domingo, 3 de abril de 2016

LA BELLEZA DE UN GESTO (DEL RIVAL)

Acabo de ver la reproducción del programa libre que Javier Fernández (el patinador sobre hielo,  no el político) realizó en el City Garden de Boston esta semana, y que por su perfección mereció la puntuación necesaria para proclamarse de nuevo campeón del mundo de su sacrificada y poco popular especialidad. La gesta tiene más valor, si se tiene en cuenta que quien estaba previsto que lograra dicho título fuera el japonés Yuzuru Hanyu, el cual le sacaba 12 puntos de ventaja, lo cual se considera mucho en este tipo de calificaciones. Lo acabo de ver, insisto. Me ha maravillado. Es imponente su soltura, su saber estar, su simpatía. De sus habilidades técnicas, ya, ni hablo: son excepcionales. Pero de todo, de todo lo que vi, incluida la emoción que la espera del resultado destilaron las imágenes, me impresionó más un gesto, casi fugaz, ocurrido al final, cuando ya se sabía el resultado final. Lo que más me dejó atónito fue la imagen de Yuzuru Hanyu, enfocado por la cámara y él, al verlo, hizo inclinó el cuerpo e hizo el gesto con las manos de adoración a la musulmana que ahora tanto se ve por ahí, como diciendo: tú eres Dios, y yo me rindo incondicionalmente a tu poder omnímodo. Eso fue lo más llamativo para mí, lo más excepcional, lo más increíble. La magnífica remontada, la gesta deportiva que nos ha deparado esta semana, el brillante espectáculo de un cuerpo deslizarse sobre dos cuchillas sobre hielo con la misma facilidad que nosotros caminamos por las aceras, todo ello, sólo me parecen fruslerías en comparación con ese gesto.

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