  2. A quienes esperan en la cola parece molestar la presencia de la mendiga, que desluce bastante el ambiente festivo del día y la ocasión del Jubileo. Lo cual es poco concordante con el espíritu cristiano que en principio inspira todo este tinglado.
  3. La mendiga carece de nociones básicas de mercadotecnia, pues si bien se encuentra en el lugar adecuado y con muchas posibilidades de hacer pingüe caja, no aprovecha apenas su potencial, se halla alejada de quienes podrían darle monedas (por lo que no facilita tan ingrata y expuesta tarea) y su postura es más bien funcionarial y pasiva que demandante.
  4. Las posibilidades de que la mendiga conmueva a sus posibles donantes y recaude muchas monedas parecen escasas.
  5. Es muy probable que la imagen de Santiago Salvapobres se aparezca de un momento a otro en su modalidad deus ex-machina, para salvar la imagen de su afiliada y darle otro impulso publicitario al asunto este de las peregrinaciones masivas.

jueves, 5 de junio de 2008

La cascada y las columnas


Todos conocíamos el diálogo que a diario se traían el agua de la cascada y las columnas del templo edificado en sus inmediaciones. Cuando construyeron dicho edificio a su lado, la cascada se sintió muy contenta, pues pensó que ya no se encontraría sola en su permanente caída. Pero su sorpresa fue creciente cuando comprobó que la altanería de aquellas columnas rígidas, estilizadas e imponentes, o no le dirigían la palabra desde su silencio granítico, o bien recibían las pullas de quien se considera superior. Así, las columnas aducían su superioridad en todos los niveles: belleza, construcción racional, resistencia, estatismo, solidez, y otros argumentos por el estilo. Las aguas de la cascada sólo podían replicar con el murmullo constante de sus aguas cayendo de continuo, consciente de no poder replicar tales ideas. Todos conocíamos el silencio humillado que emanaba del sonido de las aguas de aquella cascada. Todos sabíamos qué quería decir la cascada con su perenne borboteo.
Cuando sobrevino el terremoto, dos tercios de las columnas yacían en el suelo, fragmentadas por la violencia del temblor. La cascada también fue removida de su sitio, y desde entonces vierte sus aguas unos metros más al oeste. No notamos, en cambio, que su expresión hubiera variado apenas. Curiosamente, esa sinfonía de salpicaduras tenía ahora otro tono, y todos sabemos qué nos está diciendo la cascada con su inagotable
discurso.

miércoles, 4 de junio de 2008

Realidades fragmentadas


No tenemos una vida uniforme. Tampoco, fragmentos sin engranar. Lo que nos acompaña siempre es una tela adhesiva donde vamos añadiendo momentos, deseos, miradas, personas, frustraciones. Las miradas nos confunden, pero aun así seguimos mirando. Aunque pocas veces la mirada acabe derivando en una visión. Aunque lo que contemplemos semeje un rompecabezas inasible. Aunque los tonos lleguen a palidecer hasta casi borrarse. Aunque nuestro interior recomponga los fragmentos. Aunque creemos con ello una nueva realidad, y nos la creamos. Todos esos momentos se hilvanarán en la propia tela, al tiempo que la van tejiendo. La imagen que acabe surgiendo tras concluir la singladura vital será fiel reflejo de todas esas realidades que hemos ido forjando. Una imagen seguramente extraña e incomprensible. Tanto como acostumbramos a ser nosotros mismos.

martes, 3 de junio de 2008

Arte biológico


De siempre había leído que un liquen era la simbiosis de un alga y un hongo, pero cuando me lo dijeron la primera vez no me enteré de nada, pues no sabía ni lo que era una cosa ni otra, y mucho menos algo surgido de la unión de ambos. Más adelante, cuando ya indagué por mi cuenta, no fui capaz de reconocer en aquellas manchas rastro alguno de vida. Pero ya quedé fascinado por las azarosas formas que dibujaban unos mapas cromáticos sorprendentes y diversos, de una belleza inquietante. Pronto acudí al arte abstracto para intentar hallar una similitud que se le acercara en propósitos o en hallazgos. El arte abstracto contemporáneo se rige por líneas y contornos azarosos e imprevistos, y tan inquietantes como las que parecen guiar a los líquenes que crecen sobre las rocas. Si uno se acerca, sigue costando reconocer vida en ellos, pero es claro que la hay. De ella da testimonio la viveza de esos colores tan intensos. Su tacto, rugoso, no resulta demasiado atrayente, hasta tal punto de que parecen semejar partes de la roca donde se asientan, como si en vez de al reino vegetal, se trocaran en representantes del mineral. Su planteamiento abstracto mueve a pensar que una inteligencia artística los dota de cuerpos móviles a voluntad, para asemejarse al arte abstracto; o bien que es éste quien imita a la naturaleza, contradiciendo al clásico. En cualquier caso, su carácter hipnótico aún me induce a seguir su rastro cada poco, y a embeberme de sus tonos, cambiantes con la luz, cada vez que salgo al aire libre.

