lunes, 1 de octubre de 2018

HACE FALTA TIEMPO PARA UN TIEMPO NUEVO, DISTINTO


Hay momentos en la vida que nos sumen en la extrañeza más absoluta, y de nada sirve todo cuanto sepamos, porque todo ese bagaje no ayuda a asimilar lo sucedido. Algunos de esos momentos son hermosos, epifánicos. Otros, tristes, desoladores. De ninguno de ellos salimos indemnes. Pero unos llevan más carga de profundidad que otros.

Hay una frase de una canción de Joan Manuel Serrat que yo he repetido mucho, y que acostumbro a sacar a la luz en circunstancias muy diversas. Dice que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Siempre supe que no era cierta, y no porque resultara fría e impactante, o por su tendencia a lo apodíctico, a lo que no se discute. Nunca fue cierta, al menos la primera parte. Porque sí que puede ser triste la verdad, muy triste. Y aunque no tenga remedio -eso sí que es cierto-, puede ser incomprensible, devastadora, insoportable.

Hablábamos de encajar lo que no se comprende. Siempre requiere tiempo, templanza, serenidad, inteligencia. Tal vez la desesperación, la rabia, la violencia, acaso la venganza directa, sean las reacciones más rápidas, viscerales y comprensibles; las entendemos bien; las comprendemos en los demás, e incluso en uno mismo. Pero no podemos quedarnos en ellas. Son, eso sí, las que nos preparan para la siguiente etapa.
Se necesita tiempo para asimilar lo que de ninguna manera esperas. Se sabe que el tiempo es un lenitivo excelente para convertir en rutina inerte el dolor más lacerante. Pero hay que dejarlo actuar. Se precisa paciencia para no dejarse invadir por la sensación más envolvente del dolor y de la tristeza perfectamente justificados. La serenidad y la templanza pueden contribuir a que el tránsito hacia la siguiente fase transcurra sin sobresaltos ni bruscas subidas o bajadas de ánimo. Pero no es fácil tenerlas a nuestro lado en estas circunstancias, que producen más instinto que intelecto. Y también se necesita la suficiente inteligencia (o filosofía vital) para comprender que las desgracias existen, que la mala fortuna existe, que el dolor nos acecha de continuo y que la muerte es el final de toda vida; para comprenderlo y aceptarlo, pues nada podemos contra ciertos embates de nuestra existencia.

Por tanto, necesito tiempo, paciencia, templanza y aplicar mis filosofías vitales, para encajar que mi madre acaba de morir hace unas semanas.

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