domingo, 6 de abril de 2008

Promesa temporal


Sus padres eran amigos, y salían siempre juntos. Tenían una diferencia de edad muy apreciable, a sus años: cinco ella, dos él. Pero desde el principio, el uno no tuvo más ojos que para la otra, y ésta le correspondió como sólo puede hacerse en ese tiempo. El día de la fiesta, en la cabalgata, los dos críos fueron puestos en primera fila, pero esto no les gustó. El niño le susurró a la niña que pidiera a su padre que la subiera a hombros. Cuando lo consiguió, él hizo lo propio, y cuando los dos estuvieron en las alturas, todo cobró otro color, aunque los colores se difuminaran, ante la presencia del otro. En un momento dado, felices por la proximidad que su privilegiada situación les otorgaba, se cogieron de la mano por primera vez. Aquellos dedos estaban calentitos y era una delicia poder tenerlos pegados. "Ya somos novios, ¿no?", preguntó él. "Pues claro", respondió ella. "Y ¿para siempre?". Ella tardó unos segundos en contestar: "Pues claro, tonto, para siempre".

sábado, 5 de abril de 2008

Añoranza del pensamiento


-Pensé siempre, cuando todavía era sólo piedra de granito sin desbastar, cuando aún era potencia y no acto, cuando ni siquiera yo podía prever lo que sucedería con mi existencia. No sé por qué asombra tanto que piense: yo pensé siempre, siempre, desde el inicio de los tiempos, cuando la tierra escupía bocanadas de su estómago hirviente. Yo lo he pensado todo, todo, y cuando los pensadores de este mundo de humanos insufribles lograban alguna idea brillante, yo me reía desde mis adentros, porque yo había encontrado sentido a dichos pensamientos hace miles de lunas, de soles, de universos casi. Yo he pensado siempre, y siempre con una lógica aplastante, turbadora, inapelable. Cuando por fin alguien me esculpió definitivamente, separándome de otras partes de piedra vital y transformó mi ser en una forma humana tan grotesca y exagerada, no me quejé: pensé que me iba a dar lo mismo. Pero desde entonces, todos me miran, se asombran de que mi figura piense, y se ríen y se burlan. Ya no puedo pensar sino de noche, cuando las puertas se cierran. Sus presencias, sus risas, sus chanzas me alteran. Soy un pensador ancestral con figura de pensador, que ahora apenas piensa. Pero si tengo esta forma, no es mía la culpa, sino de mi petulante creador, que me esculpió contradictorio, deforme y grotesco. Si ahora apenas pienso, no es mía la culpa, sino de los ciegos me miran, los sordos que me humillan y me señalan con sus ignorantes dedos.

jueves, 3 de abril de 2008

Bueno, entonces ¿qué?


-Hace bueno, ¿no?
-Pues sí, sí que hace.
-(...)
-Y, lo de tu madre ¿se arregló?
-Sí, está mejor, gracias.
-Vaya, menos mal.
-Sí, un alivio
-(...)
-Y tu jefe, ¿qué?
-Nada, ahí sigue, encabronándolo todo.
-¡Qué tío!
-Sí, no me hables.
-(...)
-Y... ¿pensaste lo del otro día?
-¿Lo de casarnos?
-Eso.
-Pues sí, claro.
-Sí, ¿que lo pensaste o que aceptas?
-Las dos cosas.
-Ah, genial.
-Sí, claro.
-Oye, de verdad ¡qué buen tiempo hace! ¿Que no?
-Sí, sí, estupendo.

miércoles, 2 de abril de 2008

Ida y vuelta


Una venía de vuelta de todo, abrasada de fracasos, intentos frustrados por el tiempo. La otra iba al encuentro de un futuro misterioso, de duración incierta. Una ya no esperaba nada de la vida, después de haber vivido los años justos que su rostro reflejaba. La otra nunca se atrevió a esperar nada que la vida no le ofreciera. Los cuerpos mostraban la transparencia de los adentros. Al cruzar, no se miraron. No se habrían reconocido, ni habrían tenido nada que decirse. Siguieron su camino hacia adelante, hacia atrás.

