martes, 22 de mayo de 2018

101 DILEMAS ÉTICOS (INTRODUCCIÓN PARA HACER BOCA)

Como siempre estoy comprando libros, alguno ha de haber con la etiqueta de prescindible o innecesario. El que me compré ayer puede que tenga esta calificación, o puede que no. Recuerden quienes esto leen que en su momento me gasté una ridícula cantidad de pesetas (no sé si 25 ó 50) en comprarme el Libro de las preguntas, de Gregory Stock, que lo adquirí como parte de un lote de más volúmenes, y que luego, a lo tonto, acabó generando un libro de mi parte -por completo prescindible, éste sí- en respuesta a todas y cada una de sus preguntas, y que yo aquí voy ofreciendo al respetable en espaciadas y poco agobiantes entregas. O sea, que nunca se sabe. El que me llamó la atención ayer hasta el punto de comprarlo per se, y sólo ése (es raro que yo salga de una librería con un libro “sólo”), se titula 101 dilemas éticos; la editorial: Alianza; su autor, Martin Cohen.

Dicho así, no parece mucho, a pesar de sus 650 páginas en formato octavo. Pero a mí me encantan los retos. Y el primero que me pasó por la cabeza es que si me lo leo, y la cosa me gusta, podría proponer aquí los dilemas que me resultasen más atractivos, enrevesados o dignos de debate. Porque la ética se las trae. Parece que estamos jugando con hipótesis, con futuribles o con ucronías, y resulta que se está dirimiendo en este caso concreto la posibilidad de ser un canalla o alguien honesto... así, en la misma página, y dependiendo de lo que se responda.

En realidad, nos pasamos la vida eligiendo entre opciones no demasiado separadas entre sí, pero cuya respuesta determina los caminos por donde circulemos en nuestra existencia. Parece una tontería, pero nada hay más importante que la ética, a mi modo de entender. Parece una tontería, sí, pero de qué respondamos, de cómo actuemos, de qué elijamos, dependerá nuestra suerte, nuestra desdicha, nuestro bienestar o nuestras pesadillas más recurrentes. Muchas veces, todo parte de una mala elección, de una postura más arriesgada, o menos convencional. Y, de repente, todo cambia: a mejor, a peor; difícilmente todo queda como estaba. Siempre hay consecuencias.

Ya iremos viendo qué depara este volumen. Pero, para muestra y golosineo del personal, ofrezcamos un ejemplo sencillo y reciente. 

Dos líderes de un partido político minoritario pero creciente en apoyos, acaban uniendo sus vidas en lo sentimental y en lo económico. De resultas de sus debates amatorios, ella acaba embarazada, y de común acuerdo, deciden cambiar su lugar de residencia. Y compran una buena, espaciosa y bien resguardada de la primera línea de espionaje ciudadano. Una casa de esas que generan envidias. Como entre los dos sueldos de diputados, tienen un nivel de vida medio-alto, y se pueden permitir solicitar una hipoteca a un banco por el resto del dinero que precisan, por lo que se endeudan para 30 años, como cualquiera. Sin embargo, hay que añadir como datos relevantes que ambos pertenecen a un partido que lleva abogando desde el inicio por la limpieza, la transparencia y la lucha contra la corrupción, constituyendo un partido de izquierdas (sic); además, hay que saber también que  él, hace un tiempo criticó severamente a un ministro conservador por comprarse un inmueble de valor parecido e hizo veladas alusiones a la procedencia de los dineros necesarios para adquirirlo. Por lo cual, ahora mucha gente de los partidos rivales, de los medios de comunicación y de su propio partido, consideran gran falta de coherencia el asunto de la casa, y durante unos días acaban siendo la comidilla de los mentideros nacionales. Por ello, harto de tal situación, él decide dar un golpe de timón y solicitar a las bases de su partido que se pronuncien en referéndum (sic) sobre si han actuado bien y por tanto está legitimada su posición, o si por el contrario deberían dimitir por el despropósito.

Y aquí vienen las dos preguntas. 1ª) El primer comportamiento ¿es éticamente honesto? 2ª) ¿Debe un líder político someter al juicio de sus bases los aspectos de su vida privada?

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