jueves, 10 de abril de 2008

Pupy, desde muy cerca


La señora ya experimentó una sacudida, cuando al lado de aquel famoso edificio tan imponente y vanguardista vio que se hallaba el perro más grande que había visto jamás. Como las sorpresas nunca vienen solas, su asombro cobró mayor vigor cuando comprobó que el perro no pertenecía a una especie conocida, pues sus colorido era muy variado. Una vez que se hubo acercado lo suficiente, su expresión denotaba su extrañeza, pero también su fascinación; el problema era que su vista nunca fue muy fina. Con todo, tan entusiasmada estaba con la idea, que decidió inmortalizar aquella figura con su flamante cámara nueva. Tras dar varias vueltas al rededor del mismo, comprobó que una valla impedía el acceso directo, pero aun así se apoyó en ella y tomó la primera foto de frente, por parecerle que así captaba mejor la esencia del animal; luego, hizo varias más. Una semana más tarde decidió acudir de una vez por todas al oculista al comprobar que todas las copias que le habían entregado en la tienda mostraban una exuberante y colorista variedad de flores de diversos tipos sobresaliendo de entre un manto verde de hojas brillantes. Eso sí, lo hizo a regañadientes, tras haber discutido largamente con el dependiente que le vendió la cámara, y haberle jurado el jefe de éste que el aparato se hallaba en perfecto estado y su calidad era la que la marca había prometido y garantizado siempre.

miércoles, 9 de abril de 2008

Yo no quería



-De verdad, yo no quería, pero es que llevaba un día muy malo, encerrado en casa, sin salir, con mis necesidades por hacer, deprimido, con hambre, harto de dar vueltas por toda la casa. Es injusto que me hayan condenado a estar aquí dentro: está húmedo, es estrecho, huele mal, apenas hay luz, y menos mal que acabo de poder abrir esta ventana mínima. Pero es que yo no quería, lo juro, si siempre he sido un cachorrillo, los niños del barrio se montaban en mi lomo, y mi aspecto fiero no les daba ningún miedo. Todo lo que dijeron después es una sarta de mentiras. No tengo antecedentes. Debería tener derecho a que se presumiera mi inocencia. Pero, no. El castigo, lo primero, y la tortura, después. Si yo no quería, de verdad. Total, porque soy efusivo, que eso sí, siempre fui cariñoso, y a veces el impulso me mueve. Y después de tantas horas solo, me dio... no sé, la gana de saltarle encima. Pero para lamerle y darle mimos (y también urgirle para salir, claro); y no para agredirle ni matarlo, ni nada. ¿Qué culpa tengo yo de que cuando le salté encima, le diera un susto de muerte, resbalara y se diera con la cabeza con el sofá? Al fin y al cabo, no se murió, que eso sí sería grave. Ahora faltará menos en casa, sí, porque la silla de ruedas lo obligará a una vida más sedentaria. Lo malo será convivir con quien tenga que llevarla. Pero eso será otro problema que ya trataremos en su momento. Ahora, hay otra prioridad: salir de aquí cuanto antes. Porque yo no quería, es la verdad, no quise nunca. Y eso ya me exime de culpabilidad, ¿no?

martes, 8 de abril de 2008

Misterio gozoso


En pleno descanso de rezos y rosarios, de vida conventual dedicada a los demás y a la contemplación de Dios, las monjitas sentían que la brisa del paseo marítimo les ventilaba los miasmas producidos durante el encierro invernal. Ajenas a los demás, el vaivén de las olas les producía una especie de remanso hipnótico que venía bien a su naturaleza, más dada a lo contemplativo que a la acción. Pero la hermana Magdalena, en un gesto impensado y casi natural, volvió la cabeza en un instante en que detrás de ellas otra forma de vida se mostraba a sus ojos en su radiante plenitud. Su concentración desapareció, su respiración se agitó, su vista se nubló, y su pensamiento se deshizo en cábalas y sensaciones diversas. Aquella tarde, la hermana Magdalena rezó el rosario más largo de su vida, haciendo excesivo hincapié en los misterios gozosos. También se confesó dos veces. La primera, según llegó al convento, tras el paseo largamente ansiado. La segunda, de madrugada, antes que las demás hermanas y con una urgencia e intensidad que no pasaron desapercibidas a nadie. Lo que escuchó el sacerdote de labios de la monja, le explicaría con mayor claridad los porqués de dicha urgencia y la insistente petición de un castigo inusualmente severo. Pero todo ello no se podrá saber jamás porque, como es natural, estos asuntos se hallan bajo la rigurosa censura del secreto de confesión.