martes, 1 de abril de 2008

Reflexiones taurinas



Ya cuando nació, detectaron que el becerro no era bien de su tiempo, y que le faltaba un agua, o mejor dos primaveras de las de antes, bien lluviosas. Cuando fue novillo, los demás miembros de la manada comprobaron que no se integraba bien, que andaba a su aire raro, y que le privaba jugar a las canicas o al escondite inglés con los chicos de la dehesa. Con todo, lo que más le gustaba era leerse el Marca y luego comentarlo en compañía de algún intelectual de banquillo, de esos que enmiendan la plana a los árbitros y hacen una selección nacional en un plis plas. Eso sí, cuando ya pudieron todos ver a las claras hasta dónde llegaba su entendimiento es cuando le vieron un día sentado en un poyete y con las patas cruzadas en actitud seria y de grande reflexión. Preguntado por la naturaleza de aquella pose, respondió que favorecía las conexiones del intelecto. Interrogado a continuación por la naturaleza de sus pensamientos, dijo con gran solemnidad que, después de haber pensado mucho, había decidido que quería que lo torease Enrique Ponce, porque era más clásico y más guapo que José Tomás, que estaba más loco y era tan imprevisible que no se sabía por dónde te iba a salir, por lo que no tenía seguridad de poder hacerle una buena faena. Sus compañeros de manada no supieron si administrarle una serie de mamporros con la tranca del Tío del Olivar, suicidarlo por la vía rápida o dejarle en tan intrincada pose, sumido en tan sesudas reflexiones. Como es natural, todos convinieron en que optar por lo último suponía un relajante ejercicio de sabia coherencia.

lunes, 31 de marzo de 2008

Persistencia del error


A quienes nos adornan determinadas cualidades para enmascarar otros tantos defectos -no necesariamente menores-, algunas personas nos tratan de forma abusiva: quiero decir que abusan de uno. En mi caso personal han abusado mucho. Eso sí, cada vez menos. Pero al principio, como uno tiene una gran capacidad de escucha, fui asaltado con frecuencia iterativa para volcar sobre mí toneladas de palabras sobre problemas de muy diversa índole, pero que se pueden resumir en una palabra: insatisfacción. Bien por el trabajo, por los hijos, por los maridos, por las parejas, por los padres, por las madres, por uno mismo. Yo, de natural práctico, no concibo un problema sin un intento de solución, por lo que tras la escucha pertinente, procedía, con la ingenuidad más inocente, a dar los consejos que visto desde fuera parecían los más adecuados a cada caso. Poco tiempo después, descubría asombrado que nada de lo aconsejado se había intentado siquiera. Y no con una persona sola, sino la mayoría proseguía con su insatisfacción, pero la mayoría se obstinaba en no hacer nada; eso sí, nadie perdía ocasión de soltar lo mal que estaban. Por ello deduje (yo solito, eso sí) que lo que la gente que me confiaba sus problemas, en realidad, no me contaba sus problemas, sino que volcaba su mierda interior en mí, tomándome como basurero ocasional, que sale mucho más a cuenta que contratar un psicólogo de pago. Después de unos años, comprobé la exactitud de mi deducción y decidí callarme, cuando me contaban todas esas miserias encadenadas. Me di cuenta de que no se sentían igual de satisfechos, pero también sentía que ni era mi estilo, ni me encontraba bien tampoco yo. Así que, después de algún tiempo, determiné pasar de todo y no conceder audiencias de las de "volcado unilateral" sino a los muy-muy-íntimos. Desde entonces, estoy mucho más solo, pero nunca estuve mejor acompañado. Ni tan feliz.