lunes, 2 de junio de 2008

Pescas divergentes


-Mira, Manolo, yo no doy más de mí.
-Pero, mujer, y ahora, ¿qué pasa?
-Pasa, que ya me cansé.
-Y ahora ¿de qué te cansaste? Porque la semana pasada fue de jugar al tute a dos bandas.
-Pues me cansé de venir a pescar contigo.
-Y eso, ¿desde cuándo?
-No me gustó nunca, hijo, nunca.
-Pues me entero ahora mismo. Parecía que venías con ganas.
-Era por darte gusto, pero siempre me aburrí como una osa. Y además, estoy cansada de todo lo restante.
-Pues mira cuándo me voy a enterar...
-Siempre hay un momento primero para todo.
-Claro, pero ya podías haberlo dicho antes. Habrías ahorrado disgustos
-Eso se dice muy fácil, pero a ti cualquiera te lleva la contraria, hijo.
-Ni que hubieras acabado en el hospital conmigo.
-Bueno, porque no fui a dar parte nunca, pero...
-Pero ¿qué?
-Nada, nada. Que me aburro, vamos, y que no vengo más. Te quedas con la caña y todo, y así pescas tú el doble.
-Pues tú verás lo que haces, porque yo en casa sola no te pienso dejar.
-Pues tú verás lo que haces, porque a esta altura ya me da igual todo.
-Y con eso, ¿qué quieres decir?, a ver.
-Quiero decir, que ya me cansé, ya te digo. Y no sólo de pescar, sino de todo lo que tiene que ver contigo.
-Ya, y eso lo decides tú solita, ¿verdad?
-Pues claro.
-Pues no está nada claro. Y ya te estás yendo para casa, que cuando
yo llegue ya aclararemos esto mismo y más cosas. Y con la cena puesta, por supuesto, que empiezo a tener gazuza.
-Faltaría más.
-Menos cachondeo, que la tenemos.
-La vamos a tener igual, así que...
-Que ¿qué?
-Que allí te espero, y que la tendremos; y gorda, te lo garantizo.
(Y seguro que va a ser la última, de eso me encargo yo).
-Pues a lo mejor es la última que tenemos.
-Pues sí, mira, eso también lo pensé yo. Ya era hora de que coincidiéramos en algo. Aunque igual no, porque mi final seguro que es diferente al tuyo.
-Bueno, anda, tira pa'casa, que ya voy yo dentro de un poco.
-Sí, sí, no te demores, que las cosas en caliente, mejor.
(No sabes lo caliente que estoy, pero no para la cama, sino para clavarte un hierro entre los ojos, animal)
-A ti te voy a calentar yo el morro todavía.
-Venga, en casa te aguardo; mientras, tendré todo a punto
(la cena, la lumbre, la escopeta...).

domingo, 1 de junio de 2008

Marte observa


Desde lo alto, el dios contempla la ciudad, y cuanto ve le desagrada. El ruido, el bullicio, la fealdad, la prisa. En estos tiempos, nadie cree en él, aunque sí en lo que representa. Pero las naciones se sumergen en la guerra sin contar con su aprobación ni su concurso. La guerra hoy no es tarea ritual a la que se sacrifiquen hecatombes de bueyes. Tan sólo es un negocio, del que él apenas entiende nada; él sólo sabe manejar la broncínea lanza y la doblemente afilada espada Su divino cuerpo, presto al combate guerrero tanto como al amatorio, se encuentra, como siempre, en plenitud de poderío. Pero ya no queda nadie con quien luchar con un sentido estricto y digno del combate cuerpo a cuerpo. Su mente está confusa: lo suyo no fue nunca pensar, al contrario que su hermana Minerva. Da un paso, pero duda, y su gesto le asemeja aún más a la divinidad que representa. Carcomido de pesadumbre, ni el recuerdo le proporciona la medicina con que mitigar la realidad que desde hace tiempo percibe. Desde lo alto, el dios de la guerra más visceral e instintiva, decide dejar reposar su escudo, que ya embraza con desánimo, y enfundar su espada, que cuelga de su brazo como una cuerda en un abismo. Tal vez sea tiempo -se dice- de alejarse de los hombres, de dejarlos a su suerte, de asumir lo inevitable. Por último, echa una mirada triste a su alrededor, y su magnífico cuerpo se disuelve en el aire.

sábado, 31 de mayo de 2008

Luces vigilantes


Ante la mar, las farolas vigilan cualquier cosa que se aproxime al paseo marítimo. Les gusta iluminarlo todo convenientemente. Pero ni tienen la potencia de un faro, ni la nitidez que una lectura atenta puede requerir. Son confidentes mudos, estáticos, bienintencionados, del paso del tiempo, de las nubes, de las aves, de las tormentas, de los crepúsculos. Pero, también, son testigos discretos de repetidos requiebros amorosos, de sistemáticas ebriedades juveniles, de juegos infantiles y discusiones políticas o matrimoniales. Entre tanta tarea asignada, las farolas no saben en qué punto quedarse, entre lo que pueden, lo que saben, lo que deben o lo que les gustaría. Mientras, aguardan: a las gentes, a los navíos, a los elementos.

viernes, 30 de mayo de 2008

Iniciación a la caza


Al gatito le comunicaron que la leche se había acabado, que no podía seguir mamando de su madre, que debía empezar a conseguir su propia comida mediante la caza. El gatito rezongó y durante una mañana entera estuvo acosando a cuantos familiares encontró, e incluso a varios amigos y a los padres de éstos. Pero no hubo caso: el siguiente paso de su evolución había comenzado, y no había vuelta atrás. Y la evidencia más acuciante le sonaba en las tripas cada pocos minutos: tenía un hambre muy ruidosa, muy insistente, dolorosa incluso. Por eso, viendo que nadie subvenía sus necesidades alimenticias más básicas, se decidió a probar. Merodeando por el claustro donde su familia tenía su residencia más habitual, encontró el cadáver de una cría de ratón. Estaba limpia, y era reciente. La olisqueó repetidamente, e intentó comprender por qué aquella masa de carne tan asquerosa podía ser aquello de lo que tendría que comer el resto de su vida. Pero estas filosofías se le iban perfilando a medida que los retortijones de su estómago le indicaban que el hambre ya empezaba a ser insoportable. Probó a olerlo y a lamerlo a la vez, pero nada: aquello no le gustaba nada. Hasta que se imaginó que aquella carroña diminuta estaba viva. Eso fue determinante. Saltó sobre ella, la zarandeó, la manoteó, la desplazó durante un buen rato. El ejercicio de la tarea, el hambre atrasada y la excitación de un instinto todavía en sus comienzos, tuvieron sus frutos. Así, al poco, se decidió a hincarle el diente a aquella carne. Su saliva reaccionó de modo distinto a como cuando le daban leche. Pero ahora comprobó que haber peleado con aquella presa (y haberla vencido) le había gustado muchísimo. Le mordió la cabeza, luego el cuerpo, y por último se la tragó por entero. El sabor todavía no le satisfizo, pero el hambre quedó saciada. Y su instinto cazador se mostró por primera vez. Nunca más volvería a pasar tanta hambre como aquel día. Sin embargo, el postre aún estaría por llegar. Cuando localizó a su madre, la asaltó por detrás, se amorró al pezón que le pertenecía y succionó durante un buen rato. La madre le dejó hacerlo, orgullosa y satisfecha. El ciclo de iniciación a la caza había comenzado.