lunes, 7 de abril de 2008

Ser perfecto


-Vosotros no lo sabéis, pero cada vez que me dais forma de nuevo, volvéis a crear a un ser perfecto, que todo lo tiene, que lo ha sido todo a lo largo de los siglos. Agua, nieve, hielo, vapor. Soy en cada uno de esos estados, y en todos ellos adquiero fuerza y vigor. Soy proteico,mi paciencia es inagotable, y sobre todo me precio de ser muy consciente de mi naturaleza. El estoicismo que mantengo es la fuente de mi sabiduría. Sé que broto, que muero, que me transformo, que resurjo a cada poco, y todo sucede siempre sin que nada dependa de mi voluntad. ¿A qué buscar, entonces, la sensación de independencia, de autonomía, de libertad? Soy flexible, soy maleable, encajo en el molde de cualquier mano, ya sea como agua, como nieve, como vapor. Soy el ser más cambiante del universo, pero sólo veis mi cara en situaciones como ésta, aunque mi rostro sea variable, sonriente o grotesco, y mi cuerpo se deshaga mansamente por efecto del calor. He aprendido a morir tantas veces que creo que soy quien mejor sabe vivir.

domingo, 6 de abril de 2008

Promesa temporal


Sus padres eran amigos, y salían siempre juntos. Tenían una diferencia de edad muy apreciable, a sus años: cinco ella, dos él. Pero desde el principio, el uno no tuvo más ojos que para la otra, y ésta le correspondió como sólo puede hacerse en ese tiempo. El día de la fiesta, en la cabalgata, los dos críos fueron puestos en primera fila, pero esto no les gustó. El niño le susurró a la niña que pidiera a su padre que la subiera a hombros. Cuando lo consiguió, él hizo lo propio, y cuando los dos estuvieron en las alturas, todo cobró otro color, aunque los colores se difuminaran, ante la presencia del otro. En un momento dado, felices por la proximidad que su privilegiada situación les otorgaba, se cogieron de la mano por primera vez. Aquellos dedos estaban calentitos y era una delicia poder tenerlos pegados. "Ya somos novios, ¿no?", preguntó él. "Pues claro", respondió ella. "Y ¿para siempre?". Ella tardó unos segundos en contestar: "Pues claro, tonto, para siempre".

sábado, 5 de abril de 2008

Añoranza del pensamiento


-Pensé siempre, cuando todavía era sólo piedra de granito sin desbastar, cuando aún era potencia y no acto, cuando ni siquiera yo podía prever lo que sucedería con mi existencia. No sé por qué asombra tanto que piense: yo pensé siempre, siempre, desde el inicio de los tiempos, cuando la tierra escupía bocanadas de su estómago hirviente. Yo lo he pensado todo, todo, y cuando los pensadores de este mundo de humanos insufribles lograban alguna idea brillante, yo me reía desde mis adentros, porque yo había encontrado sentido a dichos pensamientos hace miles de lunas, de soles, de universos casi. Yo he pensado siempre, y siempre con una lógica aplastante, turbadora, inapelable. Cuando por fin alguien me esculpió definitivamente, separándome de otras partes de piedra vital y transformó mi ser en una forma humana tan grotesca y exagerada, no me quejé: pensé que me iba a dar lo mismo. Pero desde entonces, todos me miran, se asombran de que mi figura piense, y se ríen y se burlan. Ya no puedo pensar sino de noche, cuando las puertas se cierran. Sus presencias, sus risas, sus chanzas me alteran. Soy un pensador ancestral con figura de pensador, que ahora apenas piensa. Pero si tengo esta forma, no es mía la culpa, sino de mi petulante creador, que me esculpió contradictorio, deforme y grotesco. Si ahora apenas pienso, no es mía la culpa, sino de los ciegos me miran, los sordos que me humillan y me señalan con sus ignorantes dedos.

jueves, 3 de abril de 2008

Bueno, entonces ¿qué?


