miércoles, 4 de mayo de 2016

DEL EDUCAR Y LOS CACHETES

Leo una noticia en la edición digital de El País. Dice, literalmente, esto: “Un cachete a tiempo... tiene los efectos opuestos a los que buscas”. Eso, en el titular. En la entradilla explicativa: “Un metaestudio con más de 160.000 menores durante 50 años alerta de que los azotes causan problemas psicológicos y peor comportamiento”. En primer lugar, debe quedar claro que un azote no es lo mismo que dar un cachete (obviedad). Y en segundo lugar, que un cachete no es un puñetazo que quiebre huesos y luxe articulaciones (otra obviedad). Dicho eso, procede seguir con las frases impactantes. Un cachete a tiempo implica dos cosas (hoy estamos estupendos): una, que sea cachete, es decir, un golpe dado con palma de la mano, especialmente en la mejilla o en la cabeza; otra, que sea “a tiempo”, y eso implica relatividad poco objetiva. Luego, viene lo de que tiene los efectos contrarios... En fin. A estas alturas ya puedo decir que tanto el titular como la entradilla me parecen una mandanga. Seamos serios.

Los niños, desde el momento en que nacen, muestran el más delicioso e inevitable egoísmo que padecemos como miembros de nuestra especie. Nada que decir a ese particular. Pero el asunto es que su egoísmo natural choca con el del egoísmo natural de los padres, hermanos, abuelos, convivientes en general. Y además, está el otro tema de que educar es enseñar a distinguir qué está bien y qué no. Distinguir lo bueno de lo malo. Y también, distinguir cuándo sí y cuándo no (hacer o dejar de hacer algo). Si el natural egoísmo de la criatura se impone al de los adultos, se dará una situación de tiranía del que crece hacia el ya crecido. Y eso no ha de darse. No tanto por una cuestión de “quién puede más”, sino porque desequilibrará la balanza de la criatura en su primitivo esquema de cómo actuar en cada ocasión.

Educar es bien sencillo (y complicadísimo): se compone de amor y límites. No hay más. Amor, todo el que se pueda. Límites, cuando procedan, que todos somos muy listos y sabemos hasta dónde tirar de la cuerda, sin buscar que se rompa. Pero sólo amor no funciona y sólo límites, tampoco. La cosa está en distinguir qué se puede y qué no. La complicación viene, pues, al intentar lograr el equilibrio entre ambas variables. A ésta se añade en los tiempos presentes, una mal entendida moda por evitar cualquier sufrimiento a los niños, que llega a extremos tan estúpidos como rescribir los cuentos tradicionales evitando crueldades y realidades varias. De ahí que salgan estos investigadores de postal a dar consejillos sobre el bienestar psíquico de las personas.

A mí nunca me gustó lo del cachete. Lo de recibirlo, digo. Pero tampoco darlo. La cara es un lugar sensible donde cualquier tacto deja huella. Deliciosa, si es caricia. Dolorosa, si es golpeo. Si hay que dar un toque físico, no hay nada como la nalgada  o palpamiento cular con repetición rítmica y posibilidad de bises, a voluntad. Por eso, deberíamos amar sin tasa, pero estableciendo los límites que no pueden sobrepasarse impunemente. En el juego de fuerzas que se establece entre los humanos, la voluntad de poder del adulto es quien sabe lo procedente en cada momento y lugar. Y si se vulneran los límites, incluidos los del tono de voz, lenguaje corporal y otros etcéteras coercitivos, nada como un par de nalgadas que no produzcan daño físico, pero sí dejen bien claro qué se puede hacer, con quién, cuándo (o no). A nadie traumatizarán, y si se es consecuente y constante en la aplicación del mismo gesto ante la misma acción, se verá un cambio a mejor en la  transformación de los niños en adultos. Un progreso más, de los muchos que implica cualquier educación. 

2 comentarios:

Eduardo (l'otru) dijo...

¡Ojo que ahora vendrán los mingafrías a pillársela o pillártela con papel de fumar!

Totalmente de acuerdo en lo fundamental e incluso en lo accesorio, si se tercia, que se terciará.

Emma Valdeón Menéndez dijo...

¡Cómo se conoz que a ti nunca te dieron ni una ñalgada ni un cachete!
No voy a entrar en disquisiciones varias sobre este asunto, pero, por experiencia propia te digo que la una, la ñalgada, y el otro, el cachete, son contraproducentes hasta en la raza canina, de cuya educación también sé bastante.
Hay muchas formas de poner límites y el castigo físico, por suave que le parezca a quien lo infringe, no es una de ellas.

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