jueves, 29 de mayo de 2008

Ambición desmedida


Contaban en ese pueblo que aquel gallo no estaba allí arriba por casualidad, sino como resultado de un comportamiento pernicioso para todos, incluido para él. Referían las crónicas de antaño que desde polluelo había tenido una infancia normal y que su paso al estado adulto no había dado ninguna nota fuera de lo común. Pero una primavera, aquel gallo ya no se contentó con despertar a todos con su canto mañanero. Tampoco le bastó dominar a sus gallinas, como es de ley en su especie. Ser el jefe del corral le parecía poco. Y dejó sus tareas para concentrarse en otras que él consideraba de mayor altura, como subirse al cable de la luz del mismo modo a como hacían el gavilán o los vencejos, y observar cuanto sucedía a sus pies. Decían que también le dio por pensar o filosofar, y que ya no montaba a sus hembras, lo cual fue hecho digno de comentario. Después se fijó en el nido de las cigüeñas, y cuando éstas iban a comer o a inspeccionar la zona, él se encaramaba a lo alto de su nido, y muy ufano se pavoneaba recorriéndolo de cabo a rabo varias veces, con aire marcial y seguro de sí mismo. Pero nada le satisfacía a plenitud, porque su mirada estaba puesta en el pico más alto de la torre de los Hernando. Un buen día, y de varios trancos, que le costaron lo suyo, se encaramó a dicho lugar. Desde lo alto, la visión del pueblo le pareció maravillosa: se sintió un dios, alguien a quien nadie podría alcanzar, aunque se lo propusiera. Y, en efecto, nadie lo alcanzó. Lo que lo hizo fue un rayo de potencia mediana, proveniente de una tormenta repentina, que lo carbonizó en el acto. Pero el relato de cómo lo descubrieron y bajaron, y colocaron en su lugar una veleta conmemorativa con su figura, es ya otra historia, y no será contada a continuación.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Vuelo ambivalente


¿Y qué decir de esa forma blanquecina que se acerca oblicua, ondulada, silenciosa, expectante? ¿Qué, sino admirar la belleza de sus formas, la naturalidad de sus movimientos, la velocidad con que controla su vuelo, la envidia que provoca la exactitud de sus evoluciones? Acaso, en un alarde de cambio de registro, sí quepa decir algo más, que opere por contraste, algo que ponga las cosas en su sitio y equilibre algo el elogio que la hermosura provoca. Comentar, por ejemplo, el extremo grado de competitividad que se da entre las de su especie, su oportunismo inteligente y egoísta, su capacidad de previsión sobre dónde, sobre quiénes, cuándo ejercer el latrocinio gastronómico, su crueldad caníbal, su carácter territorial que alterna el gregarismo más aplastante con el individualismo más excluyente y violento. Todo eso, y algunas cosas más que ahora olvidamos, porque ¿para qué va a uno a hacer sangre sobre plumaje tan bello, tan resplandeciente, tan puro?

martes, 27 de mayo de 2008

Ancianidad sin esperanza


El viejo ha notado la brisa fresca de la mañana y se ha decidido a salir de la residencia donde pasará el último tramo que le resta de vida. Ha paseado un poco por el centro, con un ritmo cansino, despreocupado, sin prisa, porque no la tiene. Ahora, lo que le sobra es tiempo. Tiempo y recuerdos, que moldea a su gusto, porque el cerebro debe ayudarlo a vivir y no a castigarlo con la conciencia de una vida que unos podrían tachar de inútil o perdida, demasiado entregada a los demás, sobre todo a unos demás que ahora no miran por él. El viejo recorre la ciudad por las partes más bulliciosas, pero siempre acaba en una pequeña plazoleta interior de una manzana de edificios. Allí se sienta siempre a una hora en que no hay demasiado ruido porque los críos aún están en la escuela. Hay silencio y hay soledad. Justo los ingredientes que ahora son su temática más recurrente. ¿Qué le queda? La paciencia, la experiencia que le permite valorar las pequeñas cosas, y saber que sólo lo que construya día a día será tu tesoro vital, su alimento diario hasta que el final sobrevenga, más pronto que tarde. El viejo, al final de la caminata, se sentirá un poco más viejo, pues cuando uno piensa en exceso en sí mismo, vive más aprisa, lo que no quiere decir que viva más, ni mucho menos. Su realismo le impide hacerse idílicas ilusiones de mejora, pero tampoco le proporcionará duros desengaños para cuya defensa cada vez se tienen menos recursos. Sentado en su banco de frío metal pintado de blanco, destaca sobre el entorno por sus vestimentas oscuras pero elegantes. Dentro de poco, se levantará y deshará el camino andado de vuelta al único sitio que le queda, la residencia donde ha aprendido que las palabras "hogar" y "esperanza" puede cambiar radicalmente de significado y también de sentido.

