viernes, 6 de mayo de 2016

FRUSLERÍAS DEMOCRÁTICAS

De la democracia se han dicho muchas cosas, y cada quien tiene su idea sobre ella. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que es bastante imperfecta, está siempre sometida a muchas presiones desde diversos frentes y a veces muestra todavía más a las claras sus carencias. Esta etapa que estamos viviendo en nuestro país es una de esas veces.
La democracia, en esencia, pretende un imposible: que gente sin preparación elija a la gente más preparada, a los mejores, a quienes deberán realizar su labor con toda la eficacia posible. La democracia implica también que todo ciudadano mayor de 18 años posee la capacidad decisoria suficiente como para depositar su voto en una urna para decidir sobre el asunto que se le pregunte, usualmente, quiénes serán los gobernantes que desearía para su municipio, autonomía, estado, etc. La democracia supone que el voto de un desharrapado oligofrénico sin tratamiento psiquiátrico que acuda a votar tiene el mismo valor que el de un médico cirujano o una científica del CSIC con cultura universitaria. La democracia aspira a que de la mayoría surja la verdad. Esos cuatro supuestos son improcedentes, unos; espurios, otros; falsos, todos.
La democracia tiene una ventaja sobresaliente: la de dejar contenta a la mayoría de la ciudadanía por el hecho de realizar el simulacro de la elección. La democracia, en eso, le ganó la partida a las dictaduras, no sólo por la brutalidad e injusticia inherentes a estas últimas, sino por cuestión de imagen. En la democracia, concordando que la mayoría es la que tiene razón, luego no caben apenas  reclamaciones. Pero cualquiera que piense con la cabeza y no con el colon sigmoideo convendrá en que la verdad o lo correcto no vienen casi nunca de la mano de los más. Eso sí, la democracia es la menos criticada de los regímenes políticos, y la que menos rechazos cosecha, lo cual redunda en una mayor posibilidad de estado de paz entre las clases sociales. Hubo quien, como Churchill, bien poco sospechoso de ser demócrata convencido, la definió como el menos malo de los sistemas de gobierno, lo cual ya se supondrá que quiere decir que no es el mejor: sólo es el menos malo, o sea, un mal necesario.
La democracia también tiene una ventaja, aunque a medio plazo. Si uno siente que los elegidos han mentido en lo que prometieron, que han llevado una sistemática labor de corrupción encaminada a utilizar el poder como forma de enriquecerse, o de labrarse currículos que poder usar a discreción cuando acabe la etapa política, o, tan sólo que lo han hecho mal (aun sin dolo ni intencionalidad malévola o interesada); si uno cree que algo de eso ha sucedido, puede intentar enmendar el “error” no votando a los que vencieron, y eligiendo otras alternativas que no necesariamente han de ser mejores, pero a las que hay que dar la oportunidad de que lo hagan mejor, distinto o con otro enfoque. Pero en países como el nuestro, la mayoría somos tan imbéciles como para dejar sin castigo democrático a quienes así nos han tratado. Justo es, pues, que nos sigan prometiendo hasta meter, y una vez metido, nada de lo prometido. En un par de meses, más de lo mismo.

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