sábado, 24 de noviembre de 2018

MASAJE SENSUAL


Es posible que a las mentes más calenturientas la presente imagen les suscite pensamientos libidinosos de diversa índole (o acaso de repulsa), amparándose en la no improbable hipótesis de que las dos mujeres fueran lesbianas. Pero debemos aclarar desde ya que no, que no lo eran (y lo supe de un modo fidedigno, porque luego llegaron sus respectivas parejas masculinas, a quienes ellas aguardaban en ese recodo del jardín). No habría pasado nada si así hubiera sido, y si lo aclaro es sólo para que nos centremos en la actitud, en las formas, en la situación.

Las dos se hallaban tumbadas en la hierba. Se habían despojado de algunas prendas, y, sobre todo, se habían descalzado, cosa que era una de las delicias que los visitantes podíamos hacer en ese maravilloso lugar, hoy lamentablemente cerrado, que era el Museo Chillida-Leku. Estaban tumbadas, pero de pronto la más joven se levantó y efectuó con el tronco unos movimientos a un lado y al otro, como si tratara de desentumecerse. Estiró también los brazos, pero parecía que le dolía la cabeza. En esto, la amiga mayor se levantó, y sin mediar palabra se colocó a su espalda, le susurró algo al oído, y procedió a efectuarle por el cuello, los hombros y la parte superior de la espalda, uno de los masajes más sensuales que uno pueda memorar. Recuerdo que hasta mi pareja acabó percatándose de la acción, y que la comentamos. Yo, además, como casi siempre, aproveché para captar para siempre el delicioso momento.

A tenor de la mirada agradecida que la joven dedicó a su improvisada masajista, la acción de aquellos dedos mágicos sobre la piel y los músculos había sido proverbial, y la sonrisa que se instaló en su rostro desde entonces no dejaba lugar a dudas de que el dolor de cabeza (o de lo que fuese) se había volatilizado en pocos minutos. De ese modo, la delicia de la hierba fresca bajo los pies, el delicado sol estival de primera hora de la mañana, y la crudeza imponente de aquellas esculturas de acero cortén, se conjugaron para que aquel ratito de descanso se convirtiera en algo fantástico, que sobrepujó el recuerdo de muchos otros, acaso más importantes, pero sin duda no tan gratos a la  vista.

Robado en los jardines del Museo Chillida-Leku, cerca de Hernani (Guipúzcoa, País Vasco, España)
Julio, 2001 ----- Nikon f-601

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