lunes, 25 de abril de 2016

EL FUTURO CAMPEÓN DEL MUNDO DE MOTO GP


¿Alguien duda de las cualidades de motero que este tierno infante apunta sobre su moto eléctrica de juguete? No es sólo que con esa edad ya cabalgue una montura que se desplaza sin el concurso de sus pies (que sería lo suyo, como lo fue para los demás -hasta ahora, claro-). Ni la posición de las manos que sujetan con firmeza el manillar. Tampoco, que las letras formen la palabra “policía”, con lo que deja bien claro que él es de los que persiguen, no de los perseguidos; de los que ganan, en definitiva. No, no es nada de eso sólo. Él se muestra de esta guisa, porque es un ganador nato, y es en este aspecto donde querría incidir. Obsérvese lo más importante de esta imagen: el gesto. Ese escorzo a derechas, con el cuerpo inclinado hacia ese lado (como parando su trayectoria dispuesto a efectuar una conquista, o mirar socarronamente una impericia rival, o soltar alguna chulería al uso), no es más que el marco del que surge, impasible, ese rostro cachazudo, convencido y seguro de sí mismo. Porque él lo va a ganar todo. Todo. Y porque a él no le tose nadie.. Y Rossi, Márquez, Pedrosa y compañía, menos; porque cuando él llegue a su edad dorada, ninguno de esos vejestorios será ya su rival. Sólo serán leyendas en las que fijarse con el único objetivo de superarlas, lo que, como se puede ver en su carita, lo va a lograr en menos de lo que canta un neumático derrapando sobre un circuito mojado.

Robado en la Plaza Mayor de Toro (Zamora, Castilla y León, España)
Abril, 2014 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 24 de abril de 2016

UNA PREGUNTA, ASÍ, DE IMPROVISO, QUE ME URGE

Hoy no quiero escribir nada. Hoy quiero recibir respuestas a una pregunta que lleva tiempo asaltándome. Si uno de mis temas favoritos es el retrato, y para profundizar en dicha temática he adquirido el equipo adecuado para ello; si realizo con regularidad sesiones a personas queridas que aceptan posar para mí; si es uno de los temas que más alabanzas ajenas me procura... Y, sí, además, se me conoce, y se sabe que soy un tremendo ególatra, egotista, ombliguista, narciso y demás calificativos similares ¿por qué jamás he realizado ni un solo autorretrato? A ver, ¿por qué?

sábado, 23 de abril de 2016

LA DULCE PAUSA EN LOS PARADORES




Una de las cosas que mucha gente no sabe es que los buenos hoteles y, más en concreto, los paradores de turismo, tienen cafetería, y que se encuentra abierta no sólo a los clientes sino al público en general. En concreto, las de los paradores acostumbran a mostrar bella factura, pues suelen hallarse en edificios históricos en buen estado de conservación, están bien surtidas y los asientos están pensados en la comodidad de sus ocupantes y no en el rápido recambio por otros clientes que aguardan plaza. Son lugares con luz tenue y cálida, si es artificial, o con luz tamizada, sin sombras, si se trata de patios exteriores. Hay prensa abundante, música suave, y una clientela que, a grandes rasgos, huye de ruidos y masificaciones propias de otros establecimientos. Como es natural también entre ellos hay clases, pero por lo común son lugares estupendos para hacer un descanso en la dura brega del turista habitual o, también, con el objeto de aislarse del mundanal ruido por un rato.

Toda pareja tiene sus ritos. Entre los de la nuestra, se halla el recurso a los paradores como lugar donde reponer fuerzas, comentar las características del lugar, actualizar redes, leer algún periódico o suplemento, degustar alguna delicadeza local, escribir algo, o, simplemente, disfrutar de media hora sentados a la fresca, si es verano, o bien calentitos si es invierno. Es en esos momentos de independencia compartida, cómplice, comunicada a veces sólo por miradas, cuando la vida demuestra que con bien poco se puede tener mucho. Ello es posible si se sabe elegir, si se mantiene un criterio coherente con los gustos propios, si se sale uno de los tránsitos trillados de la masa, si es capaz de percibir belleza en el reflejo de una botella de aceite o en los dibujos de la espuma del café; o si se sabe seleccionar entre tanta basura informativa algún artículo magistral o alguna entrevista tan bien realizada que nos proporcione la ilusión de asistir a la conversación como si uno fuera su protagonista. A continuación, una ojeada a las fotografías tomadas hasta ese momento -la eliminación de algunas-, el balance meteorológico, alguna banalidad, si es el caso un cotilleo fugaz, una risa que viene a cuento, son algunos de los pasos que se pueden seguir. Por último, abonada la exigua cuenta, y, repuesta la cuestión meramente física (pues los años pasan, ¡ay!), se regresa al mundo con la sonrisa puesta, la gana recuperada y las piernas más dispuestas a llevarnos a otro lugar donde los ojos vuelvan a demostrarnos que la elección del destino ha sido la adecuada.

Patio interior del Palacio del Deán Ortega (Parador de Turismo), en Úbeda (Jaén, Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

viernes, 22 de abril de 2016

DÍA DEL LIBRO (INVISIBLE)

Hoy celebramos en el instituto un encuentro ya tradicional, algo cursi, algo infantil, pero del que extraemos su lado tierno para proseguir con él. Es “lo del amigo invisible”. Para quien aún no lo sepa, se trata de que quienes participan se comprometen a regalarle un libro a alguien que le será asignado por sorteo insaculador, manteniendo el anonimato inicial. La cosa no deja de ser inofensiva, en principio, aunque no se halla exenta de problemática. La primera, y que la mayoría tememos, es que quien te “toque” sea alguien con quien no se iría ni a “atropar duros”. Pero, solventado ese escollo, no es cosa menor el hecho de que quien te toque sea alguien con quien compartes muchas cosas académicas y ninguna personal: vamos, que sea un/a perfecto/a desconocido/a en términos generales. Es entonces cuando comienzan las pesquisas para sustraer información de allegados sin suscitar demasiadas sospechas o, si se entra en proceso de desesperación, ya, preguntando directamente a sus amigos o compañeros más próximos. Y luego se merca el libro, claro. Se lo envuelve de forma más o menos anónima, y el día de la entrega todos nos reunimos alrededor de una mesa donde se encuentran todos los volúmenes envueltos en papel de periódico o de paquete o de estraza, ya personalizados, y con un clavel encima, por aquello de imitar la buena tradición catalana de un libro y una flor. A falta de besos...

Pues bien, hoy a mí me han regalado un volumen de casi 1000 páginas, titulado 1.001 películas que hay que ver antes de morir. El detalle me ha encantado, por lo que tiene de riesgoso (tengo algunos libros más de ese estilo), por lo que supone de enciclopedismo en un mundo que ya abomina de las obras de referencia en papel. Ha sido una compañera querida, que se ha delatado con una nota de post-it cuya letra perfecta todos conocemos muy bien. Me ha alegrado mucho su propuesta. Y con esa alegría me llegué a casa con el tocho bajo el brazo, bien contento y con mucho sueño acumulado de la semana.

Ya levantado de la siesta, me dediqué a comprobar algo que me venía rugiendo dentro, desde el mismo instante en que desgarré el envoltorio y vi la portada. ¿Cuántas de esas 1001 películas he visto, y cuáles no? Me llevó un rato marcar con rotulador al lado de cada título del índice que sí sabía, recordaba con nitidez o simplemente “me sonaba” haberlo visto. Fueron 715. No está mal, me dije, es un alto porcentaje. Ahora bien, de ésas, ¿cuántas recuerdo como algo imborrable?, ¿cuántas han dejado un poso clave en mi existencia?, ¿cuántas me demolieron por dentro?, ¿cuántas desearía volver a ver con deleite? l rostro se me nubló. No me he atrevido a hacer hoy el cálculo. Me avergonzaría averiguarlo. Volvería a constatar que cantidad y calidad casi nunca van de la mano. Y a mis años, menos. Sólo me queda una duda temerosa: ¿llegarían a 100?, ¿a 50?, ¿a 10?

jueves, 21 de abril de 2016

LA HERRUMBRE Y LA VIDA



La vida es tan diversa en formas, situaciones y características, que apenas nada puede ser considerado bueno o malo, desde el punto de vista biológico. Porque hasta la mayor de las agresiones que la Naturaleza pueda recibir (que es la que el ser humano le inflige día a día, año a año, vida a vida) de entre toda esa muerte, de entre toda la corrupción de cualquier hábitat inicial, acaba brotando otras formas de compartir este mundo, otras existencias diferentes pero válidas y expandibles, a poco que se le deje vía libre y las condiciones se mantengan.

