jueves, 5 de enero de 2017

EL MUNDO ISLÁMICO MEDIEVAL ESPAÑOL (EN COMPARACIÓN CON EL CRISTIANO)


En el siglo X, la ciudad más poderosa de la Península Ibérica era Córdoba, que lideraba el califato homónimo. Superaba el medio millón de pobladores. En su imperio, las condiciones de vida, las costumbres higiénicas, las condiciones del abastecimiento y de todos los temas que tuvieran que ver con el agua, eran abrumadoramente superiores a cuantas pudiéramos observar en cualquiera de los reinos cristianos europeos, con la excepción del imperio bizantino, cuya capital, Constantinopla, era la única ciudad europea en superar a la capital del califato cordobés en medios y en población. Ejemplos prácticos: más de 70 bibliotecas, innumerables baños públicos, red de alcantarillado y suministro de agua en las principales ciudades, universidad, estudios de traducción del griego y del hebreo al árabe, intelectuales de la talla de Averroes, Maimónides, Ibn Massarra, etc.

En el siglo X, la ciudad más poblada de la Península Ibérica cristiana era León, capital de su reino homónimo. Rondaba los 10.000 habitantes. En ese reino, las condiciones de vida, sociales, costumbristas, higiénicas y de alimentación resultaban a cualquier visitante extraño abrumadoramente inferiores a cuantas pudiéramos observar en las mejores capitales del Islam (o de Bizancio). Los ejemplos prácticos los omito, por algo de vergüenza decorosa.

Se pueden sacar las oportunas conclusiones, si se dedica un poco a reflexionar sobre el asunto; tanto de lo que sucedía entonces, como la evolución posterior acaecida en ambos lados de la línea divisoria.

Patio de la Alberca en la Alcazaba de Málaga (Andalucía, España)
Enero, 2017 ----- Nikon d500

martes, 3 de enero de 2017

HITOS DE MI ESCALERA (11)

De mi etapa estudiantil, hubo algunos resultados que merecerían mención especial: alguna media de curso de sobresaliente, algún examen que quedaba por encima de los del resto, todo ello con el añadido de mi “adelantamiento” por edad, que me hacía ser siempre el más pequeño del aula, con todo lo que ello implica. Pero de todos esos momentos, el que más grabado me quedó fue haber sido seleccionado en primera instancia para el XV Concurso Nacional de Redacción de Coca-Cola. Corría el curso 1975-76.
Eso tenía lugar al final de la EGB. Entonces era un concurso con cierto prestigio, en una España bastante huérfana de todo cuanto supusiera cultura. Esa multinacional convocaba todos los años entre el alumnado de 8º un concurso al que se podía presentar cualquiera; de hecho, no nos presentábamos, porque era el profesor de Lengua quien nos encargaba una redacción, que se encargaba también después de entresacar la mena de la ganga de entre todos. De ese modo, se elegían a los que representarían a cada colegio o escuela. (La redacción versaría sobre uno de los temas que aquel cenizo profesor nos endilgaba de vez en cuando; pero debo confesar que no recuerdo sobre qué fue). Mi centro tenía asignadas tres plazas. Y una de ellas fue para mí. Los otros dos chicos se llamaban Saturnino y Luis Miguel; del segundo me acuerdo de su apellido, pero del primero no, que además fue la sorpresa del proceso, pues no constaba en el quinteto de cabeza, como sí ocurría en el caso de Luis y mío. Según recuerdo, no hubo dudas sobre quiénes deberían ser los ganadores del concurso que todos realizamos en una hora de clase. Los tres salimos de mi grupo. De los otros dos, nada. No sé si tendría que ver con quién les daba clase o les dejaba de dar. El caso es que quedamos un sábado lluvioso del mes de enero a la entrada de la escuela: la directora del centro y dos profesoras nos llevarían al instituto donde se celebraría. Que también viniera la “Taconines” (así la llamábamos por su baja estatura y sus zapatos siempre inmaculados) da una idea de la trascendencia del evento cada año.
El coche podía haber sido más pequeño, pero habría sido preciso buscarlo con detenimiento. Y dado el tamaño del utilitario, resultó que allí no cabíamos bien tres mujeres, dos preadolescentes y el niño que esto refiere. Pero doña Ángeles, una profesora muy bien plantada que daba clase a la sección de las niñas, dijo que abreviáramos, que el tiempo corría, y que a grandes males, grandes remedios. Dicho lo cual, se sentó en el asiento delantero derecho, y me dijo que me sentara sobre sus piernas. Yo era bajito de aquélla, lo cual no fue óbice para que fuera pegando con la cabeza en el techo durante todo el trayecto, lo que es muy probable que influyera en la cefalea que fue apareciendo poco a poco, aunque tampoco se descarta que yo, digno vástago de mi madre, me mareara progresivamente en un trayecto tan corto. De modo que, pese a sentir debajo de mis nalgas los muslos de la jamona profesora y sus abundantes pechos en mi espalda, no me dio mucho tiempo a disfrutar nada del viaje: antes al contrario, llegué a punto de la pota, el perolo, la olla, y lo que fuere menester. Por fortuna, había desayunado hacía bastante tiempo, y tenía poco que evacuar por la vía superior. Algo compungida por mi estado, me obligó a caminar un ratito con ella bajo la lluvia; eso sí, con el paraguas bien abierto. Se me pasó un poco el vahído, aunque muy católico no es que estuviera.
Una vez ya dentro, no sin antes recibir unas instrucciones de última hora de nuestras docentes, nos distribuyeron por aulas, nos dijeron de qué había que escribir: el tema era “Importancia de los medios de comunicación en el siglo XX”. Y nos pusimos a la tarea. Recuerdo que ni era algo que me sugiriese nada, ni qué fue lo que escribí, ni en qué tono o extensión. Lo tengo algo nebuloso. Ahora, lo que no se me despintan son dos apuntes que a continuación desgrano.
El primero es que aquel día me enteré de lo que era un “ensayo”, pues Luis Miguel, mi pedante compañero de clase, salió diciendo muy ufano que él había optado por esa modalidad para exponer lo que fuere. Como le preguntara yo por el significado de tal planteamiento, me lo explicó con toda suerte de detalles, ejemplos y orgullo-aumentador-de-volumen-torácico. Entonces me quedaron claras dos cosas: que yo palmaba, y que mi compañero había logrado superar sus ya de por sí altas dosis de pedantería militante; por ese orden.
El segundo fue el lote de regalos que nos fueron entregados a todos que allí acudimos por el solo hecho de haber sido seleccionados en la fase inicial. Los recuerdo con abrumadora nitidez. Constaba de una botella de tónica Finley de naranja, un bolígrafo tipo Bic, pero blanco y con la enseña de la bebida en cuestión, un llavero con similares referencias y, el pelotazo del momento: un libro de la colección Austral, que se podía escoger entre cuatro. El que yo elegí fue el primer libro que yo tuve en mi casa que no fuera un regalo de mis allegados, o sea, obtenido por mis medios: el Lazarillo de Tormes, que acabé leyendo tiempo después, ya en el BUP. Contentísimo con los regalos, volví a pasar por el suplicio de la vuelta en coche, sobre las piernas calentitas de la profesora en cuestión, que no pudo dejar de notar -seguro- que esta vez yo me apreté más contra ella que en el trayecto de ida. Y, cosa sorprendente, esa vez ni me di tantos golpes en la cabeza, ni tampoco me mareé. Llegué a casa animadísimo, y con la conciencia de que había vivido, no sólo una hazaña literaria sin parangón en la historia de la humanidad, sino que acababa de tener mi aventura erótica más jugosa, de la que mi fantasía bebería con profusión en los excitantes tiempos venideros.

