sábado, 8 de marzo de 2008

Mendicidad recurrente


Llevo pidiendo durante muchos años ya. Mi cuerpo se dobla con la edad y las sucesivas negaciones que he recibido. Ya no me aguanto de pie. He recorrido todas las esquinas de la ciudad. He malvivido, he soportado demasiadas cosas de los hombres, de las mujeres, de los niños. Con todo, he seguido pidiendo porque nunca he sabido hacer otra cosa. Pero ahora me han trasladado enfrente de este banco. Aquí llevo ya tres días, y nadie me ha puesto una sola moneda en la mano. Sigo pidiendo, pero es inútil. Ya sólo puedo aspirar a pedir una cosa más: mi traslado inmediato a un barrio pobre. Allí me entenderán mejor. Me darán algo, seguro. Y si no, al menos serviré de diversión a quien de mí se ría. Todo, antes que la frialdad de este desprecio, de este ver pasar el tiempo sin esperanza, de este terrible contraste entre lo que ellos tienen y lo que yo demando. Mientras, aguardo, y continúo pidiendo.

viernes, 7 de marzo de 2008

Alto en el camino


Al llegar a la ciudad, el maestro y su discípulo se detuvieron unas horas a reponer fuerzas y a admirar el empuje de la piedra elevándose hacia lo alto de aquella forma tan imponente. Todo lo que veían era nuevo para ellos. Todo lo que sus ojos contemplaban era una nueva maravilla que contemplar, admirar; o dibujar. Porque aquel anciano tocaba la flauta, pero sobre todo dibujaba. Su discípulo le miraba atento cómo iba plasmando, a lo largo de la ruta que venían siguiendo, tantos y tantos momentos, edificios, lugares, rostros. En aquel momento, ante la esbelta fachada, el anciano dibujaba las vidrieras, imaginando cómo sería su color por dentro, pero el chico se percató de que al poco que las pintaba, desaparecían del papel, y que de nuevo las manos del viejo comenzaban a dibujar sobre el blanco inmaculado de aquella hoja. Así estuvieron casi una hora: uno, dibujando, otro, observando y aprendiendo, ocultando con silencio todo su asombro. Hasta que le dio por mirar al suelo. A sus pies se encontraban, afiligranados, los múltiples tonos de las vidrieras que el maestro había ido trazando. Se agachó y tocó aquellos colores de papel, hilados por la capacidad compositiva de quien lo ha visto todo, y puede condensarlo en pocos trazos. Los acariciaba, pero mientras lo hacía, lo que sintieron sus dedos no fueron serpentinas de papel, sino el tacto frío de las antiguas celdillas de vidrio, que, al contacto, llenaron de color su joven corazón.

jueves, 6 de marzo de 2008

Caronte


Caronte se aburre. Ya pocas almas llegan a orillas de la Estigia con el óbolo en la boca y los requisitos precisos. El barquero tiene ahora poco trabajo, y por eso se aburre. Y mira la televisión, y ve combates de sumo, y se acuerda de cuando transportó a Heracles, tan poderoso él, tan musculoso, todo fibra, y piensa que en estos tiempos aquel semidiós podría haber hecho fortuna en ese deporte. Pero mientras pasa el tiempo, Caronte bosteza y se aburre. Y mientras, engorda, y su cuerpo se deforma, y la grasa le desborda la piel, y aquel cuerpo enteco de antes se convierte en una bola de protuberancias sebosas y aburridas. Porque Caronte sigue aburriéndose. Y le da por pensar y soñar. Y sueña con otros mundos donde podría haber hecho fortuna. Mundos donde, tal vez, habría podido ser mortal, y haber podido elegir el modo de viajar hasta la postrera laguna, entregar la moneda al barquero que le hubiera sustituido, y dejarse ir con relajada lasitud, y descansar de ese modo para siempre.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Aguas mayores, menores, perentorias...