-Hace bueno, ¿no?
-Pues sí, sí que hace.
-(...)
-Y, lo de tu madre ¿se arregló?
-Sí, está mejor, gracias.
-Vaya, menos mal.
-Sí, un alivio
-(...)
-Y tu jefe, ¿qué?
-Nada, ahí sigue, encabronándolo todo.
-¡Qué tío!
-Sí, no me hables.
-(...)
-Y... ¿pensaste lo del otro día?
-¿Lo de casarnos?
-Eso.
-Pues sí, claro.
-Sí, ¿que lo pensaste o que aceptas?
-Las dos cosas.
-Ah, genial.
-Sí, claro.
-Oye, de verdad ¡qué buen tiempo hace! ¿Que no?
-Sí, sí, estupendo.

miércoles, 2 de abril de 2008

Ida y vuelta


Una venía de vuelta de todo, abrasada de fracasos, intentos frustrados por el tiempo. La otra iba al encuentro de un futuro misterioso, de duración incierta. Una ya no esperaba nada de la vida, después de haber vivido los años justos que su rostro reflejaba. La otra nunca se atrevió a esperar nada que la vida no le ofreciera. Los cuerpos mostraban la transparencia de los adentros. Al cruzar, no se miraron. No se habrían reconocido, ni habrían tenido nada que decirse. Siguieron su camino hacia adelante, hacia atrás.

martes, 1 de abril de 2008

Reflexiones taurinas



Ya cuando nació, detectaron que el becerro no era bien de su tiempo, y que le faltaba un agua, o mejor dos primaveras de las de antes, bien lluviosas. Cuando fue novillo, los demás miembros de la manada comprobaron que no se integraba bien, que andaba a su aire raro, y que le privaba jugar a las canicas o al escondite inglés con los chicos de la dehesa. Con todo, lo que más le gustaba era leerse el Marca y luego comentarlo en compañía de algún intelectual de banquillo, de esos que enmiendan la plana a los árbitros y hacen una selección nacional en un plis plas. Eso sí, cuando ya pudieron todos ver a las claras hasta dónde llegaba su entendimiento es cuando le vieron un día sentado en un poyete y con las patas cruzadas en actitud seria y de grande reflexión. Preguntado por la naturaleza de aquella pose, respondió que favorecía las conexiones del intelecto. Interrogado a continuación por la naturaleza de sus pensamientos, dijo con gran solemnidad que, después de haber pensado mucho, había decidido que quería que lo torease Enrique Ponce, porque era más clásico y más guapo que José Tomás, que estaba más loco y era tan imprevisible que no se sabía por dónde te iba a salir, por lo que no tenía seguridad de poder hacerle una buena faena. Sus compañeros de manada no supieron si administrarle una serie de mamporros con la tranca del Tío del Olivar, suicidarlo por la vía rápida o dejarle en tan intrincada pose, sumido en tan sesudas reflexiones. Como es natural, todos convinieron en que optar por lo último suponía un relajante ejercicio de sabia coherencia.