Contémplese, si no, esta imagen, algo caótica en apariencia, por haber sido seleccionado un encuadre no del todo revelador. Priman las texturas. A la izquierda, las metálicas, las herrumbrosas, las que muestran el óxido prolongado en una estructura de metal, probablemente de hierro, que se aprecia carcomida por el salitre y el agua de mar. A la derecha, en un sentido más rítmico y algo más ordenado, varias docenas de una variedad indeterminada de percebe o mejillón, adheridas a algo que más parecería fuente de venenos, que manantial nutricio del que poder sospechar que generase vida. Si se piensa que la foto está trucada para combinar ambos mundos, se incurre en un error. Está tomada sin artificio alguno en un pequeño puerto pesquero, y se trata de una bola de metal corroída por el tiempo y los elementos, que debió estar años en el agua (en forma de boya, baliza o con quién sabe qué función). Estaba ya varada en tierra, como esperando un destino más próximo a un desguace o vertedero, habiendo ya cumplida la tarea para la que fue creada hace tiempo. Era una esfera, ya digo. Pero en la parte inferior, la que se hallaría de continuo sumergida, la vida se aferra a la muerte con una fiereza y una abundancia que me hicieron sonreír. Por sobre la muerte, siempre la vida. Parecieran alimentarse la una a la otra, desde siempre. Incluso ahora, que la primera parece predominar sobre la segunda gracias a nuestros denodados esfuerzos en destruir más que en construir, la vida se impone. Aunque, a la postre, los esforzados mejillones fueran arrancados de su batidos mar, y destruidos prematuramente, sus balvas brillantes nos ofrecen el testimonio de que sobre la herrumbre creció un día la vida.

Basura portuaria, en Cariño (La Coruña, Galicia, España)
Agosto, 2007 ----- Nikon d100

miércoles, 20 de abril de 2016

LA MUERTE Y EL HASTÍO (MICHEL TOURNIER)

El pasado mes de enero moría con 91 años (ahí es nada) uno de los grandes de la Literatura francesa del siglo XX, Michel Tournier. El autor de El rey de los alisos  y de Viernes, o los limbos del Pacífico (por nombrar sólo dos de las obras suyas que he llegado a leer) dejaba este mundo envuelto en otro episodio de la misma polémica ácida que le acompañó la segunda mitad de su vida. Tras sus diatribas contra los abortistas o los negadores del Holocausto, o sus invectivas hacia diferentes presidentes de la república gala, concluyó sus días debilitado y aborreciendo el estado en que lo había sumido la vejez. “No me voy a suicidar, pero ya he vivido demasiado. Sufro por la vejez, porque no puedo hacer nada y ya no viajo. Me aburro”, declaró en una de sus últimas entrevistas en 2010. Genio y figura. Aunque...

Vivir demasiado. ¿Se puede llegar a sentir que se ha vivido demasiado? Seguro que sí. Dependerá de cómo se valore los años transcurridos y lo llenos o vacíos que se hallen sus peldaños. ¿Suicidarse? ¿Para qué? A estas edades, es más un demérito que algo que proporcione fama o atención mediática. ¿Sufrir por la vejez? Comprensible, si la enfermedad lastra demasiado las actividades habituales. Y si encima no se viaja... uno comprende muchas cosas. Ahora, lo de aburrirse, resulta bien difícil de asimilar en una mente inteligente. De hecho, nunca lo concebí en tales seres. He dicho y escrito en multitud de ocasiones que quien se aburre es que carece de cierto tipo de inteligencia, que puede sea la que cohesione todas las demás: la adaptativa. Lo mantengo. Y este tipo era demasiado inteligente. Hastiado, cansado, indignado, añorante, polemizador; todo ello, sí. Aburrido, no me lo creo. No, no me lo llego a creer. Es más bien otra de sus boutades. O de sus demencias.

martes, 19 de abril de 2016

NICOLÁS SALMERÓN, POLÍTICO DIGNO Y COHERENTE


Este hombre de gesto serio, atildada indumentaria y paso decidido, es uno de los políticos más desconocidos de nuestra historia política. Se llama Nicolás Salmerón Alonso, y en 1873 llegó a ser nada menos que presidente de la convulsa y efímera I República española. Esa primera experiencia republicana de nuestro país no llegó a durar un año siquiera, pero él la presidió por unos meses, tras Estanislao Figueras y Francisco Pi y Margall, y antecediendo en el cargo a Emilio Castelar, último titular de la misma, antes de ser destruida por la fuerza. Cuando imparto la asignatura de Historia de España en algún curso, siempre lo menciono como ejemplo de coherencia, dignidad y valentía, pues cabe en su haber el gesto de haber dimitido de su alta jerarquía política por negarse a firmar unas penas de muerte de unos militares colaboracionistas con el cantonalismo, al que sin embargo combatió intensamente. Sí, sé que suena inhabitual, pero el hecho es exacto: alguien dimite por no tener que firma algo que va contra las ideas que siempre defendió, contrarias a la pena de muerte. Yo conocía este fragmento de su vida, el más famoso, el mismo que figura como epitafio en su panteón funerario. Pero no sabía que era almeriense, por eso me sorprendió contemplarlo en  esta escultura a ras de suelo, en la calle, y sin pintadas que lo afearan, en la confluencia de los dos principales bulevares de Almería. Enseguida se lo comenté a quien conmigo va, quien se sintió fascinada con la historia, hasta el punto de querer dejar ella también constancia gráfica del monumento. Y sí, seguramente tendría muchos defectos, cometería muchos errores, sería un hombre normal, pero en ocasiones un gesto nos redime, nos justifica, nos trasciende. Las lecciones que el pasado nos traslada deberían servir para que comprendiéramos nuestro presente con el objeto de mejorar nuestro futuro. Lamentablemente, nuestros políticos actuales adolecen de muchísimas lagunas en su formación, y conocen poco la labor de quienes les anticiparon en la dura tarea de gobernarnos. Si acaso se dignaran a leer sus escritos, hojear sus discursos o admirar su ejemplo y su coherencia, a lo peor seguirían siendo igual de indecentes, pero al menos tendrían una justificación menos que argüir en la defensa de sus continuos despropósitos.

Escultura de Nicolás Salmerón en Almería (Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

lunes, 18 de abril de 2016

HITOS DE MI ESCALERA (2)

En la primera infancia no eres muy consciente de casi nada, y los recuerdos propios, tan tiernos, se entremezclan con lo que los familiares han introducido año a año en un relato siempre igual, siempre distinto, con variaciones frecuentes, tamizados, eso sí, por la contemplación relativamente objetiva de fotografías, que aportan valor documental a esos tiempos oscuros. A no ser, claro, que suceda algo determinante, algo maravilloso o algo grave. De mi primera infancia tengo algunas imágenes nebulosas, pero sobre todo el primer hito en mi vida del que fui protagonista consciente fue la muerte de mi abuelo. Yo era muy pequeño. Pero nunca digo que yo sólo tenía cuatro años recién cumplidos; yo prefiero decir que mi abuelo sólo me duró cuatro años. Y siempre maldigo duración tan breve.

La primera gran bofetada que me dio la vida fue contemplar a edad tan temprana cómo desaparecía para siempre la persona más incondicional que compartía mi alrededor. Parece difícil decir esto, pero puedo afirmar que el amor de mi padre era más bien pragmático y el de mi madre absoluto, pero no incondicional. En cambio, el de mi abuelo me era transmitido sin condición alguna, día a día, sin desmayo y generando un poso dependiente de tal calibre, que su muerte generaría un síndrome de abstinencia del que tardaría años en salir.

Vivíamos en Oviedo desde que yo tuve cinco meses, y mi abuelo se había venido a vivir con nosotros, y como mi madre era la más pequeña de sus hijas, yo fue su nieto menor, su juguete, su barro que modelar. Y vaya si lo hizo. Mi abuelo se llamaba Eduardo, de modo que ya se puede intuir por qué yo me llamo igual. Pero no sólo me proporcionó el nombre. También se encargó de quererme de un modo que es difícil de describir, pero que cualquiera puede entender. Es preferible ceñirse a sus logros.

