martes, 14 de marzo de 2017

CASI LLENA


Siempre impasible, siempre inmutable en su rostro ofrecido a quien la contemple, cambiante sólo en cantidad de superficie a la vista, curvilínea o esférica, irregular y arrasada de impactos, la luna siempre nos atrae la mirada en cualquier momento y bajo circunstancias bien diferentes. Para los humanos del paleolítico no debía resultar menos fascinante atrayente que para nosotros, sólo que ellos le darían explicaciones mágicas, esotéricas, divinas; como así sería durante milenios. Hoy, que sabemos casi todo sobre ella, la miramos y se nos queda la cara alzada en su dirección, y bien la veamos con nuestros ojos, o a través de un teleobjetivo o telescopio, su magnetismo resulta inexplicable. Porque siempre están ahí las mismas sombras, esos huecos, los mismos cráteres, esa esfericidad progresiva y cambiante, desde la plenitud hasta la desaparición. Hoy conocemos que la idéntica velocidad de traslación y de rotación del astro es la razón por la que siempre nos ofrece su misma cara, así como que no posee luz propia, sino que, a modo de gigantesco espejo, nos refleja la del sol. Pero es igual. Eso son sólo explicaciones científicas. Uno levanta la vista y nos quedamos pasmados. Pasmados, sí, pero no paralizados por un enfriamiento, sino por la imposible respuesta a llamada tan insistente, tan constante, y a la que siempre respondemos con sumisión.

Foto de cuarto creciente final, tomada con objetivo catadióptrico de espejo

Marzo, 2017 ----- Nikon D500

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