domingo, 30 de marzo de 2008

El espectáculo del Chiqui


Me dijeron que en el barrio le habían llamado toda la vida el "Chiqui", y no porque fuera muy bajo, ni porque fuera corto de miras, no, pero el caso es que era el "Chiqui" desde siempre. Pero que ahora, con lo de la historia eurovisiva-cutre-lux del Chiki, vivía en una nube, y que nunca había sido tan feliz. De tal forma, que si otros años en la carrera pedestre del municipio ya la montaba con diversos disfraces y performances, en la presente edición no iba a ser menos. Pero a algunos del barrio les dio por decir que el Chiqui era un mariquita, quién sabe si porque le vieron bailar en la calle los pasos del ritmo Chikilicuatre, quién sabe si por su aceptación social, pues todo el mundo le quiere un poco, a su manera. El Chiqui se mosqueó bastante y urdió un plan. En la carrera de este año, corrió con una camiseta que homenajeaba al cutre homónimo, a su ritmo, sonriente, como siempre; pero con la variante de que al final del recorrido cambió las zapatillas por unos zapatos de mujer con tacón fino y tras los últimos 500 metros atravesó la meta de tal guisa. Inmediatamente, sudoroso y todo, bailó los prescriptivos cuatro pasos de la mencionada canción (sic). Entre estruendosos aplausos, el Chiqui triunfó como nunca, y saludó a la concurrencia con la reverencia más femenina que se le ocurrió. "Hala, a ver si los que me criticaron se atreven a hacer lo mismo". Con un par. De tacones.

sábado, 29 de marzo de 2008

5:30 AM, al salir, y acabar


-Uauuu, qué cebollón, madre, puffffff, qué noche llevo, joé, si es que lo de este sitio no es normal, vamos, aaahh, sí, sí, síiiii, es que esa plataforma que subía y bajaba era tope, joder, y el pincha, súper-total, cómo se lo monta, claro que para montadas la del Kepa con la Charo en el váter, qué gritos, uuuuuuaaaauuu, dios, qué flipada, qué buen material nos pasó el Manu, tupitupitupi, vamos, coño, arranca ya que pareces mongol, sí, a ti te digo, qué passssa, mira, porque ahora estoy medio flotando, anormal, que si noooo, uiaiauuuaiii, y meto primera, segunda, raum, raum, tercera, cuarta, brom, brommmm, y quintaaaa, toma, toma, toma, uauuuu, cómo pasan esas luces, qué rápidas, qué curvadas, yyyyayyayy, qué bien voy, coño, como nunca, qué lineas tan chulas, yakayaka, cómo se mueve todo, cómo voy, cómo vengo, ahhhhhh...

viernes, 28 de marzo de 2008

Amanecer, tras la tormenta


Tras una noche horrible, llena de pesadillas vívidas, sudores vaporosos, gritos irreconocibles, gemidos susurrados, duermevelas inconexos, despertares violentos, y un hombre al lado que roncaba entre estertores, y se reía dormido sin importarle nada ni nadie, la mujer descorrió la persiana y salió al balcón. El frío la estremeció. La ligera brisa pegó a su cuerpo su camisón humedecido. Apenas haría media hora que habría amanecido. Y miró al cielo. De repente, su pasado reciente se borró de inmediato, y su mirada se inflamó de azul rotundo y nubes de nieve filiforme, que la hinchieron de un extraño gozo. Cerró los ojos y notó que seguía viendo lo mismo, por dentro. Su respiración se relajó, su cuerpo dejó de notar el relente, su pensamiento se trasladó al lado luminoso del optimismo, y su mente flotó de nuevo, esta vez amparada en un espectáculo maravilloso, único y estimulador. La noche desapareció del recuerdo como por ensalmo. "Hoy puede ser un gran día", recordó. Y, convencida de ello, se dispuso a probarlo sin más dilación.