Visitaba el casco viejo. El viento acuchillaba mi cara y la ropa que llevaba no era la más adecuada para aquel brusco enfriamiento. La leche del desayuno empezó a girar dentro de mi estómago como si de un maelstrom se tratara, y, consecuentemente, mi cabeza lo siguió con una obediencia digna de una pactada sumisión. La belleza de aquellas piedras contrastaba con la soledad de la mañana de domingo, gris y desapacible; pero sobre todo contrastaba con las peripecias giratorias, ondulantes, concéntricas, de mi aparato digestivo, que ya sentía como si fuera un sólo órgano que tocara para mí una sinfonía de bajos de metal oxidado y flatulento. Cuando la perentoriedad a punto estaba ya de derrotar a mi pudor, una mirada casual a lo alto vino a dar ánimos a mi carácter -ácrata-, apesadumbrado por las circunstancias. Aquel cartel resultó mi salvación. Ni que decir tiene que, acto seguido, allí me lo hice -todo- con gran placer gustoso. Mi carácter -cívico, al cabo- quiso abonar la sanción correspondiente, pero ello no fue posible porque tan sólo llevaba encima billetes grandes; creo que de 50 ó 100 euros, o algo así.

martes, 4 de marzo de 2008

Concierto flamígero


Con la catedral iluminada desde fuera, y ya sentados, con todo el coro dispuesto, y los instrumentistas en su sitio, intuimos que aquella noche iba a ocurrir algo para lo que nuestras mentes no estaban preparadas. El concierto de órgano y trompeta inició su andadura, y las notas fueron ocupándolo todo, hasta los resquicios más solemnes y recónditos. Nuestra emoción, también en aumento, contribuyó a que todo pareciera una hipérbole inenarrable, inmensa, necesaria. Cuando las naves se incendiaron a partir del triforio, nadie se dio cuenta, de tan embebidos que nos hallábamos en aquel océano de melodías entrecruzadas. Nadie cesó en la ejecución de aquella obra suprema, y ni siquiera el coro se movió, a pesar de que no cantaba nadie en ese instante. Nadie, pues, sintió las lenguas de fuego mordiendo nuestras carnes. Aquello fue un momento de éxtasis completo, que el ulular exterior de las sirenas de bomberos y ambulancias no logró traspasar. Quienes sobrevivimos, no pudimos declarar apenas. Aun seguíamos traspasados por la trompeta de Maurice André, extasiados por Ricardo Muti, incendiados definitivamente por Telemann.

lunes, 3 de marzo de 2008

Distinta preocupación


No sé por qué pasa de mí, por qué no me ve, si no paro de hacerle regalos (...sí, sí, tú vende, coño, que esa empresa está por bajar...), como por ejemplo en la fiesta de Andrea, el otro sábado, no paré de endulzarle la oreja (...que ya te dije que me lo notificó el contacto que tengo en Bruselas...), que si me encantaba su moto, que si la carrera del otro fin de semana había estado genial (...10.000 títulos, de momento... sí, joder, ¿no te lo acabo de decir?, que está cantado, sí...), pero el muy gili, igual que hace en clase, venga a tontear con la Cristinita de marras, que es que no la puedo soportar, con esa voz de pito (...venga, no te hagas el interesante conmigo, que tengo otras tres llamadas que hacer, tú, lo que te digo...), pero se va a enterar, porque esa pija no se va a llevar en un mes lo que a mí me ha costado curso y medio (...y también le dices a la chica que esta tarde en el hotel de siempre, pero que sólo dispondré de una hora...), antes le araño la cara, le destrozo el estuche, le pateo el móvil...

domingo, 2 de marzo de 2008

Gallo huido


Nos daba pena el gallo. Asomaba por la puerta, como temiendo nuestra presencia. Pero no escapaba de nosotros: huía de los requerimientos amatorios de las verdaderas dueñas de su corral, las gallinas de su harén, que lo acosaban hasta un extremo difícil de predecir para un ejemplar de su casta y fama. Pero, sí, los últimos tiempos le habían resultado angustiosos. No sabía por qué, pero ya no se conformaban con una monta cada dos o tres días. Ahora había de ser a diario, y con todas ellas. El pobre gallo lo atribuía a la nueva alimentación a base de piensos, pero su realidad más inmediata es que ya no sabía dónde meterse.
La verdad es que nos daba mucha pena el gallo, y más cuando vimos detrás de nosotros a dos docenas de gallinas, aguardando a que nos fuéramos, para dar rienda suelta a sus deseos. Solidarios, las espantamos a correazos y a voces: el corral se vació en un instante. El gallo comprendió que estábamos de su parte, pero seguía temblando tras la puerta.
Pero lo cierto es que
el gallo nos daba tanta pena, que esa misma noche decidimos poner fin a sus miedos, y alegramos la cena con la inusual tersura de su carne, de sabor exquisito, que más de uno atribuyó a las transformaciones que sufre la carne ante el sexo ejercitado de forma regular, cuando va unido a un pánico muy prolongado.

