martes, 26 de abril de 2016

LAS MEMORIAS DE ISAAC ASIMOV

Acabo de concluir las Memorias de Isaac Asimov. Han sido casi quinientas páginas, y con la excepción de unas cuantas que hacían mención a puntos o personas que no me interesaban, me lo leí todo con rapidez impensable, gracias a esa fluidez que sólo los muy maestros consiguen. Únicamente había leído un libro suyo: Yo, robot en el plano de ficción. Y ahora, sus memorias. Pero puede afirmarse que es el mismo autor quien escribe, sólo que el objeto de tratamiento varía. Su lectura se hace de corrido con la ventaja añadida de que siempre se quiere más. Su capacidad para acumular anécdotas sin parar, de las que además extrae reflexiones serias o irónicas es proverbial. Y lo asombroso es que no agota casi nunca las posibilidades de cada tema, o las posibles historias que se ramificarían del episodio inicial, o incluso otras nuevas. La obra está concebida a base de breves capitulillos que se absorben como las plantas hacen con el rocío: lenta y provechosamente. Y para mí su vida traducida a palabras ha sido eso mismo, un acontecimiento muy provechoso.

En primer lugar, por ahondar en una personalidad de la que todo el mundo ha oído hablar, pero de la que sólo se conocen sus fantásticas dotes divulgativas y su ingente capacidad de trabajo, lo que se traduce en una obra inmensa, casi una biblioteca escrita por él solo (aun habiendo sido ayudado por muchos colaboradores). En segundo lugar, por comprobar que algunas facetas de su vida, sobre todo en la infancia y en la adolescencia —atípicas y no muy felices, pero concienciadas por su especificidad diferenciadora—, se asemejaban, salvando las distancias enormes, a algunos rasgos que definieron las mías. En tercer lugar, porque leer el desarrollo de una vida escrita por el mismo protagonista que la desarrolla es interesante muchas veces, y algunas fascinante, sobre todo para un ególatra egotista como yo soy. Máxime si quien la escribe es otro ególatra egotista. Y a mayor abundamiento si éste lo es en forma superlativa elevada al cubo. En cuarto lugar, porque el viaje por su vida resulta deliciosamente estimulante para cualquiera que no tenga padecimientos de envida insana y complejos de inferioridad. En este punto, reconforta muchísimo ir recorriendo con la mirada su autoconvencimiento, su egotismo, su interés por encaminar toda su vida hacia un único punto, su lucha por lograr la independencia con respecto a posibles jefes, por conseguir hacer siempre lo que más le apetecía hacer o, en su defecto, lo que menos le disgustase realizar, imponer su criterio con la fuerza de quien se creía alguien importante y, en efecto, lo fue. Es de un didactismo magnífico leer su empeño en plasmar lo que su tremenda ambición ansiaba plasmar, escribir, escribir y escribir. Y resulta muy aleccionador comprobar que a pesar de las apariencias y de su inmodestia, es precisamente la comprobación de la realidad lo que elimina todo carácter peyorativo a ese vocablo (inmodestia) con tan mala prensa. Sus toneladas de páginas esparcidas por los cinco continentes así lo avalan. ¿Que sus referencias al dinero son constantes? Desde luego. ¿Que es un hombre con filias y fobias muy marcadas? De acuerdo. ¿Que su subjetivismo extremoso lo impregna todo? Muy cierto. Pero, ante todo eso, yo preguntaría además, como el mismo Asimov apunta más de una vez: “¿Y qué?”

Asimov es un ejemplo de que cuando se quiere, se puede. De que la dedicación de una vida de entrega a lo que se desea es una fuente de felicidad, se diga lo que se diga. Y también de que la lectura periódica de obras como ésta puede que solvente el problema de la surgencia periódica de cualquier amago de decaimiento o flojera de intereses o proyectos. Sería el mejor antídoto contra esos accesos de negatividad, zozobra y búsqueda del camino a seguir. Asimov nos recuerda que el camino ha de ser siempre el mismo: trabajo y coherencia; trabajo constante y coherencia sustentante.

Del diario inédito Escorzos de penumbra, 2005, entrada de 7 de diciembre de 1998

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