Siempre he dicho que el estímulo palabrero es fundamental para que los primates humanos procedamos por imitación cuanto antes. Pero los padres tienen un trabajo que realizar, en primer lugar; y en segundo, una paciencia variable, pero limitada. Aquí es donde entra mi abuelo, que estaba conmigo todo el tiempo que estaba en casa, y muchas veces fuera, cuando salíamos de paseo. Mi abuelo enseguida vio mi potencial. Yo fui un niño precoz, pero esa anticipación no he de atribuírmela genéticamente, sino al hecho de que un niño pregunta infinitamente, y sólo calla cuando le obligan. Pero si se dispone de alguien a quien las preguntas no molestan, sino que encima te las responde y te sugiere otras... el resultado ya es sobrenatural. Ese fue mi caso. Yo tuve un abuelo a tiempo completo. Y eso se notó. En todo. Aprendí a leer y a escribir muy pronto, a sumar y a restar y a multiplicar y dividir,  antes que otros niños. Y a hablar por los codos. Y eso sucedió porque tuve alguien que me enseñó, que estaba a mi disposición todo el tiempo. Y, además, me adoraba. Y, a mayores, me traía barquillos del parque San Francisco. Cada día, uno.

A finales de junio de 1967, a mi abuelo le sobrevino una trombosis cerebral (hoy diríamos un ictus), que lo inmovilizó en cama, sin habla y sin vista. En cambio oía, y sus manos, podían recibir el calor de las mías, cuando llegaba a su cama y quería que me leyera otra vez el cuento de cada noche. Yo preguntaba por qué mi abuelo no me respondía, por qué estaba allí tumbado y no se levantaba. No recuerdo qué me dijeron. Convencionalismos, imagino. No entendí nada, como es lógico. Apenas un mes después, un 24 de julio de 1967, mi abuelo moría en su cama, en casa, a nuestro lado. Seguí sin entender nada, pero mi disgusto por carecer de su voz y de sus caricias fue en aumento. 

Mi desconcierto no decayó con el mutismo de mis padres, la sensación de llanto ambiental, la constante afluencia de familiares. Y llegó a su culmen cuando me enteré que debíamos viajar a Veguellina de Órbigo, en León, lugar de su nacimiento (y del de mi madre), donde reposarían definitivamente sus restos. Una vez allí, vi que a mi abuelo le habían metido en una caja de madera marrón brillante, y que unos operarios le habían pasado unas sogas por debajo para bajarlo a la tumba. En el momento en que vi que el féretro bajaba, me arranqué, me desasí de la mano de mi padre, y me lié a patadas con dos de los que estaban con la tarea. Hubieron de sacarme de allí obligadamente, pues uno de los sepultureros, el único que no llevaba gorra, amenazó con que si no me controlaban, me echarían allí abajo también. Entre los brazos de mi tío Eduardo (su hijo más pequeño), ya fuera del cementerio, lloré mi desesperación e impotencia con un hipo duradero e inconsolable. Allí, mientras al otro lado de la tapia, el cuerpo de mi abuelo era depositado en su tumba, fui consciente de que mi abuelo ya no volvería nunca más a llevarme de su mano. Y, por primera vez en la vida, supe lo que significaba ser verdaderamente huérfano. Aunque mis padres siguieran vivos.

domingo, 17 de abril de 2016

CONGELAR LA REALIDAD PARA VER OTRA REALIDAD


Hay varios aspectos muy misteriosos en el mundo de la fotografía. Pero uno de los que más me atrapan es la consecución de imágenes que el ojo humano, en su pobreza receptora de espectro o de captación de la velocidad, no es capaz de obtener por sí mismo. Acostumbrados estamos, en las retransmisiones deportivas o en los documentales televisivos, a ver imágenes rodadas con cámaras de alta velocidad, a muchos fotogramas por segundo, que luego, al ser reproducidas a los correspondientes 24 ó 25 en cada segundo, ofrecen a quien las contempla mundos desconocidos antes de que estas técnicas existieran; ahora, en cambio, son nota cotidiana de nuestra vida, pero no dejan de seguir siendo fascinantes los fragmentos de realidad rapidísima que podemos ver ralentizados, una vez procedida a su selección y rodaje adecuados. Yo nunca he manejado la imagen en movimiento. Lo mío es la imagen fija. Pero con ella también se pueden lograr imágenes que sólo existirían si pudiéramos pausar, rebobinar, avanzar nuestra existencia. Como no es posible, la técnica acude en nuestro auxilio para poder producir un simulacro.

Si se observa la fotografía que traigo para ilustrar lo que estoy diciendo, parece que sólo consta de unos cuantos miles de puntos blancos y negros, con una disposición en apariencia caótica, pero por entre la cual se cuelan algunos patrones y algunas pautas de formas irregulares para poder paladear la imagen con algunos asideros. Puedo asegurar que la realidad era mucho más prosaica y reconocible: una fuente en un bulevar, con varios surtidores de diferente boca; unos formaban una película de agua difusa, otros tenían un chorro de agua más definido, pero diferente grosor, con lo que entrelazaban líneas de parábola y combinaciones diversas. Pero cuando se busca lo diferente, la labor del fotógrafo es ir mirando de continuo, para poder ver. Una vez que ve, intentar imaginar algo distinto. Y una vez imaginado lo distinto, poner los parámetros de la cámara en disposición de que la técnica logre lo imaginado. El resto es fácil. En este caso, con el sol declinante frente al objetivo, marca un claro contraluz. La imagen que se pretende es predominantemente abstracta. Se puede optar por una velocidad lenta, de medio o un segundo, con lo que veríamos líneas difusas, que parecerán estar moviéndose de forma sedosa. Se puede elegir congelar la imagen a una velocidad de 1/4000 de segundo, y de ese modo, lo que imaginamos como un chorro homogéneo se nos muestra como una corriente no continua, sino “alterna”, con la que se puede jugar a la hora de combinar las líneas en una composición que nos guste. Es este último modo el elegido. Lo que aparece, nunca existió, salvo en una fracción mínima de tiempo. Pero de este modo, cobra forma y vida. Luego, ya se puede contemplar, comentar, criticar, olvidar.

Agua de una fuente en el bulevar García Lorca de Almería (Andalucía, España)
Enero, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

sábado, 16 de abril de 2016

MI TERAPEUTA Y YO

Acabo de romper hoy mismo con mi psicóloga. Definitivamente. La llamada de teléfono ha sido dura, pero determinante. Y ya sé que lo hemos hecho con anterioridad, pero esta vez, seguro, es la última, la de verdad. Como reza el dicho: “no aguanto más”; no sé si ella tampoco, pero en lo que a mí respecta, se acabó. Los motivos, los de siempre, pero la edad lo agrava todo, y la costumbre... ya se sabe, lo abrasa todo. Me lleva tratando varios años, no sin acierto inicial, he de admitir, porque desde que comenzó a llevar “mi caso”, como le gusta decir a ella, ya no tuve necesidad de mujeres. Con ella me bastaba. La regularidad de nuestras citas eran lo más excitante que me había sucedido nunca, y el modo en que fue hurgando en mis interiores, extrayendo al mayéutico modo los entresijos de mi existencia, fue algo por lo que mereció pagar sus abultadas facturas, y aún más, si lo hubiera planteado. He de confesar que tenerme como cliente también la transformó a ella. Y no sólo es porque se notara en la forma de vestir y hasta en la de decorar su gabinete profesional, sino porque incluso llegó a confesarlo abiertamente alguna vez. Había muy buena química entre los dos. Además de dinero, claro, pero eso nunca fue un problema para mí, de modo que ambos estábamos encantados. Un día, las intimidades llegaron a un punto en el que le confesé mi deseo por ella, ni necesidad de incorporarla a mi vida, aunque me costara la terapia. Sorprendentemente, ella no me crucificó con la consabida deontología profesional, sino que, sin mediar palabra, se sentó a horcajadas sobre mí, en el diván, y allí mismo dimos comienzo a una serie de encuentros sexuales magníficos (acaso, lo mejor del proceso). Contra lo que podría parecer lógico, esto no modificó un ápice nuestra relación analista-paciente, sino que la intensificó. Y eso hizo, no sé, que los vínculos se aproximaran, y del mismo modo, el interés por ella se hiciera cada vez menor. Mi consideración sobre sus puntos de vista fueron mermando, y hasta llegué a discutirle tanto alguna opinión como los ejercicios que puntualmente me encargaba. Ella, por su lado, fue creciendo en prepotencia y en control sobre mí, que llegó a paralizarme en ocasiones, y que fui considerando cada vez más abusivo. Discutimos mucho, incluso en la terapia, ya digo, y esto enquistó la relación a medida que pasaba el tiempo. A lo único que no afectó fue a nuestras relaciones sexuales, porque se sucedían con un ritmo y una intensidad fuera de lo común. Si acaso, variaron los gustos y las prácticas: ella fue creando un personaje de carácter masoquista, a la par que yo me hacía más cruel con ella. Tal vez intercambiáramos los papeles que en la consulta y la vida cotidiana manteníamos; es posible. La primera vez que rompimos fue una liberación, pero duró poquísimo. Volvimos enseguida. A los pocos meses, volvimos a cortar, prometiéndonos no volver a vernos jamás. Pero no pudimos dejar de vernos. Ahora, las rupturas se han estabilizado: no solemos aguantar más de unas pocas semanas. Pero ya parece una costumbre arraigada e imborrable, y yo no quiero ser esclavo de las rutinas que la vida establece. Además, con el tiempo, fui haciéndome más puntilloso en cuestiones económicas, en varios niveles. Uno de ellos era no poder soportar que me siguiera cobrando cada sesión (con el correspondiente incremento anual). Mi argumento sobre que habíamos sobrepasado el nivel terapeuta-paciente para ingresar en otro de categoría superior no la hizo conmoverse un ápice, y jamás cedió en ese punto. Del mismo modo que ahora tampoco contempla la idea de concederme el divorcio (“bajo ningún concepto”, chilló). Y su última idea brillante de irse de vacaciones ella sola con nuestros hijos a casa de sus padres, lo acabó de rematar. A ver cuánto le dura la racha esta vez. Es, más que insultante, humillante en grado sumo. Pero ya volverá, ya. Porque siempre vuelve, no puede evitarlo (ni yo tampoco, la verdad). Aunque, claro, esta vez es la definitiva, como ya dije. Eso segurísimo. No me cabe la menor duda.

