viernes, 22 de enero de 2016

HÉROES QUE ACABAN EXASPERÁNDOME (POR REACCIÓN)

Hoy iba a hablar de la reciente muerte de Michel Tournier, esta semana. De sus declaraciones poco antes de su fallecimiento, de lo que me sorprendieron y de lo que opino sobre ellas. Pero hoy,  recalo antes de cenar en un programa de televisión donde se habla de héroes. No trataba, claro, de los de Marvel o de personajes de películas muy taquilleras. No. El programa retrataba los casos de personas profesionales muy diversas y sin conexión entre ellos, salvo por un punto: decidieron no callarse cuando detectaron irregularidades graves en la gestión de sus ayuntamientos, juntas u otros organismos públicos. Todos ellos fueron injuriados, perseguidos, amenazados. Todos ellos perdieron sus empleos, a pesar de ser empleados públicos no dependientes en teoría de opiniones de cargos públicos. Todos ellos han visto cómo sus vidas se trastocaban hasta el extremo de que algunos hubieron de trasladar sus lugares de residencia. Todos aguantan el tirón frente a la cámara y hablan con una claridad pasmosa, excepto uno que en un punto concreto se derrumba y acaba llorando. Todos hacen gala de una dignidad admirable. La mayoría está en paro o con empleos muy por debajo de su cualificación profesional. Casi todos sus compañeros les hicieron el vacío, argumentando temores sobre perder empleos, dado que, argumentaban, con la dignidad no se come. Se sintieron solos, y, pese a todo, acabaron denunciando y todos ellos lograron que aquellos chanchullos fueran juzgados que se procesara a quienes acusaron. Algunos fueron condenados a penas menores, otros salieron de rositas. Pero a todos los denunciantes su postura les ha salido demasiado cara. La indignación y la impotencia que me genera ver eso me trastoca todos los planes. También evapora la opinión que había generado en los últimos tiempos, tras leer un libro de Miguel Ángel Revilla (Este país merece la pena) y otro del Gran Wyoming (No estamos solos). En ellos se hace un homenaje a muchos protagonistas anónimos que resisten, que llevan a cabo acciones, que se asocian, que protestan, que se mueven. Pero no, hoy no creo en eso. Hoy todo me parece un excremento húmedo, putrefacto e imperecedero. Y si además recuerdo los resultados de las últimas elecciones acabo pensando que no, que este país no vale  la pena, que no me extraña que demos grima a otros pueblos, que no son capaces de entender que la corrupción no sea ya una cuestión coyuntural, sino una esencia estructural que corre por nuestras venas. Y puedo concluir, además, que nos merecemos cuanto nos sodomicen una y otra vez, hasta el fin de los tiempos. Y lo siento: no admito argumentaciones en contra. Por lo menos, hoy.

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