lunes, 2 de enero de 2017

DIÁLOGOS DE PADRES E HIJOS



—Te lo tengo dicho, cielo, no te asomes tanto al borde, que ya sabes lo que puede pasar, que hace unos meses, perdimos a tu hermano mayor por una tontería parecida; además, ahí abajo no hay nada que te convenga, sólo hay hierba (que aún no comes), un sendero (por el que no circulamos) y humanos, como ésos de ahí abajo que ahora nos miran con esos tubos que se ponen delante de los ojos, y ésos aún menos mal, porque son cortos, pero si fueran largos e hicieran mucho ruido, serían como los que nos llevaron a tu hermano como te dije antes. Así que ya lo sabes: tú, al borde, ni asomar la cabeza. Prohibido, prohibido.
—Vale, papi.
—Así me gusta, que lo entiendas y que obedezcas.
—Aunque... lo de ahí abajo es más bonito que estos riscos de aquí arriba, ¿eh?, que conste. Y ese sendero, ¿a dónde conducirá? Y esos colores de los humanos, ¿no te parecen maravillosos? ¿No te gustaría tener esos colores encima, en vez de llevar siempre la misma? Y esa hierba verde... tú sí la comes. ¿No te gustaría bajar y comértela también? Nótala. Mira qué bien huele desde aquí, ¿a que sí?
— (Suspiro largo) Te he dicho que no, y es no.
—Vale, papi.
— (...)
—Aunque...

Cabra montesa con su cría en el Torcal de Antequera (Málaga, Andalucía, España)
Enero, 2017 ----- Nikon d500


domingo, 1 de enero de 2017

AÑO NUEVO Y TÓPICOS VIEJOS

Cómo no. Un día como hoy es propicio para felicitarse, para desearse lo mejor y todas esas martingalas que todos realizamos -yo, entre ellos-, que no comprometen a nada, y que en esencia están bien: no cuestan mucho y generan "buena onda". Cierto es que luego todo el mundo alcanza el hartazgo de deseos de bondad, salud, economías y otras menudencias crematísticas que acaso contribuyeren a la felicidad, y en realidad lo que se desea de veras es que acabe cuanto antes el período navideño ya, y comiencen los sinsabores cotidianos, que esos sí que dan vidilla a la vida. En fin.

Pero un día como hoy también es famoso por los planes que se realizan para procurar que el concepto de "nuevo" aplicado al año, vaya en consonancia con los cambios dispuestos al efecto de que la novedad sea en verdad nueva, y no una prolongación de la vieja, que es lo que acaba ocurriendo casi siempre. En esos planes se peca de hiperbólico en la cantidad y también en la calidad. Pareciera que uno no se conociera bien cuando los formula. Lo que en verdad sucede es que uno se autoengaña como una forma más de sobrevivir entre tanta miseria que nos rodea (y a la que hay que añdir la propia, que también tiene lo suyo para hundirnos muchas veces, como así pasa de continuo). Pero, con todo, somos cachazudos y pertinaces, porque creemos que nos conviene serlo. Y, de ese modo, las listas de objetivos van saliendo en serie, como chorizos de una máquina de embutidos.