viernes, 15 de abril de 2016

LA MIRADA DESCONFIADA DEL GATO


El gato es receloso. No se fía. Pese a que me acerco con sigilo, mirando para otro lado, el gato interrumpe su tarea, y me mira fijo. Le molesto. A él y a otros compañeros, que se afanan en hurgar los fondos de un contenedor lleno sólo a medias. La cara refleja todo lo que siente. No soy su amigo. No me quiere cerca. Si tuviera poder, me fulminaría, o me trasladaría de dimensión. Le impido concentrarse en una tarea que además de gustarle, le es vital. Pero sus ojos no se despegan de mí. Aunque yo haga que mire para otro lado, y oculte mi mirada tras la cámara, él ve sólo un ojo negro en forma de tubo-objetivo, que lo encara sin rubor, a distancia. Es desconfiado, por eso no deja de mirarme, para controlar mis pasos. Para ver si sobrepaso la línea que él considere segura. Para ver si me canso y me marcho. Para ver si puede continuar en el interior del contenedor, y no como ahora, apostado en el borde, en atrevido escorzo que atraviesa su mirada sobre su lomo. Pero yo no me marcho. Quiero una imagen lo suficientemente cerca como para que su expresión comunique todo lo que su figura me transmite. Me detengo. Me mantengo quieto, con la cámara dispuesta, pero sin hacer nada. Pasan unos segundos. Él vuelve a una movilidad reducida, menos tensa. Mira un instante al contenedor, donde antes saborearía algo interesante. Se estira un poco. Pero yo no deseo que se relaje: carraspeo levemente, lo justo para que se le pueda volver a activar la alarma. Se vuelve, me mira impaciente, molesto. Y disparo.

Vélez-Blanco (Almería, Andalucía, España)
Enero, 2016 ---- Panaonic Lumix G6

jueves, 14 de abril de 2016

OBSESIONES. TEMÁTICA PERSONAL (III)

La soledad es uno de mis temas fundamentales. Lo fue casi siempre, dadas mis características, pero se ha acentuado de forma tremenda los últimos años, precisamente desde que vivo solo.

De la soledad me acucia su capacidad para conseguir aquello que el mundo actual nos hurta. Me quedo también con las posibilidades de reflexión que me procura.

También me preocupan las causas, las experiencias de otras personas que piensan, sienten y viven como yo, es decir, que pese a la soledad, me gusta comprobar que no soy yo solo quien tomó esa senda. Sería como una soledad compartida a través de la distancia.

De todos modos, esta soledad no motiva mi aislamiento mental de la gente que merece la pena. Soy un solitario, pero no me siento solo en absoluto.

Las diferencias entre la soledad voluntaria y la forzosa son un matiz que canaliza buena parte de mis energías.

En realidad, no es un macro-tema. Es el tema por excelencia. Todo arranca de él.

Apunte de 17 de marzo de 1995

miércoles, 13 de abril de 2016

DON ANTONIO MACHADO, POETA LECTOR


Don Antonio se sienta en su banco preferido, un poco apartado en el paseo. Lleva, como siempre, un libro de poemas. A menudo, es el mismo. Los versos le inspiran, dice. No en vano él también es poeta. Necesita alimento para su alma atribulada, mudable, penetrante. Pero también quiere olvidar. Lee concentrado, mientras echa atrás el recuerdo al albur de algún verso memorable que le recuerda los limoneros sevillanos y la lejanía de su hermano Manuel, a quien tanto quiere, y de quien la vida le alejará tanto. Lee, y las palabras se le arrebujan y se le mezclan, hasta el punto de que duda si apuntarlas, por si se le pierde el instante mínimo de dicha que las sílabas escandidas en su interior van procurando. Los recuerdos le abocan al presente doloroso, que ya no cuenta con su joven amada, a quien no puede olvidar, por más que haya querido huir lejos. Eran tan dulces sus besos, tan creadora su mirada, sus manos tan expresivas, tan orientadoras. La imagen de aquel feliz entendimiento contra todo pronóstico, le nubla el rostro y le hace apartar los ojos del poema. No es de maldecir, pero le gustaría poder hacerlo. Contra la mala suerte, contra la desgracia, contra el hado, contra el destino, contra la segadora postrera que le arrebató de improviso lo que más quería, y cuya ausencia le anuda el habla y le tuerce el gesto.  Pero don Antonio tiene el alma estoica, cincelada en la dura estepa castellana a la que ha dotado de inmortalidad por la sola intervención de su palabra seca y precisa, intensa y significante. Sabe que no puede mantener ese nivel de dolor paralizante, pero como nunca sintió lo que siente, no está seguro de si pasará pronto, o tardará mucho; si el hueco de su niña amada se disolverá de improviso o con la calma de los días de provincia, quedos y somnolientos. A las afueras, legiones de olivos en perfecta formación protegen la ciudad serena. Baeza alberga al gran poeta. Su dolor va impregnando los patios de los palacios. Su entorno indigna su presente maltrecho. Vino desde Soria. Huirá luego a Segovia. España irá penetrando en él por todos sus poros, tanto, que acabará fuera de ella al final de sus días. Mientras, el egregio poeta de descuidada vestimenta, lee versos que acaso le inspiren los próximos que de su pluma emerjan. El cálido paisaje andaluz lo acoge. Los fríos castellanos lo aguardan. 

Escultura de Antonio Machado, en Baeza (Jaén, Andalucía, España)
Abril, 2016 ----- Nikon, d300

martes, 12 de abril de 2016

HITOS DE MI ESCALERA (1)

De todos es sabido que todo comienzo tiene un inicio, y que todo empezar tiene su nacer, valgan las redundancias. Por tanto, creo que justo es admitir que estos “hitos” deben principiar con mi natalicio. De este magno acontecimiento no tengo recuerdo ni consciencia. No debía yo estar muy contento del hecho, pues según noticias maternas no paraba de llorar, aspecto éste que acaso haya borrado accidentalmente los recuerdos iniciales de mi tierno disco duro, que vendrían de perlas para poder contrastar en su momento con los del óbito postrero. Pero, no. No me acuerdo de nada, ya es casualidad, por lo que he de fiarme de fuentes indirectas, que también podrán mentir, incidir, ocultar y transformar de muchas maneras, como hacemos todos cuando recordamos. 

En aquélla, muchos partos tenían lugar en la casa paterna. Ya estaba empezando a desaparecer tan anticuada costumbre, porque con mi hermano unos años después la cosa ya se desarrolló donde habitualmente sucede en los tiempos modernos, es decir, en un hospital, con todo tipo de adelantos que hagan más difícil la reclamación en caso de muerte del neonato o de la parturienta. Por fortuna, ambos sobrevivimos, no sin que la aventura resultara demasiado prolongada, pues, si he de creer a mi madre, el hecho de ser primeriza y de dilatación lenta y nada preparada por galenofobia, le ocasionó un parto sudoroso, proceloso y doloroso, aunque de final venturoso (pues de tal peripecia, surgí yo). La comadrona que asistió al evento bien habría merecido una gratificación, pero mis padres eran todavía de clase media-baja-baja, y sólo se le pagó lo acordado. Esto sucedió un martes de mayo de 1963. Y fuera hubo una tremenda tormenta que no auguraba nada bueno al nuevo infante.