lunes, 31 de marzo de 2008

Persistencia del error


A quienes nos adornan determinadas cualidades para enmascarar otros tantos defectos -no necesariamente menores-, algunas personas nos tratan de forma abusiva: quiero decir que abusan de uno. En mi caso personal han abusado mucho. Eso sí, cada vez menos. Pero al principio, como uno tiene una gran capacidad de escucha, fui asaltado con frecuencia iterativa para volcar sobre mí toneladas de palabras sobre problemas de muy diversa índole, pero que se pueden resumir en una palabra: insatisfacción. Bien por el trabajo, por los hijos, por los maridos, por las parejas, por los padres, por las madres, por uno mismo. Yo, de natural práctico, no concibo un problema sin un intento de solución, por lo que tras la escucha pertinente, procedía, con la ingenuidad más inocente, a dar los consejos que visto desde fuera parecían los más adecuados a cada caso. Poco tiempo después, descubría asombrado que nada de lo aconsejado se había intentado siquiera. Y no con una persona sola, sino la mayoría proseguía con su insatisfacción, pero la mayoría se obstinaba en no hacer nada; eso sí, nadie perdía ocasión de soltar lo mal que estaban. Por ello deduje (yo solito, eso sí) que lo que la gente que me confiaba sus problemas, en realidad, no me contaba sus problemas, sino que volcaba su mierda interior en mí, tomándome como basurero ocasional, que sale mucho más a cuenta que contratar un psicólogo de pago. Después de unos años, comprobé la exactitud de mi deducción y decidí callarme, cuando me contaban todas esas miserias encadenadas. Me di cuenta de que no se sentían igual de satisfechos, pero también sentía que ni era mi estilo, ni me encontraba bien tampoco yo. Así que, después de algún tiempo, determiné pasar de todo y no conceder audiencias de las de "volcado unilateral" sino a los muy-muy-íntimos. Desde entonces, estoy mucho más solo, pero nunca estuve mejor acompañado. Ni tan feliz.

domingo, 30 de marzo de 2008

El espectáculo del Chiqui


Me dijeron que en el barrio le habían llamado toda la vida el "Chiqui", y no porque fuera muy bajo, ni porque fuera corto de miras, no, pero el caso es que era el "Chiqui" desde siempre. Pero que ahora, con lo de la historia eurovisiva-cutre-lux del Chiki, vivía en una nube, y que nunca había sido tan feliz. De tal forma, que si otros años en la carrera pedestre del municipio ya la montaba con diversos disfraces y performances, en la presente edición no iba a ser menos. Pero a algunos del barrio les dio por decir que el Chiqui era un mariquita, quién sabe si porque le vieron bailar en la calle los pasos del ritmo Chikilicuatre, quién sabe si por su aceptación social, pues todo el mundo le quiere un poco, a su manera. El Chiqui se mosqueó bastante y urdió un plan. En la carrera de este año, corrió con una camiseta que homenajeaba al cutre homónimo, a su ritmo, sonriente, como siempre; pero con la variante de que al final del recorrido cambió las zapatillas por unos zapatos de mujer con tacón fino y tras los últimos 500 metros atravesó la meta de tal guisa. Inmediatamente, sudoroso y todo, bailó los prescriptivos cuatro pasos de la mencionada canción (sic). Entre estruendosos aplausos, el Chiqui triunfó como nunca, y saludó a la concurrencia con la reverencia más femenina que se le ocurrió. "Hala, a ver si los que me criticaron se atreven a hacer lo mismo". Con un par. De tacones.

sábado, 29 de marzo de 2008

5:30 AM, al salir, y acabar


-Uauuu, qué cebollón, madre, puffffff, qué noche llevo, joé, si es que lo de este sitio no es normal, vamos, aaahh, sí, sí, síiiii, es que esa plataforma que subía y bajaba era tope, joder, y el pincha, súper-total, cómo se lo monta, claro que para montadas la del Kepa con la Charo en el váter, qué gritos, uuuuuuaaaauuu, dios, qué flipada, qué buen material nos pasó el Manu, tupitupitupi, vamos, coño, arranca ya que pareces mongol, sí, a ti te digo, qué passssa, mira, porque ahora estoy medio flotando, anormal, que si noooo, uiaiauuuaiii, y meto primera, segunda, raum, raum, tercera, cuarta, brom, brommmm, y quintaaaa, toma, toma, toma, uauuuu, cómo pasan esas luces, qué rápidas, qué curvadas, yyyyayyayy, qué bien voy, coño, como nunca, qué lineas tan chulas, yakayaka, cómo se mueve todo, cómo voy, cómo vengo, ahhhhhh...

