sábado, 16 de febrero de 2008

La salsa de la vida


--Es que no me lo puedo creer aún; ¿pero estás segura, Puri?
--Como te lo cuento, Mari. De muy buena tinta lo sé: el Tomate, suprimido
--Cielos, pero, entonces, ahora, ¿nuestras tardes? Madre mía, no sé, lo veo todo muy confuso
--Yo también estoy compungida, hija, y hace casi dos días que no me echo pasto alguno a la boca
--Bueno, pero no te preocupes, que algo seguro que te echas de cualquier modo
--¿Qué quieres decir?
--Nada, nada, no seas tan susceptible. En fin, tú sabrás
--¿Qué es lo que he de saber, a ver? ¿Que tu marido te la pega con tu cuñada, por ejemplo?
--No, no, para nada. Que los machos de la manada se hacen apuestas sobre quién ha estado más veces contigo
(¿Cómo dijiste? ¿Que mi marido me la está pegando con mi cuñada?)
--Como te lo cuento, hija, lo siento, pensé que lo sabías (¿Que están haciendo apuestas conmigo, dices?)
--Talmente, mi querida pécora (Pero eso es imposible, si hace que no se ven...)
--¡Víbora infame!, madre desnaturalizada, que tienes a tu familia hecha un desastre (Mira que les dije que de lo nuestro ni una palabra...)
--Bicho cruel, que tienes a tu marido siempre a dieta...
--Más a dieta vas a estar tú a partir de ahora, sin el Tomate
--Ay, el Tomate, ¿qué será de nosotras, Puri?
--No sé, Mari, de verdad que no lo sé

jueves, 14 de febrero de 2008

La casita linda


A la casita linda llegaron los dos hermanos, exhaustos y con hambre. El uno, preguntaba sin parar y no dejaba de moverse; la otra husmeaba el ambiente intentando ventear algún posible peligro. Los dos eran ávidos lectores de cuentos, y se imaginaban que dentro habría seres extraordinarios. Ella, brujas crueles y ogros enormes, monstruos horribles y vampiros inmortales. Él, caballitos voladores y gnomos dulces, mayordomos de caramelo y hadas luminosas. Sin embargo, ambos dudaron si deberían entrar. Dudaron también sobre si asomarse a las ventanas sería una buena idea. Al final, e instantes antes de que se echaran a temblar por la emoción, la voz tonante de su madre, instándoles a entrar y a lavarse las manos para la cena, los dejó paralizados y sin capacidad de reacción. Lo que les hizo reaccionar por completo, fueron las manazas del padre, que pellizcando sendas orejas logró arrancarlos de su mutismo y hacerlos ingresar en el delicioso porche de la casita linda.

Todas aquellas manos


Las manos sirvieron aquella noche para gesticular, para bendecir, para tomar alimento, para acariciar, para expresar asombro ante lo que sobrevendría; también, para sostener una bolsa con dinero. Fue una noche de muchos planes, de muchas sorpresas, de demasiadas preguntas sin formular y con muchos silencios encubiertos. Todas las manos participaron, y llegaron en ocasiones a entrelazarse. Pero sólo una empuñó el arma fuera del tiempo convenido y se encargó de eliminar los sueños de las demás.

miércoles, 13 de febrero de 2008

La altura del Arte


La altura del Arte, en perspectiva, es engañosa. No sólo es ya que el derrotero no sea lineal sino tortuoso, que tampoco sea ascendente sino con altibajos. Es que, a poco que se piense, se puede notar que la Naturaleza asciende más y mejor sin tanto esfuerzo, como se puede observar en la lenta, pero irreductible e imparable ascensión hacia los cielos de los árboles, o en el vuelo grácil, impredecible e inagotable de las aves, que pueden llegar más alto en menos tiempo y con resultados notablemente más perfectos en sus precisas evoluciones. Con todo, seguimos produciendo Arte y, como nos cuesta mucho esfuerzo y energía, lo seguimos colocando por encima de la Naturaleza, sobre todo si el encuadre fuerza el contrapicado. Pero, es preciso insistir, la profundidad y la altura del Arte, con o sin perspectiva, es harto engañosa, nos encontremos donde nos encontremos; hagamos lo que hagamos.