En esas relaciones de objetivos entran los verdaderos deseos de cada persona. Y si de algo son útiles sería para comunicarlos al psiquiatra correspondiente para hacerle un repaso al subconsciente sin necesidad de inducciones de diván. Pero, como tales deseos, son... sólo eso: deseos. La inmensa mayoría no se van a cumplir, porque la mayoría de nosotros está a disgusto con su vida, pero la mayoría de nosotros no está dispuesta a los sacrificios que supondría variar nuestra conducta para lograr cambios en la misma; (o bien no sabe, o bien no puede). Y, dentro de unos meses, cuando a lo mejor hagamos un somero balance, comprenderemos de nuevo la falacia del intento. Porque  para que las cosas cambien, debemos ser nosotros quienes se transformen. Y a eso no estamos dispuestos. Aun siendo infelices, aun cosechando fracasos, aun viviendo mal. No queremos cambiar, está claro. Y eso se proyectará, como cada anualidad, en un mantenimiento de lo precedente y un sostenimiento de lo habido, a la par que una proyección idéntica hacia lo que será (que es lo que ha venido habiendo casi sin modificaciones en los últimos tiempos). De modo que todo seguirá igual, porque así somos, y así nos hemos educado. Y aquí acaba mi primera entrada del año. No puedo demorarme más. Aún no he terminado mi lista para los próximos 364 días; y eso que ya llevo casi una cara de folio.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

 CERVANTES, ENVIDIOSO

Anteayer caí en la cuenta, llegué a saberlo por fin. Antes de ayer, después de terminar mi quinta lectura de El Quijote, que Cervantes no hace morir a su protagonista como resultado de una evolución natural o de una planificación predeterminada. No. Este escritor comprobó que su personaje era ya más que él mismo, que lo había sobrepasado con creces, que formaría parte de la inmortalidad más real que la que puede generar la gloria. Envidioso, pues, de su fama, no pudiendo soportar que la fantasía pesara más en la memoria de sus coetáneos que su mísera realidad de escritor manco y fracasado, lo dejó morir del modo más deplorable que se pueda imaginar, con una sobredosis de cordura realista que desvirtúa de una manera absoluta al personaje, convirtiéndolo en algo material, es decir, manipulable, es decir, destructible.

Anteayer, al acabar el libro, reflexioné un buen rato y deduje esto que ahora apunto. Por la noche dormí mal. Ayer hubiera matado al autor, con aplicación deleitosa incluso, si un encantamiento maravilloso me lo hubiese puesto delante. Esta noche me he visto inundado de pesadillas que presentaban un rostro siempre idéntico. Hoy, impulsado por una violencia contenida a duras penas, he renegado públicamente de su autor, he deplorado la imagen caricaturesca de su principal personaje, y he elevado una ferviente plegaria por la eterna memoria de aquel caballero que fue sabio, que lo fue todo, gracias a la locura. A continuación, sin un ápice de remordimiento, he arrojado con furia los dos volúmenes al fuego imparcial de mi chimenea. Cuando hoy me acueste, como siempre de madrugada, seguro que podré descansar a gusto.

  Del diario inédito Desperdicios sueltos desperdigados, entrada de 8 de Febrero de 1998

martes, 29 de noviembre de 2016

LA HISTORIA DE UNA JARRA Y DOS VASOS



La historia de esa jarra y esos vasos tiene para muchas más líneas, pero aquí no podemos sino sintetizar, para reconocer una vez más las vueltas que puede dar la vida sin marearse.

La jarra y los vasos son italianos, y los compraron unos señoritos españoles en diferentes lugares de Verona y Lucca para regalar a sus vecinos, aún más acaudalados que ellos. Corría el año 1935. Los vecinos de los turistas acogieron el regalo hipócritamente encantados, y durante varios años sirvieron en su domicilio para los menesteres propios de esa quincalla; eso sí, entre los objetos del servicio. Pero un buen día, el hermano de la criada de aquellos señores de Madrid se alojó en su casa unos días de paso, y se encaprichó de uno de los vasos, donde su hermana le escanciaba vino de pitarra de su tierra extremeña, mientras a sus señores les servía convenientemente uniformada cava rosado de Perelada. A los señores les acabó haciendo gracia tanto el joven barbián, como su apego por aquella pieza, y cuando se marchó le acabaron regalando el juego entero. Poco después, aquel joven hubo de emigrar. Eran los años 50. Acabó en una localidad francesa llamada Colmar, en la Alsacia limítrofe con Alemania. Con él acabó trasladándose también su novia, que acabó siendo su mujer, con el tiempo. Allí acabaron sus días, unos cuantos años después. Su único hijo, tras la muerte, vendió la casa con todo lo que contenía, incluidas cuberterías, bibelots y todas las quisicosas que se pueden acumular con los años. Todos aquellos objetos fueron comprados por una almoneda de la Sarlat-la-Canéda, en la Dordoña, especializada en dichas transacciones. Con el tiempo, aquellos objetos fueron circulando por distintos departamentos franceses. Hasta que en el año 2011 mi pareja, tras proceloso regateo marca de la casa, le arrebató el lote a un vendedor de antigüedades en el monumental mercadillo de Orcival, en la Auvernia. Por un precio convenientemente razonable, asequible y generador de sonrisas inmensas. Tiempo después, los tres objetos sirvieron de atrezzo en varias de las composiciones fotográficas de su blog gastronómico. Un día, en cambio, tuvo la ocurrencia de que, adecuadamente dispuestos, y arropados por una servilleta de encaje -comprada en Portugal-, sirviera para ilustrar sus tarjetas de visita. La foto que arriba puede verse es el resultado de tal encargo.