Por casualidades de la vida, el evento tuvo lugar en las Galicias, que tanta importancia tendrían siempre en mi vida hasta hoy mismo, pero puedo asegurar ante notario que ni tuve que ver en ello, ni fue algo previsto. Mi padre trabajaba de aquí para allá en una empresa que suministraba material a Renfe, y podría haber nacido en cualquier punto de la geografía patria, tal que Almería o Gerona. Pero, no. Fue en Monforte de Lemos, provincia de Lugo, de aquélla importante nudo ferroviario. Casualidades, ya digo, porque sólo anduve por allí unos meses de barriga y cuatro exclaustrado del vientre materno. Luego, los destinos me llevaron a Oviedo, y no volvería a mi pueblo a conocerlo hasta bien pasada la veintena; pero ésa ya es otra etapa que será contada en otra ocasión. Si procede.

Por casualidades de la vida, sí, parece que me repito, pero es que es así. Pero por casualidad, me tocó ser el primero, o sea, el primogénito, y eso... iba a marcar mi existencia. Y de qué modo. Empezando porque durante cinco años y cinco meses fui... el rey. 

(Continuará. Si procede)

lunes, 11 de abril de 2016

LA APARENTE INGENUIDAD DEL ROMÁNICO


Durante mucho tiempo, fui más de gótico que de románico. Es, pienso, lo más habitual. El arte gótico toca de primera mano más la zona sensible de quien observa. Es más directo. Actúa sin intermediarios y busca la línea de flotación del paseante del fiel, del curioso. Incide en el sentimiento. Quiere realzar la mirada hacia lo alto, encaminar los ojos hacia el sendero correcto, hacia Dios. Para ello, no repara en embelecos, en alturas, en perspectivas. Cuenta, además, en su objetivo, con una recuperación de la forma greco-latina, diluida temporalmente a lo largo de los siglos oscuros de la Alta Edad Media: las figuras góticas nos parecen más humanas, más reales, más creíbles. Y todo ello, lo ofrece inundado de un color celestial, bañado por la luz de las vidrieras. Hasta los más ignorantes prorrumpen en exclamaciones cuando se topan con una buena catedral gótica y todos los componentes que la sustentan. Si a ello añadimos haber vivido muchos años en una ciudad donde se halla uno de los ejemplos señeros de dicho estilo, ya, ¿para qué incidir más?

El románico, no cabe duda, es otra cosa. De primera mano, el románico es un arte que aparenta torpeza, prisa, favor por lo práctico. Al observar sus tímpanos o sus capiteles, la desproporción nos arroja a los ojos el marchamo de lo inacabado, de los vagidos de quien aún no sabe crear belleza naturalista. Además, sus templos son oscuros, fortificados en muros gruesos con pocas aberturas a la luz. Sus edificios mueven a la oración, al aislamiento del mundo, al acceso a la eternidad por otras vías que no sean la imitación de este valle de lágrimas, de donde hay que salir cuanto antes, pues desmerece en todo a la eternidad prometida. Si no se profundiza, las historias que nos cuentan sus relieves y sus narraciones en piedra, parecen chapucillas de quien aún no ha madurado lo suficiente, como los dibujos de los niños, que nos producen orgullo de padres, pero que sabemos que son sólo torpes pasos que terminarán por conducir a la maravilla que el gótico y el renacimiento prometen y muestran sin arrobo. 

Pero, con los años, el románico se va imponiendo. Si se le dedica tiempo y algo de estudio, uno empieza a comprender que tales prisas, que tales adecuaciones al marco, que tales desproporciones, todo ello, no son más que manifestaciones de otro panorama filosófico de vida. A los hombres del románico no les interesaba la realidad: ella sólo era la excusa. Les interesaba únicamente el mensaje, que quedara bien claro aquello de lo que se pretendía imbuir al fiel o al curioso. La aparente ingenuidad infantil queda diluida cuando nos damos cuenta de la homogeneidad, de la coherencia de sus escultores, quienes van progresando en la recuperación de la forma, pero sin renunciar a sus prioridades: la claridad de la prédica, la rápida identificación de los personajes, la salvadora simbología de su narrativa pétrea.

Tómese como ejemplo este capitel. En él sólo dos figuras. Un hombre, y una bestia que aquél toma por la boca con la intención -imaginamos- de abrírsela por completo y evitar su mordisco fatal. Sólo dos figuras. A cambio, contemplemos el detalle de las mismas, sus atributos, y el marco arquitectónico que las encuadra. (Éste, si se fija uno, no deja de ser un capitel compuesto, cuyas volutas se pueden observar de forma simétrica, así como dos hojas de acanto esquematizadas, como restos de un orden considerado pagano, pero referencia de todo lo que le sucedió). Fijémonos después en los rizos de la barba de este hombre, en los de la melena del león. Delicadísimos, ¿verdad? Pero, ¿ya sabemos que es un león? Quien lo esculpió no debió haber visto muchos, es cierto; o ninguno. Sabía que era un felino con melena en el cuello, y que era grande y fuerte. Lo sabía por las Escrituras y otros libros que los describían. Sus garras no dejan de llamarnos la atención, así como sus dientes, bien notorios. De modo que muestra tamaño, melena, garras, dientes. Queda bien claro que es un animal poderoso. Pero ¿y el hombre? Sus músculos no parecen gran cosa. Su altura, tampoco. No parece muy fuerte. Pero ¿y su melena? Centremos la mirada en su cabello. Lo muestra muy largo, recogido con cintas para evitar que su volumen se desparrame, y en movimiento (a lo que también contribuye la capa). Ésa será la seña de identidad de este personaje, su pelo, que es la conexión con su dios. Y ahora ya sabemos que ese personaje es Sansón, que está desquijarando al león (trasunto del Hércules greco-latino, y su león de Nemea), prueba absoluta de una fuerza cuyo origen es divino. Pero eso ya lo sabía cualquiera que en la Edad Media contemplara dicho capitel.  Sabía que la fuerza necesaria para derrotar a un león le viene de que es un hombre de fe, conectado a Dios con su pelo. No necesitaba más claves. Daba lo mismo que la escena no hubiera sucedido con dichos ropajes o que el animal no fuera muy verosímil. El mensaje ya estaba emitido y, adecuadamente descodificado, había sido recibido. Y ésa es la magia del románico: que pese a que el mensaje es la prioridad, aún le queda tiempo al artista para conmovernos con la disposición de sus elementos, si le dedicamos un poco de tiempo, y si sabemos -y queremos- mirar.

Capitel del Monasterio de Aguilar de Campoo, Museo Arqueológico Nacional, Madrid
Enero, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 10 de abril de 2016

NUEVO PROYECTO TESTIMONIAL

Hoy empecé a leer un libro que merqué por gula e inercia estas vacaciones (titulado El monje que vendió su Ferrari). Es una pura filfa, pero ya decía Cervantes que no hay libro tan malo del que no se pueda sacar algo bueno, y en este caso acertó. Cuando iba por la página 30, o así, se mencionan los hitos de la vida del personaje principal. Y en ese momento, algo hace click en mi interior, y me digo: ahí tengo yo un filón para el blog. Podría contar cuáles han sido los hitos de mi existencia. Pero para eso hay que listarlos, saber cuáles son, reflexionar sobre ellos y tratar de exponerlos de un modo que permita hacer comprensible (si es que eso se puede dar). 

Confieso haber imaginado que serían diez o doce momentos clave a lo largo de mi cincuentena larga. Pero, no. Aún no acabé la lista, y ya van más de 30. O sea, que hay unos cuantos más hechos, instantes o personas, sin los que no se entendería ni mi devenir ni mi esencia actual. De modo que una vida da para muchos escalones estructurales, cuyo rectilíneo o tortuoso recorrido la explica o justifica.

Es posible que de algunos no acabe escribiendo, por referirse a personas concretas, o por ser episodios íntimos de los que nadie salvo yo debe ser depositario. Pero el asunto está en que de la mayoría sí me apetece rememorarlos, destriparlos, relatarlos, exponerlos. Tal vez me halle en un momento en que la vida me va “pidiendo” memorias, sin que tenga intención alguna de escribirlas. O tal vez busque crear un reguero de “migas para el bosque” para cuando -¿quién sabe?- no encuentre mi camino de vuelta a casa.