martes, 12 de febrero de 2008

Complicidad


A la nena le habían dicho siempre que a los santos (y a sus estatuas) había que rezarles mucho, porque así le concederían sus favores, si se lo pedía con la humildad y la inocencia debidas. Pero ella se conformaba con mirarlas y seguir con sus ojos las curvas, los rizos, los rostros, los huecos cincelados o devastados por el tiempo, la policromía sutil de la piedra. Ese domingo, sin embargo, una voz en su interior le pidió con urgencia ayuda. Desconcertada, por unos instantes no supo cómo reaccionar. Pero después no le cupo duda, aquella estatua le hablaba. Y le pedía que le tocara el pie, pues quería sentir de nuevo el calor humano, que ahora se le hurtaba tanto. Sin pararse a pensar en cómos ni porqués, se adelantó de donde se hallaba y se acercó a la escultura que se encontraba exenta en el medio de aquel claustro. La miró, se sintió extrañamente muy próxima a ella, y sin mediar más palabra, colocó su manita sobre el pie desnudo del santo. La dejó allí un ratito, mientras no dejaba de mirarle el rostro barbado y serio, esculpido hacía siglos. Después, la apartó con suavidad. Cuando la niña regresaba, urgida por los padres, un pequeño rictus de la estatua dulcificó la expresión por un instante. La niña no necesitó darse la vuelta para captarla en toda su intensidad.

lunes, 11 de febrero de 2008

Vía hacia los cielos


Al llegar a la capilla, algo se tornó inestable en mi interior. Un torbellino de sensaciones fueron surgiendo a medida que mis ojos recorrían el pequeño recinto. La mirada fue dirigida por los nervios de la crucería hacia la clave de bóveda, de una sencillez sobrecogedora. Mi fe siempre fue indudable, pero ahora sentía que me elevaba, que me transportaba a las alturas celestiales. Deseaba reunirme con Dios, ansiaba su compañía... cuando una escalera brillantísima apareció en el centro e iluminó la estancia con su radiante pureza. ¡Me ha oído! ¡Es la señal! Eso pensé. Y, sí, en efecto lo era. Pero la escalera no era divina, sino humana; no era de luz, sino de madera; no conducía al cielo, sino hasta un poco más abajo del techo; y no era recta, sino quebrada y decreciente. Temblé, dudé, y en la duda se resolvió todo. La costalada fue de impresión, y para castigar mi tibieza, mis vértebras sufrieron una revelación: la gran cantidad de fisuras que las recorren desde entonces. Quedé muy resentido, en el cuerpo, en mi alma y en mi fe. Sobre todo en mi fe, claro, porque después de ir a Lourdes, a Fátima y a Torreciudad, aún continúo en silla de ruedas.

domingo, 10 de febrero de 2008

Gregarismos


Después del agotador día de visitas, la profesora se compadeció de los alumnos y les dijo que disponían de una hora libre donde podrían ¡por fin! hacer lo que quisieran, siempre que se comportaran con el civismo esperado y, transcurrido ese tiempo, se encontraran todos en el mismo lugar en que se hallaba aparcado el autobús. La alegría cundió en las filas de los chicos, que se iban a ver libres de las imposiciones y de la obligación de ir todos juntos a todos lados, oyendo explicaciones no pedidas y visitando lugares que se les daba una higa. Después de un rato de un nervioso y alegre desconcierto, los muchachos hallaron el mejor modo de sentirse bien, libres, sin ataduras y estando donde habían decidido voluntariamente estar.

sábado, 9 de febrero de 2008

Entrega



Harto de su propia historia, de los rumores que su figura destilaba, del temor que suscitaba entre las gentes, de su poderío ancestral, de no encontrar jamás rivales a su altura; hastiado de la rutina temporal de los sacrificios de héroes y doncellas, de la monotonía geométrica de su residencia sin salida; avergonzado por los orígenes impuros de su nacimiento y convencido de la inutilidad de luchar contra su destino, el Minotauro, ya viejo y fatigado, cansado de prever con antelación todo cuanto pudiera sucederle, se despojó de su escasa vestimenta, relajó sus miembros y se dispuso a aguardar la violencia ambiciosa y embaucadora del héroe, que se adentraba ya en el quebrado recinto, y caminaba tan seguro de sí, como lo estaba él mismo del desenlace final.