sábado, 1 de marzo de 2008

El color sobre lo gris


Un día horrible: lluvioso, oscuro, con viento. La compañía, maravillosa, pero sin capacidad para levantar la moral que la climatología sumió en el desconsuelo. Con todo, la voluntad firme de conocer la obra que un personaje loco había concebido para un lugar inusual. Los paraguas apenas sostenían el ímpetu de los elementos, pero la decisión estaba tomada.
Al final, llegamos al extremo del puerto, y ante nosotros, los bloques pintados contra
la lógica, contra corriente, contra natura. Los ojos no pudieron sino concebir un sueño dulce, recordar los juegos inagotables de los niños. La amplia gama de colores nos inundó por completo, las formas recuperaron nuestra niñez, y nuestro ánimo olvidó todo lo demás.
Seguía lloviendo, el viento nos oponía su persistencia, pero nuestras sonrisas bobas y ensimismadas dibujaron un sol interior que lo abrillantó todo y que transformó por completo aquel día. El día en que conocimos otra posibilidad más de que el Arte
surgiera de nuevo desde las profundidades de la nada, de que el color brotara desde el más profundo e inútil gris.

jueves, 28 de febrero de 2008

Conciencia del dolor


Vivo inmerso en el dolor, rodeado de gritos en mis adentros, que giran sin cesar, que me indican el camino que debo seguir, que reprueban mis puntos de vista, que critican cuanto pienso, y que no me dejan dormir y me sumergen a diario en el húmedo desconcierto del insomnio más recurrente.
No hay minuto que no sea consciente de la dolorosa condición que padezco, que no me rinda sin condiciones,
que no desee desaparecer para siempre, taladrado por punzadas, repetidas como latidos.
Sólo soy una burbuja a punto de estallar, opaca
como la piedra que me conforma, labrada con la paciencia de años, asediada por las miradas de todos, por dedos que me recorren, por las voces que me acosan sin descanso, pero la cabeza me estalla. El dolor me acosa con regularidad concéntrica. Cierro los ojos. Bajo la cabeza. No pienso, no respiro. Muero. Mas la tortura de mis sienes me recuerda que sigo vivo.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Excesiva demora


Y ya van más de tres cuartos de hora; en tu línea, vamos, aunque progresando. No sé por qué he aceptado tus disculpas por teléfono, una vez más. Si siempre haces lo mismo...; pero aquí estaba dispuesta a hacer las paces otra vez más. Aunque, ¿para qué? Ya sabemos cuáles son las condiciones, cuáles los efectos. ¡Qué imbécil! Aunque, si bien se mira, no sé quién de los dos lo será más. Pero hoy la cosa ya ha sobrepasado lo tolerable sin que el decoro pierda su dignidad. Hoy te vas a encontrar aquí solito cuando llegues, y ya no me vas a volver a ver. Te dejo, eso sí, dos de los regalos-trampa que tuviste a bien entregarme en otro tiempo, para comprar una prórroga suplementaria de tiempo. Los guantes, te los puedes introducir por do más pecado hubiere. En el bolso hallarás, además de este escrito, una tijerita con que practicarte un piercing en cada tetilla y una lima con la que poder desangrarte a conciencia, si logras clavártela en el lugar preciso; como conoces muy bien la anatomía humana, dejo a tu elección la zona. También dejo unos cuantos pañuelos de papel que pueden servir para que la sangre no escandalice demasiado a los viandantes o, también, adecuadamente introducidos en la boca, para que puedas llegar a asfixiarte, si lo anterior fallare, que espero que no. Claro, que como eres tan cretino, igual no entiendes estas instrucciones. Pero, bueno, en cualquiera de los casos ¡muérete!