Penitencia


-Así me gusta, hija mía, que seas obediente. Ya sabes que si no haces lo que te digo, tu salvación resultará muy difícil, por no decir imposible.
-Sí, padre.
-Veo que has venido a mí, pura, desnuda, libre de taras mundanas, como te ordené ayer, para proceder a tu limpieza general de pecados.
-Como Su Reverencia me mandó, padre.
-Bien, bien. Ése es el camino. El de la obediencia sin tasa, porque el Señor, que todo lo ve, no tolera distracciones de sus preceptos divinos.
-Eso creo, padre.
-Tu cuerpo te delata, hija mía. ¡Cuánto vicio se atesora en él!
-Muy cierto, padre. Soy una gran pecadora.
-Pero eso no debe afligirte, pues Cristo perdonó a María Magdalena, que había pecado más de lo que hayas podido hacerlo tú.
-Sí, padre, mucho más.
-Con todo, Cristo permitió que ella, en agradecimiento, le agasajara con ungüentos y perfumes, ante la mirada asombrada de los discípulos.
-(...)
-Lo que quiero decir es que tú no debes ser menos, hija mía. Y que debes agasajarme en la medida que corresponda.
-¿Y cómo, padre? No tengo dinero para lujos caros con que obsequiarle.
-No te preocupes por eso, y ven, hija, ven conmigo. En mi celda sabré yo darte acciones y tareas con que agradecerme el bien que por mi intercesión el Señor te va a conceder y yo, en calidad de su representante, te voy a administrar.
-¿Será como una penitencia, padre?
-Podríamos decir que sí, hija. Aunque de la penitencia por tus pecados hablaremos después, cuando hayamos terminado.

domingo, 25 de mayo de 2008

Ejercicio de moral


Nos dirigíamos hacia la parte más meridional de las Rías Bajas. Era una carretera comarcal con poco tráfico. Hacía un calor agobiante, húmedo, pegajoso. Era la hora de comer, más o menos. Cuando pasamos, no pudimos menos de detenernos unos cientos de metros más allá. En pleno agosto, se encontraba un gaitero sentado en el pretil discontinuo de una carretera como ésa, por donde apenas circulaba nadie. Y, sí, estaba tocando su gaita; y lo hacía muy bien, además. En un principio, pensamos que simplemente ensayaba, pero mi acompañante se percató de que el estuche del instrumento estaba ante él, abierto, en clara disposición de recibir alguna moneda. Lo que no teníamos tan claro era de quién. Por eso, nos quedamos un rato mirándolo sin decir nada, pero con la cara del sorprendido que a la vez interroga buscando explicación. El hombre soplaba cada poco, y de vez en cuando nos miraba, y alguna vez hasta sonreía. Cuando no pudimos más, le preguntamos si no pensaba que aquel era un mal sitio para hacer negocio con su arte. Respondió que no, que era excelente. "¿Para qué?", inquirimos. "Tan sólo me ejercito en fracasar". La respuesta nos dejó atónitos, pero me retrotrajo a los tiempos del instituto y a los breves pero intensos estudios de griego. "¿Así que es usted un cínico renovado, eh?". Nunca lo dijera. Dejó de soplar, nos miró furibundo, comenzó a insultarnos y a despotricar de mala manera, mientras agitaba las manos amenazadoras. Desalentados y confundidos, optamos por irnos. El resto del viaje no dejamos de pensar en el gaitero que se ejercitaba en fracasar, que no había leído a Diógenes Laercio, ni sabía quién era el otro Diógenes a quien aquél se refiere. Concluimos que el ser humano puede llegar a determinadas conclusiones por sí solo, pero que la incultura es muy mala consejera y peor educadora.

sábado, 24 de mayo de 2008

Insignificantes


Llegamos enfebrecidos, violentos, ariscos y con la terquedad bien aleada de orgullo, como en los momentos cumbre de nuestra relación. La causa daba igual, porque siempre era la misma, o una de las múltiples subvariantes de la misma: yo no soportaba cómo eras, y tú no soportabas cómo era yo. Aún seguíamos juntos por dos o tres aspectos que al principio nos parecieron capitales, pero que con el paso de los años revelaron no serlo tanto, ni muchísimo menos. Pero eso ya da igual. El caso es que aquel día llovía, pero no nos importó. En vez de discutir en casa, como de costumbre, mejor hacerlo fuera, a cielo abierto. Y aquel cielo encapotado nos acompañaba a la perfección. Cerca ya del malecón, yo subí las escaleras, malhumorado, tan sólo por tirar por un lado distinto. No sé bien por qué, pero me seguiste. Y allí, con todo el dolor a cuestas, con la inercia de nuestras vidas pitándonos en los oídos, vimos cómo el mar, ajeno a nuestra historia se nos abalanzaba encima, con un oleaje tremendo. Nos quedamos fascinados. Hasta que una ola más poderosa que las otras superó muy por encima el muro y al romper cayó sobre nosotros, dejándonos empapados casi por entero. Curiosamente, lo sucedido no enrareció más la situación, sino que nos dio por reír, por comentar que mientras nosotros hacíamos de nuestra vida un infierno, el mar seguía su curso imponente y nada le importábamos ella y yo, seres insignificantes ante su inmensidad, como gotas testigo de su violencia -la suya sí, imponente-. Reímos, comentamos, volvimos a casa. Lo razonable sería pensar que acabaríamos sacando provechosa lección de dicha experiencia. Ni que decir tiene que no sucedió así, en modo alguno. Lo más natural habría sido pensar que todo iba a continuar igual. Y, sí, así ha sido.

viernes, 23 de mayo de 2008

¿Puedo jugar con vosotros?