Se podrá saber que me refiero a esto, porque a la serie también le he puesto un título, como cabría imaginarse: “Hitos de mi escalera”, que precederá a un número consecutivo. Dicho título no lo incluirá, para que no pareciera más largo y también por resultar cacofónico, pero se entiende que la escalera es de ascenso, no de bajada, aunque algún escalón muestre algunas melladuras o desconchones serios.

sábado, 9 de abril de 2016

CAMPANADAS ACUSADORAS


En la noche cerrada, mientras todos caminan por sus respectivos sueños, el reloj de la iglesia despierta cada cuarto de hora a las almas insomnes que nos hallamos alrededor. Su espacio anaranjado por los faroles de la calle se yergue como el centro de un mundo cerrado, que domina con naturalidad, que nadie discute. Las aves y los perros duermen y las campanadas secas, profundas, vibrantes, no les preocupan, pues las han incorporado a su rutina nocturna. Pero a quienes tienen problemas en conciliar el sueño, sí. A quienes tienen problemas de conciencia, también, así como a quienes se arrepienten de algo grave, o anhelan algo con gran fervor. Yo estoy entre ellos. Soy insomne, soy un traidor, acabo de matar a alguien, espero inútilmente la absolución.

Iglesia de San Nicolás de Bari, en Molinaseca (León, Castilla y León, España)
Diciembre, 2005 ----- Nikon d100

jueves, 7 de abril de 2016

INUTILIDAD DEL SACRIFICIO

Los sacrificios más inútiles son aquellos que transportan palabras y las reúnen como si fuesen notas de música que se rompen entre desgarros. Por eso, cuando elijo, sacrifico siempre alguna de esas palabras en bien de un pretendido ritmo, de una subjetiva eufonía, de una intensidad creciente. Sólo así puedo contemplar la verdadera realidad: cómo cada construcción se alza sobre un muladar fonético, sobre una previa destrucción. Y aun así, permanecer impávido ante la falta de acomodo en el ensamblaje de las piezas, tomando cabizbajo el camino tan hollado de la rotura, del desgarro, a la par que me empecino en preservar esas migajas. Y, de igual manera, puedo antever otro final, como el inicio, tan excitante e inseguro, tan dilatado, estéril  y abierto como un lago de arena verde.

Del libro inédito Prosas tristes, arias profanadas. 1998

miércoles, 6 de abril de 2016

BELLEZA EN LA RUTINA


El hombre piensa: Bueno, aquí estamos de nuevo, con el sol de todos los veranos, como ayer mismo, como anteayer, con distinta gente, iguales gradas llenas, la misma expectación, iguales caras de asombro, idéntica tarifa incluida en el paquete, la misma locución inicial, igual expectación y tensión previas, con la teatral citación hacia el animal, la misma sincronizada reacción, el mismo vuelo, la misma suavidad de desplazamiento, igual precisión, mi brazo sosteniéndolo, yendo a su encuentro; sin posibilidad de fallo. De nuevo, todo igual, todo lo mismo. Mañana, idéntico horario con los correspondientes descansos, el bocadillo con cerveza fría, la conversación en la garita del parque, la crítica que no pasa de eso, la risa forzada, el hartazgo, la sirena, la vuelta al tajo. Mierda de vida.

El buitre piensa: Me gustaría elevarme con una de esas corrientes calientes hasta uno o dos kilómetros, darme una vuelta por ahí arriba, a ver si veo algo fresco, algo rico, algo grande; algo más grande, muy grande, que me dure mucho rato. Pero, claro, aparece éste con su carnecita rica, bien troceada, siempre puntual, que cuando hace el gesto acordado, yo no me lo pienso, y en vez de salir volando hacia arriba, bajo enseguida guiado por ese olor tan penetrante, y recojo lo que me da con mucha gana, porque es carne fácil, y a él se le ve tan contento, pobre, es tan bueno con nosotros, que ¿cómo dejarle solo sin nada que hacer cada día?

El fotógrafo no piensa. Siente un estremecimiento de perfección acompasando la suavidad del viento cálido atravesado por unas alas enormes que no hacen ruido. Congela con sus ojos el momento. Y dispara.

Robado en el castillo de Chauvigny (Vienne, Poitou-Charentes, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon d90

martes, 5 de abril de 2016

FRASES SOBRE EL ESTUDIO

Seguro que todos tenemos una idea personal de lo que supone estudiar, tanto por su faceta positiva, como por la negativa, que ambas resultan muy notables sin duda ninguna. Pero, además de ese concepto, basado en la propia experiencia, sería bueno que contáramos con el apoyo de otras autoridades que contribuyeran a aquilatar o perfilar su significado. Es tan fácil como acudir a un diccionario de citas, buscar la palabra y comprobar que antes que uno, muchos otros más cualificados trataron la cuestión, y encima dejaron constancia de ella.

Así, Jean Guitton nos recuerda que el estudiante es “un título que sólo se pierde en la tumba”. Yo cambiaría la expresión “se pierde” por “debería perder”. Bernardo de Claraval, en cambio, nos avisa de que “el que se educa a sí mismo, bien podría tener a un tonto como maestro”, por lo que el autodidactismo no se hallaría entre sus preferencias; sin embargo, todos hemos tenido docentes que eran más tontos que uno, y aun así se arrogaban el título de tales. La Rochefoucauld, pragmático él, recomienda que “es más necesario estudiar a los hombres que a los libros”, y acaso lo sea, pero me da que ese procedimiento es muy lento y muy localista y de resultados (más) fragmentarios. Claro que para algunos, como Montesquieu, representó “el remedio soberano contra el hastío de la vida”, de modo que su utilidad sublimadora queda bien demostrada si se conoce bien sus Ensayos. Aunque también hay quien piensa que “necesitamos estar aprendiendo siempre para aprender finalmente a morir” (Marie von Ebner-Eschenbach), cuando todo el mundo sabe que a morir no se aprende; se experimenta, eso sí, y ése es el último eslabón de conocimiento que tendremos en nuestra existencia. Claro que, si se tiene una idea más trascendente, como Mircea Eliade, se puede uno preguntar: “¿Qué es la capacidad de aprender, sino un aspecto de la eternidad?” 

En lo que a mí respecta, debo decir que nunca me he cansado de aprender, y que el estudio forma parte de mi existencia como si de una segunda piel dispusiera. Y la prueba definitiva de esta afirmación es que cuando me preguntan cómo me gustaría morir, yo respondo con sencillez rotunda: “sin dolor y muy consciente”. Al decir esto todos, se sorprenden mucho y preguntan el porqué. Sin dudar, siempre respondo: “será mi último acto de conocimiento: saber de qué forma se muere uno”.

lunes, 4 de abril de 2016

PLÁTICAS DE COFRADES NEÓFITOS


—Pues como te lo digo, así, tó serio, se lo dije: Pepa, esto no puede seguir así.
—Y ella entonces...
—Ella es muy flamenca, ya me la conoces, pero bueno soy yo; además, lo de las camisas, ya es de juzgao de guardia
— (...)
—Pues no me dice el otro día que si las quiero bien planchás, las vaya a coger al Cortinglé.
—¿Las había llevado ella antes?
—¿Qué antes, ni antes? Venía a decir que si las quería bien planchás, las fuera a comprar, ¿tú te crees semejante cuajo...?
—¿O sea, que...?
—Eso mismo. Está mú mal ahora, mú mal. Lo de la menopausia... puffff, fatal, fatal, si hasta la vecina Tere se lo ha dicho, que le ha recomendao no sé qué estropágenos.
—Estrógenos.
—Lo que sea, pero es que no hay quien la aguante, y además, no soporta la semanasanta; ella, que me  la ligué un domingo'resurrección.
—Pues nadie...
—Sí, ya; nadie lo diría, pero lo digo yo, que pa’eso la conozco como si la hubiera parido, qué jodía...
— (...)
—Y qué calor hace, ¿no? Ya podían hacer estos cucuruchos con ventilación por algún lao, coño. Que entre la capa y los quinqués estos de la vela, ya chorreo.
—Bueno, pero entonces no habría penitencia.
—Pero ¡qué penitencia, ni niño muerto! ¿Tú vienes aquí por la penitencia? Anda, tira pa’lante, que llegamos tarde, que estás arreglao, tú.
—Pero ¿qué hora es?
—No sé, pero segurito que vamos tarde.
—Experiencia no tenemos, desde luego.
—¿En llegar tarde?
—No, hombre, en procesionar. 
—Ah, sí; eso sí. Las primeras veces son siempre igual, un escozor y una jodienda. 
—¿Y estás seguro que era esta procesión del jueves, la nuestra?
—Bueno, claro. 
—Pero es que esta tarde salen cuatro.
—Bueno, pero la nuestra es la que es, sale de lógica.
—¿Qué lógica?
—No sé; anda, camina, que llegamos tarde.
—Pero si igual no es esta procesión...Ya sé. Mejor preguntamos a esas mujeres de ahí delante.
—Sí, mejor, porque si por un casual no es, la Pepa me capa.
—Pero ¿no odiaba la Semana Santa?
—Sí, bueno. Pero le hacía mucha ilusión verme de nazareno, hacer penitencia y presinarme...
—Procesionar, hombre. 
—Sí, eso.

