El arte actual es muy extraño. O al menos, esa impresión da. Igual fue siempre así, y los viandantes de cada momento histórico se asombraban a cada paso, viendo las cúpulas florentinas o los frescos romanos o las ojivas francesas. Pero íntimamente uno siente que no. Que la extrañeza es, sobre todo, cosa nueva, contemporánea, coetánea a estos tiempos irreductibles al análisis o al deleite; a la contemplación a veces.
Cuando uno pasea por Plasencia, ciudad de notable historia, pero algo avejentada para mi gusto, no se espera encontrar algo así en un rincón recoleto, sin demasiada belleza, de carácter cuadrangular, incluso con una tienda de delikatessen en una esquina. Pero enfrente de esa tienda cuidada y moderna, se encuentra el grupo escultórico arriba mostrado. Dirá alguno: “Pues vaya, pero al menos se reconoce lo que se ve”. Y, sí. Se ven dos hombres, uno de pie, otro arrodillado y con la cabeza hundida en la arena. El que tiene la cabeza con posibilidades de mirar y ser mirado es de mediana edad, obrero citadino, vestido ligeramente con pantalón, camiseta, boina. El otro, parece más joven, pero sólo lo parece, pues su cabeza, su rostro, conjunto de detalle esencial, se nos hurta a quienes miramos, y todo son conjeturas; si acaso, la tersura del cuerpo arrodillado nos permite aventurar que sí, que es más joven. El mayor observa impasible, con las manos en los bolsillos cómo el joven entierra su cabeza y brazos en la arena, o cómo los tiene enterrados, o cómo los quiere sacar. Eso sí, desde la mayor de las tranquilidades, con la curiosidad del indiferente, o con la indiferencia de quien tiene una curiosidad mal guarnecida o averiada hace tiempo. El conjunto, de resina plástica, se encuentra sobre una superficie de arena real, que sirve también para que cualquiera pueda escribir, marcar rasgos, dibujar, etcétera. Todo ello, contenido entre cuatro baldas de metacrilato transparente. La obra, intitulada con artera intención “Escena 3ª”, es obra de Morán Sociedad Artística, y no debe olvidarse que fue considerada ganadora del III Premio Internacional de Escultura “Caja de Extremadura”. ¡Natural! Lo de que es una escena, no se puede negar; ahora, ponerle un ordinal, ya, raya un poco lo pretencioso, o lo desdeñoso, o lo escrofuloso, si se apura. Lo de que quien la ejecutara fuera una Sociedad, lo explica todo: sólo entre varios se puede perpetrar la banalidad más aparente. Y lo de que ganara un premio otorgado por una caja de ahorros que ha acreditado problemas de liquidez, también se considera de lo más coherente, teniendo en cuenta los casos que los últimos tiempos nos procuran.
Pero, sí. Se reconoce lo que se ve. No se entiende nada, pero se reconoce a los dos fulanos. Se aprecia que las proporciones son realistas, así como la indumentaria y los diferentes rasgos anatómicos. Que la “escena” sea incoherente, inaprehensible, lista para lucubrar lo que a uno le llegue de los cielos, eso es lo de menos. Lo importante es que llame la atención. Y hay que admitir que, impactar, impacta. Uno va caminando con tranquilidad por la tranquila ciudad provinciana, sorteando iglesias, plazuelas y murallas, y de repente, un señor con la cabeza bajo tierra es contemplado con inexpresiva quietud por otro en la plenitud de sus capacidades físicas. ¿Qué habría que interpretar? Nada, hay que dejarse llevar. ¿Qué habría que paladear? Nada, pues al lado de las viandas que ofrecía la tienda de delikatessen, la escultura perdía de largo. Por tanto, ¿qué?
Claro que, bien mirado, todo puede ser una más de las metáforas de la época que sufrimos. Así, el hombre semienterrado, podría haber tomado la determinación de vivir así lo que le quede de infausta vida, para no ver ni oír cuanto nos ha tocado padecer en los últimos tiempos. O bien, pudiera entrenarse para una prueba de resistencia para cuando vaya a ejercitar la exploración en África, y la comida escasee, o sea enterrado vivo para ser comido por hormigas gigantes. O cabe la posibilidad de que se esconda, cual avestruz humano, de alguien que le tiene ojeriza y pretende así que los males y el enemigo desaparezcan como por ensalmo. O puede que tanto cornamenta como le genera su legítima le pesase demasiado sobre la cabeza, y quisiera ocultarla a los demás o tan sólo aliviarse su peso indigno. Y hasta incluso podría tolerarse la hipótesis de que acabase de contemplar con detenimiento la tricentésima cuarta obra ganadora de un premio local o regional, y no ha podido soportar más la vejación de no ser galardonado él mismo, por lo que procede a un suicidio más artístico que práctico, ante el asombro inane de su compañero de pie.
Escena 3ª (Plaza de Ansano, Plasencia, Cáceres, Extremadura, España)
Escultura de Antonio Morán, Premio Internacional Caja Extremadura, 2010
Diciembre, 2011 ----- Panasonic Lumix G3