El niño negrito aún no sabe muchas cosas, porque es pequeño. Pero a sus años ya sabe que está solo, y que no tiene con quién jugar. No tiene a nadie cerca porque su padre está trabajando y su hermana mayor hace las tareas de casa y cuida de sus dos hermanos pequeños, desde que su mamá se murió en el parto de los gemelos; y además no le han mandado a la escuela. No sabe tampoco que el color de su piel será determinante en su vida, rodeado de personas que no se le parecen. Pero sí le da la impresión de que esa madre y ese hijo juegan el uno con el otro, y que parecen felices. Todavía no sabe que son dos esculturas de resina de policarbonato de vinilo creadas por un artista famoso y colocadas ahí por el ayuntamiento local. Pero sí sabe que son negras, y se parecen un poco a como es él. Por eso se queda mirándolas arrobado durante unos minutos. Luego, se acerca y se sube en las piernas de la madre y con timidez pero mucho deseo en el alma, formula la pregunta esencial, decisiva, cuya respuesta nosotros podemos anticipar, pero él no, todavía no, porque es pequeño, negro, pobre, huérfano, y aún desconoce el verdadero alcance de todas esas realidades.

jueves, 22 de mayo de 2008

El viajero


El viajero aguarda durante largo rato, anclado a su equipaje. Nada en él permite advertir atisbo alguno de prisa, o ansiedad febril que le impulse a marcharse. Espera con la paciencia de quien ya ha comprendido que viajar no es sino moverse por el interior de uno mismo, proporcionarse nuevas emociones que brotan de la propia mente, y dejar que los ojos se engañen con las apariencias de nuevos paisajes, nuevas caras, nuevas ciudades. Lo hace con parsimonia y movimientos lentos, pues su experiencia se ha curtido a lo largo de los años, vinculándose a muchos lugares distintos, que son siempre el mismo. Viaja con gran impedimenta, porque es un viajero fuera del tiempo, de otra época, con mentalidad poco moderna, pues el viajero está fuera del tiempo o se halla en otro tiempo y, pronto, en otro lugar. El viajero sabe que en breve será transportado a otro sitio, pero su cabeza, su pasado, su carácter, su mirada, sus intereses, sus recuerdos, serán los mismos. Su paciencia obtendrá fruto, y el pitido del tren le indicará que su cuerpo podrá acomodarse en su asiento durante unas horas. Podrá, entretanto, jugar a adivinar dónde va a bajarse, pues es un dato que desconoce. Habrá de ser en algún punto antes del final de la ruta que marca su billete. Aún desconoce dónde será, pero sabrá que en algún momento, mientras apure la belleza de algunos versos de Withman o se esté volviendo a entusiasmar con la intensidad de algún relato de Kipling, un chispazo en su cerebro le hará levantar la vista, decidirse de inmediato y asegurar que durante un tiempo, toda su vida tendrá cabida por entero en aquel remoto y azaroso lugar. El viajero dejará de ser viajero por poco tiempo. Su esencia le bullirá al poco en los adentros. Empacará de nuevo su gran equipaje, tomará otra vez el camino de la estación, y aguardará con paciencia infinita, otra vez, el pitido del próximo tren.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Vivir


Vivir no es respirar,
es obrar, hacer uso de nuestros órganos,
de nuestros sentidos, de nuestras facultades, de todas las
partes de nosotros mismos que dotan
de sentido a nuestra vida.
En otras palabras: VALORAR LA VIDA
es una de las mejores formas de prolongarla.

Se impone, por tanto, paladear las buenas cosas,
los vinos milenarios y otras bebidas, según
los gustos preferidos.

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Et moi, je dis: rien plus à dire.

martes, 20 de mayo de 2008

Fragmentación encadenada


Mientras hablábamos, fuimos notando que se apartaba de nuestro contacto, que nuestras palabras le sonaban lejanas, que el mundo que construíamos al reencontrarnos no existía para él. Y poco a poco sus ojos se cerraron y sus manos empezaron a teclear con insistencia sobre el reposabrazos y también sobre sus rodillas. Nos dimos cuenta, y bajamos la intensidad de la charla, pero nos dio la impresión de que él no percibió cambio alguno. Siguió con los ojos cerrados un buen rato, mientras interpretaba alguna melodía en su mente y sus dedos le daban adecuado contrapunto. En un momento dado, se levantó y salió de la habitación. Iba como sonámbulo, casi en estado de trance. Fue a su estudio, se sentó ante el piano, y de repente sucedió algo extraordinario. En breves lapsos de diez o doce segundos fue recorriendo acordes, todos mezclados, de obras diversas de Schubert, Mozart, Beethoven, Listz, Rachmaninoff, Chopin y muchos más, en un recorrido imposible, frenético, delirante. En los casi 15 minutos que duró su arrebato, no supimos qué decir. Por nuestro pensamiento pasó su virtuosismo, su fragmentariedad mental, su ciclotimia, también su locura. Al final, quedó sentado sobre el banco, con las manos caídas, echadas hacia atrás, y la cabeza colgando hacia adelante. Sudaba y respiraba ruidosamente. "Podría ser una obra mía", dijo. "Pero no lo es, no -prosiguió-. Aun con esta forma, no lo es, y no lo será nunca". Y después se levantó, dio un portazo y se marchó.

lunes, 19 de mayo de 2008

Remedio cristiano, mano de santo


-Que en serio se lo digo, Sor Tea, de mañana no pasa.
-No se lo tome así, Sor Prendida, estas cosas, ya se sabe...
-Que no. Le digo que a esto hay que ponerle coto, porque lo siguiente sólo el Señor sabrá en qué quedará la cosa.
-Exagera, como de costumbre, hermana; la cosa no es para tanto.
-¿No? ¿Cree vuestra reverencia que lo de esta mujer es normal?
-En fin, normal, normal...
-Sí, normal. Desde luego, a mí no me lo parece; porque que cada vez que salimos del convento (por la razón que sea) tengamos a la pelma ésta tras de nuestros pasos, vayamos donde vayamos y hagamos lo que hagamos...
-Desde luego, pero es que la pobre debe tener algún retraso, digo yo.
-Bueno, pues si lo tiene, que sus responsables la tengan controlada, que alguien así no se puede dejar suelta.
-Pero, ¿y si en realidad quisiera decirnos algo?
-¡Qué va a querer, hermana, qué va a querer! Si así lo deseara, ya lo habría hecho, que tiempo y oportunidades no le han faltado. ¡Que la cosa ya va para un año así!
-Sí, ya. No, si bien mirado...
-Esto lo arreglaba yo en un abrir y cerrar de manos. La mandaba al infierno sin escalas ni absolución posible.
-Madre, qué cosas tan terribles dice, Sor Prendida.
-Nada de terribles, Sor Tea. Sería mano de santo, nunca mejor dicho.
- (...)
-Sí, como se lo digo. Allí mismo la mandaba yo, si pudiera. Al infierno de cabeza.
Lo que pasa que no está en mi mano, que si no...
-Ay, ay, ay. Ave María purísima...
-Sin pecado concebida.
-Por Dios, por Dios.