Bodegón de estudio (La Coruña, Galicia, España)
Marzo, 2016 ----- Nikon d5200


lunes, 28 de noviembre de 2016

VIDA AVENTURERA DEL FUNCIONARIO (MICRORRELATO)

Ayer caí en la cuenta. Soy un aventurero. Como trabajo de funcionario de ventanilla de un negociado con poco público, sé que no tengo una profesión de alto riesgo. A eso debería añadirse que mi despacho sólo posee iluminación artificial. Pero, a cambio, cada día lo compenso con una serie de acciones que rozan el riesgo más peligroso. Por ejemplo, para salir de mi garaje, sorteo como una serpiente los morros y traseros de otros vehículos mal ubicados, amén de unos pilares colocados ex profeso para rayar laterales y defensas. Luego, algún semáforo en ámbar que atravieso a toda velocidad; cuando tengo suerte, dos o tres. El otro día hice el amago de atropellar a una vieja que siguió con su mismo ritmo cansino una vez cerrado su derecho a pasar. Aunque no llegué a arrancar a tiempo, la adrenalina me subió muchísimo, lo que me alegró definitivamente el día. Ya en la oficina, antes de entrar, esquivar la mirada asesina del conserje, que me odia por tener mejor sueldo que él, me pone en situación de afrontar la mañana con solvencia. En el despacho, los papeles presionan el ambiente para asfixiarme, pero yo soy más audaz y rocío la estancia con ambientador de lavanda. Es otra victoria frente a las agresiones del medio. Y luego, la fauna con la que convivo requiere una precisa estrategia de combate corporal y conocimientos de los principales antídotos contra los venenos más habituales. Las miradas, por ejemplo, de algunos compañeros en la cola del café, que requieren ejercitarse en el desprecio o la indiferencia, según vengan dadas. O los comentarios pertinaces de alguna compañera sobre cómo me visto. En verano podríamos añadir la lucha a muerte con los voraces mosquitos que desde el río cercano nos asaltan al mediodía, o las moscas compitiendo por el premio a la pirueta más inútil y asimétrica. Aunque nada más peligroso que el mordisco que pega en mi tarjeta la máquina de fichar cuando marcho a casa. Algunos días, es tan violento que me queda temblando el brazo unos minutos. Podría estar horas y horas refiriendo los apurados compromisos que mi vida diaria me obliga a asumir y a resolver. Pero habitualmente estoy siempre muy contento. Con esta existencia tan plagada de aventuras, ¿cómo me voy a aburrir?

Del libro inédito Micrólogos, 2012

domingo, 27 de noviembre de 2016

OTRA GAVIOTA PARA LA COLECCIÓN DE JUAN SALVADOR


Casi siempre que veo una de ellas volando, me acuerdo de Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Aquel libro me marcó profundamente. Lo he leído, releído y anotado en multitud de ocasiones. Luego, lo dejé a un lado. Había en él algo de ingenuidad orientalizante, de pseudointrospección de auto-ayuda que, conforme pasaban los años, me rechinaban dentro. Más adelante, me di cuenta de que, pese a ello, en el afán de superación del protagonista había un potencial ilimitado. Es lo único que hoy rescato del libro, que se lee en tres cuartos de hora. Eso, y las estupendas fotografías de Russell Munson que lo ilustran y acompañan. Lo cierto es que siempre me parecieron muy buenas, a pesar de no mostrar a las gaviotas con la nitidez que siempre he deseado. Antes al contrario, hace del desenfoque y de la textura del grano grueso una estética uniforme que aporta homogeneidad a la serie. Hace un rato me sobrevino la idea, a todas luces despropocionada (pero realista), de que la imagen que hoy muestro no desmerecería en absoluto en aquella famosa colección.

Gaviota en la Playa del Sablón, en Llanes (Asturias, España)
Octubre, 2016 ----- Nikon d500

sábado, 26 de noviembre de 2016

MUEREN LOS POLÍTICOS (Y SIEMPRE NOS SORPRENDEN)

Esta semana han muerto dos personas muy diferentes en todo (hasta en el género), salvo que ambas se dedicaron a la política. Una, fue alcaldesa de Valencia bastantes años; otro fue el jefe del estado de Cuba durante medio siglo. Ambos han muerto de manera muy diferente. La mujer, de forma un tanto sorpresiva, de un infarto. El hombre, en la fase final de su dilatada vida, de vejez inevitable. No admiten comparaciones, ni en los modos, ni en el contexto, ni en el lugar, ni en la importancia histórica. Sin embargo, han muerto casi a la vez, como si se hubieran puesto de acuerdo para que se hablara de ellos de forma simultánea.

Nadie esperaba que muriera la mujer. Todo el mundo aguardaba que lo hiciera el hombre; por motivos obvios y por otros motivos. Pero, cuando sucede, nos sorprende siempre. Pareciera como si no acabáramos de creernos lo que tantas veces hemos pensado, o como si no nos encajara esa noticia sorpresiva en el marco de nuestras actividades cotidianas. En todo caso, sirve de marco para las conversaciones diarias, para los análisis apresurados, para los especiales informativos, para correr cortinas de humo, para rellenar huecos de prensa, para insistir en lo ya reivindicado, para defender lo indefendible, para atacar lo derruido, e incluso para mostrar la falta de educación y hasta para mostrarse grosero.


La muerte siempre es noticia. Por un lado, sirve de alivio a los que continúan, aunque -sincera o hipócritamente- se compunjan del óbito. Por otro, alcanza para reflexionar sobre trayectorias, significados, futuros. De hecho, los informativos la consumen en cantidades desorbitadas; tantas, que uno piensa que, sin ella, los telediarios y noticieros languidecerían y acabarían por desaparecer. La muerte siempre es noticia, y la de los personajes públicos más. Da mucho juego. Permite deshojar muchas margaritas con personajes muy distintos que opinan, diseccionan y hasta vaticinan. La muerte de los políticos es un maná para la profesión antaño llamada periodismo. Con este tipo de sucesos, se pone de relieve la verdadera catadura moral de quienes afirman pertenecer a ella. La muerte nos retrata a todos, a los muertos y a los vivos. Pero sobre todo a los que aquí quedamos, que somos los únicos que tenemos oportunidad de decir algo distinto a lo ya dicho. Aunque al final siempre acabemos diciendo lo mismo.