viernes, 28 de marzo de 2008

Amanecer, tras la tormenta


Tras una noche horrible, llena de pesadillas vívidas, sudores vaporosos, gritos irreconocibles, gemidos susurrados, duermevelas inconexos, despertares violentos, y un hombre al lado que roncaba entre estertores, y se reía dormido sin importarle nada ni nadie, la mujer descorrió la persiana y salió al balcón. El frío la estremeció. La ligera brisa pegó a su cuerpo su camisón humedecido. Apenas haría media hora que habría amanecido. Y miró al cielo. De repente, su pasado reciente se borró de inmediato, y su mirada se inflamó de azul rotundo y nubes de nieve filiforme, que la hinchieron de un extraño gozo. Cerró los ojos y notó que seguía viendo lo mismo, por dentro. Su respiración se relajó, su cuerpo dejó de notar el relente, su pensamiento se trasladó al lado luminoso del optimismo, y su mente flotó de nuevo, esta vez amparada en un espectáculo maravilloso, único y estimulador. La noche desapareció del recuerdo como por ensalmo. "Hoy puede ser un gran día", recordó. Y, convencida de ello, se dispuso a probarlo sin más dilación.

jueves, 27 de marzo de 2008

Reniegas


-Que sí, Eufrasia, que sí, te pongas como te pongas, y digas lo que digas, esta vida es una mierda, coño, si lo sabré yo, que llevo años y años notándolo, y diciéndotelo además, pero tú, nada, oídos sordos, y mira que te lo tengo dicho, vete al otorrino, Eufrasia, que no te me enteras de nada, y si no te enteras de lo que te digo yo, qué te vas a enterar de lo que pasa por ahí... Pero no lo dudes, no, insisto, todo es una mierda: yo soy viejo, y casi no me puedo mover, tú, gorda y fea, que lo eres un rato, hija, los niños del parque no dejan de chillar y de decir tacos, nuestra hija ya no nos escribe, por culpa de su marido, claro, a ver por qué si no, la pensión casi no nos llega, y tú te enrollas cada día más en el supermercado, y no digamos nada cuando vas a la peluquería, y además los maricones se pueden casar y hasta tener hijos, y lo del divorcio y lo del aborto... qué bárbaro, si ya sólo les queda que los perros y los canarios puedan heredar, y la leche está muy cara, y la gasolina, ni te cuento, ya, ya sé que no tenemos coche, pero es igual, que yo sé muy bien que todo va a peor, si ya lo dice en la COPE ese ángel que lleva la santidad hasta en el apellido, y para más, van y ganan otra vez los comunistas éstos, que no hay quien los saque de ahí, Diosssss. ¡Qué mierda de vida, coño, qué mierda todo!

martes, 25 de marzo de 2008

El filibustero Bixintxo, vasco


Ser miope, es lo que tiene, que no se ve mucho; en cambio, permite oír de maravilla. Y en el campo, más. Así, mientras caminaba con despreocupación de jubilado, oí un ruido intermitente, como de lamento. Levanté la cabeza, y no vi más de lo que había estado viendo en aquella estepa por la que me hallaba: cantuesos, tojos, lavanda, tomillo, y algunos carrascos diseminados; todo ello, salpicado de formaciones de caliza que brotaban aquí y allá. Pero, al acercarme, el sonido se hizo más fuerte, y resultó proceder de un gran bloque de piedra, que ¡hablaba! La historia que oí me pareció increíble, plena de una imaginación calenturienta o enferma. Contaba que era un pirata vasco que había sido ignominiosamente convertido en piedra por una mala mujer a la que amó, pero que no le perdonó su mayor querencia por los abordajes a barcos que a los de su cama; que se trataba del famoso y temido filibustero Bixintxo (aunque confesó también que de pequeño se llamaba Andoni, pero que ese nombre no pegaba con sus quehaceres violentos y a menudo sanguinarios); que su seña de identidad había sido no el habitual pañuelo pirata, sino una txapela, como mandaban los cánones de su tierra, convenientemente adaptada; que había perdido un ojo, una mano y media pierna, pero que aún tenía más arrestos que nadie para enfrentarse a cualquiera, aun con parche, garfio y patapalo; que había llegado a nadar en oro, aunque aquella mujer cruel le acabó arruinando la vida para siempre; y más cosas de semejante calibre. Yo no me dejo engatusar fácilmente, y decidí marcharme, pero cuando me alejaba me dio por mirar el bloque de caliza desde un punto determinado, y entonces, aun con mis gafas de culo de vaso, lo vi. Lo vi con esa claridad con que vemos todo lo cercano. Me acerqué y trabé de nuevo contacto con él. De repente, todo cobró su sentido. Aquello ya no fue un monólogo desesperado, sino una conversación en toda regla: la primera de muchas, hasta hoy. Su voz nunca más me pareció un lamento.