Robado en Úbeda (Jaén, Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 3 de abril de 2016

LA BELLEZA DE UN GESTO (DEL RIVAL)

Acabo de ver la reproducción del programa libre que Javier Fernández (el patinador sobre hielo,  no el político) realizó en el City Garden de Boston esta semana, y que por su perfección mereció la puntuación necesaria para proclamarse de nuevo campeón del mundo de su sacrificada y poco popular especialidad. La gesta tiene más valor, si se tiene en cuenta que quien estaba previsto que lograra dicho título fuera el japonés Yuzuru Hanyu, el cual le sacaba 12 puntos de ventaja, lo cual se considera mucho en este tipo de calificaciones. Lo acabo de ver, insisto. Me ha maravillado. Es imponente su soltura, su saber estar, su simpatía. De sus habilidades técnicas, ya, ni hablo: son excepcionales. Pero de todo, de todo lo que vi, incluida la emoción que la espera del resultado destilaron las imágenes, me impresionó más un gesto, casi fugaz, ocurrido al final, cuando ya se sabía el resultado final. Lo que más me dejó atónito fue la imagen de Yuzuru Hanyu, enfocado por la cámara y él, al verlo, hizo inclinó el cuerpo e hizo el gesto con las manos de adoración a la musulmana que ahora tanto se ve por ahí, como diciendo: tú eres Dios, y yo me rindo incondicionalmente a tu poder omnímodo. Eso fue lo más llamativo para mí, lo más excepcional, lo más increíble. La magnífica remontada, la gesta deportiva que nos ha deparado esta semana, el brillante espectáculo de un cuerpo deslizarse sobre dos cuchillas sobre hielo con la misma facilidad que nosotros caminamos por las aceras, todo ello, sólo me parecen fruslerías en comparación con ese gesto.

jueves, 31 de marzo de 2016

LA SOLEDAD EN TU AUSENCIA


Querido Armando. Qué diferente es todo cuando tú no estás. La soledad... ay, la soledad. ¡Qué te voy a contar a ti! Sólo el parque me permite escribir a gusto. En casa... no me concentro. Es un cambio radical. Sólo hace una semana que te fuiste, pero en realidad parece que fuera toda la vida. Y es que no has debido dejarme sola, Armando. Si hubieras pensado un poco, comprenderías que si me quedaba sin tu compañía, podría pensar, y cuando yo pienso... Claro, una... En fin, Armando. Espero que tu madre se recupere y que viva muchos años. Así de ese modo podrá cuidar bien de ti, dado que es la única que sabe y quiere hacerlo. Yo ya no lo haré más, porque no merece(s) la pena. Y es que esta soledad... no veas lo bien que sienta. Todo el tiempo para mí, para hacer lo que quiero, para acostarme a la hora que quiero, para comer lo que quiero y para fumar todos los paquetes que me dé la gana. Y libros. Y series. Y cafés con Micaela, lo que nos hemos reído. De todo, sí, aunque también de ti. No veas lo que le gustaron ciertas intimidades. Yo creo que casi le da algo, se quedaba sin aliento. Es tan simpática... Con este tiempo, he podido pensar, y en cuanto yo me pongo a pensar... Ya te imaginas. Sí, no te mentía al principio. En casa, no me concentraba para escribirte. Me parecía que perdía tiempo de todo el que estaba disfrutando de tu alejamiento temporal, de la música que me gusta, del silencio, de la ausencia de gritos y discusiones. ¡Qué días, Armando, qué delicia! Me alegro de que no hayas podido verme cómo gozaba mientras tú atendías a tu familia. Si me hubieras visto, no habrías podido soportar tanta sonrisa iluminando mi boca, tanto bienestar enmarcando mi silueta, y habrías gritado, ironizado, insultado, calumniado, y si tuvieras algo de vino dentro, quién sabe, hasta me habrías zurrado otra vez. Y, no, no, no te mentí nada al principio. La soledad de estos días es lo mejor que me ha pasado en estos últimos años. Así que pienso proseguir por este camino. El de estar sola, el de pensar, el de hacer lo que me gusta a mí. Solo eso. No vuelvas. No estaré. No me busques. Mejor, mira: muérete.

Robado en Parque de Toulouse (Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2013 ----- Nikon, d300

lunes, 28 de marzo de 2016

MI PALABRERÍO CANALLA (5)

ADULACIÓN: Alabanza exagerada y persistente hacia aquella persona de quien se pretenden prebendas, posición, puestos, dinero, conversación, tabaco, sexo, matrimonio.
ADULAR: Habilidad que consiste en hallar un punto flaco en alguien (todos lo  poseemos y con su pulsación nos sentimos artificial y momentáneamente menos miserables), con objeto de fomentar la vanidad del adulado o de la adulada, y beneficiarse de las posibilidades que se derivarán del estado de ánimo mucho más favorable del adulado o de la adulada.
AEROFAGIA: Patología de quienes no se contentan con respirar aire, sino que lo toman como la sustancia nutricia esencial, y les da por deglutirlo de un modo espasmódico, lo cual, superado cierto nivel de capacidad del aparato digestivo, produce efectos sonoros y odoríficos muy jocosos, pero que denotan zafiedad y escasa compostura, e incluso en ocasiones un deplorable modo de llamar desesperadamente la atención.
AFASIA: Postura de aquellos inteligentes a quienes les es dado comprender que hablar no sirve para nada más que para enredar las cosas y los sentimientos (y para decir tonterías, claro), y se obstinan en no pronunciar palabra, para justificar lo cual aducen un desorden cerebral de origen misterioso aún no descubierto, pero que da resultado, se lo podemos jurar.
AFECTACIÓN: Fallo estrepitoso en la representación teatral o actuación (v.) que todo humano debe desempeñar de continuo, por la que se le notan sus verdaderas carencias y pretensiones.
AFICIÓN: Gusto continuado, consistente y apasionado por algún tipo de actividad que lo aparta a uno del contacto con la monotonía externa a cambio de integrar de una forma razonable otra monotonía, ésta de carácter interno. Los más esnobs (léase imbéciles culturales) suelen denominarla hobby.
AFILIACIÓN: Trámite legal que las asociaciones de talante rebañego (de preferencia, sindicatos o partidos políticos) exigen a quien desea ingresar en sus filas; supone la periodicidad de unos pagos, algunas obligaciones administrativas, y por tan módico precio se adquiere la capacitación para poder pensar y actuar con arreglo a lo que piensan y actúan los demás miembros sin tener que esforzarse en pensar o actuar por sí mismo/a, que siempre agota en exceso. Sin perjuicio de otros medrajes y prebendas.
AFONÍA: Ausencia de voz, que no de habla ni de cosas que decir, que permite una relajación en las costumbres comunicativas y un replanteamiento sobre el uso que damos a dicho instrumento; por desgracia, la mayoría, una vez restablecida la afección, olvida tales reflexiones, y se dedica a usarla sin tener en cuenta cómo, ni con quién, ni sobre qué.
AFORISMOS: tonterías concisas que pasan por brillanteces.
AFRANCESADOS: Conjunto de hispanos bienintencionados y patriotas, pero pésimos políticos y nefastos psicólogos, que creyeron que enarbolando la sinceridad y el apoyo a Napoleón, España se modernizaría, sin contar con que el pueblo prefirió seguir equivocándose por sí mismo unas cuantas décadas más, sin necesidad de ayudas extranjeras para tal tarea.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

sábado, 26 de marzo de 2016

OTRA HIPÓTESIS DE INTERPRETACIÓN


Indudablemente, es otra forma de verlo. Antes de descartar esta osada conjetura y de empezar a acordarse de la madre de Nietzsche, convendría pensarlo bien. Sólo lo suficiente como para que nos quedara muy claro que la frase es incorrecta. Aunque si la pensamos lo suficiente, igual no nos lo parece tanto...