viernes, 25 de noviembre de 2016

DEL OTOÑO INEVITABLE Y UN MANDALA DE REGALO



Asociamos el otoño con las hojas caídas, con los colores desteñidos, con el frío que poco a poco se adueña de los amaneceres y de las largas noches. En la foto, vemos muchas de esas hojas desparramadas por el suelo en inaprehensible desorden, y vemos también a tres gansos del parque que parecen ventear épocas menos bonancibles, y corren a guarecerse. La foto es de hace años, pero es igual. Año a año se repiten las fórmulas y la naturaleza impone su ciclo, que cada vez es menos férreo, no obstante.
Hoy, una alumna me ha regalado un mandala que pintó con interés y dedicación mientras yo intentaba instruirles sobre las maravillas del origen de la escritura en Mesopotamia. Ella en cambio prefirió seguir sus impulsos naturales, de corte estético, y realizar un dibujo perfectamente simétrico por todos sus lados y, luego, entregármelo con todo el candor de sus 12 años, antes de desearme un “buen fin de semana, profe”. Claro, uno ve la foto, la relaciona con el mandala, verifica que no tienen nada que ver y se queda pensativo. Pero luego lo vuelve uno a pensar, y cae en la cuenta de que igual ambas cosas pertenecen a la misma tesitura otoñal, decadente, natural. ¡Quién sabe!
Gansos en el Parque de Ferrera (Avilés, Asturias, España)
Noviembre, 2009 ----- Nikon d300

jueves, 24 de noviembre de 2016

EGOTISMO DEL CREADOR

El escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 2008 responde a Juan Cruz en una entrevista para El País Semanal (9-I-2011), y dice: “Creo que toda mi vida he escrito el mismo libro. Una mezcla de confesión, de búsqueda, de idealismo, de realismo, a veces de execración... Tengo más interés por los otros que por mí mismo”. Luego, dice más cosas. No menos interesantes, pero que ahora no han lugar. Si lo traigo a colación es porque esa frase me interesa a mí.

La primera parte de la misma la suscribiría cualquiera que a esto se dedicara. Al fin y al cabo, todo escritor o artista de raza busca un absoluto, y éste, por definición, es perfecto y, por eso mismo, único. De modo que sí habrá buscado ese libro único por el que uno sienta que trascenderá los tiempos y la propia muerte, cuando acaezca.

En cambio, la segunda parte me parece mucho más discutible. Y si no se tratara de este escritor (cuyas declaraciones me parecen las de una persona humilde sin excesivo apego a los oropeles y los fastos que su condición de Nobel le procuran legítimamente), tendería a creer que es un farsante. Pero, no. No lo pienso. Creo que lo dice sinceramente. Lo cual no implica que sea verdad. Simplemente, cree estar en lo cierto. Tiene certeza. Mi opinión, sin embargo, es que con esas palabras incurre en flagrante error.

Tener más interés por los demás que por uno mismo encubre una falacia, si hablamos de un creador. La de quien piensa que uno no sirve, no existe en realidad, no vale, no es. Hay gente así, eso no se discute. Pero esas personas ayudan a los demás, se implican a nivel político, social, humanitario, etc. Pero no crean. Y si crean, ya pasan al sector donde uno mismo es más importante que los otros. Lo que aquí pongo en cuestión es que un artista, un escritor, un creador de la disciplina que sea, no puede tener a los demás como centro y motor de una vida. Un creador es, ante todo, un egotista. El egotismo admite muchas variantes, incluida la de tomar a los demás como objeto primordial, pero el egotista crea sobre todo para explicarse a sí mismo. Es posible que Le Clézio tome a los demás como medio para lograrlo, y por eso declare que se interesa más por los demás que por sí mismo. Pero, no. Su interés es por sí mismo, sólo que para explicar su particular visión de la vida, el asombro que le procuran los otros, le sirve a él para elaborar su particular cosmogonía y su lugar en el mundo.

Seamos honestos. Los creadores no somos seres solidarios. Ni estamos tan fascinados por el ser humano. El ser humano que nos fascina realmente somos nosotros mismos. Podemos serlo en nuestra vida privada, en nuestra condición de personas, de ciudadanos, pero en nuestras creaciones, el objetivo último somos nosotros mismos, aunque nuestras obras sean muy "sociales". No nos engañemos. No engañemos tampoco al resto.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

LARGO Y SINUOSO CAMINO


Largo y sinuoso será el camino que lleve a la excelencia, a las altas cumbres de la plenitud, a la inmediatez fugaz de la gloria. En el transcurso, muchas piedras se alzarán en el camino y demasiados socavones se abrirán a nuestro paso. Tantos vientos se levantarán en derredor, que la meta siempre se nos antojará demasiado lejana e inasible. Los guijarros se colarán en las botas y herirán nuestros pies. Múltiples elementos se aliarán en nuestra contra, buscando el naufragio o la renuncia. Tentaciones de múltiple laya flanquearán nuestra andadura, ofreciendo alternativas dulces y somnolientas. El viaje estará preñado de sorpresas y meandros, de lentitudes y zozobras. Pero nada podrán contra nuestra voluntad ciega en la constancia y la obligación. Sobre todo, si comprendemos que llegar no es alcanzar la meta compitiendo con los demás. Llegar es alcanzarnos a nosotros mismos, nuestros mayores oponentes.