lunes, 24 de marzo de 2008

La mirada del ciprés


El viejo ciprés contemplaba desde su posición cómo habían ido creciendo los cipreses más jóvenes, todos tan iguales, tan distintos. También, tan alejados de él, como para dar la impresión de que eran seres independientes, lo cual era cierto, pero él sentía que de alguna forma eran algo suyo, que transmitirían algo de lo que él era y dejaría de ser no durando mucho. Los veía recortarse sobre el cielo limpio, bien alineados, pero con alturas y apariencias diferentes, aunque las apariencias fueran otras a simple vista. Los veía jóvenes, pujantes, con la forma sin deshilachar apenas, con las ramas tensas llenas de hojas tersas y verdes. Al otro lado, la mirada le mostraba la presencia de unas ruinas romanas, que le retrotraían a otro tiempo que fue también señero, pero que ahora no era más que un conjunto heterogéneo de piedras que dejaban imaginar más que vislumbrar lo que antaño fueron. Reparó también en la tierra, reseca, sedienta de un agua que no caía desde hacía meses. Todo eso miraba el viejo ciprés, y la conjunción de esas miradas le inundaba de una recia melancolía que hacía más estrechos los vasos que regaban sus ramas. Esa melancolía fue dando paso a una laxa somnolencia, a una relajación de sus pensamientos. Poco a poco, el ciprés sólo fue una figura recortada sobre el horizonte, una sombra que ya no miraba, que ya no soñaba, que ya no vivía.

domingo, 23 de marzo de 2008

Homenaje de crucificado a Crucificado


Discutía un mozo con el parroquiano más viejo del lugar sobre el origen de aquella escultura que figuraba sobre la puerta de entrada al pueblo. El joven intentaba hacer valer sus estudios de bachillerato para justificar que aquel era Cristo crucificado, pero de modo realista, pues los romanos crucificaban así, y no clavaban, porque de ese modo la agonía era más horrible y larga. El viejo, sin inmutarse, le dijo que eso eran paparruchas y que la figura allí representada no era otro que su bisabuelo, que osó blasfemar y burlarse del Altísimo en plena Semana de Pasión. Sin creerse nada, pero intrigado, el joven quiso saber más, y el viejo le contó con mucha tranquilidad que su bisabuelo en plena borrachera se puso a orinar frente a una imagen de Cristo crucificado que aguardaba en la colegiata para la procesión del Viernes Santo; por lo visto, la cosa no quedó en eso, sino que se dedicó a insultarlo hasta que no le quedaron fuerzas; en la época en que sucedió, las fuerzas vivas lo encarcelaron y lo sometieron a tormento, a consecuencia del cual había muerto, ante la consternación general. "¿Y?", preguntó el joven. "Y, nada, que ahí está, para escarmiento de todos, pero también como homenaje", respondió el viejo. "¿Como homenaje?", inquirió el mozo, cada vez más confuso. "Así es. El mismo Cristo al que había escarnecido, lo perdonó en el último momento, permitiendo que le rindiera un perpetuo homenaje a su muerte. Esa estatua que ahí ves apareció en la misma celda donde murió, al día siguiente de haberlo enterrado. La gente creyó que fue un milagro; y sí, lo fue. Pero su cara es la de mi bisabuelo, no hay duda: nada más tienes que mirarme de frente, y verás el parecido".