jueves, 27 de marzo de 2008

Reniegas


-Que sí, Eufrasia, que sí, te pongas como te pongas, y digas lo que digas, esta vida es una mierda, coño, si lo sabré yo, que llevo años y años notándolo, y diciéndotelo además, pero tú, nada, oídos sordos, y mira que te lo tengo dicho, vete al otorrino, Eufrasia, que no te me enteras de nada, y si no te enteras de lo que te digo yo, qué te vas a enterar de lo que pasa por ahí... Pero no lo dudes, no, insisto, todo es una mierda: yo soy viejo, y casi no me puedo mover, tú, gorda y fea, que lo eres un rato, hija, los niños del parque no dejan de chillar y de decir tacos, nuestra hija ya no nos escribe, por culpa de su marido, claro, a ver por qué si no, la pensión casi no nos llega, y tú te enrollas cada día más en el supermercado, y no digamos nada cuando vas a la peluquería, y además los maricones se pueden casar y hasta tener hijos, y lo del divorcio y lo del aborto... qué bárbaro, si ya sólo les queda que los perros y los canarios puedan heredar, y la leche está muy cara, y la gasolina, ni te cuento, ya, ya sé que no tenemos coche, pero es igual, que yo sé muy bien que todo va a peor, si ya lo dice en la COPE ese ángel que lleva la santidad hasta en el apellido, y para más, van y ganan otra vez los comunistas éstos, que no hay quien los saque de ahí, Diosssss. ¡Qué mierda de vida, coño, qué mierda todo!

martes, 25 de marzo de 2008

El filibustero Bixintxo, vasco


Ser miope, es lo que tiene, que no se ve mucho; en cambio, permite oír de maravilla. Y en el campo, más. Así, mientras caminaba con despreocupación de jubilado, oí un ruido intermitente, como de lamento. Levanté la cabeza, y no vi más de lo que había estado viendo en aquella estepa por la que me hallaba: cantuesos, tojos, lavanda, tomillo, y algunos carrascos diseminados; todo ello, salpicado de formaciones de caliza que brotaban aquí y allá. Pero, al acercarme, el sonido se hizo más fuerte, y resultó proceder de un gran bloque de piedra, que ¡hablaba! La historia que oí me pareció increíble, plena de una imaginación calenturienta o enferma. Contaba que era un pirata vasco que había sido ignominiosamente convertido en piedra por una mala mujer a la que amó, pero que no le perdonó su mayor querencia por los abordajes a barcos que a los de su cama; que se trataba del famoso y temido filibustero Bixintxo (aunque confesó también que de pequeño se llamaba Andoni, pero que ese nombre no pegaba con sus quehaceres violentos y a menudo sanguinarios); que su seña de identidad había sido no el habitual pañuelo pirata, sino una txapela, como mandaban los cánones de su tierra, convenientemente adaptada; que había perdido un ojo, una mano y media pierna, pero que aún tenía más arrestos que nadie para enfrentarse a cualquiera, aun con parche, garfio y patapalo; que había llegado a nadar en oro, aunque aquella mujer cruel le acabó arruinando la vida para siempre; y más cosas de semejante calibre. Yo no me dejo engatusar fácilmente, y decidí marcharme, pero cuando me alejaba me dio por mirar el bloque de caliza desde un punto determinado, y entonces, aun con mis gafas de culo de vaso, lo vi. Lo vi con esa claridad con que vemos todo lo cercano. Me acerqué y trabé de nuevo contacto con él. De repente, todo cobró su sentido. Aquello ya no fue un monólogo desesperado, sino una conversación en toda regla: la primera de muchas, hasta hoy. Su voz nunca más me pareció un lamento.

lunes, 24 de marzo de 2008

La mirada del ciprés


El viejo ciprés contemplaba desde su posición cómo habían ido creciendo los cipreses más jóvenes, todos tan iguales, tan distintos. También, tan alejados de él, como para dar la impresión de que eran seres independientes, lo cual era cierto, pero él sentía que de alguna forma eran algo suyo, que transmitirían algo de lo que él era y dejaría de ser no durando mucho. Los veía recortarse sobre el cielo limpio, bien alineados, pero con alturas y apariencias diferentes, aunque las apariencias fueran otras a simple vista. Los veía jóvenes, pujantes, con la forma sin deshilachar apenas, con las ramas tensas llenas de hojas tersas y verdes. Al otro lado, la mirada le mostraba la presencia de unas ruinas romanas, que le retrotraían a otro tiempo que fue también señero, pero que ahora no era más que un conjunto heterogéneo de piedras que dejaban imaginar más que vislumbrar lo que antaño fueron. Reparó también en la tierra, reseca, sedienta de un agua que no caía desde hacía meses. Todo eso miraba el viejo ciprés, y la conjunción de esas miradas le inundaba de una recia melancolía que hacía más estrechos los vasos que regaban sus ramas. Esa melancolía fue dando paso a una laxa somnolencia, a una relajación de sus pensamientos. Poco a poco, el ciprés sólo fue una figura recortada sobre el horizonte, una sombra que ya no miraba, que ya no soñaba, que ya no vivía.