Inmediaciones del lago de la Ercina, Picos de Europa (Asturias, España)
Octubre, 2016 ----- Nikon d500

martes, 22 de noviembre de 2016

HITOS DE MI ESCALERA (10)

En plena vorágine del 8º y último curso de mi EGB, va y se muere el Jefe del Estado. Nos lo comunicó entre pucheros el Presidente del Consejo de Ministros, Carlos Arias Navarro. Yo me alarmé un poco, porque mi madre se puso a llorar y mi padre estaba serio, aunque yo no sabía nada de quién eran esos señores. Sí conocía al presidente, porque mi apellido no sólo se prestaba a jocosas bromas por parte de mis condiscípulos, sino que el profesor de Historia me llamaba “presidente Arias Navarro”, en vez de Arias Rábanos; son bien conocidas las licencias de algunos docentes al respecto. Pero nada más. En casa, no se hablaba de política. En la mía, y en la de la mayoría, como bien sabemos hoy. Así que me enteraría a partir de ese momento, y no antes.

De lo que sí me enteré con gran alegría es de que tendríamos un luto oficial académico de tres días, a lo largo y ancho de los cuales no tendríamos clase (alborozo inconmensurable), lo que aproveché de forma automática en lecturas desaforadas tanto en casa como en mi recién descubierta biblioteca pública. Pero aún hubo más.

La programación de los dos únicos canales de la televisión española se hizo monotemática o aséptica. Es decir, que se retransmitían las colas de los miles de ciudadanos que acudieron a despedir al finado, se hablaba de cuestiones políticas que yo no captaba, o bien había películas, conciertos de música clásica fúnebre, etc. La primera noche, la de la noticia lúgubre/estupenda, anunciaron Objetivo: Birmania, calificada con dos rombos, o sea, para mayores de 18 años. Hay que aclarar que la aparición de los dos rombos en un programa nocturno cualquiera, era la señal para largar a los infantes, prepúberes y púberes del salón familiar, porque aquello no era para menores. A los menores, entre los que yo aún me encontraba, se nos decía que aquello era “para mayores”, pero no se aclaraba el asunto, y, claro, generaba el morbo obvio ante cualquier prohibición. Muchos pensábamos que tenía que ver con el sexo o cosas aún más interesantes. De modo que, aprovechando la confusión de mis padres (mi hermano aún contaba poco), yo me dispuse a ver aquella película en B/N con una gran excitación, esperando, como así sucedió, que a mis padres no les diera por venir al salón y evacuarme para la cama, si se enterasen de la calificación del filme. Por fortuna, su partida de parchís se prolongó, y yo pude verla entera, con gran decepción de mi parte. ¿Por qué? Pues porque Objetivo: Birmania era una película bélica, y no de las más violentas. Nada de sexo, nada de morbo, unos cuantos muertos tan sólo. O sea, que por una parte estaba encantado de haber burlado la prohibición paterna, y por otro profundamente desencantado porque lo de los rombos parecía una mandanga más encaminada a llevar a los niños a la cama que a preservar sus mentes alejadas del mal.

Pero los tres días sin clase no nos los quitó nadie. Y ése fue el principal botín del momento.

A la vuelta a clase, en cambio, la dura realidad se impuso de nuevo, y el descerebrado tutor que me llamaba como al presidente del gobierno, decidió que el mejor homenaje que podíamos ofrecer al fallecido Caudillo era aprenderse ¡de memoria! su testamento político; aquel que comenzaba con: «Españoles: al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo». Y, sí, me lo aprendí, y obtuve mi 10 correspondiente. Luego, al mismo lumbreras se le ocurrió que debíamos aprendernos también el discurso inicial de Juan Carlos I como rey, y ahí el inútil derramamiento de ceros que pronosticara Mafalda se evidenció como una prueba más del fracaso de aquel sistema memorístico tan estúpido, no sólo por la gran extensión del documento, sino porque no entendimos nada ninguno. De modo que, aunque de forma indirecta, mi primer contacto consciente con el dictador que había regido nuestros destinos durante casi 40 años fue tan penoso y nefasto como lo había sido para tantos. Salvando la exageración pre-adolescente, claro es.

lunes, 21 de noviembre de 2016

RESURRECCIÓN DEL CENTOLLO


El bicho ya estaba cocido, y dispuesto boca abajo, listo para ser fotografiado con vistas a ser expuesto donde procedía. Pero, de pronto, como movido por un impulso telúrico, se levantó sobre su trasero y se irguió extendiendo sus ocho patas del modo más amenazante que supo. El susto que nos dio fue de tal calibre, que al echarnos a un lado, tiramos el trípode y se nos cayó una de las cámaras. El centollo se mantuvo así un rato. De vez en cuando sus pinzas se movían lentamente, como advirtiendo del peligro de que nos acercáramos. Estuvo así levantado el suficiente tiempo para que con la otra cámara pudiéramos inmortalizar el evento. Luego, sin salir aún de nuestro asombro, poco a poco, como perdiendo una energía que a saber de dónde la había absorbido, se fue echando sobre su abdomen, para adquirir la posición de la que había partido. Lo miramos de cerca y lo movimos con cuidado, como si aún no nos fiáramos del todo de que no pudiera darnos otro susto como hacía un rato. Pero, no. Y desde esa posición lo cogimos, lo vaciamos, y nos lo comimos. Cierto es que con un placer que no fue el de otras veces. El disgusto por la cámara lesionada y la venganza que nos brotaba a cada bocado nos restó buena parte del disfrute. Eso sí, de él no quedó más que el esqueleto y algunos vellos de inaceptable digestión.

