domingo, 20 de mayo de 2018

MAGNÍFICA FARIÑA

Ayer terminé de ver Fariña, la serie producida por Antena 3, que fue precedida del escándalo referido a la censura y prohibición del libro de Nacho Carretero en que está basada. ¡Censura! ¡Prohibición! Tal como suena. En pleno siglo XXI, en un país de la Unión Europea. Pero, sí. Aunque de eso hablaremos otro día. Digo que ayer acabé de beberme (de un tirón corto) los diez largos episodios -más de una hora cada uno- de esta serie española. La mayoría ya sabe de qué va, así que ahorraré los detalles del argumento. Me centraré en la impresión que me ha dejado cuanto vi.

Lo primero que me impactó de una serie que hace historia sobre el narcotráfico patrio es la ausencia de violencia armada, el hecho de que aparezcan poquísimas pistolas o rifles, y los que hay se disparan muy pocas veces. No es eso a lo que estamos acostumbrados con las series yankies, donde el realismo de las balas y de los muertos es la desagradable nota común. No es lo más importante que se puede reseñar, pero admito que es de lo más llamativo que uno contempla, capítulo a capítulo.

Lo que más impacta, sin embargo, es la sensación agridulce que queda después de toda la peripecia de un esforzado sargento de la Guardia Civil, ayudado sólo al final por el hoy inhabilitado juez Baltasar Garzón. Las más de 12 horas de metraje nos muestran el intento de este policía -interpretado con inmenso oficio por Tristán Ulloa- de acabar con el narcotráfico de las Rías Bajas gallegas, primero con el contrabando de “tabaco de batea”, luego con el hachís norteafricano y más tarde con la cocaína colombiana. Por supuesto, en medio de un aislamiento y falta de medios vergonzantes. Y aquejado de una enfermedad pulmonar que avanza sin remedio. Por eso mismo, su perseverancia es el nexo común que hilvana toda la trama y lo que más admirable resulta.

Otro aspecto llamativo es la conciencia de los capos de ser “benefactores” de la sociedad, a la que proporcionan trabajo y una conciencia “especial”. Para Sito Miñanco (Javier Rey), Manuel Charlín (Antonio Durán “Morris”) o Laureano Oubiña (Carlos Blanco), sus actividades no son delincuencia, son actividades empresariales, que benefician a toda la población y que deberían ser tan respetables como las que más. Lo que no cuentan es la rapidez con la que se enriquecen a costa del mismo pueblo al que dicen favorecer, ni los muertos que la droga ocasionará, a medida que la cocaína y la heroína sean las drogas distribuidas. Los papeles de estos tres (hay más, pero éstos son los que llevan un papel principal) son sobresalientes, aunque sobre todos destaca la figura de Sito Miñanco que, de ser un don nadie, pasa a dirigir el negocio, a medida que la cocaína se impone como droga más consumida y por tanto más rentable.

La sensación que la muy bien hilada trama deja en el espectador, ya digo, es agridulce. Porque si por un lado, la constancia del trabajo humilde y callado de unas escasas fuerzas de seguridad (no contaminadas ni sobornadas) lleva a ciertos éxitos con respecto a los narcotraficantes, por otro el panorama se ensombrece. A lo largo de todos los episodios cala la impresión de que prácticamente cualquiera puede ser comprado de algún modo, policías y altos políticos incluidos, que luego sacarán provechosos réditos políticos y económicos de tales “miradas a otro lado”. De algún modo es desesperante comprobar cómo un entramado delincuente se puede extender como una plaga, sin demasiado trabajo y con el concurso de la sociedad, al tiempo que los esfuerzos por detenerla siempre encuentran obstáculos o cosechan fracasos parciales, que por acumulación generan desánimo y ganas de claudicar. 

Por fortuna, siempre quedarán policías honestos y perseverantes, y jueces y fiscales que cumplen con su tarea, con independencia de dineros y de las tramas corruptas de que se ocupen. Fariña muestra esto con una brutal claridad, con magníficos actores (la mayoría, de la tierra donde se ubica la historia), con un excelente guión que entremezcla muchas subtramas familiares y sociales, sin que se pierda un ápice el interés por la principal. Excelente producción, a fe, que nada ha de envidiar a las provenientes de otros pagos.

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