domingo, 23 de marzo de 2008

Homenaje de crucificado a Crucificado


Discutía un mozo con el parroquiano más viejo del lugar sobre el origen de aquella escultura que figuraba sobre la puerta de entrada al pueblo. El joven intentaba hacer valer sus estudios de bachillerato para justificar que aquel era Cristo crucificado, pero de modo realista, pues los romanos crucificaban así, y no clavaban, porque de ese modo la agonía era más horrible y larga. El viejo, sin inmutarse, le dijo que eso eran paparruchas y que la figura allí representada no era otro que su bisabuelo, que osó blasfemar y burlarse del Altísimo en plena Semana de Pasión. Sin creerse nada, pero intrigado, el joven quiso saber más, y el viejo le contó con mucha tranquilidad que su bisabuelo en plena borrachera se puso a orinar frente a una imagen de Cristo crucificado que aguardaba en la colegiata para la procesión del Viernes Santo; por lo visto, la cosa no quedó en eso, sino que se dedicó a insultarlo hasta que no le quedaron fuerzas; en la época en que sucedió, las fuerzas vivas lo encarcelaron y lo sometieron a tormento, a consecuencia del cual había muerto, ante la consternación general. "¿Y?", preguntó el joven. "Y, nada, que ahí está, para escarmiento de todos, pero también como homenaje", respondió el viejo. "¿Como homenaje?", inquirió el mozo, cada vez más confuso. "Así es. El mismo Cristo al que había escarnecido, lo perdonó en el último momento, permitiendo que le rindiera un perpetuo homenaje a su muerte. Esa estatua que ahí ves apareció en la misma celda donde murió, al día siguiente de haberlo enterrado. La gente creyó que fue un milagro; y sí, lo fue. Pero su cara es la de mi bisabuelo, no hay duda: nada más tienes que mirarme de frente, y verás el parecido".

Encuentros en La Mancha


Me dijeron que no debía tentar a mi suerte, porque ésta podía voltearse en cualquier momento. Pero aun así, llevé El Quijote a mi periplo por La Mancha. ¿Cómo resistirse? No se puede ir allá sin desear leer contextualmente determinadas páginas que resuenan en la propia memoria. Así, sentado a la sombra de uno de los iconos de esa magna novela, leí un rato largo. A cada poco, levantaba la mirada y podía contemplar esa planicie espigada de ondulaciones sin fin, ocres diversos, verdes resecos e incompletos; también el cielo, cambiante, amenazador. Cuando llevaba un rato, no me dormí, pero me sobresalté igualmente cuando el Hidalgo me preguntó dónde se hallaba la venta más próxima. Indignado por la impostura y por haberme interrumpido el mágico momento, le espeté que si era tonto o deseaba serlo. Hallado en falta, pero de temple honesto, me dijo que sólo trataba de ganarse unas perrillas en tiempos de crisis, y que algunos le daban algún extra si se dejaba fotografiar. Me dio cierta lástima su tono de rápida disculpa y confesión. "Pero El Quijote, sí me lo sé, ¿eh? Casi de cabo a rabo", completó. Y, en verdad, así era: me recitó párrafos enteros, con una cadencia y una entonación que me produjeron escalofríos. "Pues bien, a una venta, no, pero a un restaurante de tres tenedores, te invito yo, si me sigues hablando así", propuse. Aceptó, como cualquiera haría, y aquella jornada, ya sin libro, pero con él siempre presente, resultó de lo más literaria, de lo más sabrosa, de lo más quijotesca.