Pintada en Úbeda (Jaén, Andalucía, España)
Marzo, 2016 ---- Panasonic Lumix G6

jueves, 24 de marzo de 2016

OBSESIONES. TEMÁTICA PERSONAL (II)

Creo que si me afano tanto en leer, recopilar, analizar, introvertirme, es porque pienso que si algún día logro escribir algo que merezca la pena será una sola obra. Tan sólo una. No me quedarán fuerzas para más. Por eso el tiempo no produce sensaciones de agobio evidentes en mi persona. Tengo la conciencia de que lo haré y eso me impulsa con la suficiente energía.

Pero será una única obra, quizá grande, quizá enorme, quizá buena.

Allí me apropiaré de una forma sincrética que aúne lo mejor de mi expresión escrita: la carta y el diario, pero también el cuento, pues he escrito algunos que me parecen buenos y que me siguen gustando.

Los temas serán, como siempre, mis obsesiones, como es lógico, o sea que el argumento sería yo mismo, o el de otra persona que fuera yo o ejerciera de mí.

Apunte de 17 de marzo de 1995

martes, 22 de marzo de 2016

JUGANDO AL AJEDREZ EN EL RASTRO DE ¿DÓNDE?



Si se tratara de una prueba de agudeza visual, alguien bien viajado o medianamente culto detectaría al fondo el logotipo del suburbano londinense, por lo que la pista sería suficiente para determinar el dónde. Por aquilatar más ese “dónde”, nos podríamos fijar en la hilera de puestecillos de ropa de la derecha, y como los dos protagonistas utilizan una furgoneta, sabremos que nos hallamos en uno de los múltiples rastros de ropa que coexisten en la capital británica. El cuándo podría adivinarse con facilidad por las prendas de abrigo que se aprecian, sobre todo el gorro ruso del vejete más próximo a cámara, por lo que seguro que se tratará de algún mes frío, probablemente invierno; aunque tratándose de Londres deberíamos añadir un “valga la redundancia”. Luego, podríamos reparar en que la escena principal resulta inusual para nuestras costumbres. Dos hombres entrados en años -sobre todo uno- que probablemente sean ropavejeros que atienden los puestos que tienen al lado, entretienen la espera de negocios jugando al ajedrez. ¡Al ajedrez! Y no de cualquier manera, parece. Apréciense los gestos de los dos combatientes. No está mirando uno para otro lado, mientras el que ha de jugar piensa, no. Ambos se hallan embebidos en la contienda, con gesto sesudo, reflexivo, con los labios trasluciendo al exterior la expresión de su cerebro maquinando combinaciones y posibilidades. Son gestos adustos. La partida bien lo vale. El combate es serio, y aunque el escenario parezca improvisado, da la impresión de que no es la primera vez que se levanta. Tres cajas que al inicio y al final del día contendrán ropa, que pueden servir de mesa. El suelo de la furgoneta vale de asiento de uno de ellos, mientras que el otro se contenta con una silleta baja. Es suficiente para la guerra. Para el juego. Para el arte, acaso, si su calidad así lo admitiese. Todo parece encajar en la serenidad de la escena. Pero si esto fuera un ejercicio de agudeza visual y no reparáramos en el logotipo del metro de Londres, ¿diríamos que nos hallaríamos en un rastro español? Categóricamente, no. Y no creo que hiciera falta dar ninguna explicación más.

Robado en rastro de Londres (Gran Bretaña)
Enero, 2008 ----- Nikon d100

lunes, 21 de marzo de 2016

FASCINACIÓN POR "BLACK MIRROR"

Estoy impactado con Black mirror. Se trata de una serie británica reciente sobre distopías recreadas en un futuro bien próximo, no sé si por fortuna o por desgracia. Lo que nos plantean sus episodios independientes son diversos futuribles asociados al uso, abuso de las nuevas tecnologías, y a sus consecuencias siempre inesperadas. Lo que muestran, sin embargo, es tremendo: te desencaja, te vapulea por dentro, te hace preguntas durísimas que inicialmente quedan sin respuesta. Las dejas rumiando dentro. Pero no maduran lo suficiente. Porque no eres suficientemente maduro. ¿Quién lo es? ¿Hemos usado lo bastante estos aparatos que ahora nos facilitan y nos complican la vida a partes iguales en apariencia? ¿Somos conscientes del mundo que estamos creando entre todos? ¿Lo hemos sido alguna vez? ¿Supieron los hititas lo que iban a generar con su novedoso armamento de hierro? ¿Sabemos hoy lo que internet y la telefonía móvil, aunados podrán desarrollar en un corto plazo, habida cuenta de lo ya transformado en la vida social, económica y política del planeta? ¿Reconocemos nuestra impericia para poder prever las consecuencias de algo que en apariencia es un avance? ¿Un avance es necesariamente un recorrido hacia adelante, o admite recovecos, parones, recorridos sinuosos de replanteamiento, frenazos? No lo sé, claro. Demasiadas preguntas. Y, sin embargo, hay quien ya tiene bastante con la realidad. Y cree que las series no deben hacer pensar. Todo lo más, entretener. Pero yo no soy de ésos. Soy de los que gustan de entretenerme pensando, de los que piensan mientras se entretienen, de los que pueden pensar sin entretenerse necesariamente. De los que piensan, vaya. Aunque no llegue más que a conclusiones personales y válidas sólo para mí, aunque no siempre. Pero me gusta que me hagan pensar y cuestionarme lo que ya sé, para pensar de nuevo. Por eso me gusta Black mirror. Perdón. Quería decir que me fascina Black mirror.

domingo, 20 de marzo de 2016

LA SEGUNDA ISABEL



Nada tuvo que ver con la primera, desde luego. Ni coincidieron en la época, ni en protagonismo, ni en la opinión que sus súbditos tuvieron de ellas. salvo que su acceso al poder fue precedido de una guerra civil, todo lo demás separa a las dos únicas reinas que han llevado ese nombre en nuestro país. 

Isabel II ha sido tratada con acritud por la historiografía, por la literatura, por la opinión popular. Lo que se ha dicho de ella sobre su parcialidad regia, sus aireados escándalos, su furor uterino, su falta de inteligencia política, su miopía social, su físico orondo y progresivamente grotesco, todo ello ha sido exhibido sin pudor durante casi dos siglos, y apenas hay quien discrepe. Lo cierto es que ella misma se lo ganó a pulso.

Sin embargo, mucho de cuanto ocupó su vida le vino impuesto, y su ascendencia difícilmente pudo haber sido peor, con un padre que ocupa uno de los más altos puestos en la lista de reyes nefastos de nuestra ya complicada historia, y con una madre que dedicó mucho más tiempo a satisfacer sus apetencias personales, que a la educación y cuidado personal de su hija. Añadamos que la torturada España ve morir a su padre cuando ella no tenía aún 3 años; que para que se cumpliera el testamento que la designaba única heredera, sería preciso ganar una guerra, cuyos vencedores, en su momento tomarán esa fuerza adquirida en la contienda como prenda con que seducir a la joven reina. Sumemos que adelantan su mayoría de edad a los 13, porque su precocidad física atraía a políticos cercanos, alguno con aviesas intenciones, y porque una tercera regencia consecutiva sería algo excesivo, asunto que acabó decidiendo el adelanto de su condición de reina. Insistamos además en que su matrimonio se decide desde instancias gubernamentales, con un primo suyo, conocido homosexual, de pluma legendaria, que usaba -según propia y amarga confesión- más puntillas y encajes que ella misma. Si todos estos antecedentes no fueran suficientes, la lascivia incontinente que desarrolló,añadió una guinda que coronaría un pastel, que a ojos populares y no tan populares, ya era particularmente agrio.

De modo que sí, los hechos son los hechos. Pero una adecuada explicación airea mucho el asunto, porque aunque explicar no justifique, sí permite un juicio menos severo del que habitualmente nos tienen acostumbrados los historiadores, caricaturistas, escritores y demás. Además, al lado de su despótico, cobarde, abyecto y cruel padre, ella no fue más que una mujer de su tiempo a la que le tocó un papel para el que no servía y que ejerció con muy escasa pericia.

Isabel II con su heredero, el futuro Alfonso XII, en los Jardines del Palacio de Pedralbes (Barcelona, Cataluña, España)
Abril, 2006 ----- Nikon, d100

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