domingo, 29 de mayo de 2016

EL MILAGRO, TAMBIÉN EN LA CALLE


Creo que se trata de un saxo soprano y un saxo alto. No entiendo tanto de música. Pero creo que sí. Son dos formas cuyo reposo no permite aventurar cómo suenan. Aunque su cercanía los sitúa en un contexto muy concreto. Una calle. Unos músicos que ejecutan sus temas, propios o ajenos, a cambio de unas monedas. Gente joven, seguramente. Muchachos que empiezan, que quieren hacerse un hueco en el siempre difícil arte de vivir de aquello que apasiona. Algo de bohemia, mucha camaradería, tal vez algo de bebida o drogas. Lo usual en estos casos. Pero, no. No en este caso, al menos.

Una banda de jazz de personas, cuya edad media no bajaba de los 40. Vestidos impecablemente. Con dos vocalistas alternativos, cuya dicción sería digna de una escuela de declamación u oratoria. Una estética cuidada hasta los últimos detalles, como los limpísimos cordones blancos de unos zapatos de tafilete negros que parecían de estreno. Unos sombreros cortos, de tweed, gafas oscuras, chaquetas blazier de corte insuperable. Camisas todas muy oscuras. Algunas corbatas de anchura escueta. Pantalones con raya, pero modernos y ajustados, flexibles. La única mujer, blanca, de voz grave, paradójicamente negra. Su vestido, entallado, también negro absoluto, como los zapatos y las medias, pero con un rojísimo sombrero masculino de ala corta; y un collar de perlas desiguales; y un brazo desnudo; y otro brazo cubierto con un guante largo, hasta casi el hombro; y en ese brazo, una pulsera de cuentas vegetales, de curvas infinitas, que sonaban como un instrumento más.

Era el 14 de julio en París. Día festivo. Mucha gente por la calle. Pero en este puente, alejado un tanto del agobiante centro, los dos saxos reposaban al lado de otros instrumentos, sin peligro de que las masas los arrollaran. Era un momento sin música, sólo con palabras de diferentes timbres y colores. Una pausa entre dos tandas. Apoyados en el pretil, los músicos bebían unos refrescos, comentaban, reían. Lo hacían en inglés. Nosotros los mirábamos. A veces, ellos también miraban a quienes aguardábamos que reiniciaran. Pasados unos minutos, ordenada y disciplinadamente, se fueron incorporando a sus diferentes instrumentos. La última en incorporarse fue la mujer. Su largo vestido negro se colocó en el centro. Saludó con una amplia sonrisa. Nos regaló unos agradecimientos, que en su boca sonaron muy sensuales. Entre muchas palabras que no entendí, pronunció el nombre de Sarah Vaughan. También el de Billie Holliday. No hizo falta más. Aguardamos a que el milagro tuviera lugar. Y, sí, se produjo.

Banda callejera en París (Francia)
 Julio, 2012 ----- Panasonic Lumix G6

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