Cómo no. Un día como hoy es propicio para felicitarse, para desearse lo mejor y todas esas martingalas que todos realizamos -yo, entre ellos-, que no comprometen a nada, y que en esencia están bien: no cuestan mucho y generan "buena onda". Cierto es que luego todo el mundo alcanza el hartazgo de deseos de bondad, salud, economías y otras menudencias crematísticas que acaso contribuyeren a la felicidad, y en realidad lo que se desea de veras es que acabe cuanto antes el período navideño ya, y comiencen los sinsabores cotidianos, que esos sí que dan vidilla a la vida. En fin.
Pero un día como hoy también es famoso por los planes que se realizan para procurar que el concepto de "nuevo" aplicado al año, vaya en consonancia con los cambios dispuestos al efecto de que la novedad sea en verdad nueva, y no una prolongación de la vieja, que es lo que acaba ocurriendo casi siempre. En esos planes se peca de hiperbólico en la cantidad y también en la calidad. Pareciera que uno no se conociera bien cuando los formula. Lo que en verdad sucede es que uno se autoengaña como una forma más de sobrevivir entre tanta miseria que nos rodea (y a la que hay que añdir la propia, que también tiene lo suyo para hundirnos muchas veces, como así pasa de continuo). Pero, con todo, somos cachazudos y pertinaces, porque creemos que nos conviene serlo. Y, de ese modo, las listas de objetivos van saliendo en serie, como chorizos de una máquina de embutidos.
En esas relaciones de objetivos entran los verdaderos deseos de cada persona. Y si de algo son útiles sería para comunicarlos al psiquiatra correspondiente para hacerle un repaso al subconsciente sin necesidad de inducciones de diván. Pero, como tales deseos, son... sólo eso: deseos. La inmensa mayoría no se van a cumplir, porque la mayoría de nosotros está a disgusto con su vida, pero la mayoría de nosotros no está dispuesta a los sacrificios que supondría variar nuestra conducta para lograr cambios en la misma; (o bien no sabe, o bien no puede). Y, dentro de unos meses, cuando a lo mejor hagamos un somero balance, comprenderemos de nuevo la falacia del intento. Porque para que las cosas cambien, debemos ser nosotros quienes se transformen. Y a eso no estamos dispuestos. Aun siendo infelices, aun cosechando fracasos, aun viviendo mal. No queremos cambiar, está claro. Y eso se proyectará, como cada anualidad, en un mantenimiento de lo precedente y un sostenimiento de lo habido, a la par que una proyección idéntica hacia lo que será (que es lo que ha venido habiendo casi sin modificaciones en los últimos tiempos). De modo que todo seguirá igual, porque así somos, y así nos hemos educado. Y aquí acaba mi primera entrada del año. No puedo demorarme más. Aún no he terminado mi lista para los próximos 364 días; y eso que ya llevo casi una cara de folio.