Encuentros en La Mancha


Me dijeron que no debía tentar a mi suerte, porque ésta podía voltearse en cualquier momento. Pero aun así, llevé El Quijote a mi periplo por La Mancha. ¿Cómo resistirse? No se puede ir allá sin desear leer contextualmente determinadas páginas que resuenan en la propia memoria. Así, sentado a la sombra de uno de los iconos de esa magna novela, leí un rato largo. A cada poco, levantaba la mirada y podía contemplar esa planicie espigada de ondulaciones sin fin, ocres diversos, verdes resecos e incompletos; también el cielo, cambiante, amenazador. Cuando llevaba un rato, no me dormí, pero me sobresalté igualmente cuando el Hidalgo me preguntó dónde se hallaba la venta más próxima. Indignado por la impostura y por haberme interrumpido el mágico momento, le espeté que si era tonto o deseaba serlo. Hallado en falta, pero de temple honesto, me dijo que sólo trataba de ganarse unas perrillas en tiempos de crisis, y que algunos le daban algún extra si se dejaba fotografiar. Me dio cierta lástima su tono de rápida disculpa y confesión. "Pero El Quijote, sí me lo sé, ¿eh? Casi de cabo a rabo", completó. Y, en verdad, así era: me recitó párrafos enteros, con una cadencia y una entonación que me produjeron escalofríos. "Pues bien, a una venta, no, pero a un restaurante de tres tenedores, te invito yo, si me sigues hablando así", propuse. Aceptó, como cualquiera haría, y aquella jornada, ya sin libro, pero con él siempre presente, resultó de lo más literaria, de lo más sabrosa, de lo más quijotesca.

viernes, 21 de marzo de 2008

Diala y el águila


Diala soñaba siempre con un águila que la arrancaba de su mundo, de su clase, de su familia, de su ciudad, y la llevaba muy lejos, a un paraíso donde ella reinaba e impartía sabia justicia. Diala no era capaz de comprender cómo las demás águilas sólo se ocupaban de cazar animales para comer, aparearse, cuidar a sus polluelos u otear el horizonte. Diala sabía que su águila vendría a recogerla algún día, porque sus sueños eran tan nítidos que era imposible que aquello no se cumpliese. Diala daba a quien se los pedía detalles precisos sobre cómo era de grande, cuánta su fuerza, hasta dónde alcanzaba su poder. Diala desapareció un día y su familia se quedó consternada. Se la buscó por todas partes durante días, meses. Hubo quien intentó ayudar recordando sus continuas menciones al águila soñada. Los agentes que llevaron el caso tomaron cumplida nota, sin desdeñar nada. Cuando hallaron al culpable de su violación, asesinato y descuartizamiento, comentaron que la idea del águila les había sugerido el apodo de un delincuente recién excarcelado, que había resultado ser el culpable del crimen. En su familia nadie quiso extraer conclusiones de ningún tipo, ni siguiera para hablar del destino. Tras el período de llanto, angustia y depresión, los padres contrataron a un artista que cinceló en bronce una imagen ideal de lo que su hija tantas veces había narrado para ellos, sin que le hubieran dado demasiada importancia.

jueves, 20 de marzo de 2008

Beso de penitentes


Habían quedado para después de que la procesión finalizase. Se reconocerían por un distintivo especial concebido para la ocasión. Aquella noche darían por fin rienda suelta a sus deseos, largo tiempo postergados. Se habían soñado día a día, cada uno según sus ilusiones. Una semana antes habían contactado en un espacio de chat como tantos otros, y se habían fascinado mutuamente con el poder hipnótico más penetrante, el de la palabra. Los dos coincidían en que habían sido demasiados días postergando lo inevitable, pero su inexperiencia, su juventud y sus demasiadas dudas sobre lo correcto habían dilatado el momento de conocerse. Habían quedado para el final de la procesión, pero a mitad del recorrido, en el descanso frente a la catedral, reconocieron la enseña en el otro, y se besaron sin pensarlo. Fue un beso tímido, sin contacto directo de los labios, a través del capirote blanco, pero largo y dulce. No se dijeron nada. Sólo había que sentir la respiración y la mirada del otro, y eso fue lo que hicieron. Que el chico más alto creyera que estaba besando a otro chico, en vez de a la hermana de éste, que fue quien acudió a la cita y con quien en realidad había estado hablando, es cosa digna de relatar en otra ocasión. Pero ese día la Procesión del Encuentro cobró para ambos, por unos instantes, una dimensión verdaderamente celestial.

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