viernes, 21 de marzo de 2008

Diala y el águila


Diala soñaba siempre con un águila que la arrancaba de su mundo, de su clase, de su familia, de su ciudad, y la llevaba muy lejos, a un paraíso donde ella reinaba e impartía sabia justicia. Diala no era capaz de comprender cómo las demás águilas sólo se ocupaban de cazar animales para comer, aparearse, cuidar a sus polluelos u otear el horizonte. Diala sabía que su águila vendría a recogerla algún día, porque sus sueños eran tan nítidos que era imposible que aquello no se cumpliese. Diala daba a quien se los pedía detalles precisos sobre cómo era de grande, cuánta su fuerza, hasta dónde alcanzaba su poder. Diala desapareció un día y su familia se quedó consternada. Se la buscó por todas partes durante días, meses. Hubo quien intentó ayudar recordando sus continuas menciones al águila soñada. Los agentes que llevaron el caso tomaron cumplida nota, sin desdeñar nada. Cuando hallaron al culpable de su violación, asesinato y descuartizamiento, comentaron que la idea del águila les había sugerido el apodo de un delincuente recién excarcelado, que había resultado ser el culpable del crimen. En su familia nadie quiso extraer conclusiones de ningún tipo, ni siguiera para hablar del destino. Tras el período de llanto, angustia y depresión, los padres contrataron a un artista que cinceló en bronce una imagen ideal de lo que su hija tantas veces había narrado para ellos, sin que le hubieran dado demasiada importancia.

jueves, 20 de marzo de 2008

Beso de penitentes


Habían quedado para después de que la procesión finalizase. Se reconocerían por un distintivo especial concebido para la ocasión. Aquella noche darían por fin rienda suelta a sus deseos, largo tiempo postergados. Se habían soñado día a día, cada uno según sus ilusiones. Una semana antes habían contactado en un espacio de chat como tantos otros, y se habían fascinado mutuamente con el poder hipnótico más penetrante, el de la palabra. Los dos coincidían en que habían sido demasiados días postergando lo inevitable, pero su inexperiencia, su juventud y sus demasiadas dudas sobre lo correcto habían dilatado el momento de conocerse. Habían quedado para el final de la procesión, pero a mitad del recorrido, en el descanso frente a la catedral, reconocieron la enseña en el otro, y se besaron sin pensarlo. Fue un beso tímido, sin contacto directo de los labios, a través del capirote blanco, pero largo y dulce. No se dijeron nada. Sólo había que sentir la respiración y la mirada del otro, y eso fue lo que hicieron. Que el chico más alto creyera que estaba besando a otro chico, en vez de a la hermana de éste, que fue quien acudió a la cita y con quien en realidad había estado hablando, es cosa digna de relatar en otra ocasión. Pero ese día la Procesión del Encuentro cobró para ambos, por unos instantes, una dimensión verdaderamente celestial.

lunes, 17 de marzo de 2008

Uauuuuuuu


La chiquilla no había dejado de berrear en toda la tarde. Sus padres lo habían intentado de todos modos, con regalos, con chucherías, con promesas, con amenazas, con algún azote (reprimido severamente por las miradas de algunos mirones cercanos). Nada. La cría no callaba, porque ¡quería volar!, y nadie le hacía suficiente caso. Por fortuna, se me ocurrió la solución. La familia me tenía ley, y me hice cargo de la situación, porque todos estábamos a punto de estrangular a la preciosa criatura, a quien se le habían ido consintiendo demasiadas cosas en sus escasos años de vida. Le ofrecí volar de un modo que no se podía imaginar. La mocosa se sorbió los mocos de la llantina, me miró curiosa, y debió pensar que por fin alguien la tenía en cuenta. Al final, accedió a mi propuesta. Ya en el columpio, le dije que yo la empujaría hasta cierto nivel y que, cuando le indicara, se soltara: comprobaría entonces la maravilla de volar que tanto había ansiado. Muy contenta, mientras ascendía, su humor iba mejorando poco a poco, y su cara se iluminó en el punto álgido de una de las subidas. Un grito de júbilo precedió a mi orden, y ésta, a un grito de horror. Cuando la recogí desde lo alto, poco antes de que se estrellara contra la hierba, su cara estaba contraída de pavor y palidez. Al final me contó que lo de volar no molaba nada. Esa tarde, ya más tranquila, no volvió a pedirlo. Nunca más lo hizo.