martes, 26 de febrero de 2008

Arrebujado en el tiempo


Sin apenas darte cuenta, contemplaste la escena que tenía lugar ante ti, y pudiste comprobar que aquel día no serías el protagonista y que nadie iba a acariciarte el pelo, ni te haría ninguna carantoña, ni pondría tus muchas cualidades como muestra de la sabia elección de tus amos. Con tu dueña ya amortajada, tus ojillos lo interrogaban todo sin respuesta; y no pudieron impedir que resbalara alguna lágrima que por supuesto nadie vio, pero que tú sorbiste como sin querer, lamiéndola del suelo, para seguir con la tradición que te convertía en uno de los seres más limpios de palacio. Tras las solemnes exequias, la estatua yacente de la mujer que más te quiso fue cincelada con primor por un artista flamenco de gran valía. Él dijo que te había tomado como modelo, pero también aseguró que cuando la réplica estuvo lista, no te volvió a ver. Cuando te contemplaron, arrebujado a los pies de tu ama, todos se apresuraron a alabar el parecido físico y a agradecer al escultor la simbología de tu presencia. En cambio, que tu gran corazón de alabastro haya seguido latiendo, es algo que nadie ha llegado siquiera a imaginar.

lunes, 25 de febrero de 2008

Ante todo, mucha calma


Paciencia, Fermín, paciencia. Piensa que la vida es una sucesión de trágalas y que a ella se viene a sufrir y a sufrir, que no en vano le llaman el valle de lágrimas. No debes tomarlo todo por la tremenda. Piensa que las cosas a veces se juntan de una manera que nadie controla, y que por algo se dice que a perro flaco todo le son pulgas. Templanza, Fermín, templanza. Has de entender que los hijos son, justamente eso, hijos: seres dependientes, pero independientes y que no pertenecen a tu generación, y que un embarazo más o menos, en los tiempos que corren, es natural y, si me apuras, necesario. Morigera tus impulsos, Fermín, y maneja suavemente la espada. Por otro lado, ya has oído hablar de las tribus urbanas; es como lo de los hippyes, los rockers, los mods, los punkies; sólo que ahora el padre eres tú, que eres también quien paga y corre con los gastos de vestuario y atrezzo. Moderación, Fermín, que los movimientos no dejen vislumbrar tu ira. Piensa que los matrimonios hoy no son para siempre -nunca lo fueron-, que al fin y al cabo es una situación contractual sometida a las leyes de la oferta, la demanda y el desgaste, sometida, pues a las reglas de revisión temporal reglamentarias. Es cierto que unos cuernos son unos cuernos, y que duelen más si es tu primo quien te los pone, pero de ese modo todo queda en casa, y los trapos sucios no salen demasiado lejos a relucir. Mucho tiento, Fermín, que la espada no corte el aire con violencia, sino que lo acaricie en su trayectoria. Además, hazte cargo de que lo de la oficina es siempre lo de siempre: una secretaria que te traiciona con el jefe del sindicato, un jefe que te hincha hasta las venas, una máquina de café que no funciona mientras sigue robándote, un recorte presupuestario cuando peor van las cosas, un apagón de los ordenadores centrales y un borrado técnico de la información de las bases de datos. Pero ya se dijo que se habría de ganar el pan con el sudor propio. Por lo que la prudencia se debería imponer siempre, hijo mío. O casi, porque anda, que esa llamada cancelándote la hipoteca, la factura telefónica de varios ceros y que para colmo os hayan apeado de la final de petanca, más lo de la Champions... La verdad, hijo, bien pensado, afila la espada, Fermín, afílala bien, y adelante con todo. Eso sí, hagas lo que hagas, hijo, ante todo, mucha calma.

