martes, 25 de julio de 2017

SENTIDO DEL DEBER (MICRORRELATO)

Hartas y agotadas, las estatuas respiran cuando el último de los funcionarios sale del museo. Es entonces cuando los personajes saltan de los cuadros, transitan por los pasillos, se refrescan en los lavabos. Las esculturas llevan la iniciativa, no obstante. Resulta indignante, afirman. Claman en alto. Su poderío las identifica, y los demás atienden sus palabras, que suenan al unísono. Nos indigna, nos humillan día a día. Y nadie atiende nuestras peticiones. Día tras día, manteniendo la misma pose, sin fallar un músculo, un milímetro en la vertical; y ni siquiera nos quitan el polvo que los años acumulan sobre nuestros bordes. Los cuadros asienten, los personajes que salieron de sus marcos no pierden palabra. Deberían cuidarnos más, restaurarnos más, concedernos más descansos, fomentar los intercambios. Nuestra vida es la peor rutina posible: la de la estática quietud; el peor de los papeles de actor: el que, inmóvil representa siempre el mismo papel pasivo, sin posibilidad alguna de improvisación o variación de matices. Se merecen una huelga salvaje, sin precedentes. Casi todos asienten, el murmullo crece, y las voces ahogan un tanto la voz de las estatuas griegas, que llevan la voz cantante. Es hora de que se enteren de quiénes somos. Sin nosotros, el museo cerraría, no existiría. En esto, una humilde crátera helenística, sin apenas decoración, aprovechó una breve pausa del griterío para apuntar: “¿Y sin los museos nosotros seríamos algo?”. Todas las miradas convergieron en su achaparrada figura, que aguantó el tipo, insistiendo en el interrogante. Nadie supo responderle con tino. Al final de la noche, cuando ya amanecía, las obras fueron recuperando la cordura y, poseídas de un arcano sentido del deber, fueron ocupando sus vitrinas habituales, completando sus composiciones o encaramándose a las correspondientes peanas. A las nueve en punto, los goznes de las gigantescas puertas de bronce giraron de nuevo para dar paso a la nueva jornada de visitas. Nadie captó diferencia alguna. Sólo un vigilante avisó de que en la sala de la cerámica griega había unos cuantos fragmentos, como aplastados, de una cerámica helenística.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

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