domingo, 18 de mayo de 2008

Escapismo vital


-¿Y para qué preocuparme? Lo de mi marido ya no lo resuelve nada ni nadie, nunca: ni las cuentas en Suiza, ni lo de los puticlubs ni lo de las tragaperras. Lo de mis hijos, a estas alturas de su vida, tampoco, y ya he gastado demasiado en psicólogos. Mis padres, da igual que cumplan años, porque éstos no les hacen más sabios sino más contumaces en sus propias estupideces y venganzas recíprocas. Las dos zorras que tengo por compañeras en el bufete, por mucho que les haga o les diga, seguirán conspirando y haciéndome la vida imposible. El estúpido de Rafa sólo seguirá viendo en mí un cuerpo apetecible y revisable cada dos o tres semanas. Y por supuesto la vecina del chalé de enfrente seguirá dejando que su perro deposite sus mierdas delante de la puerta del garaje. En cuanto a mí, mi cleptomanía infantil y los restos de psicodelia sesentayochista han combinado fatal con mi estrés recurrente y una fallida serie de dietas y deliciosas operaciones de estética. Así que, teniendo en cuenta que estoy en un país hermoso donde abundan la arena y el sol, la brisa suave y los cócteles más dulces, con las cuentas comunes transferidas íntegras a mi nombre en este paraíso, que también lo es para las cuestiones de dinero, creo que no deberé preocuparme de nada, de nadie; ni siquiera de mí misma. Así que ahí se quedan todos. Y aquí me quedo yo. Lejos. Y al sol.

sábado, 17 de mayo de 2008

Prestos a la defensa, de nuevo


El clamor comenzó a las nueve y media de la mañana. Ante la barahúnda, el general convocó a sus huestes, que se desperezaron de inmediato. Cada día sucedía lo mismo, desde hacía casi un siglo, pero no acababan de acostumbrarse, por lo que el nerviosismo acababa cundiendo siempre entre sus filas: el enemigo subía hasta su posición y se acercaba, sin que nada pudiera contenerlo. Los guerreros se arracimaban alrededor de su general, acordonando su perímetro, para salvaguardar su integridad, pero también para sentirse próximos entre sí e infundirse valor por su número. Pese a la inminencia del contacto, nadie se movía, como si cualquier actividad precipitara lo inevitable, que se repetía cada día con irrefrenable puntualidad. Cuando por fin las puertas cedieron, asumieron de nuevo, otra vez más, que serían invadidos por hordas de descerebrados en tropel sin más armas que su griterío, sus carreras y su mala educación, y que los turistas recorrerían a lo largo de diez horas el recinto, sin respeto alguno por las leyes del combate ni mucho menos por los derechos de los vencidos. Frente a tanto despropósito, aquel ejército singular optó por la única defensa posible: el silencio y la inmovilidad más ostensibles. No lograrían hacer cambiar el conflicto en su favor, pero su dignidad de guerreros ancestrales se mantenía intacta. Y eso les daba el oxígeno suficiente para recuperarse por la noche e intentarlo otra vez un nuevo día.

viernes, 16 de mayo de 2008

Volar cansa


-Sí, volar me cansa. La edad no perdona; ni siquiera a mí. Aunque mi cara no lo aparente, varios son los siglos que he podido contemplar con mi mirada. Y también es verdad que cuanto contemplo cada vez me resta energía. Los conjuros son cosa del pasado, las venganzas se materializan de muchas otras formas y mi forma de vida nocturna no tiene cabida en este mundo al que hemos llegado no se sabe cómo. Nadie cree en nada ya. O, mejor dicho nadie cree en lo que se creía. Ahora todo es más banal, menos profundo, menos intenso. Podría ser que no fuera así, y que lo que siento sea algo subjetivo, personal. Daría igual: si soy yo quien lo siento, soy quien lo padezco. Y estoy cansada de volar. Pero es que ya me cansa hasta estar inmóvil sobre este pedestal de mimo que me he agenciado. Y ejercer esta tarea para obtener tan sólo unas monedas con las que poder subsistir supone una humillación para mí, que he sido tanto. Los recesos cada vez me alivian menos, y pienso más, a medida que los años me restan vitalidad. Tal vez lo mejor sería emplear las fuerzas de que aún dispongo en un último encantamiento. Con él me convertiría en algo imperecedero, imposible de olvidar, con el que alcanzaría la memoria de las gentes y mi existencia sería recordada por los siglos, al menos por tantos como he vivido yo. No sé. Puede que sea buena idea. O puede que no. Estoy cansada, muy cansada. Y he de levantarme enseguida, que ahí viene un nutrido grupo de turistas japoneses, que ésos sí que dejan buenas moneditas siempre. Y tengo la despensa vacía...

jueves, 15 de mayo de 2008

El malhadado conde


-De siempre dije que yo era producto de un malentendido. De siempre declaré que a mí la sangre no es que me guste, pero que el fin debe justificar los medios que se empleen para lograrlos. De siempre he tenido enemigos que me han difamado, propalando calumnias de continuo, y que han trasplantado a la imaginación popular una leyenda púrpura de terror sanguíneo de lo más sorprendente. Pero lo que no he dicho nunca es que mi verdadero objetivo no es matar, ni beber la sangre, como se piensa. No. Mi meta no es sino gozar de las mujeres, de su dulzura, su violencia, su piel, su cuerpo, sus movimientos, su lentitud, sus gritos, sus susurros: todo en ellas me atrae y no atiendo a la belleza más que a la virtud, ni a la inteligencia más que a la lujuria, ni mucho menos al poder por sobre . Si no hubiera sido por ellas, todavía seguiría empalando turcos en la Valaquia transilvana. Pero es que ellas... Seguro que habrá quien me entienda, y quien alcance a comprender que para gozar de sus favores cualquier artimaña me resulta lícita, incluso producir dolor, incluso arrancar la vida. Ello no me convierte en un monstruo, pues hoy día ha llegado el punto en que la mayoría, ya atraídas por mi fama malhadada, me ofrecen su níveo cuello para que extraiga de ellas lo que piensan que más me satisface; pobres infelices. No, no soy ese monstruo chupasangre del que creen saberlo todo. Pero me encanta que lo sigan pensando.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Bipolaridad (Requerimientos/Ataduras)