Inspiración


Apoyado en un banco contra un pajar, el joven caminante buscaba afanoso las palabras que le faltaban para acabar una canción que estaba componiendo. Mientras, rasgaba su guitarra con más mecánica que técnica, y con la mente más puesta en las rimas que en los acordes. Al rato, maldijo. Era normal, pensó, que en un pueblo tan horroroso, con las casas medio derruidas, sin apenas un alma, con más barro que hormigón, con más suciedad que líneas rectas, era normal que no pudiera inspirarse con la suficiente calidad. Así estuvo un par de horas. Hasta que pasó un campesino, que le hizo un ademán no tanto de indicación como de saludo, pero que con la mano dirigió su mirada hacia la calle más ancha. Y entonces contempló la conjunción sencilla y exacta de una farola antigua atravesada por un níveo contraluz, de la nitidez del primer plano y de la borrosidad del fondo, y del cromatismo terroso y uniforme del adobe. Se sonrió. Lamentó las maldiciones precedentes. Y la letra de la canción comenzó a surgir con fluidez y aliento, sin que nada la estorbase en su brotar.

Listos pájaros bobos


--¿Habéis visto? Nos llaman pájaros bobos -dijo el primero.
--¿Qué dices? Eso son majaderías -terció el segundo.
--Chorradas. Todo el mundo sabe que somos pingüinos -acotó el tercero.
--Además, sólo hay que mirarnos con cierto detalle para saber que no somos nada bobos -sentenció el cuarto.

Tras esa plática, los cuatro se sintieron muy fatigados y decidieron echarse a dormir un buen rato, sin hacer caso a nada más, y tanto y tan bien lo hicieron, que incluso casi se les pasa la hora del avituallamiento de la tarde, cuando más gente había.

--Ya están ahí todos. Ahora veréis -advirtió el cuarto.
--¿Qué veremos? -inquirió el primero.
--Que de bobos no tenemos nada, nada, más bien al contrario -reafirmó el tercero.
--Desde luego. Adoptemos, pues, una actitud individualista, seria, bien diferenciada -resolvió el segundo.

Así lo hicieron, y un instante después fue cuando el crío pelirrojo tiró la foto.

viernes, 8 de febrero de 2008

Mirando a lo alto


Cuando se camina mirando al suelo, en busca de quién sabe qué pensamiento o qué objeto extraviados, se pierde uno muchas cosas: la oportunidad de contemplar la ciudad propia como si fuera ajena, como si uno estuviera de viaje, conociéndola de nuevo; la posibilidad de ver cómo ciertas aves se aman o cómo desde lo alto nos vigilan y se apropian de nuestras costumbres; la capacidad de verse más pequeño de lo que uno en realidad es, curarse la prepotencia y aprender alguna lección de realismo vivificante; y también, comprobar que los edificios se mueven con nosotros, que cobran nuevas perspectivas, que a veces nos siguen, que se alargan y se encogen, que se modifican a nuestros ojos, que se combinan entre ellos, como si se gustaran y se acercaran a susurrarse algo. Si disponemos de la capacidad mental de seleccionar y aislar cuanto se ofrece a nuestra vista, y, además, tenemos una cámara a mano y la imaginación lista para las sensaciones que surjan, podemos ver surgir mundos nuevos a cada paso que demos.

