Los claustros profesorales suelen ser aburridos y burocráticos, estadísticos y funcionariales en el peor sentido de la palabra. A casi nadie le gustan. Y aunque a veces hay algo de interés, hay que comentar que se hacen porque son prescriptivos y de obligado cumplimiento. Aclaro esto porque es un deber, algo por lo que a uno -entre otras cosas- le pagan, no algo que pueda o deba fascinar.
Pues bien, acabo de salir de uno de esos claustros. En él he intervenido un par de veces, pero lo que hace brotar estas palabras es constatar que algunos compañeros, siempre unos pocos, siempre las excepciones, son peores que los alumnos. Tener que intervenir, después de aguantar mucho rato un continuum de risas, comentarios, parloteos a dos, tres y cuatro bandas, con algunos de estos compañeros, mandarles callar y que dejaran de pegar la hebra, ya, de por sí, es molesto. Comprobar que la advertencia sólo hizo efecto un par de minutos, lo es mucho más. Y constatar que a medida que avanzaba la hora, otro subgrupo de personas algo más alejadas imitaba a los moscardones primeros, resultó descorazonador.
Yo comprendo el aburrimiento, la desgana, el desinterés en problemas para profesores que no imparten la ESO, que están de paso en el centro, o a quienes, simple y llanamente, todo se les da una higa. Yo mismo me aburro como un oso, y eso que soy persona implicada con el centro. Pero yo me llevo mi libro, mi revista, mi suplemento, etc., con el que poder aliviar el tedio, PERO SIN MOLESTAR. Que es lo que nos revienta a los profesores que hagan los alumnos, pero que es lo que algunos profesores, mudando su condición momentáneamente, llevan a cabo.
La profesión docente no es como otras. Lo siento, pero es así. Es como la de judicatura, la política, la medicina, la abogacía casos (y algunos casos más). Quienes la ejercen deben ser modelos, espejos en que los demás se reflejen. Su deontología profesional debe ser en esos casos superior a la media, porque seguimos siendo muestras que la sociedad reconoce -querámoslo o no, sea hoy menos que antes, pero aun así- como referenciales. Por ello, nuestro comportamiento debe ser, no digo inmaculado porque uno es realista, pero sí mucho mejor que el de otras profesiones. Concuerdo en que debería ser el óptimo siempre, se trate del trabajo que se trate. Pero insisto en su carácter ejemplar y modélico, que otras ocupaciones no ejercen.
Así, contemplando el comportamiento de estos seis compañeros, uno se hace muchas preguntas sobre docencia, coherencia, conciencia y profesionalidad. Que, en honor a la verdad, no me apetece responderme ahora mismo. Más que nada, por imaginar la respuesta.