Centollo gallego hembra (La Coruña, Galicia, España)
Noviembre, 2016 ----- Nikon d5200

domingo, 20 de noviembre de 2016

MI PALABRERÍO CANALLA (13)

APÓSTATA: Ser humano que, gracias a un esfuerzo de poderosa inteligencia o de férrea voluntad, llega a ser una persona gracias al abandono de la religión en que se hallaba disuelto.
APÓSTOLES: Personajes que, a poco que se escudriñe en los Evangelios, aparecen como una reata de cobardes, de simples, de  ignorantes de casi todo, y a los que no obstante, en pago por su fidelidad (muy irregular, por otra parte), se convierte en los maestros más sabios que viera la humanidad, merced a unas lengüecitas divinas de fuego instructor. Y es que no parece serio, oiga, no parece serio.
APRENDER: Única tarea a la que nos deberíamos dedicar en esta vida, además de la  del goce, claro es. El óptimo se podría dar cuando ambas labores se pudiesen combinar, aumentando así sus respectivas posibilidades. En fin, soñar no cuesta nada.
ARBITRARIEDAD: Forma en que aplicamos la justicia los humanos en general y los tribunales de justicia en particular.
ARGUMENTOS: Bienes escasos que debieran ser como el carné de identidad de cualquier actividad, de cualquier petición, de cualquier orden. Pero, como ya ha tenido que quedar claro, es un bien que no se encuentra con facilidad, y el pretérito imperfecto del subjuntivo del verbo “deber” tampoco deja demasiadas esperanzas al respecto.
ARIOS: Pertenecientes a un pueblo nórdico con complejo de superioridad que, después de comprobar que eran muy altos, dedujeron la proporcionalidad directa entre altura, méritos e inteligencia. Lo malo es que tal inferencia la hicieron sin saberse el episodio en el que Hermes, a instancias de Zeus, llenó de inteligencia a los hombres. Y, claro, así les ha ido casi siempre. No sin antes dar motivo de muchos disgustos a todos sus vecinos.
ARISTOCRACIA: Vocablo muy prostituido hoy, cuando en su origen designaba en cambio a lo más excelso; hoy, no merece la pena definirlo.
ARMONÍA: Conjunción equilibrada y estimulante de deseo, realidad, economía, sentimientos, ecuanimidad, meteorología. La pera, vamos.
ARQUITECTURA: Intento fallido de imitar a los dioses o a la naturaleza, con el pretexto de cobijar a la gente. No se ha conseguido jamás, pero de tan malas imitaciones han podido surgir edificios maravillosos —unos pocos— y enormes conjuntos de habitáculos meramente prácticos y utilitarios, sin más.
ARRABAL: Cada una de las parcelas marginales de las ciudades donde el transcurso parejo de la muerte y la vida sólo es comparable con la pareja formada por la miseria y la esperanza más paradójica, con la cual también coexiste la primera.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

sábado, 19 de noviembre de 2016

COLOQUIO DE DOS PERROS


—Pero ¿de verdad estás seguro de lo que dices?
—Pues claro. De muy buena tinta lo sé.
—¿Entonces...?
—Sí, tal como te dije.
—Estamos apañados, pues.
—Desde luego, nuestros días están contados.
—¿Y los de ella?
—Son los suyos los que están contados realmente, y, como consecuencia, los nuestros.
—Tan sana que parecía...
—Para que te fíes de las apariencias.
—¿Y no habría nadie que se ocupara de nosotros?
—Al parecer, no.
—¿Nadie nos quiere?
—Nadie.
—¿Por algo especial?
—Oí algo de que éramos muy feos.
—¿De veras? Pues, anda, que está la vieja para hablar; y aquí no se dejan de dar fiestas...
—Pues eso es lo que hay.
—Madre mía, qué futuro nos espera.
—Sí.
—(...)
—Por cierto, ¿te puedo pedir un favor?
—Claro.
—¿Me rascas un poco la barriga? Hace un mes que ella no está, y ya me va haciendo falta.


Perros en la playa de Riazor (La Coruña, Galicia, España)
Mayo, 2009 ----- Nikon d300 

viernes, 18 de noviembre de 2016

CÓMO LEO

Alguna vez me lo han preguntado. Y aunque lo digo tantas veces, siempre hay quien se siente sorprendido de que en pleno siglo XXI yo hable de que “me falta algo el día que, por lo que sea, no puedo leer”. Con ello, no me refiero al acto físico de leer. Por mi profesión, yo tengo que leer todos los días (incluidos los de vacaciones, esos que los ignorantes dicen que tenemos en demasía). Ello incluye circulares, exámenes, libros de texto, trabajos, páginas web, etc.; pero no me refiero a leer “eso”, sino a LEER, con mayúsculas y pasión. Porque yo leo con mucha pasión.

Yo leo con ganas de aprender, pero no son menores las de disfrutar. Sin embargo, no leo sólo con la intención hedonista del placer puro. Si sólo fuera eso, me parecería como esos amigos y compañeros que se tragan ladrillos de mil páginas, y cuando les preguntas qué les pareció la obra, te responden con una, dos o tres palabras: “estupendo”, “muy bien” o “me gustó mucho”. No; leo con el propósito de llegar a ser algo distinto a como comencé la lectura. Leo con la intención de apurar un capítulo más de un autor, profundizar en una temática concreta, probar alguna nueva modalidad. Y lo hago a través de las páginas de volúmenes muchas veces elegidos por impulso, al azar de un título sugerente o de un autor a quien debo pleitesía y nunca hallé tiempo para dedicársela; o al albur de una intuición, que me promete que ese párrafo escandido con rapidez en la librería, será la antesala de un todo que me apabulle luego ya en mi sillón lector.

Porque sí: yo tengo un sillón lector. De los que reclinan y se adaptan a mi maltrecha espalda. Con dos luces artificiales (una a cada lado) para cuando falta la natural, que es con la que más me gusta leer, sobre todo cuando el rato se prolonga lo suficiente como para que la intensidad de la luz va decreciendo lentamente y el crepúsculo da paso a otra etapa en el día. No menos lectora, no menos intensa.