Por aguardar la eternidad


Al principio, el Maestro le dijo que se humillara, que lo adorara, que lo tuviera siempre presente en sus pensamientos, que la vida que le esperaba compensaría todos los sacrificios, todas las carencias. Después, le dijo que se prosternara a sus pies, que confiara todos sus instintos a su benevolencia, que él proveería. Más adelante, le impuso el designio de la postura más animal, que le reconciliaría con el universo, que hiciera de la inmovilidad una redención de todo su pasado vergonzoso e impío. Nunca más volvió a oír sus palabras. El cumplió sus prescripciones al pie de la letra, hasta sus últimas consecuencias y fue tomado como ejemplo durante generaciones. Hasta nuestros días, en que el paso del tiempo ha borrado todo designio, toda vida prometida, toda huella posible, y ya nadie sabe quién fue, o qué representa, o por qué está allí o, simplemente, qué es.

jueves, 7 de febrero de 2008

Manipulando emociones


El papá se había ido hacía unos meses, pero la madre, antes de separar sus destinos, había hecho una copia en color de su carné de identidad, que llegó a plastificar, no sabía bien por qué. Sus hijos lo recordaban casi siempre mirando de frente, pero la pequeña tenía grabada la imagen de su cara. Nadie sabía cómo, pero aquellos rasgos resultaban nítidos en su recuerdo, donde aparecían con una expresión adusta, pero serena. Un día, mientras lloraba con desconsuelo, su madre comprobó por azar que dejarle aquella copia en plástico duro entre sus manitas tenía un efecto balsámico y reparador. Poco después su hermano también aprendería que quitársela tenía unas consecuencias contrarias, y que le otorgaba un excitante poder. Pero lo suyo ya nada tuvo que ver con el azar.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Alineamiento


La explosión dejó a todos en suspenso, y quienes antes reaccionaron fueron los gatos, que comprendieron el alcance de aquel impacto. Miraron al cielo, y entendieron que el momento había llegado. Todo se alinearía con la conjunción astral que dio origen a todo y lo transformaría todo, y así una nueva era daría comienzo. Los gatos comprendieron, los gatos lo supieron enseguida. Pero los gatos tenían hambre, mucha hambre. También ellos se alinearon. Y salieron de caza.

Asomados al balcón



Asomados al balcón, contemplaban la vida con la placidez de los amantes eternos y correspondidos. Todo se desarrollaba allí debajo, a sus pies, mientras permanecían ajenos a todo su bullicio. Creyeron que nadie los veía, que su felicidad era invisible, que podían amarse a la vista de cualquiera. Pero la gente murmuraba, muchos criticaron, y para alguno incluso llegó a resultar insoportable que dicha unión fuera exhibida sin pudor. El concejo deliberó en una sesión secreta. Contrataron a un hechicero, que lanzaría un conjuro para destruirlos para siempre sin dejar huellas. Y así lo hizo una noche de luna nueva, pero su amor era tan grande y su inocencia tanta, que el embrujo chocó con tan grandes sentimientos, que dio lugar a una masa en relieve que todos reconocieron, que todos siguieron viendo, condenados a la eternidad de la piedra.

miércoles, 30 de enero de 2008

Caballito libre


Me miran tanto, que ya no sé qué pensar. Me miran, ladean la cabeza, acercan sus miembros, tocan el cristal. ¿Qué se imaginarán desde ahí dentro? Son tan extraños, los humanos, siempre en grupo, siempre distintos, por oleadas; nunca están de uno en uno. ¿Cómo podrán vivir así, sin pasar nunca dos veces por el mismo sitio? Pero me resulta tan gracioso que me miren de esa forma, como si se sorprendieran de verme. Claro, a lo mejor no saben quién soy, ni por qué les miro con cierta pena, porque es que me dan lástima, los pobres, siempre encerrados ahí, tras el cristal, sin poder respirar este agua rica y limpia. Sí, va a ser seguramente eso, que no saben quién soy ni cómo me llamo, pero me da que no lo van a saber nunca, porque se lo digo todos los días varias veces, y ninguno me contesta. Se limitan a hacerme muecas y a mirarme, y a ladear la cabeza, y a tocar el cristal. Lo cierto es que la cautividad vuelve muy graciosos a los humanos.