Expresionismo arbóreo


Pollock es la vida, es el pulso de una savia que brota, sangra y a veces muere. Pollock es un universo de texturas que se solapan, que empastan su esencia, que velan lo que muestran. Pollock es color sin forma, forma con color, imaginación sin realidad, realidad sin imitación.
Un pino resinero juega a ser Pollock. Acaso éste soñara con él.

sábado, 23 de febrero de 2008

Huellas


Primero vinieron a nuestras tierras, arrasándolo todo. Al hallarnos, profanaron nuestras tumbas y separaron nuestros cuerpos, alejándonos entre sí, desordenando las procedencias, mezclando las estirpes. Luego, nos llevaron a salas frías donde hombres y mujeres de vestidos blancos y modales silenciosos nos observaron con impudicia, nos cortaron sin misericordia, nos incineraron por partes, nos deshicieron sin ninguna piedad. Por último, arrojaron nuestros huesos desparramados en cajas oscuras que reposan en sótanos polvorientos que nada poseen de sagrado. Nuestras tumbas ya no existen. Hoy nuestros huecos son sólo aljibes para el agua de lluvia, la escarcha y la luz del sol; también, para el polvo y la inmundicia. Ahora, nuestras tumbas son sólo huellas para que transiten otras huellas.

La sombra de los buitres



Cuando lo vieron llegar, los demás buitres notaron que aquello les era desconocido. Sus formas les eran familiares, pero sólo su contorno era visible a sus ojos y se podía ver a su través. Sus evoluciones mostraban una suavidad extrema y precisa, y su vuelo todavía se oía menos que los suyos. También notaron con asombro que no les tenía en cuenta a la hora de decidir la dirección de sus alas; su cabeza tampoco parecía mirarles. Volaba sin ninguna atadura y sin un plan que pudiera adivinarse. Para colmo, eran ellos quienes habían de apartarse con rapidez cuando sus trayectorias parecían que iban a encontrarse. El jefe del clan, enfurecido por la situación, reivindicó su jerarquía y tomó la iniciativa de deshacer el embrujo que los demás parecían haber estar sufriendo. Sin previo aviso, se fue de frente contra el intruso, cuya transparencia a todos admiraba. Su rabia se trocó en espanto, cuando comprobó que su ataque no tuvo consecuencia alguna, ya que su cuerpo atravesó aquella forma limpiamente, sin que aquella forma modificara su trayectoria o su actitud. Lo intentó más veces, pero con idéntico resultado. Al final, se dio por vencido. Pero todos pudieron captar que la extraña forma seguía sin mirarlos y que, poco a poco, se alejaba. Nunca más lo volvieron a ver. Pero en el grupo ya nada volvió a ser lo mismo.

jueves, 21 de febrero de 2008

Resplandor


Cuando miraron hacia el bosque, el brillo que coronaba los árboles y el poderoso contraluz, indicó a los lugareños que algo extraordinario había tenido lugar; pero inmersos como estaban en plenas fiestas locales, nadie quiso saber nada de momento. Al día siguiente, en plena resaca de los excesos festivos, todos pudieron ir comprobando que aquel resplandor seguía allí, y que no podían dejar de mirarlo, y que los atraía de un modo irremediable, como atrapados por una fuerza superior. Con la lasitud en los cuerpos y la curiosidad en las mentes, atrapados por aquella atracción irresistible, aquellas gentes se contemplaron dirigiéndose hacia el bosque: primero, los más jóvenes y atrevidos, luego los maduros, que llevaban a sus hijos; al final, los viejos. Todos salieron del pueblo y encaminaron sus pasos hacia la parte posterior del bosque, donde aquella luz competía con los brillos del alba. Tiempo después, cuando se elaboraron crónicas locales sobre lo sucedido, alguien escribió que aquella última peregrinación conjunta se había realizado bajo el conjuro de una repetitiva y subyugante música. Aunque nadie regresó nunca y no existían pruebas que lo confirmaran, curiosamente esa versión acabó dándose por buena en aquella región alemana de la Baja Sajonia.

martes, 19 de febrero de 2008

Fidelidad



Sé que nadie me querrá como tú, porque cada día, cuando paso, tu mirada siempre muestra la expresión entre dulce y adusta que tanto me gusta, y que me hace imaginarte en la intimidad, donde poder acariciar esa desnudez que ahora me enseñas de improviso, pérfidamente, tras haber llevado esta semana un vestido sin escote alguno. Sé que te inclinas para poder verme bien al pasar, para recordarme tirándote un beso, o caminando hacia atrás, e incluso tropezando a veces con alguien, mientras me alejo. Sé que tu fidelidad es lo más grande que tengo, que tu mirada es lo más inamovible de mi mundo, y que conseguirte por fin es mi meta más elevada.
También sé que todo esto es una ilusión que alimenta mi mentira, pero ¡compréndeme, amor mío! es mi única verdad.

