miércoles, 20 de abril de 2016

LA MUERTE Y EL HASTÍO (MICHEL TOURNIER)

El pasado mes de enero moría con 91 años (ahí es nada) uno de los grandes de la Literatura francesa del siglo XX, Michel Tournier. El autor de El rey de los alisos  y de Viernes, o los limbos del Pacífico (por nombrar sólo dos de las obras suyas que he llegado a leer) dejaba este mundo envuelto en otro episodio de la misma polémica ácida que le acompañó la segunda mitad de su vida. Tras sus diatribas contra los abortistas o los negadores del Holocausto, o sus invectivas hacia diferentes presidentes de la república gala, concluyó sus días debilitado y aborreciendo el estado en que lo había sumido la vejez. “No me voy a suicidar, pero ya he vivido demasiado. Sufro por la vejez, porque no puedo hacer nada y ya no viajo. Me aburro”, declaró en una de sus últimas entrevistas en 2010. Genio y figura. Aunque...

Vivir demasiado. ¿Se puede llegar a sentir que se ha vivido demasiado? Seguro que sí. Dependerá de cómo se valore los años transcurridos y lo llenos o vacíos que se hallen sus peldaños. ¿Suicidarse? ¿Para qué? A estas edades, es más un demérito que algo que proporcione fama o atención mediática. ¿Sufrir por la vejez? Comprensible, si la enfermedad lastra demasiado las actividades habituales. Y si encima no se viaja... uno comprende muchas cosas. Ahora, lo de aburrirse, resulta bien difícil de asimilar en una mente inteligente. De hecho, nunca lo concebí en tales seres. He dicho y escrito en multitud de ocasiones que quien se aburre es que carece de cierto tipo de inteligencia, que puede sea la que cohesione todas las demás: la adaptativa. Lo mantengo. Y este tipo era demasiado inteligente. Hastiado, cansado, indignado, añorante, polemizador; todo ello, sí. Aburrido, no me lo creo. No, no me lo llego a creer. Es más bien otra de sus boutades. O de sus demencias.

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