lunes, 30 de enero de 2017

DOS TIPOS DE ESPECTÁCULO EJEMPLARES (MUY DISTINTOS)

Los personajes públicos tenemos mucha responsabilidad, pero no todos lo saben o no todos quieren asumirla. He dicho “tenemos”, porque yo, a un nivel muy modesto, también lo soy por mi profesión. Y he dicho “mucha responsabilidad”, porque toda aquella persona que por su trabajo tenga una proyección al público, ejercerá su cometido -y, por ello, su ejemplo- hacia los demás con mayor incidencia que quien tenga a los demás menos pendientes de su labor. Por lo dicho, el ejemplo que damos a los demás resulta esencial para valorar nuestro papel en la sociedad. Todos damos ejemplo. Unos, para mostrar lo positivo que sería emular nuestra actitud. Otros, para dejar a las claras lo que no deberían copiarnos. De forma consciente o inconsciente, todos exportamos una serie de valores que conviene seguir, o por el contrario, rechazar. Cada día surgen infinidad de ejemplos.

No ya esta semana, ya en el poder, sino todo lo que ha durado su interminable ascenso a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump ha sido un paradigma de todo cuanto no debería hacerse. Ha sido zafio, machista, mentiroso, prepotente, manipulador, xenófobo, demagogo, difamador, racista, insultante, chulesco, chantajista, segregador, grosero; todo ello hasta la saciedad. Donald Trump ha sido un paradigma de todo cuanto no debería hacerse, pero aun así lo ha hecho. Y no con poco éxito para sus intereses, al parecer. Con todo, si el personaje que dirige los destinos de un país como el suyo se comporta así, ¿qué mensaje ejemplar está difundiendo a todo el mundo? Sí, justo ése: todo vale, pues con dichas actitudes y valores me he encaramado a la presidencia del país más poderoso del mundo. Copiadme, y seréis tan grandes como yo.


Por contra, al otro lado del mundo, la final del Abierto de tenis de Australia, dos personajes no menos conocidos que el impresentable nuevo presidente estadounidense, nos mostraban otras posibilidades ejemplares. De primera mano, lucharon con denuedo y con sus mejores armas para derrotar legalmente al adversario, a quien dejaron claro que respetan a un alto nivel. Quien logró la victoria, lo hizo por estrecho margen, quedando claro que el resultado contrario habría sido igualmente factible. Pero el espectáculo mayor -sí, mayor- vendría con la entrega de los trofeos del torneo. El ganador, Roger Federer, suizo, elegante, emocionado hasta las lágrimas por lograr una impresionante resurrección de su carrera, tras meses de sequía, expuso en su educadísimo discurso la admiración que le merecía su rival, que además es amigo personal suyo. El perdedor, Rafael Nadal, español, contrariado inicialmente por el resultado adverso, se rehízo cuando tuvo que hablar, y, con la misma educación llegó a decir que ganar ese torneo había sido más necesario para el suizo que para él mismo, que lo merecía más; y lo decía él, que salía de una temporada llena de lesiones e igualmente yerma de triunfos. La capacidad de sacrificio combativo, la amistad que les une a ambos, el agradecimiento admirativo recíproco y la elegancia tanto en saber ganar como en asumir la superioridad del otro, eso es lo que estos personajes públicos transmitieron ayer. Cada uno habrá de saber cuál de los dos ejemplos propuestos debe seguir con firmeza o criticar sin desmayo.

No hay comentarios:

AVISO A VISITANTES

Todas las imágenes (salvo excepciones indicadas) y los textos que las acompañan son propiedad del autor de esta bitácora. Su uso está permitido, siempre que se cite la fuente y la finalidad no sea comercial
Si alguien se reconociera en alguna fotografía y no deseara verse en una imagen que puede ver cualquiera, puede contactar conmigo (fredarron@gmail.com), y será retirada sin problema ninguno.