Desnuda ensoñación


Cuando acabó el libro, la invadió una dulce languidez. Como le sucedía siempre, no podía dejar de pensar en la heroína de la novela, en las muchas y terribles vicisitudes por que el autor la había hecho pasar. Comparaba todo ello con su vida muelle, aburrida, desocupada, de esposa de un hombre sin atributos que lo acreditaran como tal. Sin saber por qué, el tacto de las sábanas tibias se le tornó demasiado áspera para sentir su cuerpo, que comenzaba a sentir una nerviosa desazón. Poco a poco, se fue despojando de todas las prendas nocturnas que cubrían su piel, hasta que sus formas fueron brotando en toda su desnudez, iluminada por el resplandor que entraba por el amplio ventanal. Se sorprendió de encontrarse bella y armónica, en contraste con la tapa rugosa del libro. Con la yema de los dedos se recorrió las piernas, y se sonrió al hallarlas intactas. El sosiego la fue meciendo poco a poco, y el sueño la envolvió por completo. En él, imaginó que su marido era aplastado por una campana que caía de una torre. Se despertó empapada. Pero no supo determinar si de terror o de placer.

lunes, 18 de febrero de 2008

De vuelta


Cuando el muchacho se fue a encontrar con los colegas, la sonrisa iluminaba su cara, y los brazos le colgaban tensos mientras sostenían las bolsas de plástico que contenían las bebidas que ingerirían esa noche. "A ese precio, sí se puede". Los amigos con quienes había quedado ya habían llegado al lugar del encuentro, que parecía que había sido elegido por otros grupos con idénticas intenciones. Cada uno había llevado una parte proporcional de alcohol y de pequeños bocaditos con los que ayudar a diluir la ingesta líquida. La noche discurrió, como siempre, hasta la madrugada. Y transcurrió, como siempre, entre risas, alcohol, bromas, alcohol, flirteos, alcohol, música, alcohol, peleas, alcohol, estridencias, alcohol, imaginación, alcohol, ruidos, alcohol, bailes, alcohol, camaradería, alcohol, pastillas, alcohol; todo ello aderezado, como viene siendo habitual, por generosas dosis de alcohol y pastillas.
Cuando regresa, aquel
muchacho ya no es, o es alguien distinto; tal vez más en un orden, menos en otro. Pero, sin discusión, a la vuelta ya es alguien de vuelta de todo; de todo, menos de estar de vuelta.

Amor, sólo en apariencia


Cuando vi a aquellos cisnes, lo primero que me llamó la atención fue el brillo del sol sobre su plumaje y el contraste que prendió entre ambos. Luego, absorto en sus evoluciones, comprobé que nunca nadaban juntos, que iban por lugares distintos, y sólo ocasionalmente llegaban a acercarse cuando confluían en el centro. No podía saber cuál era su género, aunque he de reconocer que el morbo de un posible encuentro me demoró en exceso en el estanque. Una vez, en el mismo centro que aproximaba sus recorridos, se detuvieron uno frente al otro, y sus cuellos subieron y bajaron dos o tres veces, casi al unísono, lo cual se me antojó una especie de cortejo o, al menos, un saludo amistoso. Después, hundieron en el agua al mismo tiempo esos largos cuellos con sus cabezas; en mi ingenuidad, llegué a imaginar un largo beso subacuático y que sus formas al unirse semejarían un corazón. Y, sí, durante un segundo, al salir, formaron dicho corazón, pero de seguido, mientras cada uno tiraba de una parte de la bolsa de plástico, la violencia se adueñó del estanque, y sus bellas formas se transformaron en plumas rotas, carnes desgarradas y aguas sucias teñidas de sangre. Al llegar a casa, anoté dos apuntes nuevos en mi diario: uno sobre mi irredento romanticismo; otro, sobre etología aplicada al ser humano. Con el primero logré mejor prosa; con el segundo, más credibilidad.

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