viernes, 13 de enero de 2017

EL DETALLE SALVA EL TODO


De todos es conocido que mis artes mayores son la escultura y la arquitectura, acaso por ese orden. La pintura me gusta, pero pocas veces llega a emocionarme de tal forma que me proporcione un arrebato. Y yo, como heredero de los 80 que soy, me declaro heredero de Iván Zulueta en su concepto del arte (en su caso, el cine), como algo que te provoque un arrebato, una transubstanciación momentánea, que determine un antes y un después de haber contemplado dicha obra. Kafka apuntaba algo parecido cuando afirmaba que sólo deberíamos leer aquellos libros que nos abrieran la cabeza como lo haría un hacha. Son afirmaciones extremas, claro, y no podemos ser tan radicales a tiempo completo. Yo, no, al menos. Pero sí preciso cierta radicalidad de vez en cuando. Por eso, la pintura me gusta menos, porque me procura menos éxtasis que los que la arquitectura o la escultura me regalan a menudo, aun siendo obras menores, lo cual avala todavía más cuanto digo.

Sin embargo, en los últimos tiempos de omnipresencia del móvil, y aprovechando que también visito pinacotecas, quiera o no, he vislumbrado un modo en que la visita de las diferentes salas no me sea gravosa o tendente al aburrimiento. Me dedico a dejar pasear con libertad la mirada, hasta que un cuadro me llama la atención por algo. Y es justamente ese “algo”, que generalmente es un detalle pequeño del lienzo o de la tabla, lo que acabo fotografiando de la forma más interesante que me parece. Es decir, que a lo mejor la obra en su conjunto me parece plana, irrelevante, banal, mal iluminada, mal ejecutada o, tan sólo no es de mi agrado, pero... hay algo rescatable en ella, que es lo que intento captar con la ayuda de las tecnologías miniaturizadas de que hoy disponemos.

El ejemplo de hoy es un detalle mínimo de un lienzo en formato horizontal, mucho más ancho que alto (78x36), del que me interesó únicamente la violencia de la galopada y la disuelta pincelada que aparecía en su parte izquierda. Es la que aquí aparece. Ahí encontré toda la intensidad del humo, del polvo, del movimiento, del frenesí, que su autor (Salvador Sánchez Barbudo, un jerezano que no pisó nunca África) supo plasmar en 1900 con chorretones densos en toques parciales; aunque, eso sí, sin dejar el figurativismo nunca de lado, como si le diera miedo rendirse por completo a la vanguardia que venía del norte. Y yo, con esa muestra (y algunas más, confieso), ya di por bien aprovechada la entrada en el Museo Carmen Thyssen-Bornemisza de Málaga.

"La corrida de la pólvora" (detalle), Málaga, Andalucía, España
Enero, 2017 ----- iPhone 6 Plus

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