-Dispongo de cinco amarras, porque cinco son los hermanos que me usan y me aman sobremanera. Soy el medio más habitual por el que se procuran sustento, y resulta hermoso comprobar cómo cada uno de ellos se ha hecho responsable de una parte de mi casco y cómo, día tras día, cada uno larga su amarre hacia el sitio convenido, para que quede bien claro que si bien yo soy solo una, son cinco dueños los me poseen por igual. Me requieren de un modo amoroso, femenil, casi perentorio, y yo les sirvo bien a todos ellos. Y cuando les veo recoger las maromas al día siguiente, sé que todo volverá a transcurrir otra jornada más por el camino justo, aquel en que la unidad quede simbolizada en mi capacidad para sostenerlos a todos ellos.

-Me sujetan de un modo abusivo porque no confían en mí. Las aguas de este puerto son demasiado tranquilas y abrigadas como para precisar tanta maroma que me mantenga en el sitio. Me sujetan demasiado, porque piensan que si no me atan acabaré huyendo. Y no les falta razón. Ansío poder surcar el mar cercano a la costa a mi libre albedrío, sin obligaciones pesqueras, ociosas o de simple recreo caprichoso de mis dueños. Admito que son precavidos, y por ello les admiro. Su miedo les previene del ejercicio de mi libertad. Les odio, aunque les entiendo. Pero aunque comprendo sus razones, si pudiera los destruiría para siempre.

martes, 13 de mayo de 2008

Posibilidades de una nada conjunta, irrepetible


¿Qué piensa el crío entre los dos contenedores? ¿Qué piensa el fotógrafo cuando capta la imagen? ¿Qué piensa la acompañante del fotógrafo, mientras le ve disparar una vez tras otra su cámara? ¿Qué piensan los diversos transeúntes de la plaza cuando ven al crío en situación tan singular? ¿Qué piensan los que ven al fotógrafo con su objetivo dirigido hacia nunca se sabe muy bien dónde? ¿Qué pensamos al ver el resultado de la toma? ¿Sería posible que la conjunción de todas esas preguntas derivara en la nada más absoluta?
¿Por qué no?
El niño no tenía que pensar en nada; puede ser un gesto entre tantos.
El fotógrafo hace muchas fotos; ésa es una de tantas; ha habido suerte.
La acompañante no pensará nada; ya se conoce el paño, y deleita su vista con otros temas o personas más sugerentes.
Los transeúntes van a sus cosas y no se fijan en algo tan trivial como esa escena, que además está bastante oculta, si uno mira bien.
Los que sorprenden al fotógrafo apuntando hacia varios lados, no le prestan atención más que puntualmente: hay más cosas en que pensar o personas que atender.
Y viendo la fotografía, tal vez nos quedemos en blanco... y negro.

lunes, 12 de mayo de 2008

Pero usted ¿qué se ha creído?


Noté llegar al grupo por sus gritos, por la juerga asociada a su diversión, que incluía cánticos, golpes en el suelo aplicados con sus bastones, y hasta zapateados de ritmos imposibles. Al llegar a la plaza, se quedaron asombrados de su amplitud, pero en vez de paladear con detenimiento las joyas que mostraban sus fachadas al espacio abierto, lo que hicieron fue hacer corro al lado de la escultura que tenían más a mano, y empezar a dispararse fotos sin tasa ni tino. De ese modo, uno a uno fueron posando, individual o grupalmente, al lado de la representación en bronce de Ana Ozores, abarcando unos su cuerpo con los brazos, otros poniéndose delante tapando su presencia, alguno palpando con impudicia las broncíneas formas, otros sacando manos de donde no era posible, desvirtuando sus volúmenes. Aquello, visto de lejos, era un espectáculo de caspa horrorosa y con pedigrí, que producía gran vergüenza ajena. Ya habían ido pasando todos para su instantánea churrera, cuando el que lideraba el rebaño, quiso hacer una última gracia. Acercó su bien ponderado cuerpo, su estilo glamuroso en el vestir, se apoyó en su lujoso bordón y soltó: "mirad, y ahora, a ritmo de la Macarena". Acto seguido, farfulló algunas estrofas de dicha obra maestra, para regocijo de sus compañeros de escapada, y fue entonces que lo vi. Juro que lo vi. La escultura de la Regenta se volvió hacia él y con la mayor de las elegancias, pero el más contundente de los desprecios, replicó: "Pero usted ¿qué se ha creído? Jamás tuve trato alguno con aparceros ni rabadanes tan apestosos. Haga el favor de apartarse de mí". Lo sorprendente es que a continuación todos aquellos sujetos huyeron despavoridos.