martes, 29 de enero de 2008

Los surferos


Los surferos se adelantan a todos. Por encima de las cabezas de quienes les observamos atónitos, sus tablas divergen en su carrera infinita sobre la ola eterna. No se mueven, pero todos les vemos cómo se deslizan, cómo compiten por tomar mejor la entrada, por arquear mejor su musculatura de metal, por equilibrar sus proporcionados miembros. Día tras día, los surferos nos deleitan en una carrera que nadie inició, pero a la que se vieron abocados sin posibilidad de elección. De día y de noche, con sol y bajo el agua, su simétrica asimetría no nos mueve a una reflexión, sino a seguir contemplándolos, imaginando quién antes, quién más tiempo. Los surferos, es evidente, nos llevan mucha ventaja: se nos han adelantado a todos.

lunes, 28 de enero de 2008

Haylas, sí, a tanto el vuelo


Decían que corren malos tiempos para la lírica, y para todo lo que no sea lo que ya sabemos. Pero hay quien sigue creyendo en brujas, meigas, xanas y otros súcubos. Yo soy de ellos. He visto a una, y la he fotografiado. Regresaba a casa, cansada, tras muchos vuelos al lado de la catedral, donde trabaja. Antes, la cosa tenía más romanticismo, más glamour, incluso, aunque oscuro e inquietante. Ahora, la meiga trabaja por horas, tiene las vestimentas ajadas, los zapatones sin suela y el cansancio la hace pensar más de lo que debiera. Cuando regresa a su agujero, cuenta sus monedas y se toma un brebaje más de lo indicado. Quizá así olvide que se llama Salustiano, y que no se hacen tres años en la Escuela de Teatro para acabar haciendo vuelos de escoba por horas, y por la voluntad.

domingo, 27 de enero de 2008

La puerta de todo inicio, de todo final


A punto de ser tomada la fortaleza, sorprendió a todos que los defensores dejaran de arrojar proyectiles y de concentrarse en proteger la entrada principal. El ejército atacante se acercó con sigilo, suspicaz ante una posible celada. Cuando el silencio y la inactividad se prolongaron mucho tiempo, se acercaron a la puerta principal. Allí vieron aquellas extrañas figuras, retorcidas e incomprensibles, pero con vagas formas que recordaban algo horrible. No supieron decidir si eran demonios protectores de la ciudad o la decoración de una civilización remota, o, como alguien planteó, los restos de cuantos quisieron tomar la ciudadela con anterioridad, mostrados al mundo en señal de aviso. Contra todo pronóstico, las tropas atacantes no supieron qué hacer. Poco a poco ya no supieron qué hacían allí. Poco a poco los días se fueron sucediendo. Poco a poco, la puerta se fue llenando de más y más formas que nadie llegó a reconocer.

sábado, 26 de enero de 2008

Incubación


Tras perder las hojas, los árboles del bosque se morían de frío, pero ninguno osaba decirlo. Ni el castaño, tan imponente, ni el haya, desde su altura, ni el roble, tan anciano, ni ninguno de los otros querían confesar que se encontraban helados. Sin embargo, no dejaban de mirar al suelo, donde se hallaban los restos que habían ido dejando escapar a lo largo del crudo otoño. La escarcha lo cubría todo y el silencio era rotundo. Mientras los árboles tiritaban, debajo, cubierta por el lecho de hojas y aislada de la gelidez del aire, dormitaba la única semilla que se encontraba intacta, segura contra todo, aguardando tiempos mejores. Todos los árboles miraban con sus ramas hacia el suelo, porque la oían palpitar. Ninguno sabía con exactitud a quién pertenecía ese futuro inmediato ni a quién le sería otorgada la ansiada descendencia. Ninguno lo sabía, pero cada uno confiaba en ser él el elegido. Entre tanto, seguían helándose a la intemperie. En silencio, pues ninguno dijo nada. Sólo aguardaban.

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