Por lo general, mi impaciencia impide que lea sólo un libro a la vez. Raras veces ha sucedido eso. Más común es que simultanee dos o tres obras, de temática y autores muy diferentes. Tiempos hubo también en que los volúmenes abiertos y “en función” superaban la media docena. Hoy, con dificultad pasan de dos, aunque algún caso se da. Cada vez leo menos novelas. La necesidad alimenticia que siempre albergué de que me contaran historias la suple ahora, no sé si con ventaja, pero sí con apetito creciente, el visionado de las series de televisión; sobre todo, esas que acaban siendo películas de diez o más horas, divididas en los correspondientes capítulos, que puedo llegar a devorar con bulimia difícil de explicar. El mundo narrativo que abordo con mayor frecuencia es el relato corto. Ya se sabe: para aprender algo, hay que comprender cómo lo hacen los que saben más que uno. Hoy, sin embargo, los diarios, las memorias, las biografías, los epistolarios,los libros de divulgación de la Historia, son los géneros que más tocan mis manos y beben mis ojos. Con ellos, raramente tengo la sensación de perder el tiempo, cosa que sí me ha venido sucediendo, con creciente preocupación, con las novelas.

Y aquí debería decir para terminar que mis años (y mis kilos) me han ido convirtiendo en alguien que sigue al pie de la letra los mandatos borgianos de leer por placer y que cumple a rajatabla el mandamiento de Pennac de dejar un libro cuando éste nos aburre, nos hurta el interés o, simplemente, nos defrauda. Si a las 60 páginas, retomo la lectura con dificultad o “por obligación”, no pierdo más tiempo. Ahora ya no me obligo, ni finjo necesidad u obligación. Cierro el libro, lo devuelvo a su anaquel -o lo regalo-, y otro pasa a ocupar su lugar, pasándole a otro la oportunidad que aquél no me brindara.

Leo con pasión, con tremendo interés, con palpitante necesidad. Leo para aprender, para disfrutar, para vivir. No sé si queda suficientemente claro.

jueves, 17 de noviembre de 2016

EL PULPO AMIGO, TEMEROSO DE LA NIEBLA


Existe en La Coruña un pulpo extraño. No predice los resultados deportivos, ni tampoco sirve para ser paladeado en compañía de cachelos y buen ribeiro. Es un pulpo que huyó de las profundidades y alguien con buen ojo le propuso transformarlo en una escultura popular, a lo que el animal accedió de inmediato, a cambio de no tener que huir nunca más de sus depredadores. Y desde entonces, la gente que pasa lo saluda, lo acaricia, se hace fotos con él, y él disfruta de la compañía y del aire libre, al que parece haberse adaptado maravillosamente bien. Ni el sol ni la lluvia lo arredran ya, porque no tiene enemigos, dice. Pero hay algunos momentos en que sus peores pesadillas parecen cobrar cuerpo. Y es un cuerpo esponjoso, que apenas se puede tocar. Es cuando se levanta la niebla desde el mar y sube por la ladera costera y llega a su altura, y lo oculta de las miradas de los demás. Entonces, se asusta, entra en pánico, cree que desde el fondo lo requieren para juzgarlo por su ausencia o para comérselo sin más. La niebla no le deja ver alrededor, y entonces es cuando se encoge y quiere desaparecer, pero ya no puede soltar tinta como antaño, y cuando uno se acerca suficientemente ahí se lo encuentra, temblando, cerrando los ojos e implorando por dentro que no seamos nosotros quienes lo devolvamos a su lugar de origen. Cuando eso sucede, el truco está en acercarse a uno de sus dos ojos, y susurrarle muy despacio el conjuro “octopus manet, amicitia humana eterna”. Si se pronuncia despacio, se le notará más distendido, y aunque seguirá mirando la niebla de reojo, aguardará que levante con un poco más de esperanza y con la confianza creciente en que ya no regresará al mar nunca más.

Pulpo en el paseo marítimo de La Coruña (Galicia, España)
Agosto, 2016 ----- iPhone 6 Plus

martes, 15 de noviembre de 2016

ÉL QUIERE SER LA ESTRELLA (MICRORRELATO)

Cuando la luz lo enfoca, él sabe que no es la gran atracción del circo, que jamás lo será, y que su condición niega que pueda serlo. Sin embargo, no se conforma con su naturaleza y persiste extendiendo su intervención una y otra vez. Cuando el foco lo señala, su maquillaje absorbe la luz, y el brillo lo transporta a una nueva dimensión, donde él el es protagonista absoluto. Dueño de una dicción inmejorable, acaba siendo silbado muchas veces, porque dilata en exceso su aparición, a menudo refiriéndose a sus compañeros, si bien siempre lo hace en tono elogioso. Como el público desea que los números se sucedan con rapidez, para que el efecto hipnótico y mágico del espectáculo no decaiga, en ocasiones llegan a abuchearlo. Cuando eso sucede, en un rapto de dignidad, toma el micrófono y pide disculpas por sus ditirambos, carraspea, y da paso con dos breves frases al número siguiente, que pugna por salir, y que algunas veces irrumpe impetuoso en la arena central, cuando todavía no ha finalizado su presentación. Si así sucede, el público prorrumpe en una rendida salva de aplausos, que el orgulloso jefe de pista atribuye siempre, como es natural, a su propia experiencia en estas lides y a su propio mérito personal.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

lunes, 14 de noviembre de 2016

SOLEDAD QUEBRADA



Líneas quebradas, sombras rectilíneas, caos de ruptura, quebraduras vandálicas, remaches de contraste, cielo purísimo, fondo neutro y abstracto. Acero, piedra y vidrio, aleados, pero distantes. Soledad de un día dominical preñado de sol y desconcierto, de ausencias y añoranzas imposibles de satisfacer. El ojo distribuye, asocia, compone, congela. La mente sigue su camino, inconsolable.

Escaleras en la zona del Parrote (La Coruña, Galicia, España)
Octubre, 2016 ----- Nikon d500

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