Se agrupan por docenas, pues son animales gregarios, comunitarios, de grandes bandadas. Pero cuando se aparean, buscan alcanzar alguna intimidad. En un parque con visitas turísticas eso se antoja bien difícil; las riadas de curiosos que desean ver un remedo de lo que se da en estado salvaje son incesantes a lo largo del día. Por eso, buscan apartarse del barullo y la desconsideración de quienes piensan que se hallan en un parque temático. Así, se alejan o buscan algún cañaveral recóndito donde poder dar rienda suelta a sus instintos. Pero una lente de teleobjetivo puede romper esos propósitos, aproximando la lejanía con gran facilidad. Es entonces cuando la realidad de lo íntimo se hace cercana y real, casi al alcance de las manos y se pueden captar los arrumacos y todas las evoluciones del amor, en una suerte de voyeurismo no carente de cierta indecencia.
Estábamos muy lejos, no menos de doscientos metros. Esa hembra se sintió invadida por completo. Su comportamiento así me lo dejó entender. Yo sé que me miraba desde su lugar apartado. Lo hacía con atención, inquisitorialmente. Ese ojo amarillo lo demuestra con nitidez.
Flamencos en el Parque Ornitológico de Pont de Gau (Santes-Maries-de-la-mer, Provenza, Francia)
Julio, 2013 ----- Nikon d300
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