domingo, 16 de marzo de 2008

Zapatitos


-¿Y qué, qué tal? Hacía tiempo que no os veíamos
-Pues ya veis, la última vez en otra boda.
-Sí, la verdad es que ahora es de lo poco que nos saca de casa, pero cada vez nos aburre más, no sé si me entendéis.
-De sobra, sí. Nosotros también estamos hartos de tanto paripé.
-Pero, bueno, al menos nos vestimos bien para la ocasión.
-Querrás decir que "nos visten".
-Por supuesto, qué susceptibles sois. Claro que nos visten. Y bien. Ya la conces, cómo se pone en estas ocasiones.
-Pues anda, que nosotros ya bien quisiéramos, ya. Ya nos ves cómo venimos.
-No sabéis lo que decís. Comentáis eso porque no tenéis que embutiros en unos modelos que pintan bien en las revistas, pero que a la hora de la verdad te ahogan la piel.
-Pues nadie lo diría, así, de pronto.
-Todo es probar, os lo aseguramos. Esta vez fueron unos "manolos", por lo que dio a la chiquilla. Y no te quiero decir nada: la sangre no nos llega a los dedos.
-Pues fíjate que se os ve monísimos.
-Anda, que menos mal, porque si encima que estamos a punto de fenecer, ni se nos mirara al tacón...
-Claro, y además con esos tacones tremendos...
-...que es como ir todo el día de puntillas y sin poder moverse para nada, porque ¡son rígidos!
-¿Rígidos? Madre, eso sí que debe ser dolor.
-Y no quieras saber cómo van nuestros juanetes, porque son de estreno, y todavía no dio tiempo a que den de sí. Os podemos hablar de milagro, porque no nos llega el aire al resuello.
-¡Pobres!
-Bueno, sí, imagina. Claro que como ella es de las que piensan que para lucir hay que sufrir...
-En fin, menos mal que llega la novia, que ya era hora.
-Sí, a ver si acaba de una vez este suplicio, que ya no estamos para ciertos trotes.
-Pues que os sea leve.
-Ni siquiera eso, porque con lo que pesa, la condenada...

sábado, 15 de marzo de 2008

Recordatorio manriqueño



(...) Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

(...) Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.

(...) ¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

(...) Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos (...).

viernes, 14 de marzo de 2008

No hay derecho


-No hay derecho, caramba. Pase, que mi madre ya me avisara que la camada era grande, y que posiblemente, la mitad caeríamos enseguida, lo cual me causó mi primera depresión, ya al poco de nacer. Pase, que, cuando se confirmara la noticia, me llevaran al matadero y me despacharan enseguida -con cierta limpieza, todo sea dicho-, lo cual me produjo una seria bipolaridad con cierto síndrome de Estocolmo difícilmente diagnosticable. Pase, además, que todavía me quisieran convencer de que mi sacrificio serviría para fomentar no sé qué mandanga de una excelencia turística gastronómica, o algo así. Pase, por último, que advirtieran en mí unas proporciones extraordinarias, que comentaran que era algo digno de verse, de tocarse, y que era muy necesario hacer un molde con mi cuerpo para perpetuar mi memoria y servir de admiración a las generaciones sucesivas. Pero que se les ocurriera a última hora hacerme ese molde cuando ya estaba partido por la mitad, bien cocinado y en sazón, y a punto de ser destrozado en varias partes por el plato de rigor..., y con la boca abierta, que parece que me he muerto a carcajadas o que me he partido de la risa, me parece por completo impresentable y pienso elevar la queja más enérgica a quien corresponda. Pero seriamente, ¿eh? Muy en serio.

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