domingo, 11 de mayo de 2008

Rosa altanera


Aquella rosa creció sola rodeada de enredaderas diversas y de arbustos bien podados de naturaleza humilde y colectiva. Su soledad resultaba más notoria porque su colorido destacaba muchísimo ahora que había florecido. Se trataba de una flor muy individualista, y tan petulante que creía que era la única planta que daba glamour al jardín de aquella casa: todo lo demás sobraba o era claramente inferior. Esto duró unas semanas, en las cuales se dedicó a fustigar a sus compañeras, a hacerlas de menos y a atajar cualquier intento de amistad o de conversación siquiera. Hasta que un día, con todos bien hartos por la postura de la bella flor, el anciano portavoz del arbusto más cercano le dijo lo siguiente: "Está bien. Todos convenimos que eres muy hermosa y que tu colorido destaca sobre todos los demás. Dicho esto, te preguntamos: ¿y?" La rosa no respondió, pues se sentía muy por encima de ello. El anciano prosiguió: "Bien. Ya que eres tan maleducada que ni respondes, te formularé varias preguntas que no necesitan respuestas, pero que esperamos te carcoman por dentro". La rosa no dijo nada, pero se quedó a la escucha muy atenta, por si acaso. "En fin, ahí van. ¿En realidad, tu postura excluyente te sirve de algo? ¿Sabes que naces de la misma tierra aderezada con mierda de vaca que todos nosotros? ¿Tienes idea de lo que durarías si nosotros no te protegiéramos del viento y los intrusos? Y por último: ¿sabes que nosotros tenemos hoja perenne y tú tienes una floración de apenas tres semanas?". La rosa no estaba acostumbrada a pensar, sino a formular juicios y opiniones. Aun así, tenía buena memoria y almacenó todas las preguntas en la cabeza, y les fue dando vueltas. Pero cuando todavía estaba por la tercera, ya había perdido todas las hojas y tras un golpe de lluvia se murió, ante el alivio generalizado de todos los arbustos circundantes; el alivio y una muy intensa alegría interior que no llegó a brotar del todo.

sábado, 10 de mayo de 2008

Escaleras al recuerdo


Subí muchas veces esa escalera de pequeño, cuando me mandabas ir al desván a que descubriera por mí mismo que había mundos extraños que se podían juntar en un lugar lleno de polvo. Cuando te fuiste para siempre, mi memoria te recordaba en cada aspecto positivo que la vida me fue dando. También bajé en muchas ocasiones esos peldaños, cuando iba a la escuela, cargado con la mochila que me habías comprado al principio del curso, cuando ya no tenía esperanza de que lo hicieras; o cuando trasladamos la antigua biblioteca al salón que habilitamos tras tirar el maldito tabique. Subimos y bajamos ambos muchas veces esas escaleras. Ahora sólo se puede contemplar con la mirada la devastación que el tiempo ha llevado en lo que fue nuestra casa. Dos líneas quebradas oblicuas sobre la horizontal del suelo, unos colores sucios y terrosos que tienen más que ver con el tiempo y la memoria que con cualquier realidad presente. Unas manchas en zigzag que servirán para pintar tu rostro con la mente, ayudado por mi recuerdo. Porque, si me esfuerzo, sabría reconocer en todas esas grietas cada una de tus hermosas arrugas, y tus blancos dientes en la sombra de esos peldaños desnudos.

viernes, 9 de mayo de 2008

En línea (aproximadamente)


-(Madre mía, lleva ahí sentada casi una hora, y no ha levantado cabeza del libro. Una lectora empedernida, nada menos. Es verdad que llegó después de mí, pero ¡qué constancia, qué pasión por la lectura! Seguro que es igual de apasionada en la cama. Mmmm. Pero ¡qué cosas digo! Si no la conozco. Aunque podría conocerla. Y ya me gustaría. Por lo que veo así de reojillo no está mal, parece sencilla, no una engreída de esas que te hacen el favor de hablarte desde lo alto. Y de curvas no anda escasa. Podría aproximarme poco a poco. Aunque, no sé. Parece tan abstraída... Claro que podía ser una típica treta femenina. El truco del libro para atraer a alguien parecido, como se hace con los perritos, que con ellos sí que se liga, desde luego. Sí, yo creo que debería ir aproximándome poco a poco, y cuando vea qué libro está leyendo, ya tendré un tema que tratar, y después de eso, la cosa ya está cantada. A mí las intelectuales se me dan de maravilla. En unos instantes, de palique y, luego, lo que venga. Hoy, seguro que pillo plan.)
-(Madre mía, no me lo puedo creer. Que ese capullo me dejara ¡a mí!, que siempre he ido dejando yo. Inaudito, una tragedia al completo. Si no puede haberme ocurrido a mí. Y
Ángela y Mari de viaje de estudios, con lo que no puedo hablar con ellas. Y en casa me podría morir, claro, no era plan quedarse. Así que: ¿qué me quedaba? Pues un libro y al rincón, a hacer como que leo, porque si me quedo en casa, me tomo un tubo de algo, aunque ese cabrón no lo merezca, porque estoy que reviento por largarlo todo, pero, claro, en casa ni pensarlo, antes me voy de tiendas, pero a fin de mes... Dios, qué faena, y justo en primavera, que ya llega el buen tiempo y se pueden poner sandalias y enseñar muslazo. Y por aquí no hay nadie interesante, salvo el gafotas feo ése que lee; y yo sin nadie a quien contarle todo esto, por favor.)

jueves, 8 de mayo de 2008

Elitismos


-Sí, podéis estar alineados conmigo sobre vuestras peanas, y haber sido cincelados en los materiales más nobles, y haber inmortalizado a personajes de importancia variable, cuyos nombres lleváis inscritos, y haber pertenecido a coleccionistas de renombre, y ser tan valiosos que varios se han peleado por vuestra posesión. Sí, podéis alardear de una condición exquisita, de vuestro abolengo bien reputado, y de haber salido de manos expertas. Pero en el fondo no sois más que piedra, memoria esculpida sólo para durar, en una muestra más de la vanidad humana, también de sus fútiles quimeras. Yo, en cambio, me pienso, me reconozco, calculo el alcance de mis contradicciones, siento la calidez del aire, percibo la impostada atracción que representamos, y a su vez la frialdad o la indiferencia de los alientos que se nos acercan. Yo lo capto todo. Por eso nuestras existencias no discurren próximas. No, no somos iguales: jamás lo hemos sido. Yo siento, yo pienso. Vosotros, no.

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