domingo, 15 de mayo de 2016

EL GREGARIO VUELO DE LOS ESTORNINOS


Estos pequeños pájaros no tienen la culpa. Pero yo odio a los estorninos. No sólo porque sean muchos y ruidosos, ni porque dejen la zona de sus pernoctas arrasada de defecaciones. Yo odio a los estorninos porque son animales que se mueven juntos, sin individualidades que destaquen, y cuyas evoluciones siguen un patrón por completo gregario e imprevisible. Representan justo lo que más desprecio de las masas y de las colectividades.

El caso opuesto, sería el del águila, la individualidad pura, cuyas decisiones pasan por su propia necesidad, adecuada a sus circunstancias. Pero hoy no hablamos del águila. Hoy hablamos de unas aves que, al igual que los cardúmenes de sardinas o arenques, se mueven al unísono, con una sorprendente habilidad de vuelo, dando a mayores la impresión de que son un cuerpo grande compuesto de pequeños cuerpos que le dan volumen y apariencia. Alguien podría aducir que es justo lo que es el águila: un conjunto de células que actúan a la vez para proporcionarle sus cualidades, que usará para satisfacer sus necesidades. Pero yo digo que no, que no es lo mismo, ni es igual.

Ya digo que, como esta especie no puede elegir, no tienen la culpa, pero ello no es óbice para que yo mire al cielo, los vea, y me revienten sus evoluciones. Más por lo que significan, que por su estética en sí, pues he de admitir que en ocasiones pueden producir de forma aleatoria, azarosa e imprevista, figuras que si tienen la suerte de ser captadas, muestran cierta belleza. Pero no es una belleza consciente. Es un resultado puramente circunstancial, del mismo modo que se puede admirar la belleza de algunas nubes, por su parecido casual con algo que nos llame la atención. La intención de las nubes es la misma que la de los estorninos: ninguna.

Como se puede apreciar con facilidad, viajan en grupos numerosísimos, y en vuelo las bandadas pueden ofrecer formaciones esféricas, elípticas, alargadas, que se afilan o engordan, que se contraen o se expanden, sin que en apariencia sigan las órdenes de un líder. Es como si algo instintivo, ancestral, moviera sus resortes con anterioridad, y ellos siguieran al pie de la letra sus dictados. Tal vez sea un mecanismo de defensa frente a depredadores, pero me da igual. Yo odio a los estorninos. 

Y sin embargo, de cuando en vez los fotografío. Porque en ocasiones, sus evoluciones me hipnotizan, como los movimientos de las olas o el fuego de las hogueras. Y a veces alguna de esas imágenes tiene cierta inteligibilidad, cierta estética que justifica el instante. (Más contradicciones que almacenar). Aunque, a veces, la contradicción permite obtener una maravilla como esto que observarán, si siguen este enlace. Ya me cuentan, si es caso. Pero, eso sí: yo sigo odiando a los estorninos con la misma fuerza de siempre. Con la misma que me obligo a tomar la cámara cada vez que se acercan a mi parque y empiezan a caracolear delante de mi edificio. A ver si cae algo. Y, a veces, cae.

Estorninos sobre el Parque de Ferrera, en Avilés (Asturias, España)
Noviembre, 2006 ----- Nikon d100

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